martes, 29 de enero de 2013

EL LENGUAJE DE LOS SOBRES


Durante años, muy especialmente en esos que conocimos como Años de la Bonanza, y que van camino de la mitología, casi hermanados con los Años de la Movida –ojo-, nos acostumbrados a un nuevo lenguaje, directamente relacionado con el dinero, sobre el que se articuló el discurso de esta crisis ya no solamente económica, me temo. Dinero negro, o en B, debajo del colchón, bajo la loseta, enterrado, comprar sobre plano, pelotazo, qué hay de lo mío, taco, manteca, soplo, pasta gansa, el ladrillo, boom, especulación, comisionistas, conseguidores, amiguísimo, buga, regalito, para ti y para mí, de aquella manera, tú ya sabes, trajes, sobres. No sólo aprendimos nuevos significados de un buen puñado de palabras y expresiones, también geografía: chiringuitazo, paraísos fiscales, Islas Caimanes o Feroes, Andorra, Gibraltar, Suiza. Se ha hablado, y mucho, de Suiza y de sobres en los últimos días, palabras destacadas en infinidad de portadas, en diferentes medios de comunicación. No sé cuántos millones en Suiza, que ya no relacionamos con orondas y felices vacas pastando en sus hermosos y relajantes verdes prados, tampoco con su chocolate o con sus exactos relojes –que llegaron a construir una expresión muy utilizada-, ni tampoco con esa guardia medieval que se pasea por los rincones del Vaticano, no. Ahora Suiza es para la mayoría de nosotros el país de los millones, pero no unos millones cualquiera, hablamos de pasta gansa, de taco, reconvertido el país en ese socorrido colchón que esconde y protege las fortunas de unos cuantos. El Dorado es Suiza, sí, con sus extrañas transacciones bancarias, con sus cuentas clandestinas, quién tuviera una, piensa más de uno antes rellenar el boleto de la Primitiva.
En aquellos Años de la Bonanza, que no fueron tales para todo el mundo, aunque todos estemos pagando la medicación, a precio de oro, para... seguir leyendo en El Día de Córdoba 

martes, 22 de enero de 2013

EL DODGE DE JOE STRUMMER

¿Tienes aparcado algún Dodge en algún garaje del pasado? Busca en tu interior, y tal vez lo encuentres.

Joe Strummer, el guitarrista/fundador/compositor/cantante de los míticos The Clash se murió hace poco más de diez años sin poder recuperar el Dodge 3700 GT, gris plata, con matrícula de Oviedo que dejó aparcado en un garaje de Madrid. Strummer regresó a España, porque a España siempre regresaba, una y otra vez, de un modo u otro, huyendo de la fama, los escenarios, los fans y demás consecuencias adheridas. Le gustaba nuestro país especialmente, mucho; Lorca le embriagaba, Andalucía le parecía el paraíso en la tierra y sentía una pasión desmedida por nuestra Guerra Civil, que entendía como la última gesta épica -para gustos, colores-. Puede que Paloma, Palmolive en la escena musical londinense, la novia malagueña y punk del músico a finales de los setenta fuera la puerta de entrada del músico en España. Joe Strummer en nuestro país no era la ampulosa y deslumbrante estrella british, o sólo lo era para unos pocos que conocían la leyenda de los Clash, y que tarareaban sus canciones a todas horas. De hecho, era tan poco conocido en nuestro país que, en más de una ocasión, tuvo que esforzarse, y a conciencia, para demostrar que, efectivamente, era el líder de los Clash. Strummer, como un Messi que llegara de incógnito a los suburbios de Ciudad del Cabo y se pusiera a entrenar a los chavales que juegan al fútbol en la calle, comenzó a establecer relaciones con algunas de las bandas más características de aquello que aún seguimos conociendo como La Movida. Era frecuente en el local de ensayo de Radio Futura, y hasta produjo un disco de los granadinos 091, Más de 100 lobos. El Pitos, Lapido o Arias -los componentes de la banda- no podían creer que aquel guiri que se apoyaba en la tasca bebiendo vino peleón y barato fuera Joe Strummer, uno de los grandes músicos del momento.
En su Dodge, que adquirió ya estando en nuestro país, Strummer se paseaba por la Gran Vía, Alcalá o Malasaña, en dirección a aquellos oscuros garitos que disfrutaba junto a sus nuevas amistades, y también se le podía ver subiendo las cuestas del Albaicín, camino de... sigue leyendo en El Día de Córdoba

jueves, 17 de enero de 2013

PROMESAS

Iniciamos año y renovamos nuestros propósitos y enmiendas, esas promesas que en multitud de ocasiones nunca llegamos a cumplir

