sábado, 29 de octubre de 2016

CANTOS RODADOS

Debo de reconocer que me encantan los debates y hasta las trifulcas culturales, o culturetas, según el tono y modo que se adopten, ya sean públicas o privadas. Con mis amigos, por ejemplo, discuto sobre el mejor disco de The Cure, que pronto veremos en directo, sobre si Jarmusch evoluciona o se autogestiona, sobre los últimos trabajos, por llamarlos de algún modo, de Calamaro o sobre tal y cual libro o autor, sobre esas maravillosas series que devoramos, asuntos de temporada, y así todo. Supongo que son asuntos que importan poco, que no son prime time, pero que a mí y por suerte a muchísimos más, más de los que pensamos, nos importan, ya que forman parte de nuestras vidas. Somos legión, sí. Y es que yo no imagino una vida sin libros, sin canciones, sin películas. Me temo que tendría que calificarla de otro modo y que, como poco, sería mucho más aburrida y también tengo claro que mucho, muchísimo, más triste. Una vida con muy pocas vidas, o algo así. Por eso, me encanta, y disfruto, cada vez que las discusiones culturales escapan del ámbito de lo privado y alcanzan la notoriedad de lo público. Recientemente, Arturo Rico y Paco Pérez, o tal vez se traten de Paco Cervantes y Arturo Alatriste, se han liado a mamporros verbales por unos dineros, el mal uso del lenguaje de género o el ego de cada cual, escoja usted la respuesta que más le satisfaga. Egocentrista, dijo Moreno Bonilla, otro gran precursor de nuestro idioma. Casi retransmitida por entregas, los académicos de la Lengua han salvamizado tan insigne institución mostrándola bronca y desmedida, por momentos, aunque también más humana, a pesar de sus giros quijotescos y sus oratorias de otro tiempo. Acabaremos dándoles las gracias, pioneros a su estilo.
Aunque la gran polémica –cultural- de los últimos tiempos la encontramos en Suecia, ni más ni menos, con la reciente concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. ¡¿Bob Dylan?! Lluvia de críticas, memes, comparaciones y reflexiones de todos los colores y tamaños, para todos los gustos, del vinagre más avinagrado a la mermelada de frambuesa. Es curioso, que esta controversia, esta disputa no tuviera lugar cuando los premiados fueron Harold Pinter y el recientemente fallecido Darío Fo. Que levante la mano quien tenga libros de estos autores en casa y que, encima, los haya leído. El mismísimo Richard Ford, que por obra y talento lo merece, se preguntaba el otro día en Oviedo que si lo de Dylan no es Literatura, ¿qué lo es? Todo y nada. Entro en la discusión, pero desde el plano de que hay autores que lo merecen más que Dylan. O sea, por motivos puramente literarios, porque yo sí considero que es Literatura –musicada, pero Literatura- lo que nos ofrece. Hablemos de Pynchon, volvamos a Ford, Roth por supuesto, incluso de Auster, pero no tanto de Murakami, por mucho que las casas de apuesta lo alienten. Mantengo una relación bipolar con el autor japonés, lo aborrezco y lo admiro al mismo tiempo, como consecuencia de lo que considero una obra excesivamente irregular, sin uniformidad. Aunque hay que agradecerle, como a tantas otros autores, que por moda o por lo que sea haya empujado a la lectura a miles de nuevos lectores. Con tiempo, suerte y otras lecturas superarán la enfermedad.

A mí, particularmente, lo que más me alegra del Premio Nobel a Dylan es el reconocimiento expreso que se realiza por parte de la Academia Sueca, buque insignia de eso que nos presentan como “alta cultura”, del Rock como una expresión cultural más. Sí, que el Rock es cultura, claro que sí. Ya era hora, sí, ¡ya era hora! Ha costado, pero lo hemos conseguido. Hay que entenderlo como una constante en la Historia del Arte, tardamos, tardan los eruditos, en aceptar y asimilar las nuevas tendencias. Por esa regla de tres, Rubén Blades podría ganar el Cervantes, me preguntaron con sorna. Pues claro que sí, y hasta el Nobel, que también se premia la Literatura en español, acuérdese usted de Cela y Vargas Llosa, respondí. Parece que, tal y como canta Dylan en su mítica canción, todo se consigue si resistimos, si aguantamos, como un canto rodado. Pues vamos a ello, como salmones contra la corriente.

