martes, 24 de febrero de 2015

SEXO

Hace unos días entré en un sexshop, por eso de documentarme para escribir este artículo, y la verdad es que me sorprendí. No por los objetos y decoración que encontré, no. Me sorprendí porque yo era el único hombre de las siete personas que se encontraban en el interior del establecimiento. ¿Incómodo? Tanto como incómodo, no, pero extrañado sí, lo reconozco. Una sorpresa agradable, en cualquier caso. Las más incómodas, sobre todo desde que aparecí, no lo podían disimular, eran dos veinteañeras que andaban buscando regalos para la despedida de soltera de una amiga. No es que sea un ávido detective, las escuché. Otras dos mujeres, treinta y pico, examinaban con detalle los consoladores que se exponían en una vitrina. Gran variedad de tamaños, precios y colores, para todos los gustos y bolsillos. La clienta de mayor edad, algo más de cincuenta años, según mis cálculos, escuchaba con atención las explicaciones de la encargada, que le narraba con todo lujo de detalle las bondades y ventajas de un consolador de reducido tamaño, propicio para llevar en el bolso (esto también lo escuché). Seguía a lo mío, curioseando, también sorprendiéndome, cuando la mujer de mayor edad abandonó el establecimiento, una vez adquirido el artilugio. Por una mezcla de curiosidad y de intuición, la seguí unos metros. Se detuvo en la primera parada de autobús, y consultó en el panel los recorridos de las diferentes líneas. Ha venido desde otro barrio para comprar el vibrador, es lo primero que pensé. Y puede que estuviera en lo cierto.
Ya en casa, me seguí sorprendiendo. Tanto vibrador como consolador no cuentan con su propia acepción en el diccionario. Aparecen, pero no para definir al aparato que nos ocupa. Tampoco está presente sexshop, pero sí backstage, cameo o amigovio, qué cosas. Muy modernos y atrevidos para aceptar algunas palabras, y medievales para otras. Tal vez sea un reflejo –en el espejo- de lo que es nuestro país, con toda probabilidad. España, los españoles, hemos sido muy mojigatos, pudorosos en extremo, tradicionalmente, con los asuntos relacionados con el sexo, y eso que la doctora Ochoa se empeñó en lo contrario. De hecho, seguimos hablando de sexo en comuna, con los de nuestro mismo género, y en la mayoría de las ocasiones desde una perspectiva desnaturalizada, acogiéndonos a todos los tópicos, especialmente los hombres... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

jueves, 19 de febrero de 2015

GO OUT, EL REGRESO DE BLUR

Anticipo del nuevo disco de Blur, Magic whip, que aparecerá el próximo 27 de abril. 12 años hemos tenido que esperar...

martes, 17 de febrero de 2015

LISTAS

Han sido días de listas, de muchas listas, y hasta de “sin listas”. Y no, precisamente, de listas de regalos para la persona amada, ojalá. Pasó San Valentín, con sus corazones almibarados y sus anuncios pegajosos, exhibiendo mercadotecnia en el sentimiento más puro que debiera existir: el amor. Las decorosas e indecorosas sombras esas. No hablaremos de San Valentín, no, y eso que yo no soy uno de sus enemigos incendiarios. Después de que haya días dedicados al agua, a los frikis, a las ballenas, a la sal yodada, al jamón y a las almejas de carril, tampoco me parece tan descabellado que un día, por lo menos un día al año, reivindiquemos el amor, ya puestos, ¿no? Pero hoy no toca hablar de amor, o sí, que todo está relacionado, queramos o no. Puede que hubiera alguien se sorprendiera con la denominada lista Falciani. A mí no me sorprendió. Es más, no me extrañan los nombres más célebres que aparecen en ella. Tengamos en cuenta que nuestro país, sí, el nuestro, permitió que se legalizara todo el dinero, todo, escondido bajo los colchones, en paraísos fiscales o en cámaras de seguridad. Es decir, el dinero B o negro, el maldito taco, todas esas fortunas logradas gracias a nuestra sanidad, la educación de nuestros hijos o a que soportemos hipotecas a 35 años, ese dinero vergonzoso, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en euros legales, con el mismo valor que esos pocos o muchos que usted gana cada día con tanto esfuerzo. Nos abrumamos entre bromas de los defraudadores, no tardaron en aparecer los primeros chistes y memes, somos así, es nuestro sentido del humor. Peculiar y espontáneo. Si hasta el pequeño Nicolás es digno de broma, cuando no de admiración, claro que sí. Yo, sin embargo, no le veo la gracia, ninguna. 
Listas de las distintas formaciones políticas. Hemos conocido el nombre de las y los que se postulan como nuestros representantes en el Parlamento de Andalucía, así como en los diferentes ayuntamientos. Listas de hombres y de mujeres que representan a buena parte de las opciones ideológicas, o no. Yo soy de los que defienden a capa y espada las ideologías, por supuesto. Porque existen las ideologías, cada una con sus apuestas, propuestas y preferencias. Y, en Democracia... sigue leyendo en El Día de Córdoba

