sábado, 25 de abril de 2020

NUESTROS MUERTOS


No sé si como consecuencia de una tradición milenaria, no nos olvidemos de que el mismísimo Cid ganó una gran batalla estándolo ya, pero la realidad es que la muerte, y por tanto los muertos, cuentan con un gran peso dentro de nuestra forma de entender la vida. Y no hay contradicción en esta afirmación, la muerte es una de las partes más importantes de la vida: la causa, el efecto, el fin. Amemos la vida, pero no reduzcamos las dimensiones de la muerte, su poder. Tengo muy presentes todas esas frías mañanas, en el cementerio, cambiando las flores y repasando los nichos, dentro de los cuales reposaban los restos mortales de mis padres. Cambiando las flores cada poco, limpiando con esmero las lápidas, hasta blanqueando o barnizando los contornos, para que sigan estando “presentables”. Sin llegar al extremo de lo que hemos leído que hacían los egipcios con sus más insignes difuntos, que los acompañaban de comida, libros, e incluso juegos, siempre hemos demostrado una especial atención por los que ya no están. Algo que deberíamos considerar como una virtud, como una bondad, y no como una pesada losa heredada. Hablamos con nuestros muertos, mucho más que las cinco horas que escribió Delibes y que tan bien representó Lola Herrera. Toda la vida hablándoles. Yo les hablo a mis muertos, todos los días, mantengo conversaciones con mis padres, con mi hermano, se fueron hace mucho tiempo, demasiado pronto, y tengo claro que sin estas conversaciones mi vida sería muy diferente a la actual. Me he negado a olvidarlos. Y en mis conversaciones abordo el ordinario, y lo extraordinario cuando toca, mi día a día, y ellos me escuchan con paciencia infinita y con una sonrisa. Yo siento muy cerca a mis muertos, caminan a mi lado, viven conmigo. Porque la muerte no acaba con el amor. Porque los recuerdos hay que alimentarlos.
Cuando los muertos se cuentan por miles, como los estamos contando desde hace unas semanas, pierden su identidad y se convierten en un ente anónimo. Lo mismo le sucede a la “gente”, al “público”, a los “espectadores”, a los “aficionados”, a la “audiencia”, se convierten en masa uniforme, sin matices. En un ente sin cara ni ojos, sin apellidos ni nombre, sin personalidad. Sin sus tragedias a cuestas. Sin familias, sin recuerdos. Y los muertos, todos los muertos, tienen derecho a que respetemos su individualidad, su concreción; porque todos ellos fueron universos, mágicos, especiales, únicos e irrepetibles para todas las personas que los amaron. Porque, salvo contadas excepciones, todos tenemos personas que nos aman, en mayor o menor medida. Cuando enterramos a los muertos en el anonimato, enterramos de la manera más egoísta e insensible nuestro dolor. No nos duele aquello que no distinguimos, que no conocemos, que se nos presenta desde la nada. Y renunciar al dolor, o pretenderlo, es renunciar a la memoria. Y no hay justificación para ello.
No se merecen los muertos de las últimas semanas, los muertos de ayer, hoy y siempre, cualquier muerto –porque todos son nuestros muertos-, el frío anonimato de la estadística. Que los consideremos solamente un pequeñísimo porcentaje de una curva que crece o mengua. Un titular de diez minutos, una frase en un discurso interminable; una portada nauseabunda de un periódico que renunció al periodismo –para dedicarse, en cuerpo y alma, a la casquería-. No hay muertos pequeños, no hay muertos numerales. Y, sobre todo, no se merecen nuestros muertos que los usen con propósitos pugilísticos, para golpear al adversario. Nuestros muertos no son una granada, una bala o un cañón, como tampoco pueden ser un escudo o una trinchera. Respetar y amar a nuestros muertos supone reconocerte ante el espejo, ser capaz de levantarte cada día y abrir los ojos, sin sentir vergüenza. Y dignificar a los muertos, a los tuyos y a los míos, a todos los muertos, es lo poco que podemos ofrecerles. Lo poco, y lo mucho, que nos merecemos, también nosotros.

