martes, 31 de enero de 2017

LA LA LAND


Después de lo leído en los últimos días, tanto por parte de reputados críticos cinematográficos, especialistas de todo y más, filósofos de las redes sociales y otros intelectuales de la más alta intelectualidad, supongo que casi rozo el analfabetismo cultural al afirmar que he disfrutado, mucho, viendo La La Land. Ya saben, esa película de moda, un musical, la de la pareja bajo la farola, que ha ganado la mayor cantidad de Globos de Oro que jamás se hayan concedido, a todos a los que estaba nominado y que va camino de hacerlo, igualmente, en los próximos premios Oscar, donde ha sido nominada para catorce modalidades. En estos días me he dado cuenta que a los premios de cine le sucede lo mismo que a los literarios, si los gana un colega o uno de mi cuerda me gustan, y si no es que son basura, escoria, están comprados y todas esas cosas que se dicen sin ningún tipo de pudor. En definitiva, lo del color del cristal en toda su dimensión. Hay quien argumenta, para descalificar la película de la que nos ocupamos, que secuencias musicadas y bailadas, parecidas más o menos, ya se han dado a lo largo de la historia del cine, y se quedan tan panchos. Pues claro, pues claro. Defina homenaje. Por esa regla de tres, no vuelva a comprar una novela en su vida, con leer tres de Balzac le vale; ¿para qué volver a ir al cine después de John Ford y Hitchcock?, que ya nos han contado todas las historias de amor, ambición, celos o traición posibles. Que no hagan más películas, por favor, valiente desperdicio, que ya está todo filmado, todo. Pues claro que hay referencias, multitud y no hay que ser un especialista en la materia para descubrirlas, y hasta muy descarados y evidentes homenajes, claro que sí, pero es que yo no conozco un creador, me da igual la disciplina, que construya su obra a partir de la nada. Y si lo hay, es un auténtico ignorante, además de la persona con menos inquietud que podamos encontrar. Una ameba cultural.
También hay quien dice que es un extenso e interminable videoclip, que más que un insulto me parece un elogio, no nos olvidemos que se trata de un musical, una película musical. Vaya, con lo que se elogió esa estética en los primeros y grandiosos títulos de Ridley Scott o de Nolan, por ejemplo, entre otros muchos, y ya no molan, ya no gustan, ya es una cosa de mal gusto, de baja intensidad cultural. Ahí dejo el término para que alguien se devane los sesos: alta (y baja) intensidad cultural. No se queme, que la vida es corta. Otra crítica que he leído, de una gran y alta intensidad cultural, insisto, es que se trata de una película ñoña. Sí, eso, así, y lo dicen tal cual: ñoña. Defina ñoña. ¿Y si lo que usted considera ñoño yo lo considero romántico, y viceversa? ¿Tiene el amor, el enamoramiento, un componente ñoño? Definamos amor, definamos enamoramiento. Qué bello es vivir, Memorias de África o Casablanca, Audrey Hepburn de mis amores, mi idolatrada Jane Austen, qué hicisteis, no tenéis sitio en este mundo sin emociones, donde todo tiene que ser blanco o negro, todo abrupto y seco, rugoso... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