sábado, 14 de febrero de 2015

LOS CUERPOS EXTRAÑOS, LORENZO SILVA

La pareja de la Guardia Civil creada por Lorenzo Silva, Bevilacqua y Chamorro, se ha convertido, por merecimientos propios, también por veteranía, en una referencia ineludible de lo que hoy llamamos Novela Negra. Y lo es desde mucho antes de esta avalancha que hoy nos asola, como si hubiera aparecido un nuevo género a partir de la nada, como por arte de magia. Bevilacqua y Chamorro vienen de lejos, y sus lectores los hemos visto ascender, investigar, aprender y casi crecer, a un ritmo similar al de la Literatura de Lorenzo Silva, siempre en una continuada evolución ascendente.
No me cabe duda de que esa es unas de las habilidades de Lorenzo Silva, ha conseguido a lo largo de las entregas que Bevilacqua y Chamorro, Vila y Virginia, el brigada y la sargento protagonistas, formen parte de lo que podríamos definir como nuestra “familia literaria”. Un conocimiento que, hablemos incluso de intimidad, hemos alcanzado poco a poco, ya que Silva ha sido habilidoso, paciente y constante a la hora de ofrecernos la información más adecuada sobre la pareja. Y lo sigue haciendo, propiciando que la capacidad para sorprendernos permanezca intacta, en cada nuevo título.
Vila y Chamorro se adentran en esta nueva entrega de la saga, Los cuerpos extraños, en un tema de candente actualidad: la corrupción política.  Un tema que, desgraciadamente, es habitual en las portadas de los periódicos y en las escaletas de los informativos y que Silva introduce en la novela con esa terrible cotidianidad con la que nos hemos acostumbrado a ella. Una alcaldesa de una localidad del levante español aparece muerta en una playa cercana. A partir de ahí, con su habitual pericia, Lorenzo Silva nos muestra las habilidades investigadoras del brigada y la sargento.
Pero hay más que corrupción, en sentido estricto, Los cuerpos extraños también nos ofrece una visión, tan realista como descarnada, de las interioridades de los partidos políticos, de sus laberínticas entrañas, de los codazos y de los empujones, de los ascensos y las traiciones, de la guerra por alcanzar las cuotas de poder en esos bandos o “familias” que siempre existen en todas las formaciones. Una peculiaridad que utiliza Silva para adherir nuevos matices, otras “pieles”, a la trama original.
Como indicaba anteriormente, el que conozcamos sobradamente a Vila y Chamorro no es obstáculo para que nos sigan sorprendiendo. En Los cuerpos extraños, Silva es más explícito que en anteriores entregas en la intimidad de la pareja, nos aporta desconocidos detalles, más elementos de información y de percepción. El paso de los años, las ausencias y carencias, los deseos no satisfechos y los alcanzados, fabrican nuevas aristas en las personalidades de los investigadores.
Y como en anteriores títulos, en Los cuerpos extraños volvemos a disfrutar con esa capacidad casi poética de Bevilacqua para enfrentarse a los casos, el inalterable metodismo de Chamorro, así como de un sinfín de brillantes diálogos y descripciones psicológicas, tan perfiladas y acertadas, que dotan a la obra de una inteligencia y coherencia que no son, desafortunadamente, rasgos habituales en el género negro actual. 

martes, 10 de febrero de 2015

ATRAPADO EN LA TORMENTA

Soy un fan incondicional de Bill Murray. Tal vez lo sea desde la época de Pelotón chiflado o desde la legendaria Los cazafantasmas, cuando yo era un adolescente espinilloso y canijo y él “solo” era un cómico. Una etiqueta que, aunque honorable en todos los sentidos, no se ajusta a sus interpretaciones posteriores, en las que ha alternado títulos “comerciales” con esas películas que muchos llaman de culto, y que no dejan de ser películas de autor, con personalidad. Puede que lo que más me atraiga de Bill Murray sea precisamente eso, que sea inclasificable. Me atrae todo lo que escapa de la academia, lo inimitable, ese don que no se puede ensayar, tampoco aprender. Algo que hago extensivo a todas las disciplinas. Nadie podría copiar las interpretaciones de Murray, de la misma manera que nadie podría copiar los regates de Isco, los gallos de Dylan, las verónicas de Morante, los cuadros de Alex Katz o la narrativa de Balzac. Y es que puede que su diferencia, lo que nos atrae de ellos, sea ese ejecutar lo que la técnica, la teoría o el canon no consiguen explicar. Están fuera, como excepciones que engrandecen y animan la regla. A lo largo de su dilatada trayectoria, Bill Murray ha interpretado más de una docena de personajes memorables, aunque buena parte de sus seguidores solemos coincidir en uno: Phil Connors, el meteorólogo de Atrapado en el tiempo. Hagamos memoria, que ya han pasado unos años. Connors es enviado a Punxsutawney –tela el nombrecito-, Pensilvania, por la cadena de televisión en la trabaja, para asistir al ritual de la marmota Phil, la cual indica lo que aún resta de invierno. Es lo que conocemos como El día de la marmota, un acontecimiento que con el tiempo se ha convertido en planetario, y no me cabe duda de que la película ha contribuido en gran medida.
Phil Connors/Bill Murray se ve obligado a pernoctar en la impronunciable localidad por una tormenta de nieve y cuando el despertador lo saca de la cama al día siguiente, con el I got you babe de Sonny and Cher, comienza de nuevo el mismo día que ya había vivido. Todo se repite, todo, sin excepción. Los saludos en el desayuno, los encuentros en la calle, la salida de Phil. Lo que en un principio entiende Murray como una loca contrariedad, con el paso de los días, siempre el mismo día, acaba convirtiendo en una ventaja a su favor, al contar con la información precisa por adelantado. Y ya me callo, vaya que alguien aún no haya visto la película. Película que podemos emplear... sigue leyendo en El Día de Córdoba