viernes, 17 de abril de 2020

NO NOS OLVIDÉIS


No nos olvidéis. Es lo único que os pido, que cuando todo esto pase, que pasará, ya lo veréis, no nos olvidéis. No os olvidéis de los titiriteros, de los músicos, de las pintoras, de las escultoras, de los comediantes, de las humoristas, de los bailarines; no os olvidéis de los actores, de las actrices, de los directores, de los guionistas, de los figurantes, de las estilistas, de los ayudantes de producción, de las taquilleras, de las productoras. No os olvidéis, por favor, de los poetas, de las novelistas, de los cuentistas, de las libreras, de los editores, de las correctoras, de los bibliotecarios, de los impresores. No os olvidéis, os lo ruego, de las periodistas, de los fotógrafos, de los locutores, de los mezcladores, de las redactoras, de los diseñadores, de los repartidores, de las publicistas. Cuando todo esto pase, porque pasará, claro que sí, solo os lo pido que no os olvidéis de los violinistas, de las pianistas, de los tenores, de las contrabajistas, de las directoras, de los acomodadores. No os olvidéis de Felipe, Luis, Sara, Isaac, Eva, Charo, Pablo, Carlos, Javier, Lucía, Paula, Pedro, Belén, Miguel Ángel. No os olvidéis de Antonio, Marina, Daniel, Rafa, Carmen, Ricardo, Agustín, Manolo, Virginia, Salva. En este tiempo de confinamiento, muchos de vosotros habéis podido comprobar que la cultura no solo nos alimenta, nos nutre, también nos sana, nos cura. Nos salva de la ignorancia, del aburrimiento (que puede ser la puerta de entrada de la curiosidad, pero también del rencor y de lo retorcido, de lo terrible); nos salva de la desidia, de la desinformación y de la apatía. Porque la cultura, la información, son la luz en la oscuridad, el agua en el desierto, la calma en la tempestad. Porque vuestras vidas son más ricas, más plenas, más vividas, con un libro entre las manos, envuelta en música, frente a una pantalla o recorriendo una galería de arte. Porque no solo vivís más, vivís mucho mejor, mucho más. Y en estos días lo estáis comprobando, como nunca tal vez.
No nos olvidéis cuando esto pase, y no lo pido como contraprestación, porque hayamos entregado durante estos días de encierro nuestros libros, películas, museos, poemas, canciones o fotografías. No, no se trata de un trueque, de un quid pro quo, por todos los directos, charlas, cuentos, canciones, actuaciones compartidas en las últimas semanas, no. No es una devolución, no va de eso. Seguid compartiéndonos, usándonos, disfrutándonos, se trata de incorporarnos definitivamente a vuestras vidas como una rutina más. Paseíto de media hora y un cuento; protagonizar aventuras inimaginables, volver a soñar con un cómic. Un libro de poemas junto al cartón de leche, un cuadro colgando entre los embutidos, una película donde antes eran chismes, la memoria en el hueco del olvido, una canción en donde tanto tiempo habitó el silencio. Se trata de eso, de que sigáis/sigamos estando a nuestro/vuestro lado, queremos seguir siendo vuestra compañía, formar parte de vuestras vidas. No cerrar esta puerta que hemos abierto, cuando se ha cerrado la de la calle.  
Os lo pido, no nos olvidéis, que no volvamos a la desnudez, a la miseria, al vacío, a tener que renunciar a nuestras profesiones -porque han dejado de serlo-. Que no tengamos que recorrer ese infierno que muchos ya recorrimos, porque seguramente iremos muy justos de fuerza y demasiados caeremos en el intento. Han sido muchas las caídas y cada vez cuesta más levantarse y seguir recorriendo el camino. No nos olvidéis, os lo pido, por favor, por este presente que estamos compartiendo, por el futuro, que puede ser bueno, y hasta muy bueno, si entre todos nos comprometemos a que lo sea. Nosotros estamos dispuestos a ello, y a hacerlo a vuestro lado. Por todo esto, y por mucho más que no podría explicar con palabras, hablo de sensaciones y de emociones demasiado íntimas y personales, os pido que no nos olvidéis. Si esto vuelve a pasar, ojalá nunca más tengamos que vivirlo, y mucho menos nuestros hijos, nietos o nuestros mayores, muy especialmente, estaremos otra vez a vuestro lado. Tenedlo presente: estaremos. Te lo pido a ti que me lees, y al vecino del tercero D, y a mi dentista, y a la sanitaria desconocida y heroica, y al mecánico, y a la funcionaria de Correos, y también se lo pido al alcalde, y a la consejera del ramo, y al ministro -a pesar de sus declaraciones-, por favor, no nos olvidéis.