Acabamos el pasado año con un sinfín de listas, resúmenes y demás catalogaciones. Lo mejor de lo mejor. Las mejores canciones del año, el año en imágenes, las mejores películas, el hombre del año, las pifias del año, los mejores goles, las mejores galas, el ministro metepatas –muy dura la competencia-, los grandes desastres, los mejores libros, doce recetas del año, el once del año y yo no sé cuántas listas más. Listas y más listas, que nos gusta que todo esté bien guardadito en los cajones, antes de volver a confeccionar una nueva lista, que ya comienza a escucharse el runruneo –y eso que esto no ha hecho más que comenzar-. Ya puestos, como esa rama que arrastra la corriente, o por no salirme del tiesto, yo también voy a confeccionar mi propia lista, pero no como resumen, no, más difícil todavía. Una lista de promesas, y que tal vez sería bueno, o al menos recomendable, que redactáramos todos. Una lista con todo eso que nunca hemos hecho o intentado y que pretendemos llevar a cabo en este nuevo 2013 –pero qué fea es la numeración en esta ocasión, horrorosa de la muerte-. Si utilizáramos el ordenador, para darle su formalidad al asunto, incluso, notarios de nosotros mismos –sin minuta, que no se entere Gallardón-, cosas más raras se han visto, podríamos denominar el documento “promesas a cumplir”, “propósito de enmienda” o, simplemente, “promesas”. Me gusta, sí, recortadito, aclaratorio, sencillo, entendible, rotundo –ya no sé si asumible, esa ya es otra historia-. Decidido, lo voy a escribir, es mi programa electoral para este año que comienza, pero yo sí trataré de cumplirlo, claro. Lo escribo, sí, que se nos calienta la boca y nos prometemos hasta lo que nunca hemos querido, y mejor así, testimonio en “Word” de nuestras intenciones futuras, un compromiso en toda regla, como está mandado.
Podríamos diferenciar las promesas por sus contenidos y naturalezas, por sus diferentes planos. Me explico... Seguir leyendo en El Día de Córdoba

domingo, 13 de enero de 2013

EL ESCALADOR CONGELADO EN BABELIA Y EL CULTURAL

Ana Rodríguez Fisher en Babelia

"Quienes en una novela prefieren ver recogidas historias que son como la vida misma tienen, en El escalador congelado, una obra de su gusto...".


Ricardo Senabre en El Cultural

"El escritor cordobés ha logrado proporcionar carácter unitario a un relato cuyo desarrollo, basado en el tratamiento aislado de los personajes en capítulos alternantes, planteaba ciertos riesgos...".

"Retrato de una generación y de unos personajes en que muchos lectores coetáneos podrán reconocerse fácilmente...". 

