miércoles, 27 de abril de 2016

EDUARDO GARCÍA

Hace justamente siete años, escribí en este mismo periódico, en este mismo espacio, un artículo con el mismo título que el de hoy: Eduardo García. Acababa de ganar el Premio Nacional de la Crítica por su libro de poemas La vida nueva. Como el resto de su obra, un poemario luminoso y sensual, cálido y profundo, delicado con las formas, primoroso con las palabras, siempre escogidas, siempre las necesarias, las justas. Si subes por la escala no hay retorno, en la cima del viento hallarás nuestra casa. Es duro pensar que no volveré a leer un poema nuevo de Eduardo, cuando aún le quedaban tantos y tantos por ofrecernos. Escribir desde el dolor, como lo estoy haciendo ahora, desde la inmediatez, no es la mejor fórmula para ofrecer un texto bien estructurado, coherente. ¿Por qué ser coherente cuando la vida no lo es? Hoy escribo otra vez sobre Eduardo García porque nos ha dejado, porque la vida, que a ratos puede ser hermosa, incluso acogedora, con frecuencia es mezquina y terrible, tacaña en gestos, monstruosa en sus decisiones, caprichosas, malvadas e incoherentes. Nunca me cansaré de repetir que lo mayor y mejor que he recibido de la Literatura son los compañeros de viaje que he tenido la suerte de encontrar en el camino. Pablo, Joaquín, Vicente, Alejandro, Braulio, Ignacio, Andrés, Javier, Julio, Nacho, Elena, Eva, Alejandra, Antonio, Dani, Gabriel, Ángel y tantas y tantos otros que prefiero no seguir enumerando ante el temor que siempre se esconde tras el olvido. Y Eduardo, claro.
Creo que han pasado ya veinte años desde que lo conocí, casi los mismos que somos amigos, ya que no tardó en regalarme su amistad. Era muy fácil ser amigo de Eduardo, muy fácil. Y no es la típica frase hecha sobre alguien que ya no está. Por aquel tiempo, con nuestros queridos Pablo García Casado, Joaquín Pérez Azaústre, Curro Bernier o Vicente Luis Mora, formaba parte de un nuevo batallón de poetas dispuestos a dejar su impronta a pesar de la gran frontera que para algunos suponía la herencia de Cántico y aledaños. Y lo consiguieron, ya lo creo, y Eduardo García fue un elemento fundamental en esa conquista, que no se basó en la confrontación, simplemente tomaron el testigo. De nuevo, Córdoba fue una referencia indiscutible de la poesía española, su capital. Desde el dolor o a pesar del dolor, o por luchar contra él, prefiero recordar al Eduardo con el que recorría los bares tras una lectura poética, al Eduardo con el que compartí cientos de cigarrillos y risas. Mira que un brasileño al que no le gusta el fútbol, tú ni eres brasileño ni eres nada, le solía repetir, y Eduardo reía. Lo mismo que reía con las ocurrencias del Novelista Malaleche, del que se declaraba fan incondicional. Y hablábamos y hablábamos de libros y de autores, y de cómo enfrentarnos a nuestro oficio, cómo ser escritor en este tiempo.
Me fascinaba su perfección, su meticulosidad, que nada lo dejara al azar. Puedo recordar, como si me lo estuviera contando ahora mismo, el tiempo que le dedicaba a diseñar la “caja” de las páginas de sus poemas. El tipo de letra, el tamaño, los márgenes, todo eso que para muchos escritores, entre los que me incluyo, carece de importancia, para Eduardo formaba parte del poema, y es que necesitaba que sus textos no solo fueran bellos y luminosos en la lectura, también visualmente. Nos hemos despedido de Eduardo García esta pasada semana, así de jodida y puñetera y desagradecida puede llegar a ser la vida. Hoy no me consuela saber que sus poemas permanecerán, tal vez ese sentimiento llegue dentro de un tiempo, hoy el desconsuelo me retuerce las tripas porque he perdido al compañero, al colega, al amigo. Querido Eduardo, no sé si has comenzado La vida nueva, si el viaje continúa o solo la nada nos aguarda, en cualquier caso quiero que sepas que te echamos de menos, que te extrañamos, que te seguiremos queriendo, que nunca te olvidaremos. El viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje.

