domingo, 25 de mayo de 2008

TELMA (SIN HACHE)



Thelma y Louise, aquella maravillosa película del realizador británico Ridley Scott, contaba la historia de dos mujeres en el límite de las emociones y de las circunstancias, hartas de sus parejas, de sus trabajos, de las vidas que les había tocado y que, tal vez, no habían podido escoger. Thelma y Louise decidieron huir, escapar hacia adelante, sin rumbo ni dirección, sin despedirse de todo lo que dejaban atrás, sin percibir el final de la carretera, que las conducía directamente al abismo. Telma –sin hache- Ortiz, la hermana de la princesa Letizia –la que habrá de ser la reina de todos los españoles, queramos o no-, intentó escapar la pasada semana de su propio destino y se plantó en los juzgados formulando una demanda histórica que, con toda probabilidad, se estudiará durante años en las facultades de Periodismo y de Derecho de nuestro país. Telma –sin hache- pretendía recuperar su vida, intentar que todo fuera como antes de que su hermana se convirtiera en Princesa de Asturias. Es decir, que los fotógrafos no la siguieran por la calle, que no supiéramos el oficio, nombre o aspecto de su pareja, que pudiera ser una madre como otra cualquiera, que el nacimiento de sus hijos no constituyeran una noticia que se comentase en las tertulias, que pudiese vivir como cualquier otra persona, en el anonimato, lejos de los focos. La Justicia le ha dado la espalda en primera instancia, alegando que lo solicitado vulneraba la legalidad, ya que podría entenderse como una censura previa, como una especie de condena sin haber cometido la falta.
Como ciudadano de a pie, entiendo las pretensiones de Telma –sin hache-, una persona que ha llevado una vida absolutamente normal, y que de la noche a la mañana se ve inmersa en un maremoto desconocido, nunca pretendido o buscado, y que necesita escapar, salir de un lugar indeseado, tal y como intentó la otra Thelma –con hache-, interpretada por Geena Davis, en la célebre película. Nuestra Telma –sin hache- no quiere pagar el precio de la boda de su hermana, no quiere formar parte de la corte de la farándula de famosos y famosillos por línea familiar, no quiere páginas en las revistas ni minutos en la televisión. ¿Lo conseguirá? Los monárquicos de pura cepa ya aprovechan la denuncia de Telma –sin hache- para volver a proclamar sus malos augurios y sus preferencias. Hubieran preferido que el Príncipe Felipe se hubiera casado con alguien con sangre real, educada, como el resto de su familia, en las estrictas exigencias de lo que supone una monarquía, personas que han asumido desde la infancia la notoriedad, la fama, que se desenvuelven ante los focos y los micrófonos con absoluta naturalidad y templanza. Los monárquicos de pura cepa siempre citan el ejemplo de nuestra Reina, una gran profesional que ha sabido desempeñar con gran acierto todas sus tareas y funciones.
Puede que en la demanda de Telma –sin hache- se esconda un leve reproche por la muerte de su hermana Erika, una mujer joven que no supo encontrar su deseado puerto y que fue devorada por la tormenta. Puede que en la demanda de Telma –sin hache- se oiga el eco de un grito de auxilio, el de alguien que contempla como desaparece todo lo que había sido su vida y que trata de remediarlo. Thelma y Louise, una mañana cualquiera, subieron en el majestuoso Thunderbird y buscaron en la carretera la complicidad que les condujera a la soñada liberación. No la encontraron. Telma –sin hache- tal vez se tenga que acabar acostumbrando a aceptar esta nueva vida, con su decorado iluminado y sus personajes con el guión magníficamente aprendido, que le ha venido por accidente -familiar-. De momento, como la otra Thelma –con hache-, se tendrá que conformar con la ilusión de la huida, sin saber lo que le espera al final de la carretera.




