miércoles, 29 de abril de 2015

EL ÁNGEL CAÍDO

Lo recuerdo perfectamente, como si hubiera sucedido esta misma mañana. Yo creía que se trataba de una estrella del rock, de un célebre actor de cine, de una figura de toreo tal vez, pero no, el que entraba en la facultad era Rodrigo Rato. Cientos de jóvenes se arremolinaban a su alrededor, tratando de tocarlo, apenas un roce, como a ese mesías que nos conducirá al paraíso. Muchos de los chicos se esforzaban en vestir como Rato, modelo en todo; algunas chicas sonreían emocionadas, “es muy atractivo”, decían. Lo escuché, sí, lo decían. Muchos de esos chicos, años antes, o puede que fueran sus hermanos mayores, se arremolinaban alrededor de Mario Conde, que durante años fue el ‘hombre’, el sueño de carne y hueso, la aspiración de tantos. Cuando José María Aznar, en ese alarde suyo de democracia interna, tuvo que elegir a su sucesor, muchos no entendieron su decisión. El dedo que todo lo podía, el dedo que nos abrió las puertas de la guerra, señaló hacia Mariano Rajoy, ese apóstol irónico y despistado que cotizaba a la baja en las casas de apuestas. Siguiendo esa vieja y envenenada estrategia política, la patada para arriba llevó a Rato hasta el FMI, un supuesto puesto de responsabilidad internacional. Había que expulsar al gallo del que tendría que haber sido su corral, nadie podía hacer sombra al elegido. Durante años, Rato fue el gran ausente añorado, el único capaz de recomponer las piezas y devolver el poder a los populares. Como una espada de Damocles, se balanceó, pendenciero y amenazante, sobre la cabeza de Mariano, que solo pudo abrir las puertas de la Moncloa cuando esta maldita crisis lo barrió todo, y a Zapatero en primer lugar.
Regresó Rodrigo Rato a España cuando la pelea ya había concluido, cuando su dorsal de gallo de pelea se perdió en las urnas. Y quisieron que fuera la bandera de esa España de bonanza y prosperidad que nadie se cree, y que los frigoríficos y las alacenas maldicen desde su realismo trágico. Lo recordamos repicando la campana, cuando Bankia era la gran caja entre las cajas y bancos, porque él era el único capaz de obrar el milagro, y hasta de devorar al todopoderoso Botín si se ponía por delante. Seguía siendo el reputado economista, el infalible estadista, a pesar de que no fue capaz de adelantarnos ni el primer suspiro de ese huracán, que nos han vendido como crisis, y que lo ha arrasado casi todo. Pero el milagro de Bankia se convirtió en la gran pesadilla, y a dúo con Barcenas nos contaron y cantaron este tango terrible y macabro... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

domingo, 26 de abril de 2015

PAN Y CIELO, JUAN COBOS WILKINS

La editorial La Isla de Siltolá, que en los últimos años ha conseguido contar con su propio espacio en la geografía poética nacional, estrena su colección de narrativa con la nueva novela de Juan Cobos Wilkins, Pan y cielo. Lo que nos empuja a pensar que la editorial va a mantener en prosa el rigor y acierto que le ha caracterizado en su ya amplio y selecto catálogo poético. Cobos Wilkins ha demostrado a lo largo de su ya dilatada trayectoria que se trata de un autor que se adapta perfectamente a los diferentes géneros en los que se adentra, consiguiendo que su personalísima voz permanezca siempre presente, pero desde el dominio de las herramientas e imágenes adecuadas en cada momento. No es, en definitiva, uno de esos narradores que se empeñan en exhibir en cada frase su vertiente poética, lo que propicia una narrativa bella, empalagosa a ratos, pero carente de historia, la mayoría de las ocasiones.
En sus anteriores novelas, Cobos Wilkins se ha detenido en momentos concretos de la historia, la cruenta revolución minera de Riotinto, el denominadoaño de los tiros’, en El corazón de la tierra, y el terrorífico submundo de las prisiones franquistas en El mar invisible, por ejemplo, y ha sido respetuoso y consecuente con el tono escogido a la hora de abordar las citadas narraciones. En Pan y cielo, sin embargo, a pesar de partir igualmente de un hecho histórico, el autor onubense da libertad a personajes y trama para recrear un universo metafórico, simbólico, plagado de referencias cinematográficas y pictóricas, que funciona como un coro de voces perfectamente ensambladas y afinadas.
Situaciones y personajes que se han divertido a sus anchas, de la misma manera que el autor, intuyo, propiciando que la ironía y el sentido del humor se expandan como gas contagioso a lo largo del texto. En este sentido, podemos entender Pan y cielo como una extrañeza en la producción literaria de Cobos Wilkins, o de un nuevo camino iniciado, más contemporáneo en todos sus parámetros. Una obra en la que destacan los diálogos, repletos de inteligencia y naturalidad, y que definen a la perfección a los personajes que por la novela desfilan.