martes, 24 de enero de 2017

FRÍO


Inocente de mí creí que 2016 había sido esa trituradora de malas noticias, malos rollos, tiempos paralizados, desgracias varias, para dar paso a un 2017 reluciente y brillante, repleto de buenas nuevas, de principio a fin. Inocente de mí, ya ves tú, peor no ha podido comenzar el año. Pero no me repito, no lo repito, que el dolor cuenta con su propia eco y no necesita que lo nombre para que vuelva, y vuelva, como ese ajo que te hace odiar el salmorejo en verano, con lo rico que está. Y para colmo nos llega esta ola de frío siberiano, sahariano cuando hablamos del calor del verano, esa rimas aprendidas, que no está dejando las narices enrojecidas, y al borde de la congelación, y las orejas caramelizadas. Esta ola de frío con el rostro de Donald Trump, con el aliento de Putin, con el peinado de Rajoy, con la mirada de May, con la intensidad de esa China que contemplamos desde los más profundo del precipicio, como a ese temor amenazante en un cuento infantil. Quisimos que 2016 fuera la purga, la trituradora, la caldera en la que congregar y resumir todos nuestros infiernos, pero el infierno tiene combustible para rato, y lo demuestra en este 2017, en el que se sigue sintiendo cómodo como si todos los años fueran el mismo año. Tal vez en el infierno todos los años sean el mismo año y que seamos nosotros los que nos inventamos nuevos años en los que pretendemos o soñamos o fingimos ser otros, o por lo menos diferentes. Con el frío, y con el calor, curiosamente, nos sucede todo lo contrario, es nuevo, diferente, más intenso, más húmedo, más seco, más puñetero, más lo que sea, que el del pasado año, como si no tuviéramos memoria para la temperatura, o como si el frío, o el calor, nos provocaran una fuerte y repentina amnesia. O puede que muten, que cuenten con esa capacidad que nosotros no tenemos. Seguro que no, quiero creer que no.
Aparte de los memes, las cadenas y los blancos muñecos con nariz de zanahoria, esta ola de frío nos trae esa expresión que nos debería avergonzar como sociedad: pobreza energética. Pobreza que, como ya he contado alguna vez, forma parte de una pobreza mucho más amplia y que nos roza nada más que alarguemos la mano una cuarta, la pobreza invisible. Está ahí, al otro lado del tabique, aunque no queramos verla. Y es que cuando los extremos crecen y campean a sus anchas los más vulnerables son los primeros en padecerlos. Hoy día, está ocurriendo, se puede ser vulnerable o desigual por multitud de motivos, pero que el principal motivo siga siendo el económico me parece de una injusticia y vileza social intolerable. Pero lo toleramos, ya lo creo, mientras que la luz que indica “on” en nuestra casa se siga iluminando. Nos sentiremos a salvo. Eso sí, tire de electricidad con mesura y cabeza, que coincidiendo con la ola de frío le han metido una subida de aúpa al precio de la electricidad. Pero ha sido por casualidad, que en realidad no querían (léase con ironía, claro). Sonido de caja. Así vamos y así nos va, y yo que creía que 2017 iba a ser una balsa de aceite, de Baena, bueno bueno, tras el Brexit, Trump, Corea y más años de Rajoy, y no, que la cosa sigue de la misma manera y forma, chispa más o menos, y sin visos de cambio, al menos de forma inminente... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 16 de enero de 2017

NACHO

Estamos condenados a vivir 
entre los cauces secos de los ríos. 
Nacho Montoto.

Los cantantes de los grupos indies sueñan con parecerse a Nacho, y nadie luce unas Converse o unos pantalones verdes como Nacho, y luego se ríe cuando le digo que es un vetustamorla. No estamos todos, aquí falta gente. Si narrase en una novela todas las circunstancias que rodean el fallecimiento de Nacho Montoto se me tildaría de escritor tétrico, absolutamente alejado de la realidad, ya que sería muy difícil encontrar un lector que creyese lo que le estaba contando. Tanto dolor, tanta tragedia no es posible, no cabe en tan breve espacio de tiempo. Tendemos a no creernos las casualidades, las malas y trágicas casualidades. Y ocurren, aunque las neguemos. De hecho, yo sigo creyendo que todo es producto de la imaginación, y hasta de la locura, colectiva, que se trata de una mala pesadilla. Sigo creyendo que mañana despertaré con un nuevo mensaje o tuit suyo. Nachito, que no me des más la tabarra con los árbitros, que estás muy pesado. Por eso, yo no quiero hablar del Nachete que –dicen- ya no está. Obvio el pasado, me miento, obvio el dolor, me anestesio premeditadamente. Vamos a hablar de vida, de amistad, de luz, de energía, de todo eso que representa Nacho Montoto. Y aunque siga siendo temprano, sonidos y olores de cafeteras, perdone la inconsciencia, brindemos por él, por la vida, por la amistad. Nacho es muy de celebrar, de brindar, recuerdo alguna presentación libresca en la que lo hemos hecho. Y es mucho de reír, de abrazar, de besar, de no contener la emoción cuando se siente entre amigos, querido. Hoy toca hablar de la vida, de la presente, de la que está por llegar.
En Nachito tengo uno de los mayores fan que recuerdo, y le ruego que perdone esta falta de humildad, pero necesito compartirlo. No te pases, le digo yo, cuando relata mis proezas al recién presentado. Tardé en darme cuenta, forma parte de su amor por la Literatura. De una generación superior, me solía llamar su “hermano mayor”, fui uno de los primeros escritores que conoció y esa primera sensación siempre ha permanecido en su interior. Respeto, cariño, amistad, admiración, obviamente mutua, esos son los ingredientes de esta combinación que ahora me cuesta tanto describir. Y mucha generosidad, infinita. Nachete, no te pases, que luego no es para tanto, le digo yo, y él trata de convencerme de tal o cual libro que anda leyendo. Habla de libros y de autores con la pasión del que defiende a su equipo en la barra del bar. Que podemos ser cualquiera de los dos los que defendemos a nuestros equipos en la barra del bar, por otra parte. A pesar de los colores, somos respetuosos, aunque a mí me encanta pincharlo y picarlo, y él sabe que lo consigo. Yo quiero siempre que el Atlético llegue a las finales, le digo, y Nachito gesticula una sonrisa que intenta ser malvada pero que no le sale. No sabe, ni fingiendo. Y no, no voy a hablar de los poemas que nos perdemos, de la ternura que desprende, de lo que supone ser su amigo, porque sigo sin creerme nada de lo que me cuentan, aunque lo haya visto con mis propios ojos. Tampoco voy a hablar de su energía, de su curiosidad, de su capacidad, de su talento, porque están ahí, muy presentes. No voy a repetir el título de sus libros: búsquelos en las librerías y en las bibliotecas; léalo, de principio a fin. Nachete, vaya Cosmopoética chula te has currado con el Dobla; no ha estado mal, me respondió entre sonrisas.
Hablar de Nacho, con Nacho, es hablar de Gala, y de Teo y de Pepe, que muy pronto abrirá los ojos. Es hablar de amor, y de vida, de mucha vida, de pura vida. Es hablar de fuerza, de energía, me repito, lo sé, pero es que hay mucha. Lo sabes, Gala, la tienes. Leo de nuevo el tuit, aquí, claro, sigue estando aquí, muy cerca, lo veo en la grada, frente a la pantalla, en Lisboa, Milán o Madrid. Con un libro en las manos, con bufanda, como un Byron 2.0, con esos pantalones verdes, rojos o azulones que luce como nadie. Esta noche la luz aguarda entre nosotros a la espera de que alguien la tome entre sus manos y se transforme en faro que guíe el buen camino. Y que suene la música, que nunca deje de sonar. 