El Día de Córdoba

domingo, 18 de mayo de 2008

BARNABY CONRAD, UNA PASIÓN ESPAÑOLA (epílogo)



Miro de reojo hacia el palco, el presidente juguetea con su reloj. Antes de que asome su pañuelo blanco que ordena al clarín que entone el temido aviso, me despido. Como uno de esos jóvenes toreros, sediento de gloria y enfermo de pasión, que se atreve en su primera actuación en público a emular los pases inventados por los grandes maestros, copio con descaro al maestro Hemingway en su despedida de la citadísima Muerte en la Tarde.
Si yo hubiese podido conseguir que esta biografía fuera realmente una biografía, habría procurado que lo contuviese todo; las calles de San Francisco, cuándo te dije que no te llamaría cobarde, las arboledas de cada mañana, el olor a colegio y cebada, cinco dólares, el sudor del cuadrilátero, los primeros besos, ese pedazo de Montana que es el cielo de un niño, Big Tumber, el rescoldo del fuego, las clases de piano, la electricidad de un rodeo, un dormitorio invadido por una ventana, Panamá es lo que ves allí, iremos todos juntos, la tragedia de un hermano, el girar de una ruleta; el llanto de los niños de Tijuana, el tequila comprado en la madrugada, el sexo de Ofelia, no puede ser que sea la madre, lo es, hombres que cruzan la frontera, el polvo de El Rodeo, el tacto de una muleta, los sueños de un amigo, los amigos con sus uniformes de la Marina, códigos secretos en Washington, la noticia de un destino, el sueño de un destino. Estaría también en esta biografía el sonido de los tranvías que atraviesan la Alfama, Portugal no era una fiesta, bailaba a su propio ritmo, una canción lenta y brumosa, que te abraza a dos mujeres, la Guerra no se escucha aquí; el Consulado de Vigo, húmedo y oscuro, puerta de un nuevo mundo, el petróleo español que alimenta la barbarie nazi, los visados que crujen entre los dedos, las mañanas aburridas mientras el mundo es una noria, que gira y gira, que gira y gira, el periódico que narra las gestas de un héroe; un tren lento y fatigado que atraviesa la Meseta, el ganado que se asusta, que trota sin dirección, mientras un hombre contempla ese tren que atraviesa la Meseta, buena tierra, seca y dura, amplia, hasta donde los ojos llegan. Y estaría Madrid y sus chicas Topolino, y el resquemor que deja el vino barato en la garganta, una visita a Galerías Preciados y una madrugada en la Gran vía, solitaria y callada, con el olor aún del gasógeno, tras una noche en Chicote, qué guapa la cigarrera, y despierta, muy despierta, qué me vas a contar, un botellín de cerveza a las puertas de Las Ventas, saca el pañuelo que lo vamos a sacar a hombros; y estaría el Parque de María Luisa, con todos sus árboles, que son miles, y todos cuentan con su propia historia, un bosque de historias y personas, el Consulado queda cerca, algunas ramas se le cuelan por las ventanas, el Costurero de la Reina, pero ésa es otra historia, cualquier día te la cuento, me la cuentas ahora, ahora nos vamos a tomar la penúltima, siempre la penúltima; cigalas envueltas en papel de estraza, manzanilla en rama, el trajín de la calle Sierpes, el tacto del mármol blanco, los farolillos de la Feria, el sonido de una guitarra, el suspiro de una saeta, el homenaje en el cementerio de la Salud. Volver a vivir todo eso; el descubrimiento de un país que parece no llorar sus heridas, el miedo a lo desconocido, las playas en el río, los aguadores junto a la Catedral, los animales de la Alfalfa, los churros que se escurren por las mangas, un traje corto que escuece las rodillas, el miedo, el miedo, siempre está el miedo, aunque lo espantes con una copa de brandy, los burdeles de Santa Cruz, vengo a conocer a las niñas, la costa que te regala un minuto de infancia, me puedo ver en casa, Serranía de Ronda, la motocicleta asmática de cansancio, el torero perfecto que dejó su valor en una botella de fino, la Torre del Oro y sus buenos recuerdos, morena y con mantilla, la vista desde la altura, el Mediterráneo, que es un mar asequible y viejo, un proyecto de océano, calle Larios, chanquetes y espetos, el sabor de la sal carbonizada, el vino dulce, las calles de Torremolinos antes de que fuera Torremolinos; varios hombres, paso lento, quiénes eran esos hombres, qué hacían esos hombres, por qué esos hombres, el humo en los ojos, el viento en la cara, el viaje, cómo fue realmente el viaje, el sonido de la gloria después, el sonido más lindo, yo lo creí escuchar una vez, pero aún seguía dormido; una mujer con alma de torero, torero de los grandes, la admiración, la curiosidad, las estrellas en sus ojos, el