Como indicaba, Pan y cielo parte de un hecho tan cierto como estrambótico: la afiliación de San Antonio Abad, patrón de la localidad onubense de Trigueros, al sindicato UGT, con el objeto de poder celebrar su procesión anual, respetando el mandato gubernativo. Una anécdota que Cobos Wilkins aprovecha para trazar una silueta de aquella España, pero también de la actual, bipolar en muchos de sus aspectos, irreconciliable en cuestiones fundamentales, tendente a la fricción y al desencuentro. Pan y cielo, desde su simbólica coralidad, cabe entenderse como una reflexión sobre la concordia, sobre la necesidad de buscar y encontrar pacíficos puntos intermedios, como único camino para la construcción de una sociedad habitable y cómoda para la mayoría.

jueves, 23 de abril de 2015

LEER: UN VIAJE ALUCINANTE

El viaje comenzó al otro lado del espejo, una voz aguda y familiar me dijo: ven, ven. A continuación, no atendí la advertencia de Sancho y mi cuerpo rodó maltrecho después de que los brazos de los gigantes se transformaran en aspas de molino. Don Quijote cayó a mi lado, orgulloso y enrabietado, sin poder creer lo que contemplaba; reímos cuando nuestros ojos se cruzaron. Junto a Luciano me colé en las fiestas del París más lujoso y exquisito, el París de las grandes ilusiones perdidas. Brindamos de madrugada, sedujimos a las mujeres más hermosas y tuvimos que escondernos de los maridos intoxicados por los celos, dispuestos a todo con tal de mantener a salvo su honor. Don Camilo me invitó a sentarme a su lado, en la mesa con tablero de mármol, cerca de la barra. Un café y un suizo, le indicó al camarero con aspecto de carcelero. Los hampones de los versos, los novelistas escuálidos y los gacetilleros de media pluma narraban sus épicas gestas inventadas, sus relaciones imposibles y sus glorias por venir. Ya de madrugada, cuando quise abandonar el establecimiento, el camarero con aspecto de carcelero me agarró de un brazo y me condujo hasta la trastienda: ve pagando ya, y sin dar un ruido, me dijo. Miré hacia la mesa y don Camilo había desaparecido como por arte de magia. Me gustaría pesar un sueño, me dijo Paul; quisiera pesar las palabras, dije yo. Yo he pesado el humo, que pesa lo mismo que el silencio de las palabras, respondió. Afuera, Nueva York se desperezaba con violencia de taxis que forman arterias amarillas y rascacielos que se enfrentan al cielo y a la gravedad. Las ventanas abiertas de Manhattan, justo enfrente, nos guiñaban. He conocido las islas más recónditas del Pacífico, he cazado osos polares, me he perdido en el interior de una pirámide, unos peligrosos terroristas secuestraron el avión en el que viajaba rumbo a Bangkok, he compartido mis tardes con Teresa y cinco horas con Mario, he bailado en salones de mil espejos, he vendido vitaminas a domicilio, podría pasear por Barcelona sin haber estado nunca, sé que Las Afueras son ese punto del Mapa sin determinar y he escuchado el corazón del trapecista antes de saltar al vacío gracias a las emociones, a las vidas, a las historias, que he encontrado en los libros.
Como Alicia, crucé la imaginaria frontera del espejo, e inicié este alucinante viaje en el que se ha convertido mi vida gracias a la Literatura. La envidia, la necesidad de inventar/mostrar mi propio mundo, la alargada sombra de los autores más admirados, tomaron mi mano un buen día y me trasladaron al paraíso de las ideas escondidas. Un paraíso alucinante y desordenado, un festín de formas y sombras, un baile sin máscaras, una canción que se te cuela y que ya jamás puedes dejar de tararear. La Literatura es un veneno muy contagioso; una forma de entender la vida que puede llegar a ser esclavista, adictiva y malvada, pero que, sin embargo, te reporta momentos de gran felicidad. Tal y como me ha sucedido con los personajes creados por mis autores preferidos, he sentido el vacío de la despedida, el ahogo del adiós, cuando he vislumbrado que estaba a punto de concluir una novela. He llegado a mantener una relación estable e íntima, de varios meses, de años, con mis personajes, los he criado y recreado, los he tratado de dirigir desde el teclado, pero ellos siempre adquieren autonomía propia, se emancipan y conquistan la isla de las ideas escondidas. Personajes que han sido mis amigos, mis confidentes, mis consejeros; amigos vestidos de palabras de los que me ha costado despedirme. A algunos de ellos he engañado, y les he prometido resurrecciones futuras que jamás llegarán.  
La Literatura, desde cualquier lado del espejo, desde dentro o desde el cielo, siempre es un viaje alucinante, incierto y maravilloso. Entregamos el billete de ida, pero, muy pronto, perdemos el de vuelta por ese agujero del bolsillo que no queremos coser. Inmerso en el viaje, te asomas alucinado a la ventanilla y ves las ciudades pasar, los ríos, las nubes, las montañas, las vidas que llegas a sentir como propias. La Literatura, a un lado u otro del espejo, es un viaje imprevisible por un río de corriente alterna, un río que te domina y guía, que te acompaña, y que desemboca en ese gran corazón donde laten todas las palabras, todas las historias, todas las emociones.