martes, 10 de enero de 2017

LEIA

Se hacía llamar Leia en nuestros juegos. Leia Organa, para ser más precisos. Un nombre que sonaba a romance galáctico, a balada espacial, a cantar de gesta del futuro. Luis Alberto de Cuenca.

Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme, pero sé que ocurrió. No sé dónde. En galaxias improbables, difusas. Acaso en mi cerebro tan sólo. No recuerdo ni el tiempo ni el lugar, pero pasó. Me costó mucho, muchísimo, contarle la terrible noticia a mi hijo, que había estado pendiente de los periódicos tras el infarto padecido en pleno vuelo. A pesar de que solo cuenta con 11 años, de que solo ha vivido conscientemente el estreno de las dos últimas entregas de la saga, mi hijo es un seguidor/fanático/especialista/fan de Star Wars. Hasta límites que me costaría mucho tiempo y espacio poder explicar. Han Solo, Luke, R2-D2 o Leia Organa, claro, ya forman parte de su breve, aunque intensa, educación cultural y emocional. Ha visto las películas en decenas de ocasiones, repite de memoria buena parte de los diálogos, domina a la perfección las relaciones familiares que existen entre los personajes, y no tiene ese embrollo mental de los que comenzamos por el capítulo 4. Capítulo que para él no se titula La guerra de las galaxias, como todos la conocimos, sino Una nueva esperanza, que es su título real. Isra se pasa las horas conversando/compitiendo con mi amigo Manolo sobre aspectos de las películas. ¿Capítulos con nieve? Pregunta uno, y responde el otro. ¿En cuántos aparece la Estrella de la Muerte? Pregunta el otro y responde el uno, y así con dos mil preguntas más, algunas de tal dificultad y rareza que soy incapaz de reproducir. Reconozco que disfruté casi tanto como ellos escuchándolos hablar, discutir, sorprenderse durante la proyección de The Rogue One, esa entrega sin numerar de la celebérrima serie galáctica. Saltaban, se emocionaban, yo también lo hacía, lo reconozco, y hasta rozaron el éxtasis cuando Leía, rejuvenecida a base de látex y efectos especiales, protagonizaba un brevísimo cameo. Una chica muy pálida venía de algún astro a jugar en tu sueño contigo: era tu amiga, la que se fue de viaje por el cielo, y volvía para no abandonarte nunca más.
En otras condiciones, lo que acabo de desvelar sería digno de multa o sanción, pero a estas alturas, consecuencia directa de su fallecimiento, ya todo el mundo sabe que la Princesa Leia, Carrie Fisher, aparece en la última entrega de la saga, lo han contado todos los periódicos. Spoiler, dicen los modernos. Sin caer en la coleccionista ilustración de mi hijo, reconozco que la muerte de la Princesa Leia me rozó por dentro, ya que ocupaba un lugar muy destacado en el, gozoso y desordenado, almacén de mi memoria infantil. Tengamos en cuenta, además, que fue un personaje icónico, simbólico en muchos aspectos, una aventajada a su tiempo, en cierto modo. Acostumbrados, como estábamos, a princesas alicaídas y sumisas, entregadas a las decisiones de los otros, y siempre hombres, Leia era y siempre será una princesa rebelde, que luchó por escapar de la dictadura de las fuerzas del mal, con láser en mano, si era necesario. Y lo hizo en un mundo, aunque ficticio, tremendamente masculinizado, colmado de buenos y malos, muy malos, protagonizados siempre por hombres. El que, a pesar de todo esto, Leia deslumbrara y... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 3 de enero de 2017

