miércoles, 27 de enero de 2016

EL 2016 QUE PUDO HABER SIDO


Nunca sabremos como habría sido, como estaría siendo. Y no lo sabremos porque no fuimos, no somos, los elegidos. Decidieron que habría de ser San Sebastián la Capital Cultural Europea 2016, y lo está siendo, aunque de momento se note poquito, tal vez se reservan para la traca final, quién sabe. ¿Han comprado ya los cohetes? De momento, tienen tamborrada. Durante los años previos a la designación a la capitalidad europea escribí con frecuencia sobre el asunto, me apasionaba hacerlo, me sentía cómplice, y repetí con insistencia una doble idea en la que me mantengo firme. Por un lado, que el objetivo, la designación, no era realmente lo importante, que lo verdaderamente importante era el camino, el diseñar una arquitectura cultural para la ciudad de Córdoba que convirtiera la cultura en un elemento habitual, familiar, de consumo frecuente por parte de la ciudadanía. Y por otro, el que por fin en Córdoba contábamos con un reto, con un elemento que nos aglutinaba y asociaba como sociedad, que nos invitaba a empujar a todos en la misma dirección, sin matices. Siempre entendí la designación final, y así lo expresé en repetidas ocasiones, como la guinda del pastel, que lo realmente importante debía y tenía que ocurrir antes, apoyándome en las dos ideas citadas. Arquitectura cultural y cohesión social. Con la distancia que los años nos reportan, fría objetividad, llámela como quiera, tengo la sensación que nos quedamos a medio camino, ni nos entregamos a fondo, pero tampoco estuvimos ausentes, no sé cómo explicarlo. Puede que tuviéramos perfectamente definido el objetivo, el reto, pero que no logramos diseñar el mejor plan posible. O sea, tuvimos las ganas, pero no medimos bien la fuerza.
El refranero popular español, que siempre cuenta con un matiz tenebroso, por ser suave, tan entregado a los dimes y diretes, nos ofrece algunas sentencias a las que acudir. Ahí están los lodos y los fangos, las sombras adecuadas o no, los ríos que suenan, las brasas encendidas y los madrugones que ayudan, esas cosas. Pero ya no es tiempo de lamentos. El lamento esconde en la mayoría de las ocasiones inacción, pausa, congelación, no hacer nada, recrearse en la tragedia, buscar culpables y no buscar soluciones. De aquellos años conservamos algunas empresas culturales que cada día se baten el cobre por sacar su trabajo adelante, por sobrevivir, y también contamos con algunos eventos que se incorporaron a los tradicionales, ampliando nuestro calendario anual de actividades... sigue leyendo en El Día de Córdoba

miércoles, 20 de enero de 2016

PACTOS, CAMBIOS Y UN BEBÉ


Haga memoria, no ha pasado tanto tiempo. Los españoles decidimos el pasado 20 de diciembre con nuestro voto que la fisonomía del Congreso de los Diputados cambiara sustancialmente. Adiós a las mayorías absolutas, adiós a la concepción tradicional del bipartidismo, casi adiós a Izquierda Unida y CiU, hola Ciudadanos, hola Podemos. Los españoles decidimos conscientemente, con nuestras papeletas, que es como se deciden las cosas en Democracia, que cuatro partidos fundamentalmente, con diferentes porcentajes de voto, nos representaran. A todos, sí, a todos. Curiosamente, el lunes 21 de diciembre muchos se sorprendieron, como si no pudieran creerse los resultados de las elecciones, y hasta se llevaron las manos a la cabeza. Ingobernable, elecciones anticipadas, caos, pactos, negociación, líneas rojas, son algunas de las palabras que desde entonces se han colado, y casi adueñado, del lenguaje político de nuestro país. Hay quien achaca la alarma generada por el resultado electoral a nuestra breve historia democrática, y nos remiten a esos países europeos conformados por cámaras y gobiernos de muy diferentes colores, ideológicamente hablando. Puede ser. Lo que no me cabe duda es que el 20 de diciembre una amplia mayoría de españoles lo que pedimos en las urnas fue un cambio, que no siguiera instalado en el Gobierno el Partido Popular. Sume, sí, una amplia mayoría. Y por respeto a esa amplia mayoría, porque así lo han expresado en las urnas, los partidos que la componen deberían hacer lo posible, y algo más, para que ese cambio se produzca. Porque no se ha votado por un gran e innatural pacto nacional o por la continuidad del actual Gobierno –en funciones-, que no, sume, se ha votado por el cambio. Por tanto, que nadie haga interpretaciones atendiendo única y exclusivamente a sus intereses particulares.
El pasado miércoles arrancó la nueva legislatura en el Congreso y en el Senado. Éste último, fiel a su tradición, a su imagen añeja, apenas ha variado, más de lo mismo, se ha beneficiado claramente el Partido Popular de la campaña de desprestigio hacia esta institución para obtener la mayoría absoluta. Yo soy de los que piensan que las cosas se cambian desde dentro, desde el activismo. Sin embargo, como un Bowie setentón, el Congreso sí ha cambiado de piel, y sus asientos se han poblado con coletas, tatuajes, piercings, camisas sin corbatas, chicos y chicas con pinta de haber estudiado en Harvard y hasta con un bebé. ¿El signo de los tiempos?, acudamos a la canción de Prince. A pesar del sueldo nada desdeñable que recibe, que ya quisiéramos el 99% de los españoles, a pesar de que el hemiciclo cuenta con su propia guardería, algo que debería ser mucho más frecuente en el ámbito laboral, la diputada electa de... sigue leyendo en El Día de Córdoba

