domingo, 22 de enero de 2012

PECADORES


Estoy que no vivo en mí desde que leí el otro día la noticia. Lo estoy pasando realmente mal, pero mal. Muy mal. Y lo estoy pasando mal porque se ha creado en mi interior una sensación de culpa de la que no me puedo desprender, que me está ahogando, matando poco a poco. Nada de sonrisitas, que esto es muy serio, que no está el horno para bollos. Vaya, ya lo he vuelto a hacer, no me termino de creer que con mis palabras puedo estar despertando sentimientos perversos a quien me lee. Tengo que medir mis expresiones, cada palabra, cada posible interpretación. Porque todo es interpretable, claro, y no me puedo permitir el lujo que yo sea transmisor de perversiones, ya sea con intencionalidad o no. La cosa está que arde. Y dale, cómo voy a decir “la cosa está que arde” y quedarme tan pacho, que esas palabras pueden llegar a esconder imágenes perversas. ¿La cosa, qué cosa, por qué arde? Arde porque hay fuego, ¿no?, llamas, calor, temperatura, fiebre… y ya no sigo hilando, que al final tienen razón y lo que hacemos desde los periódicos no es otra cosa, y dale con la cosa, que enfermar a los más inocentes. Acabamos con el candor de los bienpensantes, rellenamos sus cerebros con palabras que son dardos contra la moralidad, con una señal de dirección obligatoria hacia el pecado. Me temo que los redactores y editores de los periódicos, de éste y de cualquiera, que nadie puede eludir su responsabilidad, deben tener una nueva y esencial misión: analizar con detenimiento cada palabra, cada frase, para que los lectores no puedan sentir la chispa que enciende su parte pecadora, su parte maligna, esa que les conduce a las oscuridades de la perversión y que, como cantos de sirena, pueden estar cubiertas por hermosos disfraces, pero que no dejan de ser el abismo y el vacío, todo lo malo. Lo más malo, malísimo.
Por eso, cuando escuché la noticia, antes de esta primera reflexión que me inculpa, y de qué manera, corrí hasta llegar a casa y, como un poseso, abrí la mochila de mi hijo. Necesitaba comprobar con mis propios ojos que lo que acababa de escuchar no se cumplía en los libros del colegio. Repasé los textos con minuciosidad, página a página, Matemáticas, Lengua, Conocimiento del Medio. Éste último fue el que me provocó mayor desazón, ciertos pasajes de un claro contenido voltaico si uno se detiene a pensarlo, los potritos junto a sus mamás, cómo han nacido esos potritos, por qué hay que explicarles, tan pequeñitos, que unos animalitos nacen de la barriguita de sus madres y otros salen de huevos. Con lo fácil que sería resumir y considerarnos a todos ovíparos, mucho más neutro y pulcro, que salimos de unos huevos y ya está, huevos que se colocan en donde sea porque sí, y ya está, pero nada, tenemos que liarlos desde pequeñines, tenemos que alimentar su curiosidad, incitarlos a buscar respuestas a preguntas que tal vez sean excesivamente complicadas. Puede que no sea “complicada” la palabra más exacta, tal vez debería escoger “subliminal”, o, más concreto, “lujuria”. La veo escrita sobre la nívea candidez de la pantalla en blanco y ya empiezo a comprenderlo todo.
Y es que nos colocamos frente a la televisión y todo es desenfreno, locura, en esta Sodoma y Gomorra que hemos construido y permitido entre todos. Todo vale y no, todo no vale. Tras el anuncio de un inocente yogur o de un poderoso automóvil, o mientras que nos informan del tiempo que tendremos durante los próximos días, acecha el diablo, y ya no tan escondido, podemos ver su rabo y sus cuernos y hasta sus llamas infernales sin necesidad de poner en marcha nuestra imaginación. La radio no se queda al margen de esta orquestada sinfonía de la depravación, esas voces susurrantes y sensuales, ¿me he atrevido a escribir “sensuales”?, en la madrugada, mientras estamos en la cama, ¿he dicho “cama”?, nos empujan, desnudan a la bestia que todos llevamos dentro. Lo siento, no aprendo, cómo he podido escribir “desnudan”. Vivimos en un mundo contaminado que no tarda en contaminarnos a todos, porque somos transpirables y absorbentes, devoradores, “carpantas del pecado”. Vivimos frente a esa tableta de chocolate recién abierta y al alcance de nuestra mano –esta imagen no tiene desperdicio-. Sin embargo, y después de todo lo escrito, les puedo asegurar que yo tal vez me arrepienta de este artículo la semana que viene, o a lo mejor me gusta más, y hasta me pone –qué poca vergüenza- que alguien se disguste o que sonría o que lo entienda cómo le dé la gana. Mientras que no pervierta a nadie, pues eso, que cada cual lo interprete como le plazca. ¿He dicho plazca, eso no vendrá de placer, verdad?