amanecer en sus ojos, el mar en sus ojos, he creído haberlo visto, pero sé que no lo he visto, siempre estaré aquí. Y haría falta regresar en el tiempo escondido tras una máscara de normalidad, aplaudir en los tendidos, dejarse atropellar en Pamplona, saltar sobre el burladero, sentir miedo de verdad, los cuernos de un toro muy cerca del vientre, conquistar a una mujer desde una ventana, retocar el color nebuloso de unos ojos, meter las manos en la pecera, contar los segundos que puede durar una tragedia; caminar sobre el barro, encender un cigarrillo con una vela, vomitar la diversión de una noche, esconder el cuerpo cuando la fiera avanza, abrazar el recuerdo del amigo fallecido, tomar un anís en Los Corales, volar sobre las praderas, despertarse sobre el océano. Y no hay nada en esta biografía de los camareros repeinados que atendían las tabernas, de la comida tras la tienta, tras el miedo, de un niño que merodea entre los establos, de un frío y gris despacho en Vigo, de la máquina de escribir que odiaba utilizar, de los impresos garabateados con tinta acuosa, del sentimiento tras una noche de alcohol y barbitúricos, del dolor de la despedida, del dolor que es la muerte de un hermano, un dolor terrible; de las calles de Málaga, de las calles de Barcelona, del Puente de San Francisco, de la soledad en un camarote, del rastro de unos labios que no se vuelven a besar, de la pólvora que huele el suicida, del pasodoble que quisieron escuchar y que la banda no interpretó, de aquellos trofeos que los críticos se inventaron, de los contratos pactados, de las reglas incumplidas, de las promesas incumplidas, de los sueños incumplidos; de ese rubor que es un instante permanente, de la sangre que brota tras la herida, de una blanca y oscura habitación de hotel, de lo que nunca escuchó el amigo muerto. Y luego podíais pasear por el Parque de María Luisa, Paseo de las Delicias, una mañana de primavera, Colón, Sierpes, Embajadores, Campos Elíseos, Séptima Avenida, Coliseo Romano, río Guadalquivir, los barcos que parten más allá del océano, por las calles de Lima, La Legua a lo lejos, chavales despeinados que se arrojan a las vaquillas, camino del aeropuerto, de nuevo te encuentro, nunca me he ido, por el aliento del maestro tras una noche de alcohol y discusiones, sigue siendo como siempre, por las avenidas de Nueva York, el regreso de los guerreros, algunos mutilados, todos perdedores; por las calles de una ciudad que me es desconocida, aunque siempre la recordaré, la recordaré en mi cuerpo, en mi dolor y en tus palabras, por los pasadizos del México desconocido, el de las calles perdidas y las mujeres sin nombre, el alcohol que se desparrama por las paredes, la ciudad de los gringos locos e insensatos, van a matar a ese gringo, por la Santa Barbara del descanso, de los escritores, de un hombre agarrado a un pincel que rescata sus recuerdos sobre el lienzo. No volveremos a Villa Inocencia, sus raíces se confunden con los cimientos de esas urbanizaciones que se anuncian en un periódico, ni a la barra de El Matador, que olía a Marilyn, y que conservaba el eco de Sinatra y los gritos de Capote, ni al rancho de Hunt, testigo de un final, testigo de un abandono, ni a las puertas cerradas del Consulado en Sevilla, ni al de Vigo, ni al de Málaga, abandonados, desmantelados, olvidados, ni a los amaneceres de Tijuana, ni a la cama de Ofelia, ni a las tientas en invierno, ni a la baranda del carguero ni a la pajarería ni a la orilla del mar ni a esa Feria oscura y callada ni a las misas de siete. Y en el Consulado Americano, vestido de torero, con sombrero cordobés, recibía al bueno de Sidney Franklin, no llegan los contratos, seguro que esta temporada es la tuya, asomado a la ventana, preparo café, no le dijo su nombre, la toalla colgando de una barra, en Lima, en Perú, barrio de Miraflores, la señora Herrera, su casa, sus encajes en los visillos, en el hotel, el sonido de un piano que es el mismo sonido de cada noche, cada vez que la toco pienso en ti, en ese taxi se fueron seis meses, perdidos para siempre, en el horizonte, entre las astas de los toros, un hombre montado a caballo, como un general ante su ejército, las mañanas de los sábados, el pan junto a la chimenea, los libros sobre la mesa, en el dormitorio con ojos al mar, cierra la ventana, nos pueden ver, y el mar se colaba, cada noche, cada mañana, en un coche que devora la carretera, no llegamos, no llegamos, se nos muere, se nos muere, un cuadro por concluir, la chica que corre sobre la pista de tenis. ¿Qué más podría contarles de Barnaby Conrad?