martes, 21 de abril de 2015

LIBROS, ESCRITORES

Por estas fechas, en torno al 23 de abril, los libros escapan de sus anaqueles habituales y salen a la calle para ofrecerse. Les encantaría abrazarse a nosotros; pruebe, déjese, notará un familiar y acogedor calor. Un libro sin lectores es un invierno interminable. Ferias del libro, como la que acaba de comenzar en Córdoba, actos diversos, mesas redondas, San Jordi y sus rosas, se afanan en conducirnos por la vereda de los libros, que debería ser un lugar desgastado por el tránsito, pero que la realidad nos muestra abandonado, silencioso, solitario, con demasiada frecuencia. No corren buenos tiempos para los libros y, por tanto, tampoco lo son para los escritores, que en resumidas cuentas somos los que manchamos de negro sus blancas páginas. Aparecemos como diminutos en todo el proceso, pequeños tornillos en la gran industria editorial, pero sin nosotros no existirían los libros. Unos días atrás, en la edición digital de un periódico leí en un reportaje que el índice de suicidios entre los escritores es muy superior al del resto de la población. Nada de lo extrañarse, y hasta puede que las cifras se quedaran cortas. La Literatura es una profesión de riesgo, y hoy mucho más, me temo. Junto a los periodistas, otra profesión en vías de extinción, los escritores parecemos estar predestinados a estar poseídos –esclavizados- por una vocación sin oficio. En el siglo XIX, el gran Balzac convirtió la vocación, el talento, en una forma de ganarse la vida: profesionalizó la Literatura. Los escritores de hoy, salvo unas contadas excepciones, hemos retrocedido a una época preBalzac. Quién lo diría. Es como si a las minas regresaran los niños, volvieran a colocarse las traviesas de las vías a martillazos o en la construcción retiraran los andamios, los arneses y las redes.
Con la excusa de la crisis nos han arrebatado muchas cosas, eso que en su día conocimos como derechos, y que formaban parte de aquel bello decorado que llamamos Estado del Bienestar. Con la excusa de la crisis, la cultura ha sido maltratada hasta límites insospechados. Aunque incipiente, los que formamos parte de ese espacio utópico e invisible que denominamos mundo cultural, en España disfrutamos durante unos años de un suelo que, aunque frágil, y hasta puede que ficticio, nos mantenía en pie, sin grandes fiestas pero con dignidad. Eventos, colaboraciones, congresos, encargos o editoriales que apostaban por la Literatura, propiciaron que muchos creyésemos que la nuestra era, tal y como adelantó Balzac, una vocación con oficio. Eso ya pasó... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

