Ambas en HBO, no te las debes perder por todos los motivos (Tuturro y Kidman especialmente).
jueves, 27 de abril de 2017
lunes, 24 de abril de 2017
LA LLUVIA EN EL DESIERTO
Cuando muere un poeta recurrimos a una coletilla con la
que consolarnos: queda su obra. Coletilla que hemos repetido en demasiadas
ocasiones y antes de tiempo, mucho antes de lo previsto, en los últimos meses.
Entonces, esa coletilla es falsa o no es del todo correcta. Cuando los poetas
que se van son jóvenes, tan jóvenes, además de la tragedia humana, irreparable,
añadamos el incendio literario, todos esos poemas, todas esas obras, que no
disfrutaremos. Eduardo García y Nacho Montoto se fueron antes de tiempo,
demasiado pronto, inesperadamente. El dolor de las ausencias permanece intacto.
La herida abierta. Sin embargo, escondidos en las entrañas de sus discos duros,
epílogos previstos o circunstanciales, afloran nuevos y desconocidos poemas que
nos trasmiten un instante de alivio, demasiado fugaz me temo, aunque siempre
debemos entenderlos como un regalo, como ese extra que ya no esperábamos. O
como esa canción que suena por sorpresa cuando creíamos que había finalizado el
disco. O, también debemos entenderlo, como La lluvia en el desierto,
tomando prestado el título de la antología poética de Eduardo García que la
Fundación José Manuel Lara acaba de publicar, en su valiosísima y reputada
colección Vandalia. En el prólogo, mimoso, certero y cálido, Andrés
Neuman escribe: Quizás los verdaderos poetas sean esos. Los que nos inducen
a recordarlos en su propio estilo. A revivirlos como si nuestra memoria
la hubieran escrito ellos. Eduardo García, como poeta, pero también como
persona, a lo largo de los años definió su propio ser, como un hecho esencial
en su representación exterior. Único e irrepetible, voz precisa cincelada a
través del tiempo y de los poemas, a golpe de talento, pero también a golpe,
golpetazos, de constancia y vocación. El hombre y el poema. Vida y poesía.
Emociona, y entiendo que no solo a los que fuimos sus
amigos, volver a escuchar, sentir, a Eduardo en primera persona: Siempre he
creído que escribir poesía es el mejor método de soñar despierto, apunta en
su poética. Y, en lo que se puede entender como una auténtica declaración de
intenciones, confiesa Eduardo: Escribimos poesía para dar a entender lo que
la lengua común no puede expresar. Además de poemas editados en otras
colecciones y antologías, Corazón loco, tanto amar tu cuerpo me sabe a poco,
La lluvia en el desierto nos regala los dos últimos poemarios de Eduardo
García. Por un lado, el poeta más realista, reivindicativo e indignado que
hayamos conocido, en La hora de la ira, trasladando el sentir de la
calle a sus poemas: Ten piedad, Señor de las desahucios, de la herrumbre que
roe el tenedor. He de reconocer que me ha costado, mucho, leer Bailando
con la muerte, la obra en la que Eduardo, consciente plenamente de su
enfermedad, transcribe sus últimas emociones. Me quedé sin aliento cuando leí: Ya
no me reconozco en el espejo. Ese espejo tan presente en toda su obra. Cuando
la muerte venga a reclamarme no me va a sorprender desnudo y solo, tendré un
montón de historias que contarle, se enfrenta Eduardo al final, con ese
elegante descaro suyo. Conmoción, emoción y admiración, renovadas, tras leer: Si
todo ha de acabar, muerde muy fuerte cada hora que le robas a la muerte.
Lección de vida en toda regla.
Los que amamos la poesía y los que hemos seguido con pasión y pulsión la
obra de Eduardo García, que es decir lo mismo, se trata del mismo amor, tenemos
que agradecerle mucho a la Fundación Lara, a su máxima responsable, Ana Gavín,
esa titán literaria a la que tantos autores le debemos tanto, a Ignacio
Garmendia, ejemplo de editor, a Federico Abad, el amigo sin desmayo y, sobre
todo, a Rafi Valenzuela, su compañera, confidente, albacea y todo lo demás, por
esta La lluvia en el desierto, que es un emocionante y necesario
recorrido por la trayectoria literaria de uno de los grandes nombres de la
poesía española de las últimas décadas. Se fue el poeta demasiado pronto, queda
su obra, ahora recuperada en toda su inmensidad, pero a mí me sigue pareciendo
muy poco, me habría gustado disfrutar muchísimo más, tanto de la persona como
del poeta. Siempre echaremos en falta esos poemas y esos momentos que seguirán
latiendo en nuestra memoria. Déjame bailar a pierna suelta una semana, un
mes, un día más.