lunes, 7 de enero de 2013

REBAJAS


Salí de rebajas como el que juega a la Primitiva: sin convencimiento de poder ganar el premio mayor. No había andado más de doscientos metros cuando me topé con el primer escaparate que consiguió captar toda mi atención: rebajas de hasta el 80%. Como para no detenerse, aunque sólo fuera por curiosidad. El corazón me latió con fuerza, rebrincado, como la leona que olfatea la gacela en la sabana –lo que se aprende durante la siesta, incluso con los ojos cerrados-. Una vez dentro del establecimiento, como por arte de magia, el gigantesco 80% del escaparate desapareció, sustituido por otras cifras de menor atractivo y reducción: 10%, 15%, 20% en el mejor de los casos. Desilusionado, en parte engañado, me dispuse a abandonar el comercio cuando en el último instante, en esa mirada postrera y llena de esperanza en la que deseamos atisbar El Dorado tras nuestro largo viaje, descubrí el hipnótico 80% en una esquina, muy cerca de los probadores. Como quien contempla un milagro, como el que se enfrenta a una resurrección del pasado, alucinado y extasiado, me acerqué hasta la mágica esquina coronada por la mágica cifra. No me fue necesario avanzar más de dos metros para descubrir que las prendas rebajadas al 80% eran de la época en la que Madonna cantaba el Like a virgin y que, seguramente, en su momento –cuando fueron confeccionadas- tuvieron que tener un precio menor al que anunciaba la “descomunal” rebaja. Que los Spandau Ballet, en versión inflada, casi neumática, hayan vuelto tantos años después tiene su gracia, pero tampoco es como para regresar a aquella moda horrible de hombreras exageradas y desafiantes tonalidades que te dejaban los ojos y el alma en estado de shock, cuando no malheridas o mutiladas, en el peor de los casos.
La primera impresión –empleando la palabra “impresión” en su versión más impresionable- no mermó mi entusiasmo y continué como mi jornada de rebajas, intacta mi ilusión, a pesar de todo, ya que toda rebaja que se precie requiere de tiempo, paciencia y dedicación, que es la santísima trinidad de la ganga soñada. A las puertas de un gran comercio una multitud se agolpaba, me fue imposible no acordarme de aquellas películas medievales de mi infancia en las que una muchedumbre enfurecida se enfrentaba, sólo con la ayuda de un pelado y afilado tronco, contra el portón del castillo, desafiando a la lluvia de flechas, al aceite hirviendo que caía desde las almenas y hasta al foso con puente levadizo. Aquella multitud pretendía invadir, pacíficamente, eso sí, el comercio que anunciaba sus rebajas de ensueño. Contagiado, rodeado de semejantes, me uní a la humana masa, y traté de hacerme un hueco empleando codos, regates, zancadillas y demás artimañas que he aprendido y/o padecido en mis años de rebajas. Entre la marabunta, arropado en decenas de sudores y demás aromas, por un instante pensé que esa tablet de precio escandaloso podría ser mío o que aquel abrigo de más marca que tela podría acabar en mi armario. Sin embargo, la experiencia y veteranía que intuía en las posiciones delanteras me desanimaba. Cuando las puertas al fin se abrieron, nos convertimos en esa agua que escapa rabiosa del embalse que  apenas puede contenerla. Ni tablet ni abrigo, y específico la cantidad porque sólo había uno, una unidad, una y uno y no más. En realidad, la publicidad era literal y cruelmente exacta: tablet tal y cual con un 60% de descuento. Una tablet, sólo una. Un abrigo, sólo uno.
Dicen que las rebajas, comprar, da igual el precio o descuento, elimina ansiedad, libera complejos, transmite placer, te ayuda a desconectar, reduce tensiones y demás satisfacciones, según le escuché el otro día a una psicóloga. Puede ser, que no seré yo el que lo niegue. Aunque, visto lo visto, las rebajas también pueden llegar a convertirse en una especialidad deportiva sin medallas en las Olimpiadas, en un safari sin rifle entre la maleza de perchas y etiquetas o en una aventura de dudosa utilidad en la que refugiarse en un triste y cansino día prelaboral, por ejemplo. También esconden las rebajas, de la manera más material, frívola si usted quiere, esa posibilidad de cambio, de ascenso, de alcanzar un objetivo, que la mayoría alimentamos o deseamos en nuestros sueños más íntimos. Y ante eso, nada podemos hacer o decir. ¿Quién no ha intentado alguna vez conquistar su 80%?

jueves, 3 de enero de 2013

EL ESCALADOR CONGELADO EN MERCURIO

Reseña de El escalador congelado en la Revista Mercurio a cargo de Julio Neira

El cordobés Salvador Gutiérrez Solís, nacido en 1968 al tiempo que la ilusionante utopía de un orden basado en la paz y el amor y no en la guerra ni la economía, narra en El escalador congelado el amargo despertar de los sueños de su propia generación. Debutante con La novela de un novelista malaleche (1999), que le hizo finalista del Premio Nacional de la Crítica, personaje recuperado en El batallón de los perdedores y Guadalajara (2006), y tras El orden de la memoria, sobre la construcción y deconstrucción de la memoria como fundamento de la identidad personal, nos ofrece ahora una novela coral de existencias que se cruzan, en la mejor tradición de la narrativa contemporánea. Vidas que se encuentran en espiral en torno a Jesús y Susana, pareja cuya relación sufre la usura del tiempo (“Años de espera, años aburridos, tensos, tercos, feos. Llegaron años duros, vidas diferentes”). Personajes de una realidad actual, cercana y reconocible: funcionarios desmotivados, cocineros admirados, empresarios de éxito, prostitutas eslavas, publicistas, que compran en grandes superficies, salen a cenar los viernes por la noche, cocinan los fines de semana y sueñan aunque teman hacerlo, disconformes con una vida que no les gusta, y que afrontan aferrándose a la juventud a toda costa, confundiendo “edad adulta” con “rutina”, o acomodándose a la realidad, con la inevitable sensación de derrota que comporta.
Suturados con gran maestría argumental y dominio del ritmo narrativo, los cruces de los distintos personajes nos permiten completar un mosaico generacional de quienes rondan los 40 años, edad en la que ha de escogerse entre intentar, tal vez por última vez, alcanzar nuestros sueños o aceptar que nuestra vida no será como nos habíamos propuesto. Se trata de una generación peculiar, crecida sin una dictadura contra la que luchar en la España de la movida, de la libertad, de la democracia, de la transigencia en la sexualidad.... sigue leyendo