domingo, 17 de febrero de 2008

ENAMORADOS



El otro día encontré dentro de mi buzón una octavilla publicitaria de una empresa de colchones que informaba de sus grandes ofertas para celebrar el Día de San Valentín. En pequeñas fotografías, mostraban más de una docena de colchones, algunos con un aspecto más que sorprendente – los había con forma de corazón, que supongo incómodo y poco gratificante-, de los tradicionales con muelles, hasta los innovadores de látex, que anuncian como la gran panacea con la que desafiar al futuro y sus circunstancias. Durante unos segundos traté de asociar la figura del célebre y celestino monje con los colchones, y por pura evidencia pensé en un amor acrobático y atlético, eminentemente sexual, y otro más relajado, reposado y onírico, directamente relacionado con el mundo de los sueños. Porque a un colchón, seamos claros, pocos más usos se le pueden dar, salvo en época de guerra, a modo de trinchera, o durante la niñez, perfecto como cama elástica hasta que los muelle asoman por las esquinas. No es de extrañar lo que dicen muchos: el látex no es amigo de la infancia. También es cierto que muchos escritores han creado su obra tumbados sobre un colchón, desde la relajación y la distancia. Lo de los precios especiales para celebrar el Día de San Valentín de esta empresa de colchones se puede entender como la más caricaturesca manifestación que la citada celebración nos ofrece, pero no es necesario ser un curioso empedernido para encontrar otras muchas que nos seguirían llamando la atención.
Balnearios, restaurantes, pastelerías, hoteles, perfumerías y floristerías se unen para mercantilizar sus productos en torno al 14 de febrero. Cajas de bombones con forma de corazón, llamativos ramos de flores, menús específicos, veladas de ensueño y paisajes deslumbrantes. Si usted está enamorado o enamorada, y quiere celebrarlo como se merece, y tiene un dinerillo, tampoco hace falta demasiado, que los precios oscilan de la modestia al lujo más exagerado y hortera, no se preocupe, alguien ya ha diseñado una velada mágica con la que sorprender a su pareja. Desde luego, aquellos que opten por lo de los colchones sorprenderán, lo lograrán, me refiero a lo de sorprender a su pareja, y de qué manera. También se organizan besadas colectivas, en donde miles de desconocidos le zampan un beso, hasta con lengua según quien te toque, al que tienen al lado, en una demostración/competición de amor instantáneo y anónimo. Abundan, por estos días, los recopilatorios musicales. Cada año nos venden las 100 o las 50 o las 15 mejores canciones de amor de la historia, o los mejores boleros, o lo que sea, que siempre suelen incluir una nómina repetitiva, a ratos edulcorada y cuando no gelatinosa. San Valentín, si es que alguna vez existió, nunca hubiera podido imaginar el monstruoso aparato de mercadotecnia que engendró, puede que conscientemente y que ahora sus descendientes, que dudo existan, estén nadando en la abundancia, cobrando los derechos de imagen y de reproducción –San Valentín estaba de acuerdo con el Canon, sí.
El calendario anual nos ofrece todo tipo de conmemoraciones, algunas esenciales y profundas, que esconden un verdadero sentido y necesidad para la colectividad, pero otras muchas que podríamos calificar como chorradas indefinibles –por aplicar una definición poco agresiva-. Que el amor y los enamorados tengan, tengamos, un día al año para gritarlo a los cuatro vientos me parece formidable, aunque el amor, cuando se siente y se ofrece, se exhibe por sus propios mecanismos sin necesidad de una campaña específica de publicidad. En cualquier caso, el recordarnos que expresemos lo que sentimos, decirle te quiero a la persona con la que compartimos nuestras vidas, tampoco lo debemos entender como algo ñoño, pesado o absurdo, y es que en demasiadas ocasiones permitimos que la rutina y el tiempo sellen nuestros labios. Y si ese te quiero, además, viene acompañado de un detallito, pues como dice ese refrán al que tantas veces acudimos: a nadie le amarga un dulce. Yo, por si acaso, escondí la publicidad de los colchones.


El Día de Córdoba

1 comentario:

José Luis Castro Lombilla dijo...

Tienes razón, ya no callaré más: ¡Te quiero! ladrón...
Y Ramón Areces, o el que sea que mande en El Corte Inglés ahora, siempre hace eso mismo, gritar a los 4 vientos su amor... por nuestras tarjetas de crédito. Qué romántico.