viernes, 15 de enero de 2016

DAVID BOWIE, DE HÉROES Y EMOCIONES


Ha muerto David Bowie, la frase que no habríamos querido escuchar nunca los que amamos la música. Desde que la noticia trascendió a los medios de comunicación, han sido muchos los especialistas, eruditos y melómanos reconocidos que nos han desgranado su intachable trayectoria, sus grandes hitos, la influencia que ha supuesto para miles de bandas y solistas, su permanente capacidad de reinvención, como para aportar una palabra, una frase o una idea que agregue un nuevo matiz en la definición del icono musical fallecido. Ha muerto Bowie, que es lo mismo que decir: ha muerto una parte esencial de la historia de la música, uno de sus más grandes autores, un artista irrepetible, único. Ha muerto David Bowie, sobran las palabras, se rebelan las emociones, recuerdos en la parrilla de salida de la memoria, la banda sonora de una vida. De millones de vidas.

Conducía bajo la lluvia mientras sonaba su Let’s dance. Por un momento pensé que era la mejor manera de comenzar un lunes, una nueva semana, y hasta la lluvia, el tráfico y las prisas de un lunes feo me parecieron más llevaderas, más ligeras. Sin embargo, cuando la canción concluyó y el locutor anunció la terrible noticia sentí que el lunes más negro y triste se adueñaba de todo. No pude evitar llorar, con el desconsuelo del que pierde a un ser muy querido, a un hermano, a un amigo, a un padre. Y es que Bowie consiguió que una canción fuera mucho más que una composición musical, las transformó en emociones. Eso que solo consiguen unos cuantos elegidos: estar en posesión de esa varita mágica que despiertan a nuestras entrañas del sueño de la rutina. Emoción que, en este momento, se transforma en escalofrío cuando escucho su voz.

Mi última novela, Biografía autorizada, comienza con una cita de David Bowie. We can be heroes just for one day. Y no es producto de la casualidad, fue una decisión muy meditada. Entendí, y entiendo, que nadie como Bowie para sintetizar las últimas cinco décadas de historia de la música. Nadie como Bowie para explicar los profundos cambios, y no solo musicales, que se han producido en nuestra sociedad en el último medio siglo. Porque Bowie tuvo mucho de visionario, de adelantado a su tiempo, y su trasgresión no tardó en convertirse en una puerta que luego muchos tomamos, hacia el futuro, hacia hoy, hacia mañana.

Feliz, como el que se reencuentra con un amigo del colegio, celebré su regreso después de diez años de silencio. En The next day encontré a la estrella que se enfrenta a la madurez, cara a cara. Ya no era Ziggy Stardust el que cantaba, el gran Duque Blanco había mutado de nuevo. Nos ofrecía una belleza serena, comedida, juiciosa, que ha continuado en Blackstar, su última creación. Un título que con toda seguridad encierra una premonición, la estrella teñida por el negro del luto.
Ha muerto David Bowie, sí, pero cuando el big bang de su muerte haya pasado, yo lo seguiré escuchando como siempre lo he hecho, creyendo que un lunes lluvioso y gris de invierno lo es menos, que casi se aproxima a una cálida y luminosa mañana de verano, con solo escuchar su voz. Y seguiré creyendo en la magia de la música y en la capacidad que todos tenemos para ser héroes, aunque solo sea por un día. O por toda la eternidad, como el propio Bowie lo será. 


martes, 12 de enero de 2016

EL VESTIDO


No es una ironía, tampoco una broma: yo habría preferido tomarme las uvas del 31 de diciembre siguiendo las campanadas de Canal Sur, por aquello de la aventura, el morbo o la solidaridad, pero nadie secundó mi propuesta, nos la comemos con la Pedroche, me dijeron, como si la citada tuviera una silla reservada en el salón. Eso es muy de política, cuando el candidato está por encima o debajo de la marca, según explican los analistas de esas tertulias que son la nueva Carta de Ajuste de la televisión; parece ser que Cristina Pedroche está por encima de su marca, su cadena de televisión, en este caso. El éxito de las campanadas que retransmite Cristina Pedroche no gozan del favor del público por estar especialmente bien narradas, por la calidad de los planos, por la originalidad de los comentarios o similar, no, es mucho más básico el asunto, más primario, me temo. El éxito reside en el vestido, o no vestido, o como se pueda calificar esa cosa, que la popular presentadora exhibe cada Nochevieja, y que desvela a la audiencia tras despojarse de una castiza y españolísima capa negra. Ole. No seré yo quien censure la exhibición de Cristina Pedroche, ni se me pasa por la cabeza, faltaría más. Tampoco me escandaliza, sobre todo porque tampoco enseña tanto, apenas nada, y porque nunca me ha escandalizado el cuerpo de una mujer; me escandalizan los Rato, Bárcenas y Granados, que no hay un solo atisbo de belleza en sus manejos y presencias. Doy por hecho que Cristina Pedroche hace el número del vestido por decisión propia, sin coacción alguna, en plenitud de sus facultades físicas y mentales, porque le da la gana o porque le apetece, yo que sé, en uso de su plena y absoluta libertad. Vamos, que nadie se lo impone. Partiendo de esta premisa, que es esencial, faltaría más, y respetando su decisión personal, por supuesto, debo de reconocer que a estas alturas de la vida, después de lo que llevamos visto, oído y andado, me sorprende, y hasta me escandaliza, que nos sigamos impresionando por algo así.
Desde un punto meramente estético, el vestido de este año era absolutamente horrible, una catetada en estado puro; como hortera no lo califico porque hay horteridades que me fascinan y que defiendo por su pureza y sinceridad. Una cosa fea, a secas, vamos. Después de haber visto el... sigue leyendo en El Día de Córdoba

