viernes, 21 de septiembre de 2012

MASTURBACIÓN

Busco la palabra en el diccionario, vaya que estuviera equivocado, y me encuentro con la siguiente definición: Estimulación de los órganos genitales o de zonas erógenas con la mano o por otro medio para proporcionar goce sexual. Así, de entrada, que la Academia tiene normalmente su puntito añejo –soy suave-, no parece nada raro, tampoco grave o anormal. Es más, yo diría que es de lo más –y más- habitual. Si uno es obtuso, que hay de todo en la cuadra, se le puede dar vueltas a lo de “por otro medio”, porque hay ya sí que caben interpretaciones, ensoñaciones, pudores y hasta calentones varios, según la obtusidad de cada cual, eso ya no entro a valorarlo. Entendiendo la masturbación como algo habitual, cotidiano y, sobre todo, normal, muy normal –si escribo “frecuente” seguro que se le escapa una sonrisilla-, menos puedo entender la que se ha montado en esta España nuestra con el caso de Olvido Hormigos, concejal en el ayuntamiento de Los Yébenes. De tal escala y dimensión que llegó a eclipsar la tristeza menguante y absurda de Cristiano, el hachazo implacable de Contador y, sobre todo, la visita de Angela Merkel a nuestro país, esa diva de los mercados, los recortes y la austeridad como esencia natural e innata del ser humano. El vídeo de Olvido ha podido con todo y todos, durante varios días se convirtió en el TT de todas las redes sociales de nuestro país, y no sólo me refiero a las tecnológicas, que todavía las barras de bar y las colas –de lo que sean- están por encima en cuanto a número de usuarios –y velocidad de propagación-. Ni usted ni yo hemos visto el vídeo de Olvido Hormigos, faltaría más, aunque la página web que aún lo aloja –o alojaba- indique que son ya casi un millón de usuarios los que lo han visualizado. Seguro que el 95% de estos visitantes virtuales son extranjeros o de cualquier otro planeta del Universo, que a los españoles estas cosas no nos interesan –modo ironía.
Si este artículo tuviera otro título, reproduciendo cualquiera de las otras “denominaciones” populares de la masturbación, no me cabe de que captaría la atención de más lectores. Créame. Si a esto le unimos que el vídeo de marras estuviera protagonizado por una mujer y, además, política, podemos llegar a entender el revuelo que se ha montado. Yo, al menos, entiendo este masivo interés desde la más profunda tristeza. No hablo de decepción, porque tampoco me ha sorprendido. Qué lejos aún estamos de conformar una sociedad igualitaria, en su sentido más esencial. Porque queramos o no, nos guste más o menos aceptarlo, seguimos siendo un país terrible y soporíferamente morboso. Nos regodeamos en el morbo, lo disfrutamos, nos encanta comentarlo y compartirlo. Y lo que es peor aún, nos encantar catalogar y juzgar moral y éticamente el comportamiento de los demás, siendo, como siempre, muchos más complacientes y transigentes con las acciones de los hombres que con las de las mujeres, a las cuales les seguimos permitiendo muy poco. Si uno se detiene un instante a pensarlo, puede que tengamos mejor concepto de ellas, de las mujeres, de ahí que nuestra exigencia sea más alta, mientras que con los hombres somos más permisivos, ya que somos conscientes de todas las “taras” que traemos de fábrica. Pero no, sólo se trata de una explicación simplista y miope, no seamos tan complacientes, es simplemente porque seguimos siendo un país y una sociedad absolutamente machista.
Nos puede gustar más o menos, la podemos entender o no, eso es lo de menos, la realidad es que Olvido Hormigos ha sufrido un multitudinaria intromisión en su vida privada, de su intimidad, con todo lo que esto acarrea. Hablemos de vejación, de escarnio público, de chistes grotescos, de rumorología desmadrada, de calificativos humillantes y facilones, de rancia e hipócrita moralina, hablemos de todo eso y de mucho más, que todo cabe, pero casi nada vale. Hablemos de esa España que hurga en los rincones de los dormitorios, que sigue tratando de colarse sin permiso bajo las faldas, que confía más en el chisme que en la certeza y que deambula entre la hipocresía y la aceptación pública. Insisto, el caso de Olvido Hormigos ha alcanzado semejantes proporciones porque, en primer lugar, es mujer, porque se trata de un contenido sexual y porque es política. Una mujer que se masturba y que lo graba, encima, pero cómo es posible, cuántos gritos silenciados en las últimas semanas. Una vez más hemos vuelto a demostrar que en determinados asuntos seguimos siendo un país mojigato, que no hemos superado nuestros “traumas” y/o “tabúes” sobre el sexo, y mucho menos cuando estos los protagoniza una mujer -¡y política!-. Un capítulo más de esa novela negra española que nunca hemos dejado de escribir –y leer. 