Barnaby Conrad, una pasión española.

Fundación José Manuel Lara, 2007.

sábado, 17 de mayo de 2008

RONALDO, EL ÚLTIMO ROMÁNTICO


¿Cuál es la verdad?


La verdad es que fui con unos amigos a cenar. Salí del restaurante en el que estábamos a las 4:30 de la mañana y cometí un acto estúpido. Había discutido con mi novia, estaba un poco triste pensando en muchas cosas y una chica se acercó a mi coche y contraté sus servicios. Después empezó toda la extorsión.


¿Qué sucedió entonces?


Fuimos a un motel y ella llamó a dos amigas. Cuando llegaron percibí que las dos amigas no eran mujeres sino hombres, travestis, y en ese momento les dije que no quería más. Ahí me empezaron a extorsionar.¿En qué consistió exactamente la extorsión?Me pidieron más dinero. Yo empecé a negociar con ellos para que no hubiera más problemas. Los propios travestis se han retractado luego en la comisaría de todo lo que dijeron. Era mentira y estas personas quisieron aprovecharse de mí para subir en la vida por el hecho de ser famoso. Yo no quería seguir con el servicio porque vi que no eran chicas.


¿Y cómo no se dio cuenta de que no eran chicas?


No supe que la primera chica era un chico y me equivoqué. Cometí la estupidez de contratar el servicio de una chica que luego además no lo era. Mi pelea con mi novia no justifica lo que hice. Al llegar a la habitación, cuando vinieron las otras chicas, me di cuenta de que no eran mujeres y dije que no quería seguir adelante. Ni me enteré de que la primera chica era un chico. Tan es así que esta chica ya tiene una demanda en contra de otra persona que contrató sus servicios. Porque no se pone en el sitio de los travestis y sí en uno donde están las prostitutas. Mi caso no es el primero, ella tiene una red de extorsión de este tipo y yo he sido una víctima.


¿Las chicas le amenazaron en algún momento?


Sí, me amenazaron con extorsionarme si no les pagaba 30.000 euros. Si no se los daba irían a la prensa a contar todo. En las investigaciones se ha confirmado que mientras yo estaba con estas chicas en la habitación el novio de una de ellas ya estaba en un periódico contándolo todo. Esto se ha sabido porque he peleado hasta la muerte por no ser víctima de una extorsión. Yo no he aceptado pagar una cuantía muy superior.


¿Pasó miedo?


Sí, porque soy una persona normal como usted y me han implicado en una situación que le puede pasar a cualquiera. Tuve miedo, pero me quedé muy triste porque fui muy sincero con ellas para no seguir con el servicio. Pagué a dos sin haber hecho nada. Ni siquiera me quise marchar sin pagar a pesar de que no había hecho nada. La actitud de una de ellas de extorsionarme me dejó muy triste.