jueves, 7 de enero de 2016

EL DESPERTAR DE LAS EMOCIONES

Más allá de los cánones, de la técnica y de las referencias cultistas, lo que le pido a una película, a una canción, a un libro o a un cuadro, es que me emocione, que me conmueva, que me arañe, que me provoque, que no me deje indiferente.
Yo debía tener diez años, calculo desde la niebla de la memoria. Recuerdo una cola interminable para poder acceder al cine, el Cabrera Vistarama, en Ciudad Jardín. Esa nueva Córdoba, de porteros electrónicos, ascensores e hipotecas a 40 años, que había crecido al mismo tiempo que desaparecía esa otra Córdoba, la de siempre, de patios tumultuosos, calles empedradas y aseos compartidos. Esa Córdoba que ahora exhibimos para disfrute de los turistas, que guardan interminables colas para contemplarla. Esas paradojas del tiempo. De la mano de mi madre fui a ver La guerra de la Galaxias, ese primer episodio, que años después se convirtió en el cuarto, y que se apoderó de la denominación de la saga para olvidar el que realmente era su título: Una nueva esperanza. No creo que tardara más de cinco minutos en caer rendido por la fascinante propuesta de George Lucas; sobrecogido por la atronadora y característica banda sonora de John Williams, hipnotizado por aquel desconocido universo de androides, naves espaciales y seres estrambóticos.
Las siguientes entregas de la saga las contemplé con amigos del barrio, con semejante emoción que en aquella fría tarde de invierno en el Cabrera Vistarama; celebraciones colectivas en vibrantes tardes de domingo. Tuvimos que esperar unos cuantos años hasta que pudimos ver los que han denominado como los tres primeros episodios, vaya galimatías de precuelas, aunque he de reconocer que las emociones del pasado no se repitieron. El experimento de Falcon Crest galáctico en holograma, o esos videojuegos con tantos e interminables diálogos, nunca me conmovieron. Es más, consiguieron que añorara, más y más, las tres primeras entregas estrenadas.
Hace unos días, en esta ocasión de las manos de mis hijos, fui a ver El despertar de la fuerza, el nuevo episodio de la célebre saga. Curiosamente, y casi a modo de repetición generacional, mi hijo mayor tiene 10 años. Le paso el testigo. Y como en la primera ocasión, casi cuarenta años después, en menos de cinco minutos me sentí atrapado por la historia que contemplaba en la pantalla, y lo mismo les sucedió a mis hijos; me reconocí en sus expresiones de asombro. Emoción que fue en aumento, con las apariciones del pasado que se van sucediendo a lo largo del metraje -no spoiler-. El halcón milenario, R2-D2, Chewbacca y esas espadas láser que vuelven a brillar como tenía grabado en la memoria. Porque en El despertar de la fuerza se recupera la estética que contemplé en la niñez, como un auténtico y sublime revival galáctico. En cierto modo, todo vuelve a ser como nunca debería haber dejado de ser. No me cabe duda de que ha sido un gran acierto encomendar la dirección de esta nueva entrega a J. J. Abrams, al que la mayoría descubrimos en Lost, y que posteriormente nos ofreció una auténtica lección de lo que es el ritmo en la narración cinematográfica en... sigue leyendo en El Día de Córdoba
 

lunes, 4 de enero de 2016

091, LA FELICIDAD DE CARLOS J.

Fotografía de Sonia Tercero, Diario El País

Imagino que Carlos J., el protagonista de Biografía Autorizada, hoy es muy feliz...
 
Cuando me quedaba solo en casa, reproducía la cassette a todo volumen y trataba de emular a Jose Antonio García, Pitos, el cantante del grupo, en esa forma tan suya de interpretar, aguda y enérgica. Contemplarlo por primera vez me emocionó, Pitos era el cantante que yo deseaba ser: un hombre seguro, poderoso, enérgico y dominante sobre el escenario.
Todavía hoy, cada cierto tiempo, sobre todo si estoy solo, tampoco son tantas las ocasiones, me gusta escuchar 091 a todo volumen...