El Día de Córdoba

jueves, 20 de septiembre de 2012

DELGADOS


Puede comenzar como un juego, casi como una competición, con sus propias reglas. Un día el reto es consumir menos de 700 calorías entre todas las comidas. No vale vomitar, eso se penaliza. Pasados los meses, con el debido entrenamiento, casi rozando la inanición, las 700 calorías se ingieren en todo un fin de semana. Cada vez es más complicado encontrar ropa de nuestra talla, menos mal que la sección infantil nos ofrece variadas y coloristas posibilidades. Nada de 36, tampoco la S vale. El objetivo está cada vez más cerca, aunque también esté cada vez más lejos. No hay meta. Esto que puede entenderse como una broma macabra, como algo imposible, forma parte de los mensajes que se pueden encontrar en decenas de páginas webs, blogs y en centenares de comentarios en las redes sociales. La anorexia y la bulimia campean a sus anchas, con una familiaridad pasmosa, sin entenderse en infinidad de casos como graves enfermedades que pueden acabar con nuestra vida. En multitud de publicaciones, por ejemplo, los términos anoréxica o anoréxico se emplean como adjetivos positivos, como medallas conquistadas por méritos propios, que ponen en valor a la persona que padece esta enfermedad. Enfermedad de la que es realmente complicado escapar, que destroza vidas individuales y familias enteras, y que cabría entenderse como la expresión más atroz y desmesurada que nos ha impuesto la sociedad actual. Queremos ser y estar delgados, y no sólo por una cuestión de equilibrio y, sobre todo, de salud, queremos estarlo por seguir el canon imperante. Canon que se deforma en las mentes de quienes padecen estas enfermedades, hasta reducirlo hasta límites insospechados. Porque quien padece anorexia, por ejemplo, siempre se contempla como una persona obesa mientras que envidia por su delgadez a los que le rodean, aunque esta delgadez sólo sea producto de su imaginación. El culto al cuerpo, que es la gran religión que cuenta con más seguidores en la actualidad, ha desarrollado un sinfín de perversiones y enfermedades muy complicadas de tratar y, sobre todo, muy complicadas de prevenir.
El dependiente de una conocida tienda de ropa se me acercó y, con un gesto entre burlesco y despiadado, me dijo que no siguiera buscando, que no iba a encontrar nada de mi talla, que buscara en otro lugar. Hace unos años decidí dejar de fumar, y yo no sé si impulsado por la ansiedad o por cumplir con la tópica leyenda, pero la realidad es que llegué a pesar unos veinticinco kilos más de los que hoy peso. El día que descubrí, casi por casualidad, como  la aguja de la báscula marcaba 106 kilos entendí que debía ponerle freno a la situación. Durante ese tiempo pude comprobar en mi pellejo el recelo, casi el desprecio y burla con las que tratamos a las personas con problemas de obesidad o, simplemente, con unos cuantos kilos de más. Tal vez, en otras circunstancias, más joven, frágil por cualquiera de los avatares de esta vida, yo también podría haber caído en las trampas de estas enfermedades. La infancia, que es una etapa maravillosa, también cuenta con su lado cruel, que el gordito o gordita de la clase padece y sufre. Hagamos memoria, seguro que recuperamos algún ejemplo concreto. En cierto modo, somos culpables pasivos, podríamos decirlo así, ya que entre todos hemos permitido y oficializado la delgadez como máxima expresión de la belleza. Una realidad que padecen con mayor intensidad, como tantas otras circunstancias, las mujeres, cuyo prototipo aún se encuentra más delimitado que el de los hombres.
Si uno repasa cualquier estantería de un supermercado o se detiene un instante a contemplar los anuncios publicitarios, podrá comprobar como nos ofrecen una gran cantidad de alimentos sin grasas, que supuestamente no nos engordan, y que suelen ser publicitados habitualmente por chicas muy jóvenes de gimnástica y delgada silueta. Come esta galleta de 35 calorías y podrás tener un cuerpo parecido al mío. Tal vez la anorexia o la bulimia tengan en estos anuncios su caldo de cultivo, o puede que se remonte a esas risitas o desprecios de la época escolar, o tal vez la chispa prendió en una tienda de ropa, al no encontrar la talla adecuada, abrumado por la XXL. Hasta puede que la semilla se plante en un blog o en un comentario en las redes sociales. En cualquier caso, son muchos y diversos los anzuelos que nos encontramos y demasiadas las bocas, abiertas de par en par, dispuestas a morderlos, especialmente por parte de los más jóvenes. Seguramente la solución, como casi siempre, se encuentre en la mitad, en el equilibrio entre la prudencia y la estética, entre el cuidado y la obsesión, entre la personalidad y la imitación, y entre la salud y la enfermedad.