Diario As

domingo, 11 de mayo de 2008

EL PASILLO


HABLEMOS DE FÚTBOL


Dicen que el fútbol, en España, es el deporte nacional, pero yo creo que es mucho más. Por número de ejemplares en los quioscos de prensa, es la lectura nacional; por los niveles de audiencia en los programas radiofónicos o en las retransmisiones televisivas, es el espacio radiotelevisivo que cuenta con más adeptos. Por cifras de ventas, no hay nada más que ver las veces que los equipos cambian de vestimenta, es uno de los regalos por excelencia –ya hay hasta vajillas, pijamas y me temo que preservativos-. Y, por supuesto, es el gran protagonista en las conversaciones de nuestro país, porque para muchos, me incluyo, puede llegar a ser más divertido, emocionante y entretenido hablar de fútbol que ver fútbol. Hablemos de fútbol, pues. Desde el pasado domingo hay campeón de Liga: Real Madrid. Y por mucho que se comente, con todo el merecimiento. Los números mandan, y aún obviándolos podemos comprobar que los blancos han ganado en todos los campos calificados como difíciles, salvo en los dos estadios sevillanos. Muy regulares en el Bernabéu, salvo un par tropiezos anecdóticos, el Real Madrid tiene todas las papeletas para acabar siendo el equipo más goleador y menos goleado del campeonato –ya se encargaron Raúl y compañía de que Víctor Valdés no ganara el Zamora-. Allí al fondo alguien dice: el tuerto en el país de los ciegos. Tal vez, aunque también tengamos en cuenta todos esos equipos que se han graduado la vista y que se han situado en los puestos más altos de la tabla. Mire usted hasta donde ha llegado el Getafe en Europa y en la Copa y la temporada del Racing, del Almería o del Villareal.
Ante la comodidad con la que el Madrid ha ganado la Liga es demasiado simplista excusarse en la mala temporada de varios equipos, y, muy especialmente, del gran rival. Sinceramente creo, y no estoy desplegando un ejercicio de macabra ironía, que los aficionados barcelonistas deben sentirse más que satisfechos. Oiga usted, no me grite, que ahora mismo se lo explico. El catalán es un equipo desestructurado, sin coherencia, sin patrón de juego, absolutamente insolidario, entregado a unos falsos iconos que son pasto de la samba a altas horas de la noche, de las lesiones crónicas, de un pasado olvidado o de presiones inusuales. El comportamiento de Deco y Eto’o borrándose descaradamente del partido en el Bernabéu, que se coman otros el marrón, son el mejor ejemplo para ilustrar mis palabras. Puede que el Barça haya hecho más de lo que realmente podía, no hay más cera que la que arde. ¿Y el Valencia, y el Sevilla? Más de lo mismo.
Que si soy madridista me pregunta usted. No se lo niego, desde pequeñito, a pesar de Luis de Carlos, y de San José, y de Eindhoven y de Spasic y de Vitor, ya se puede hacer usted idea de lo madridista que soy. Que por qué hay tantos barcelonistas o madridistas en Córdoba. Déjeme que se lo explique. Cuando era niño, Mansilla, Vinuesa o Perico Campos no aparecían en los cromos, tampoco salían por la televisión, y los chicos del barrio queríamos ser como Juanito, como Santillana o como Cruyff, y nos comprábamos sus camisetas y soñábamos con hacer sus jugadas. El Córdoba, por aquella época, jugaba contra el Brenes, contra el Bollullos o contra el Valdepeñas, mientras que el Barça o el Madrid lo hacían en Rusia o en Italia. Durante años fui socio del Córdoba, fíjese usted, y dejé de ir al estadio cuando comencé a ver como se nos iban Paco, Berges o Toni. Puede que al Córdoba actual le pase lo mismo que al Barcelona, pero de eso hablaremos cuando acabe la temporada en Segunda. En Primera, y a falta de hilvanar unas cuantas costuras, el traje está hecho, blanco como la leche. Pero esto no es más que un pequeño paréntesis, que la Eurocopa está a la vuelta de la esquina. Nuevamente nos creeremos lo que nos venden los periodistas deportivos y entenderemos como posible un cambio de trayectoria de la selección de Luis Aragonés –que no es la misma que la Selección Española-. Que si vamos a pasar de ronda, me pregunta usted. Puede ser, pero historia seguro que no hacemos. Tampoco es tan grave, las historias en fútbol durante 90 minutos, aunque luego se comenten durante horas. En eso le doy toda la razón. Por fin estamos de acuerdo en algo, y no se preocupe que el café está pagado.
El Día de Córdoba

jueves, 8 de mayo de 2008

ESPAÑA, MANUEL VILAS


A la espera del nuevo disco de Enrique Bunbury -cuentan que en septiembre verá la luz-, la Expo de Zaragoza ya ha tenido su gran momento: España. Manuel Vilas vuelve a mostrarnos todo lo que cabe, y no sobra, en una obra narrativa. Irónica, dulce, esperpéntica, precisa y difusa, ácida, divertida, atroz, sublime, noctámbula, loca y delirante.

Gritemos todos al unísono: ¡Viva España!

domingo, 4 de mayo de 2008

JOSÉ MARÍA BERNÁLDEZ



Murió, como vivió, con un libro entre las manos. Divertido, irónico, lúcido, memoria viva de un tiempo y sus personajes. Amigo, te voy a echar de menos.