lunes, 17 de octubre de 2016

MANADA


Todavía no sé si es manada de animales, manada de cerdos, manada de sanguijuelas, manada de mierdas, manada de canallas o manada de cobardes, o un resumen de todo lo anterior, que también. Un poco mucho de todo. Piara puede que fuera mucho más apropiado, más explícito y concreto. Pero ellos optaron por manada, así que respetemos la nomenclatura, aunque estos sujetos no se merecen ningún tipo de respeto, ninguno. Lo que no me cabe duda es que se trata de una manada de delincuentes a los que les deseo una larga y penosa temporada en la cárcel, si las suposiciones y sospechas se confirman. El desgraciadamente ya popular grupo de WhatsApp denominado manada lo conformaban cinco individuos, algunos de ellos miembros de las fuerzas de seguridad del Estado -¿gente así vela por nosotros? ¡Miedo, pánico!-, que, según apuntan las pruebas encontradas hasta el momento, se dedicaban a drogar a mujeres a las que obligaban a realizar prácticas sexuales con todos los integrantes de la panda. Prácticas que estos sujetos, la verdad es que me cuesta calificarlos de este modo, grababan con sus teléfonos móviles, para luego compartir en su celebre grupo de WhatsApp. Grabaciones que les gustaba mantener en el tiempo, a modo de videoteca del horror y de la infamia, ellos supongo que por “hombría”, y que ha posibilitado descubrir que la violación colectiva perpetrada a una chica en Pamplona, durante la última fiesta de San Fermín, no es la única. El registro de los smartphones de los acusados ha mostrado una más que posible violación, similar en guión a la segunda, en la provincia de Córdoba, en la localidad de Pozoblanco, concretamente.
La historia es desoladora, repugnante, asquerosa, pero aún más que a la chica de Pozoblanco, supuestamente, nadie la creyese cuando decidió denunciar los hechos. Una situación que a mí, particularmente, me retrotrae a esa España funesta e impúdica, donde el cura y el sargento de la Guardia Civil eran las máximas autoridades y algo más. La moral. Esas autoridades intachables de las que nadie podía dudar lo más mínimo, por encima del mal y el bien. Parece que, en cierto modo, sigue siendo así, desgraciadamente, y es que ese “franquismo sociológico” que en más de una ocasión he mencionado y denunciado sigue estando muy presente en nuestra sociedad. Sin pretender comparar los casos, porque son incomparables, otra grabación de contenido sexual registrada por un teléfono móvil ha sido muy comentada en los últimos días. Como si tuvieran que superar esa leyenda que se le adjudica al torero Luis Miguel Dominguín tras supuestamente haber mantenido relaciones íntimas con las actriz Ava Gadner, a dónde vas, a contarlo... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 11 de octubre de 2016

CULTURA, ESA PALABRA


A este paso, todos los que nos dedicamos a esa cosa de las letras, de los cuadros, de las películas, ya saben ustedes de lo que les hablo, esos que hacemos cosas para entretener a la gente, con novelas, poemas, conciertos o edificios, acabaremos siendo una especie en extinción y como los últimos bisontes europeos acabaremos en un refugio. Por un módico precio, y hasta puede que gratis, ya puestos, se nos podrá contemplar, que no admirar, feos y deformados de puro aburrimiento, contagiados de rutina e ignorancia, desde la distancia, a través de un grueso cristal. Aislados, que no protegidos, no confundamos los términos. Vaya que nos reproduzcamos o, peor aún, que contagiemos al resto de la sociedad, con lo que ha costado domesticarla y encauzarla por el buen camino. Hasta puede que acabemos como los bisontes de la reserva valenciana de Valdeserrillas, envenenados y decapitados. Llevado al extremo el infalible método de Walking Dead para impedir la propagación de la pandemia zombi. Las palabras de Lorca, reivindicando pan y libros en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros, se difuminaron en la sibilina sonrisa de Wert, antes de perderse en asuntos de Estado en su prejubilación parisina de alto standing. En la capital francesa, entre cruasanes y queso azul, entre paseos por Montmartre y largas lecturas de Le Monde, disfruta de esa cosa que hacemos los que escribimos libros, o filmamos películas o pintamos cuadros, porque allí, a pesar de haber tenido y padecido una crisis económica similar, con su paro y sus impuestos, la palabra Cultura sigue existiendo. Aquí, en España, ya no.
Tras dejarla sin presupuesto, primero, a continuación procedieron a vaciarla de significado. ¿A quién le interesa? Termina la faena ese ministro de la cosa con sonoridad y estética aristocrática, que por algo es el noveno Barón de Claret, llamado Méndez de Vigo, que junto al inefable Montoro, emperador primero del asutericidio en primer grado, ejecutando la demolición de la cosa, con soltura y eficiencia, mientras el confeti se desparrama en la entrada de la Audiencia Nacional. Y es que compraron tantos y tantos kilos, Mato y su ex, el señor del Jaguar, que aún siguen alfombrando de confeti por donde pasan. Una primera estimación señala que los señores, personajes, damas y maleantes implicados en la conocida trama Gürtel se embolsaron más de mil millones de dinero público. Así, grosso modo, que ahí no está contabilizada la chatarrilla, los dame veinte mil euros por una campañita a cambio de una licencia y los prepara un seis por ciento si te quieres quedar con esa obra, no, hablamos de las grandes cifras. Retomo a Lorca, ese poeta que sigue mal enterrad... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 4 de octubre de 2016