LO INTENTAREMOS


No nos olvidemos de los ejercicios para nuestra mente y espíritu, que son tan importantes como los corporales. Mens sana in corpore sano.
 
Estoy recopilando, con esmero y dedicación, con infinita paciencia, todas esas recomendaciones, consejos o prácticas de hábitos de vida saludable que nos conducen a una vida más sana y, por tanto, extensa. Las velas en la tarta se acumulan, comienzo a verle las orejas al lobo y hay que empezar a plantearse esto, lo que sea y lo que dure, de otra manera. Ya sabe, nuevo año, vida nueva, propósitos y enmiendas, todas esas cosas que se dicen por estas fechas y que raramente cumplimos. Pero que yo este año que comienza voy a cumplir, sí, esa es mi propuesta, el eslogan de mi campaña electoral y como poco lo voy a intentar, claro que sí, con ahínco y decisión, con todas mis ganas. Ya he recorrido camino, empinado y arenoso, muy jodido, que cumplo siete meses sin fumar, que se dice pronto, que lo dice un fumador gozoso de serlo, que sigo soñando con humo y cigarrillos, que tengo más monos que una reserva africana, y es que es más dura y profunda la adicción de lo que podemos llegar a imaginar, que el que la ha sufrido o sufre sabe de lo que hablo. Superada o muy superada esta prueba, sigamos con las otras. Dicen que es recomendable beber dos litros de agua al día, que te limpian y purifican, dicen que el té blanco nos rejuvenece, que con medio litro es bastante, dicen que una cerveza al día es sinónimo de salud, que una copa de tinto es más que recomendable y que otra de güisqui es esencial para nuestro corazón. Zumo, no nos podemos olvidar, de naranja y de granada, combinando vitaminas y efectos antioxidantes. También he leído de los componentes positivos del café, que hay que tomar un par de ellos al día, como poco, que es fenomenal para nuestro estómago. Si sumo todas las bebidas, me salen cuatro o cinco litros diarios, y no cuento los meses de verano, donde se recomienda la ingesta de gazpacho, que es un aporte vitamínico de primer nivel. Lo intentaremos.

Ahora anotemos los alimentos. Hay que tener muy en cuenta los de temporada, eso siempre, pero hay que compaginarlos con ciertas reglas. Por ejemplo, comenzar el día con un poquito de magnesio y calcio, que nuestros huesos nos lo agradecerán, Plantaben, para el tránsito intestinal, bayas de goji, que tienen no sé cuántas propiedades y semillas de chia, que es la última moda; legumbres tres veces a la semana, dos veces pescado, verdura y fruta todos los días, cinco piezas es lo recomendable, sobre todo entre horas. Solo un día de carne, una rebanada de pan cada mañana, miel, nada de azúcar, sal la justa, y qué más, seguro que se me olvida algo, que son muchas las recomendaciones y los alimentos que nos benefician –y hasta nos eternizan-. El kiwi en ayunas, que no falte, que no se nos olvide. Por supuesto, aceite de oliva en vena, pasta sin miedo, reducción progresiva de lácteos y demás grasas. Un puñadito de frutos secos, fundamental. Seguro que me dejo algo en el tintero o, mejor, en el súper, pero es que me queda mucho por enumerar. Prosigamos por la actividad física, media hora de bicicleta todos los días, lo mismo de andar ligero, que dicen es el mejor deporte y un par de días de natación; el yoga nos va a venir de maravilla, que aprenderemos a relajarnos... sigue leyendo en El Día de Córdoba