domingo, 12 de abril de 2020

MIENTRAS CRUZAMOS LA PUERTA


Estamos cruzando la puerta, pero no sabemos lo que nos aguarda a continuación. Nos lo repiten una y otra vez. Todo será diferente. Nada será como antes, llega lo desconocido. Un nuevo tiempo. Y ante todas estas proclamas, ante semejantes vaticinios -tiempo de gurús, videntes e idiotas-, yo me pregunto: ¿qué mundo tan cutre y escuálido habíamos construido, después de tantos y tantos años, después de tanto y tanto currar, que no soporta un mes o dos de inactividad? Si no tuvieras ahorros para subsistir durante un mes, después de llevar años trabajando, todos dudarían de tu capacidad, de tu eficacia y de tu yo qué sé, no hablaría bien de ti, en cualquier caso. Quién no se ha roto una pierna, un hombro, o lo han operado de una hernia, o de un ligamento o de lo que sea, y se ha tirado un mes o dos de reposo, convaleciente, y eso no ha supuesto que su vida se haya transformado en otra cosa absolutamente diferente -o que haya acabado-. Pues nada, parece que esos ejemplos con nuestro sistema no valen, o nos dicen que no vale. Si el cambio es a mejor, pues mira, hasta lo compro, pero si va a ser para hacer lo de siempre, pues ya tengo mis reservas. ¿Recordamos la gran crisis financiera de 2008? Esa que generaron unos pocos y que pagamos todos, esa misma. ¿Recordamos las proclamas y augurios de aquellos días? Pues eso, que el resultado fue que los que la liaron parda, los que reventaron la burbuja a costa de inflarla -al mismo ritmo que inflaban sus bolsillos- acabaron siendo los grandes beneficiados y los estafados, los que nunca fuimos a las salas VIPS, los que no tuvimos cuentas en Panamá, ni segundas residencias ni coches de gama alta ni acciones ni tantas y tantas cosas acabamos, de rodillas, bayeta en mano, limpiando los churretes de una fiesta a la que nunca fuimos invitados.
Estamos cruzando una puerta de considerable grosor, me temo que nos va llevar un tiempo y que, finalmente, cuando creamos ver la luz, la veremos muy lentamente, como si se tratara de una secuencia rodada por Bergman. Mientras eso sucede, propongo que aprovechemos este momento para recuperar o restaurar emociones, contactos, que hemos olvidado en el tiempo. Estoy seguro que este prolongado confinamiento propiciará que haya un aluvión de separaciones y divorcios -para quien pueda pagarlo, claro-, pero creo que también traerá renovación de enamoramientos, o enamoramientos, a fin de cuentas; redescubrir sensaciones, pasiones del pasado, que la rutina, eso que llamamos el día a día, se empeña en esconder -en el armario de los sentimientos-. Y algo parecido nos puede suceder con nuestros hijos. Yo estoy disfrutando mucho de mi familia estos días. Apenas hablo por teléfono, prefiero hablar con ellos. Muchas horas hablando, contándonos de todo, y larguísimas tardes de juegos, parchís o Monopoly, en las que no paramos de reír, de saltar y brincar con las jugadas más decisivas. En un principio lo entendí como meros pasatiempos con los que mejor sobrellevar el confinamiento, pero hoy ya lo considero como un regalo, tal vez el único, de este tiempo extraño y atroz.
Estamos cruzando la puerta y todavía no somos capaces de adelantar lo que nos encontraremos a continuación -salvo los gurús y los idiotas, claro-. No sabemos si habrá luz, o por el contrario la oscuridad nos cubrirá. No sabemos si nos encontraremos ante un nuevo mundo o más de lo mismo, que es el temor de tantos, mi gran temor. Nos encantan los hashtag de buenas intenciones, #unidos #solidaridad #venceremos, del mismo modo que nos gustan las películas malas con final feliz, pero a la hora de la verdad lo mío es mío y mis privilegios son mis privilegios y los quiero conservar todos, por encima de todo y todos. Y así es muy difícil que este barco en el que llevamos navegando durante tantos y tantos años siga a flote. Por eso, en mi casa al menos, mientras cruzamos la puerta, hemos optado por fijar las juntas, por elevar el nivel de flotación, vaya que luego la marea o lo que sea, sea mayor de lo que imaginamos.