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miércoles, 19 de abril de 2017
HOLOGRAMAS. REALIDAD Y RELATO DEL SIGLO XXI
Las doctoras en Filología Hispánica y Profesoras de Literatura Española en la Universidad de Valladolid, Teresa Gómez y Carmen Morán, acaban de publicar un clarificador título sobre la narrativa española de este comienzo de siglo: Hologramas, Realidad y Relato del Siglo XXI.
La tecnología, mediante el 3D, lo virtual o el holograma, crea obras que llegan a hacernos dudar: ¿qué es la realidad?
¿qué la copia? ¿no será lo que llamamos realidad otra copia, acaso? La
literatura y las artes de todos los tiempos han acechado estas
cuestiones, pero nunca como hoy habían hecho de ellas su asunto central.
Hologramas reflexiona sobre cómo las nociones de especularidad, mise en abyme o simulacro presiden nuestro tiempo, imponiendo su signo sobre nuestras producciones culturales y, en definitiva, sobre nuestra manera de estar en el mundo. La narrativa española contemporánea no es ajena a esta corriente, presente en autores y obras muy diferentes entre sí.
Hologramas reflexiona sobre cómo las nociones de especularidad, mise en abyme o simulacro presiden nuestro tiempo, imponiendo su signo sobre nuestras producciones culturales y, en definitiva, sobre nuestra manera de estar en el mundo. La narrativa española contemporánea no es ajena a esta corriente, presente en autores y obras muy diferentes entre sí.
A través de la lectura de la nueva narrativa española —concebida esta de
manera más amplia de lo que algunas estrategias comerciales han querido
vender— se abordan cuestiones como la creación literaria en Internet,
la polémica consideración de la Historia como un relato más, o esa
fascinación por las omnipresentes pantallas que inevitablemente nos
lleva a una reflexión metarreferencial: quizá la realidad no sea sino un
nivel más de representación, en una mise en abyme que nos contiene.
sábado, 15 de abril de 2017
UNA TRISTE TENDENCIA
Sin más dilación. Que al Gobierno actual la Cultura le
importa un pimiento es una realidad, una obviedad, que muy pocos se pueden
atrever a replicar. Un año más, un Presupuesto más, Rajoy y el ministro de
turno, ahora Méndez de Vigo, confirman esa tendencia, que ya no es casual o
coyuntural. Penosa y triste tendencia. Le animo a que repase las anotaciones
del Presupuesto General del Estado 2017 y comprobará que estoy en lo cierto. Pero
solo han bajado un 0.7%, dijo uno, justificando lo injustificable, sin tener
en cuenta la reducción, pérdida, acumulada a lo largo de los años y sin tener
en cuenta el desastre de ese IVA espeluznante y atroz. A veces pienso que todo
forma parte de una estrategia perfectamente diseñada y orquestada, pero unos
minutos después comienzo a dudar, y ya no lo tengo tan claro. Las estrategias
son pensadas y requieren de un plan, de una preparación, de dedicarle un
tiempo, urdirlas, esas cosas. Tal vez esté equivocado, o no. Llama mucho la
atención, por ser suaves, la relación de este Gobierno, de algunos de sus
miembros, el insigne Cristóbal Montoro en concreto, Ministro de Hacienda, qué
casualidad, con el sector cinematográfico. No sé si es por el posicionamiento
claro del mundo del cine con el No a la Guerra, que fue el posicionamiento,
por otra parte, de la práctica totalidad de la sociedad española, por algunas
galas de los Premios Goya, porque consideran que es un estamento profundamente
ideologizado, vamos, que los consideran unos rojos de tomo y lomo, o por no sé
cuál recóndito motivo, inimaginable o
soñado, pero está claro que este Gobierno tiene y mantiene una especial y muy
llamativa inquina hacia la industria cinematográfica de nuestro país. Y empleo
la palabra industria con toda la intención. Industria, sí, industria, de la que
dependen miles de trabajadores; industria que proyecta imagen de España en el
exterior e industria que tiene su peso económico, que forma parte de esas
grandes cifras que tanto les gusta vender y que no rozan la piel de las
familias, que lo siguen pasando muy mal.