miércoles, 11 de enero de 2012

COMENZAMOS


Ha sido ésta la primera vez, en todos los años que llevo tatuando de palabras esta vista aérea, que me he tomado un descanso, fiel y cumplidor como un reloj suizo, semana tras semana. Descanso obligado por los festivos de esta Navidad, no ha sido por decisión propia, debo de reconocerles que no me ha sentado bien, que me he acordado más que mucho de mi periódico, de los lectores, de cuadrar palabras, de dejarme sentir, mucho o poco, pero dejarme sentir. No vuelvo con las pilas cargadas porque nunca he dejado que se me vacíen, prefiero la electricidad a la pausa y el nervio al recuerdo. Siempre ansioso y con los ojos bien abiertos. Comenzamos un nuevo año, capicúa y bisiesto, con el susto aún en el cuerpo, la sierra mecánica tiene repleto de carburante el depósito y amenaza con dejarnos tiritando, con el frío que ya estamos pasando; menuda guasa. Eso sí, el motivo, las excusas y las justificaciones han variado radicalmente. Hasta hace sólo dos meses las cosas se hacían por improvisación, por incapacidad o por simplemente fastidiar al personal y ahora se hacen por salvar a España. Recuperemos a los grandes autores del 98 y coloreemos la trágica sepia del XIX. Por esa supuesta salvación nos vamos a entregar con las manos atadas al degolladero, porque además han conseguido instaurar entre todos nosotros que todo lo que se haga, todo lo que se corte –con o sin anestesia-, es poco, que es necesario más, mucho más que cortar y extirpar, aunque renunciemos a lo que tanto nos ha costado construir; qué más da.
Como todos los años por estas fechas, prosigo con mi obsesión/pasión por curiosear en los contenedores de basura los embalajes de los regalos que nos han dejado los Reyes Magos. Y sí, siguen siendo sus majestades de Oriente los que colman nuestros deseos, y no su yerno, tal como se afirmaba en esa broma que circula por la Red a toda velocidad. Dicen que el regalo estrella han sido las tabletas, que ya no son de chocolate –qué buenas enterradas en una viena blanquita, sano adelanto al bollycao actual-, no, ahora son táctiles, porque en verdad se tratan de pequeños ordenadores sin teclado. Y la gente las lleva encima a modo de mariconera informática, y es que los tiempos cambian, o tal vez seamos nosotros los que cambiamos. Más tonterías que un mueble bar, le escuché a un mayor mientras contemplaba a su nieto tuiteando en su tableta de estreno. Ahora que hablamos de Twitter, menudo palo le ha pegado, con la inestimable colaboración del guasá –o como se llame-, a las operadoras de telefonía móvil. Puedo contar con los dedos de una mano los sms que he recibido estas finiquitadas navidades, que la crisis achucha y cualquier ayuda se agradece. Como les decía, los tiempos cambian, y como dijo la vicepresidenta –antes o después que su enlacado flequillo simpsoniano-, esto es el inicio del inicio. No quiero ni imaginar cómo puede llegar a ser el principio del fin, si es el que el fin cuenta con un principio. Fin es el que quieren escribir en la historia del libro papel, porque otro aparatejo que los Reyes Magos han repartido con desenfreno han sido los denominados libros electrónicos. Y como en nuestros mp3, o en nuestros discos duros, necesitamos que haya dos mil libros, ocho mil canciones, mil películas, aunque luego no tengamos tiempo para leerlos, escucharlas o verlas, que más da, lo importante es acumular y, sobre todo, contarlo. Síndrome de Diógenes contabilizado en megabytes.
Propósito de enmienda o promesas a cumplir/incumplir a lo largo del año. Aunque para promesas incumplidas ya tenemos más que buenos ejemplos, auténticos campeones, en los últimos días. Pues eso, comenzamos este 2012, que debe ser, al menos en Andalucía, un año con un marcado acento gaditano, que celebramos la Pepa. Tampoco nos olvidemos de las elecciones autonómicas, que determinarán si nos adherimos al azul que invade el país o si seguimos siendo la Galia española de izquierdas. Este bicentenario, las próximas elecciones, los recortes habidos y los que vendrán, las cajas de los regalos en los contenedores de basura, fabrican un cóctel tan extraño como sincero. Tiempos de sabores agridulces, revueltos y encontrados. Frente a este paisaje, comenzamos este nuevo año capicúa y bisiesto que, en gran medida, será como nosotros deseemos que sea. No pensemos que somos tan pequeñitos y débiles, cuando queremos, cuando lo deseamos con todas las fuerzas, podemos, claro que podemos. Así que, por lo menos, apúntese este propósito de enmienda: intentarlo.