lunes, 20 de abril de 2015

BLITZ, DAVID TRUEBA

A veces, basta con un chispazo, un fogonazo o un relámpago, de apenas un segundo, para que nuestra vida cambie. Ese segundo puede tener la forma de una decisión repentina, de una mirada o de un mensaje de texto en un teléfono móvil, tal y como le sucede al protagonista de Blitz. Resumamos: Beto recibe en su móvil un mensaje por equivocación, gracias al cual descubre el fin de su relación. El suceso se produce durante la estancia de Berto en Munich, finalista en un concurso internacional de paisajismo urbano. Desolado por el acontecimiento, el joven arquitecto decide ampliar su estancia en la capital alemana unos días más de los previstos inicialmente. En esta tesitura, tiene la oportunidad de escuchar la reflexión de un anciano paisajista japonés acerca de la relatividad del tiempo aplicada a nuestra vida y, sobre todo, conoce y comienza una relación con una mujer madura que le dobla, prácticamente, la edad.
En esta ocasión creo que es necesario relatar el argumento de la novela, en donde encontramos los conceptos esenciales que aborda David Trueba en la narración: el azar, la distancia, la soledad, el tránsito hacia eso que conocemos como edad adulta, el amor, el viaje, el tiempo, la deslocalización y la confusión. Y crisis, porque en Blitz hay mucha crisis, la social que padecemos todos, y la personal, que afecta a Beto, casi repentinamente.
David Trueba regresa a la novela tras varios años de ausencia con un título, Blitz, que a pesar de su extensión, incluso se podría entender como una novela breve, crece y permanece en el interior del lector una vez concluida su lectura. Blitz es como uno de esos pequeños bocados, de un sabor intenso, que sigue intacto en nuestro paladar horas después de haberlo consumido. Y lo es gracias a los temas que aborda Trueba, y que fácilmente nos pellizcan la piel, nos rozan, o se convierten en un espejo en el que nos vemos reflejados. Porque una de las grandes cualidades de David Trueba como narrador, en ésta y otras novelas, es esa cercanía, esa empatía, que logra con el lector. Bastan unos pocos renglones para que reconozcamos en su protagonistas, Berto en esta ocasión, a un conocido, a un familiar, y hasta puede que a un amigo. O a nosotros mismos.

David Trueba esparce a lo largo de la narración ese humor tan peculiar, que a ratos puede parecer chistoso, incluso, pero que no dejan de ser las muletillas que insuflan humanidad a sus personajes, y que nos evocan a la cotidianidad de vidas como las nuestras. Un humor que no se contradice con el espíritu reivindicativo de la novela, donde esta época de desigualdades latentes y lacerantes, la precariedad laboral y la mengua de oportunidades, especialmente para los más jóvenes, se ponen de manifiesto a lo largo de la narración. Brillante por momentos, siempre amable, cariñosa, me atrevería a calificarla, envuelta en esa narrativa tan característica que parece contar con su propio ritmo y sonoridad, en Blitz están todos esos elementos que han convertido a David Trueba en uno de los nombres fundamentales de la narrativa española actual.