PAREJAS TELEVISIVAS

¿Cuáles son los límites de la televisión o de determinados programas de televisión? ¿Sigue siendo "nutritiva", como proclamaba Aviador DRO, o ha pasado a ser destructiva? ¿A qué es debido esta abundancia?


Jamás podría haber imaginado Cupido que su profesión alcanzara tal dimensión, hasta el punto de convertirse en el entretenimiento favorito de millones de telespectadores. Las flechas se han transformado en ondas. Cosas que pasan, quién lo diría. San Valentín, ese santo envuelto entre corazones y cajas de bombones, dejará de tener sentido a este paso, para qué dedicar una fecha concreta al amor si el amor, o lo que sea eso, se ha colado en el prime time de nuestra rutina diaria. De la mañana a la noche. La mismísima Celestina ve peligrar su apodo, su trono, su definición, y es que los locutores de camisas horripilantes y peinados estratosféricos la cuestionan cada día, al otro lado del mando a distancia. Ni a los grandes clásicos se respeta ya. Si uno se asoma a la parrilla televisiva que las diferentes cadenas nos ofrecen cada día puede descubrir, sin necesidad de adentrarse en la jungla, que los programas cuyo fin es el que dos personas, normalmente de sexos opuestos, se emparejen abundan y proliferan como champiñones en un sótano. Y si además de tirar tejos, flirteo, ligoteo o como se llame eso, la palabra seducción me parece muy lejana en estos casos, hay greña, insultos, discusión tampoco es una palabra adecuada, me temo, mejor que mejor. Más gusta, más nos gusta, más audiencia, más tuits, más de todo, contratos, portadas –con o sin ropa-, más salas vips, cinco minutos de popularidad, que no de gloria, salvo que la gloria habite ahora en las entrañas del infierno.
Los programas a los que me refiero, no le voy dedicar espacio –ni tiempo- a recapitularlos, ya sabemos todos de lo que hablamos, aparte de horripilantes en estética, decorados, vestuarios, primarios en ideas, sin apenas guión, muy pobres en todos los sentidos, tengamos en cuenta que se tratan de programas de saldo, muy baratos de producir, si se comparan con cualquier otra producción televisiva, ofrecen, vitorean, encumbran una serie de comportamientos, modelos y situaciones que en ningún caso podemos entender como ni remotamente positivos, sino todo lo contrario. En primer lugar, en esos programas lo que tradicionalmente hemos conocido como educación se convierte o pasa a ser algo, cómo explicarlo, de escaso valor, o mejor, de ningún valor, porque no es que se devalúe, es que, simplemente, no existe. Y si a la mala o nula educación le sumamos que son programas que exhiben, y se vanaglorian de hacerlo, un machismo tan atroz como casposo, pues más motivos para reconciliarse o iniciarse en la lectura, entregarse a la cría de periquitos malayos o simplemente charlar con su pareja, familia o amigos. Cada día estoy más convencido de que la televisión debería contar con un código deontológico, de buenas prácticas, que exigiese un mínimo de calidad, y que el espacio o cadena que lo incumpliese pudiera ser sancionado y, por supuesto, no ser exhibido el producto denunciado. ¿El fin de la televisión? Me temo que esa frontera, la de la calidad y la ética en la televisión, hace tiempo que quedó muy atrás, y que regresar a la senda de lo razonable es una tarea que se me antoja más que complicada.
Pero el aspecto más nocivo... sigue leyendo en El Día de Córdoba