ISABEL

Espero que las exigencias del artículo semanal, los plazos que te marca, la intensa vigilancia del reloj, los biberones y los pañales, no me impidan describir en palabras, tratarlo al menos, todas las emociones que me han rozado durante la última semana. El pasado lunes, cuando la noche cerraba, nació Isabel, mi segunda hija –tres años antes llegó Israel-. De nuevo en Huelva, en el hospital de nombre borbónico, Infanta Elena, entre trigales y brumas, muy cerca del océano. De nuevo rondando las once de la noche, como si esa hora escondiera una clave secreta que abre, de par en par, las puertas de la vida de mi mujer, Carmen. De nuevo Angustias junto a la camilla, sonrisa y nubes en la mirada, pendiente de hasta el más pequeño detalle, segura y tenaz. De nuevo el sonido de las contracciones en la sala de dilatación, que es una mezcla de submarino y sauna por sus sonidos y temperatura; la bata verde, los gritos de otras mujeres, el llanto de los recién nacidos, los guantes de látex. De nuevo los nervios, los paseos sin dirección, los cigarrillos no saboreados, el corazón maltratándote el pecho, en la antesala; los besos, las risas nerviosas, las frases descontroladas, las lágrimas felices en el anhelado desenlace. De nuevo los cientos de mensajes y de llamadas de felicitación, los ramos de flores y las cajas de bombones que ruedan entre las sábanas, de amigos y familiares compartiendo tu misma alegría. De nuevo el miedo, no saber cómo utilizar las manos, la sonrisa imperturbable… de nuevo la recuperación de un pasado nunca olvidado a través de la gozosa realidad del presente.
Antes de nacer Isabel pensaba que iba a sentir las mismas emociones que con el nacimiento de Israel, y que, por tanto, aún disfrutándolas, serían menos intensas, menos sorprendentes, más relajadas, más tranquilas. No podía estar más equivocado. Contemplar el nacimiento de un hijo siempre es un momento mágico, diferente, único e irrepetible. Aunque el guión se cumpla secuencia a secuencia, aunque el decorado se mantenga inalterable, es una nueva historia, todo se vuelve a vivir por primera vez, o es como si fuera la primera vez. Aunque tal vez si haya una gran diferencia, al menos en mi caso. Los días previos, cuando sentía cerca la llegada de Isabel, en mi interior deambulaban sentimientos muy contradictorios. Por un lado, el de la expectante alegría por la inminente llegada, pero, por otro, algo que me es muy difícil de explicar. Una especie de angustia, de zozobra, temeroso de que mi primer hijo, aún pequeño, Israel, pudiera quedar desasistido, de que no le dedicara el tiempo que requiere, de que pudiera percibir que compartía afectos y cariños, en un segundo plano. Este sentimiento aún pervive, y aunque cada día disminuye, me esfuerzo en que desaparezca lo antes posible.
Todo transcurrió en apenas doce horas. Tras el ingreso hospitalario, Carmen comenzó a sentir las primeras contracciones a primera hora de la tarde. Una vez en la sala de dilatación, la célebre y efectiva epidural consiguió rápidamente aminorar el dolor. Alcanzada la noche, cuando creíamos que Isabel no nacería hasta el martes 29, cerca de las once, la matrona nos advirtió con una sonrisa que había llegado el momento. Ponte Angustias rápido la bata que esta niña sale en menos de cinco minutos, creímos que se trataba de un broma, y reímos la frase. Nada más acomodarse Carmen en el paritorio, y acompañando la primera contracción con toda la fuerza que aún permanecía en su interior, Isabel nació. Incrédulos, todos lloramos, nos abrazamos, felices. Calmada y morena, mimosa y menuda, Isabel abrió sus grandes ojos y nos miró, puede que tratara de certificar si había acertado con la imagen que se había imaginado de quienes le habían hablado y cuidado durante nueve largos meses. Ahora, Isabel duerme a mi lado, ya ha invadido nuestra casa de rosas y dulzura, de ilusiones y de futuro. Su hermano se asoma a su moisés, quiere besarla y, de paso, robarle el chupete. Ella ya nos ha robado el corazón.
El Día de Córdoba