lunes, 13 de abril de 2015

EL ÚLTIMO ESPEJO

En la despedida, después de expulsar todos esos reproches que ella nunca hubiera podido imaginar, X le dijo que su nombre sería conocido en todo el mundo, que todos hablarían de él en el futuro. Ella lo contempló desde la distancia de las emociones, como si se encontrase ante un hombre que le era desconocido, y no le prestó atención a sus palabras. No intentó nunca X sincerarse de ese modo, abrir las puertas del laberinto interior, en la consulta del psicólogo. Como tampoco le contó a sus compañeros trabajo que estaba recibiendo tratamiento psicológico o qué le sucedía realmente. No le fue difícil mantener el camuflaje, acostumbrado desde la infancia, X ofreció su particular versión de los hechos. Necesitaba X seguir siendo un auténtico desconocido, que nadie supiera lo que pululaba en su interior; temía mostrarse, exponer su verdadera identidad, consciente de que nadie lo podría entender. Nada que reprochar, él mismo no se entendía, no se reconocía cuando enfrentaba su rostro ante el espejo. X no ideó su final en un momento concreto, no puede señalarse una fecha en el calendario. Como las olas que erosionan las rocas del acantilado, sucedió, sin más. Una mañana, varios días después de comenzar su baja por enfermedad, buscó en Google los mecanismos de seguridad de la puerta de la cabina del avión, en qué consistían, cómo accionarlos manualmente, con el único objetivo de convertirlos en sus aliados. Señaló en el mapa el lugar idóneo: Los Alpes. Definido el plan, seguro de los pasos a dar, que había ensayado en decenas de ocasiones, cuando se encontraba solo en la cabina del avión, antes o después de un nuevo vuelo, buscó el momento para llevarlo a cabo.
Con la paciencia del relojero que se enfrenta a cien diminutas piezas dispersas sobre la mesa, X esperó que llegara ese momento tan deseado. Pasaron varios meses, el corazón le latía fuerte cuando el avión sobrevolaba Los Alpes y el comandante de turno no abandonaba la cabina. Domesticó su ansiedad, nunca ofreció el menor gesto externo que lo delatara, ni una sola grieta en la máscara que tantos años le había costado fabricar. Pero por fin llegó el día, su gran momento, lo supo cuando se contempló en el espejo y descubrió en sus ojos un brillo desconocido. 24 de marzo de 2015. El avión, un Airbus 320, tras despegar del aeropuerto de Barcelona, sobrevuela territorio francés, y comienza a preparar su aterrizaje en Düsseldorf. El comandante le indica a X que tome el control del aparato durante unos minutos, que debe ir al aseo. X apenas musita unas palabras dispersas, casi sin sentido y, nada más abandonar el comandante la cabina, activa el bloqueo interior de la puerta de acceso. Prosigue con el plan  ideado durante meses sin mostrar ningún síntoma de nerviosismo o ansiedad, desactiva el piloto automático y comienza a descender, premeditadamente. La torre de control... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

jueves, 9 de abril de 2015

LA METAMORFOSIS, KAFKA, 100 AÑOS.

Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró en su cama convertido en un insecto monstruoso. Estaba echado sobre el quitinoso caparazón de su espalda, y al levantar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas durezas, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