martes, 19 de abril de 2016

LECCIONES DE GEOGRAFÍA


La verdad es que no ganamos para sustos, que vaya época chunga que nos está tocando vivir. Que cuando no es uno, es otro, u otro más allá, o aquel de enfrente, que siempre hay uno predispuesto y bien dispuesto a salir en los papeles, para mostrarnos sus miserias o sus avaricias, ya que solo se tratan de miserias para nosotros, los tontos de siempre que acabamos pagando el festín, a tutiplén, que se han pegado esos pocos que ya no son tan pocos, que la lista se va ampliando y ampliando, que yo no sabía que la codicia fuera de la familia de los champiñones. Hubo fiesta, claro que la hubo, y la sigue habiendo, tal cual, pero ni usted ni yo estamos invitados, o sí, para recoger los platos rotos, limpiar las manchas del suelo y pagar lo que se deba, porque todos esos robos, llamemos a las cosas por su nombre, los pagamos entre todos, y a toca teja. En metálico y con nuestra Sanidad o con la Educación de nuestros hijos. Rara es la semana que no nos enteramos de un nuevo desaguisado, de una nueva desvergüenza, la Gürtel, los Pujol, Bárcenas y sus colegas, Punica y que sé yo más. O nos enteramos, que viene a ser lo mismo, de un nuevo destino truculento financiero, en esa geografía amoral y canalla que traza el dinero, o ese dinero que se esconde porque se ha ganado a costa de mucho robar y mucho choricear. A Suiza, Gibraltar, Andorra o Las Caimán ahora se ha unido Panamá. Una nueva casilla a marcar en la geografía de los paraísos fiscales, que vaya expresión más fea, y es que “paraíso” y “fiscal” no pueden ir en la misma frase y cuando van, cuando logran agruparse, es porque no significa nada bueno y se ha pervertido la definición original, o esa que nosotros tenemos instalada en nuestras cabezas. Su paraíso no es nuestro paraíso, definitivamente, aunque lo paguemos a medias, con propina me temo.
Panamá, célebre por su canal, el atajo entre los océanos, y por Rubén Blades, ese cantor universal que se inventó Pedro Navaja, manifestación más evidente de la latinidad por la séptima avenida, ahora está en boca de todos por esos papeles que nos cuentan en las páginas de los periódicos. Papeles que nos han mostrado los supuestos desmanes contables de algunos acaudalados y célebres personajes, de Almodóvar a Vargas Llosa, pasando por el ministro Soria y la hermana del Rey, el Rey de antes, quiero decir, que el Rey actual ya tiene bastante con su hermana, con la única intención de pagar los menos impuestos posibles, y si es cero mejor, en sus países de origen. Y Bertín Osborne, que se me olvidaba, ese visionario, ese revolucionario, que ya no sabemos dónde está su casa, si en la televisión o en Panamá. Sí, todo así como muy patriota, de muy comprometidos con los suyos, o todo lo contrario, muy comprometidos con lo suyo. Panamá... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

lunes, 11 de abril de 2016

BIOGRAFÍA AUTORIZADA EN EL CULTURAL Y EFE EME

Cuarenta años en los que el lector, a poco que los haya vivido, podrá reconocer escenas en este gran fresco sobre la música popular de este país”. César Prieto.


"El novelista abre un crisol de vida de los últimos cuarenta años de la Historia patria". Jesús Nieto Jurado.

lee crítica completa en El Cultural


martes, 5 de abril de 2016

ROCKEVOLUCIÓN


El que Elvis Presley se convirtiera en el Rey que todos conocemos no fue cosa de un día, precisamente. Muchos padres, presentadores de televisión y críticos musicales no veían con buenos ojos esos eléctricos y sensuales movimientos de pelvis, acostumbrados a músicos más recios, casi espartanos en sus formas. Aún así, acabó siendo el Rey, a pesar de los pesares. El peinado y gestos de los Beatles fueron la pesadilla de miles de padres y madres. Si los contextualizamos, eran un verdaderos pelucones los que exhibían los de Liverpool. Pelucones que no tardaron en extenderse por todo el mundo mundial. Los Stones siempre fueron unos chicos malos, incluso más malos que los pelucones de los Beatles, que ya es decir. Y es que las facciones de Jagger, entonces y ahora, surten su efecto, lo queramos o no. Malura que los propios Stones han alimentado a lo largo de los años, especialmente Richards, vertiendo comentarios sobre el destino de las cenizas de su padre o sobre sus legendarias transfusiones de sangre, quién sabe. Peor lo pasaron los padres que contemplaron como sus hijos repetían los estilismos, peinados y maquillajes de Bowie Ziggy Stardust, una cosa realmente dura en aquellos áridos y acampanados años setenta. En cualquier caso, lo cierto es que el rock, sus grandes nombres, Elvis, Beatles, Stones, Bowie o Dylan, han jugado con la provocación, incluso con la trasgresión, pero al mismo tiempo han conseguido unir a miles de personas, llegando a establecer puentes entre las generaciones. Padres e hijos que comparten melodías, y hasta abuelos y nietos porque la música, esas canciones que ya forman parte de la banda sonora de la Historia, cuentan con esa capacidad: no caducan y soportan el paso del tiempo con la mayor naturalidad y, sobre todo, allanan caminos, anticipan cambios.
Trescientos mil cubanos se congregaron en La Habana para asistir al ya histórico concierto de los Rollings Stones. Ellos que, como tantos otros, estuvieron prohibidos en Cuba durante demasiado tiempo, el régimen de Castro estaba convencido de que el rock era uno de los anzuelos del capitalismo, colapsaron la isla hace poco menos de una semana. Qué bueno. Eso sí, como consecuencia de la censura citada, pero qué fea es la palabra censura, apenas unos cuantos atrevidos pudieron acompañar a Jagger en su interpretación, el Satisfaction y poco más. Da igual, lo importante es el momento, el gesto, algo está cambiando, preguntó Jagger y muchos se miraron antes de responder. Tal vez para muchos el concierto de los Stones en La Habana no suponga nada, placebo, mercadotecnia, un lunar, solo un concierto de rock, yo qué sé... sigue leyendo en El Día de Córdoba