Porque España vende fuera de sus fronteras sol y playa,
indiscutiblemente, y tenemos que sentirnos muy orgullosos de ello, y también
simpatía, exotismo, color y singularidad, desde una seguridad occidental, lo
tengo claro, al igual que tengo claro que es nuestra Cultura, tanto patrimonial
como contemporánea, señas indiscutibles de esa imagen que proyectamos al
exterior. Menos puedo entender este abandono. No es que las gentes que nos
dedicamos a la Cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, nos sintamos
despreciados, cuando no ninguneados, por este Gobierno, es que cuesta mucho
trabajo asimilar que un elemento tan determinante en la construcción de
sociedad, tan esencial en la conformación y formación de las generaciones
actuales de españoles y las que habrán de llegar, un elemento que siempre es
enriquecedor, suponga un estorbo... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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viernes, 7 de abril de 2017
CONCIERTOS, RECUERDOS, VIDA
Si no recuerdo mal, la entrada me costó 4.000 pesetas, 24
euros de ahora, y no hagamos más comparaciones, porque todas serán
incomparables, me temo. Un 22 de julio de 1990, hace 27 años, que se dice
pronto, me subí en un autobús –con retrete y con plazas para fumadores,
aquellos tiempos-, para asistir al concierto que Prince ofreció en el estadio
Vicente Calderón –en el Bernabéu ya habría sido rizar el rizo más rizado e
imposible-. A pesar del tiempo transcurrido, soy capaz de recordar ese día
minuto a minuto: los nervios, la impaciencia, la emoción, la ilusión. Si no
recuerdo mal, a las cinco ya estaba dentro del estadio, tratando de ocupar un
lugar cercano al escenario. Primero sonaron Ketama, con su Vente Pa Madrid,
aquella rumba que bien podría haber firmado Rubén Blades, llenando el escenario
de gitanas, cuentan que por expreso deseo de Prince. Anochecía cuando
comenzaron a sonar los primeros compases de The future, el tema con el
que también se abría el disco de la banda sonora de Batman. Un disco que
en su momento entendí como un bache creativo, tras una década apabullante, pero
que pasado el tiempo hay que aceptar como el principio de su reencarnación en
ser mortal, simplemente. Tras pasar de largo nuestro país la de Sign of the
times y la fastuosa de Lovesexy, la de Nude tour fue la
primera la gira de Prince que llegó a España. Una gira más escueta, nos
contaron, tras el desmedido despliegue de la anterior. Más por la edición de Batman
que por el concierto, en 1990 comenzó a ser más o menos conocido Prince en
nuestro país, aunque jamás fue un superventas. Sus mejores discos, Purple
Rain, Around the world in a day o Sign of the times apenas
tuvieron repercusión aquí, esa es la realidad.
Y apareció Prince sobre el escenario, melena lisa al viento, agarrado a
una guitarra tan imposible como hortera –marca de la casa-, para repasar
durante más de dos horas su trayectoria hasta ese momento y adelantando algunos
temas de su inminente nuevo lp, Graffiti Bridge. Alucinante ese momento
en el que abandonó el piano para ejecutar el desmedido punteo hendriano
de A question of u. Punteo y concierto que podido recuperar en estos
días, con un sonido decente, gracias a la reedición de algunos de sus más
célebres conciertos, entre los que se incluye, casualidades del destino, el
celebrado el 22 de junio de 1990, 27 años ya, vaya tela marinera, en Madrid. Ha
sido emocionante recuperar ese concierto, que para mí sigue siendo un elemento
destacado de mi memoria, y que perdura con nitidez y asombro. Pero mientras lo
escuchaba de nuevo, casi sintiéndome otra vez, revival, en el Calderón
–qué pena que no fuera en el Bernabéu-... sigue leyendo en El Día de Córdoba.
martes, 4 de abril de 2017
TWD O CÓMO FASTIDIAR UN FINAL DE TEMPORADA
Pues eso, qué desastre el último capítulo de la séptima temporada de The Walking Dead. Pésimo e injustificable guión, irrisorias escenas de acción, efectos especiales de tercera división, ni Sasha pudo apagar el incendio...
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