Kafka

lunes, 6 de abril de 2015

GARCÍA

Media España quiere volver a cerrar los párpados, volver a dormir, descansar hasta bien entrada la mañana, pero es demasiado tarde, y ya han repartido los periódicos. Es muy difícil, yo lo contemplo como un imposible, leer García sin sentir como se te agrieta la piel, como se te remueve algo por dentro. Escuece, llega a doler, sí. Duele, araña. Los que admiramos su poesía, que nos contamos por legión, estamos de enhorabuena, porque tarda lo suyo en ofrecernos nuevo alimento. García es el nuevo poemario de Pablo García Casado, el cuarto libro inédito del autor cordobés, tras la publicación de su obra completa, bajo el epígrafe de Fuera de Campo, igualmente en la editorial Visor. Un libro que es una ventana abierta a esta realidad voraz y cansina, a ratos, demasiados largos los ratos, me temo; una ventana abierta a este hoy que es tan desagradable, ruin e inhóspito con el hombre. No es éste un tiempo cómodo, tampoco simple: la sensación de que todo puede cambiar en cualquier momento viaja escondida en la maleta que mal arrastramos por esa autopista sin área de descanso, pero el candado permanece cerrado. No conocemos la combinación de las ruletas. Tampoco nos dejaron un libro de instrucciones, una guía, una luz en la oscuridad. Media España escucha las fauces de lo que se avecina.
Estoy pensando en mi hijo cuando veo a mi padre. Ya soy mi padre. Tras leer García no me cabe duda de que Pablo ha realizado un Boyhood poético con su propia obra, y puede que con su propia vida. En Las afueras encontramos al hombre que conoce a las mujeres, a la noche, que sufre las primeras decepciones, la gloria y el infierno que se esconden en nuestros días; el hombre que escapa una noche de viernes del jardín. En El mapa de América el hombre comienza a recorrer su camino, con una brújula que le muestra un mundo desconocido, diferente, inclasificable. En Dinero aparece el hombre que se enfrenta a la realidad, a las hipotecas, a los coches comprados en cuotas mensuales, a la sucia dignidad que nos reporta la posesión. En García, ese mismo hombre que hemos visto crecer en los poemas, se esfuerza por agarrarse a los clavos, ardiendo o no, que encuentra en el muro de la vida. Éramos felices, teníamos trabajo. Un hombre azotado por las circunstancias de una existencia que, tal vez, no es la prevista, pero que es la realidad de cada minuto de ese reloj que nunca cambia de hora. Y, sobre todo, en García encontramos... sigue leyendo en El Día de Córdoba

sábado, 4 de abril de 2015

PARIS D.F., ROBERTO WONG

El premio Dos Passos, promovido y patrocinado por la agencia literaria del mismo nombre y la editorial Galaxia Gutenberg, se creó con la intención de descubrir nuevos y desconocidos talentos en el ámbito de la novela. No me cabe duda: en su primera edición ha cumplido con creces con su objetivo, premiando París D.F. y descubriendo al joven escritor mexicano Roberto Wong.
Ricardo trabaja en una farmacia y la rutina de sus días, también de su vida, se quiebra cuando un atracador desenfunda su pistola frente al mostrador. A partir de ahí, lo que podría haber sido y lo que realmente fue se funden y confunden hasta no saber dónde comienza la realidad y dónde concluye la ensoñación. De la misma manera que se funden y confunden París y México D.F., hasta propiciar la creación de ese nuevo ente que es Paris D.F. Una urbe imaginaria sin límites provinciales.
Un ente que bien podría obtenerse de la superposición de los planos de las dos capitales, recreando un nuevo y metafórico callejero, en el que las avenidas y plazas de una acaban siendo de la otra y viceversa, en una transmutación que va más allá del mapa urbano, trasladándose al emocional y vivencial. Un juego de espejos que nos traslada el universo de Borges, pero en el que también podemos encontrar el juego narrativo de Cortázar, así como al Bolaño de Los detectives salvajes. “En Versalles gira a la derecha, luego toma Marsella, Havre, Londres, hasta llegar, sin percibirlo del todo, a un local de tarot”.
París D.F. es, igualmente, la narración de un hombre en busca de su identidad o la incredulidad del propio ser sobre su construcción, y a la que parece mantenerse ajeno, como si se tratase de un Frankestein ensamblado por los hilos y costuras de los días y de las personas que se encuentra en su camino. En esta búsqueda, Ricardo, su protagonista desfila por los oscuros pasillos de la soledad, descubre lo que bien podría tratarse del amor y se enfrenta a las sombras de su pasado.

Roberto Wong se maneja con soltura y eficiencia dentro de su propio juego y nunca lo intuyes atrapado en su propia telaraña, lo que nos habla de un autor maduro a pesar de su edad y con la suficiente maestría para proponer e imponer su voz narrativa. Alterna con equilibrio los fragmentos más descarnados y realistas con otros más evocadores, en los que la insinuación le gana la partida a la definición, a la concreción. Un autor a tener en cuenta, Roberto Wong, y una más que notable ópera prima, Paris D.F.