El Día de Córdoba 

martes, 11 de septiembre de 2012

DE VUELTA



Y llegó septiembre. Septiembre de mis amores y de mis odios más profundos. Ese mes que marca la frontera entre los años, las temporadas y los quehaceres, en su versión más generalista. Puede comenzar una colección con los abanicos más exclusivos y modernos que se imagina, en cómodos plazos, multitud de colores, le quedara bien con ese vestido que se compró para la boda de su primo o para ese traje que tiene guardado en el armario empotrado, esa es la idea. También puede hacerse, en versión miniatura, que no habría garaje que lo aguantara a tamaño real, con la colección de motos de Valentino Rossi. Pronto veremos una colección con los guantes de Casillas, los bidones de agua de Contador y con los tuits de Gasol, porque todo se puede coleccionar, todo –hasta eso que se le ha venido a la cabeza en este preciso momento-. Acuérdese de esa colección de cajas de cerillas, o de billetes de metro o de entradas de conciertos que un día, escondidos en una caja de carne de membrillo de Puente Genil, recuperó en una limpieza intensiva. Puede que esa limpieza tuviera lugar en septiembre, que es un mes muy dado a remover cosas y hábitos, a limpiar en definitiva. Aunque, si lo piensa un instante, removemos más cosas que hábitos, ya que nos es más fácil variar el decorado que nosotros mismos, que estamos más instalados (y plegados) en nuestras cosas. Pues sí, hemos llegado a septiembre, que este año es más septiembre que nunca, porque entre todos hemos gestado y asumido que este septiembre es el del gran batacazo, el del cataplum, el del gran hundimiento, el del rescate entre los rescates –los violinistas ya dejaron de tocar en este Titanic sin tesoro en la bodega-. Amputaremos la pierna sana que nos queda y nos sentiremos satisfechos, porque el corazón seguirá latiendo, aunque ya no tenga miembros que alimentar. Nos diremos: demasiado bien estamos para la que está cayendo, y a soñar con otro septiembre tras un agosto con ración de sardinas y tres cervecitas fresquitas –con su IVA correspondiente- en el chiringuito de los últimos años. Y que la próxima visita de la Merkel sea para comerse una paella en un chiringuito de Fuengirola.
En este septiembre ya no tenemos derecho a tener síndrome postvacacional –tampoco postvocacional- cuando nos vayamos incorporando a nuestro puesto de trabajo, eso ya pasó a la historia, y emplearemos doscientas coletillas en explicarlo, porque el trabajo es un artículo de lujo, sólo al alcance de unos cuantos elegidos, sin derecho a protesta. Ay Cristiano, con lo bueno que eres y qué mal mes has escogido para expulsar esa tristeza tuya tan relativa. ¡Jugando en el Madrid!, dijo uno, ¡con lo que gana!, dijo otro, ¡y con esa novia!, remató un tercero. En septiembre retomamos nuestra relación con la báscula y la economía –a escala de loseta-, contamos las calorías, los cigarrillos, los gramos de jamón york en la oferta del supermercado, los diez céntimos de vuelta. Imposible no recordar a Sánchez Gordillo, casualmente, de nuevo, otra vez, estrella mediática en el pasado agosto. Lo hemos tenido por Córdoba, con ese aspecto entre el Risitas y un turista de Arkansas en la Costa Brava, y muchos han querido ver una luz de esperanza en la negrura del drama. Y a su lado Cañamero, ese Bakunin con gesto de torero retirado, lanzando sus proclamas tan vaporosas como inocuas. Si tenemos que resolver nuestras problemas asaltando/ocupando supermercados es porque nuestra sociedad ha fracasado en todo, y yo pretendo y creo en otro tipo de sociedad. Y es posible, claro que sí, sin que la cajera llore desconsolada en una esquina.
Córdoba y su peor inquilino posible están siendo grandes protagonistas en este septiembre de regresos, pero ya no quiero recordar su nombre ni resucitar su horror. Si fuera dinero no tendría cabida ni en ese “banco malo” que nos anuncian como un gran éxito contable. Qué pena. Y nosotros, comunes mortales, pagando hipotecas a 30 años. Reconversión en
septiembre, basta realizar un breve estudio sociológico en los contenedores de la basura para saber  de lo que nos desprendemos y lo que adquirimos, con el entusiasmo de eternizar en nuestras vidas. Cuidado con las agujetas, que hacen mella en los primerizos y pueden frenar nuestra euforia. No hay septiembre sin sus exámenes –terribles recuerdos- y sin su vuelta al cole y sus anuncios con niños rubitos y bien criados, como sacados de una academia sueca. Septiembre y su Velá, recuperemos esa leyenda del caimán que ya tan pocos recuerdan. De vuelta ya, de todo o nada. Sí, definitivamente, es septiembre, puede que sea el momento. ¿Para qué? Escriba en su diario de sueños –por cumplir- el reto y dispóngase a lograrlo. Es posible.

El Día de Córdoba