sábado, 7 de febrero de 2015

CADA VEZ QUE OÍA PASAR UN AVIÓN, SAM SHEPARD

Cada vez que oía pasar un avión por encima de nuestras tierras, mi papá tenía la costumbre de pasarse los dedos por la cicatriz de metralla de su nuca. Estaba, por ejemplo, agachado en el huerto, reparando las tuberías de riego o el tractor, y si oía un avión se enderezaba lentamente, se quitaba su sombrero mejicano, se alisaba el pelo con la mano, se secaba el sudor en el muslo, sostenía el sombrero por encima de la frente para hacerse sombra, miraba con los ojos entrecerrados hacia el cielo, localizaba el avión guiñando un ojo, y empezaba a tocarse la nuca. Se quedaba así, mirando y tocando. Cada vez que oía un avión se buscaba la cicatriz. Le había quedado un diminuto fragmento de metal justo debajo mismo de la superficie de la piel. Lo que me desconcertaba era el carácter reflejo de este ademán de tocársela. Cada vez que oía un avión se le iba la mano a la cicatriz. Y no dejaba de tocarla hasta que estaba absolutamente seguro de haber identificado el avión. Los que más le gustaban eran los aviones a hélice y esto ocurría en los años cincuenta, de modo que ya quedaban muy pocos aviones a hélice. Si pasaba una escuadrilla de P-51 en formación, su éxtasis era tal que casi se subía hasta la copa de un aguacate. Cada identificación quedaba señalada por una emocionada entonación especial en su voz. Algunos aviones le habían fallado en mitad del combate, y pronunciaba su nombre como si les lanzara un salivazo. En cambio mencionaba los B-54 en tono sombrío, casi religioso. Generalmente sólo decía el nombre abreviado, una letra y un número:
-B-54 -decía, y luego, satisfecho, bajaba lentamente la vista y volvía a su trabajo.
A mí me parecía muy extraño que un hombre que amaba tanto el cielo pudiera amar también la tierra.

Sam Shepard


(De Crónicas de motel).

jueves, 5 de febrero de 2015

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE BIRDMAN?

Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás. Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos, ninguno lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras.

Raymond Carver

martes, 3 de febrero de 2015

AUSCHWITZ

El 27 de enero de 1945, el ejército soviético liberó el campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Apenas quedaban 7000 personas en su interior, la mayoría judíos. Supervivientes, milagrosamente, entre más del millón de “internos” que llegaron a estar almacenados como despojos, antes de ser torturados, en el campo, desde su apertura en 1940. Más de un millón de personas, se estima que la cifra se aproximaría a 1.300.000, vejadas y asesinadas en menos de cinco años. No hagamos los cálculos de las víctimas mensuales, semanales, diarios… Generaciones destrozadas, masacradas, cercenadas sin motivo, la lógica del mal. Hace unos años estuve en Polonia, en Cracovia concretamente, y tuve la oportunidad de visitar el campo de Auschwitz, situado a unos cuarenta kilómetros de la bellísima ciudad. No quise. Me bastó con conocer la factoría de Oskar Schindler, donde poco más de mil judíos, trabajadores, pudieron salvar su vida gracias a la complicidad del famoso empresario. Recuerdo las calles, las fachadas de las casas, el frío de la mañana, esos mismos adoquines que fueron testigos de lo que ocurrió. El trayecto hasta la fábrica me conmovió, me estremeció, las imágenes de la deslumbrante película de Spielberg se colaban en mis pensamientos, creí sentir el horror y la ansiedad, el miedo, en su estado más puro, a mi alrededor, me arañaba la piel, me escocía. Supe, en ese preciso momento, que no resistiría la visita al campo de exterminio de Auschwitz. En un lugar así, el dolor debe permanecer para siempre, transformado en un olor que es imposible eliminar.
Un estremecimiento similar al que he padecido recientemente cuando hemos vuelto a recordar a Auschwitz y su decálogo de horrores. El tiempo no consigue reducir la intensidad del magnicidio, las imágenes siguen traspasando la fina piel de nuestra sensibilidad. 70 años, no ha pasado tanto tiempo. Un estremecimiento similar al que siento cada vez que alguien minimiza o duda del Holocausto que padeció el pueblo judío o cuando se intenta comparar con hechos, igualmente deplorables, que no son ni remotamente parecidos en su dimensión y magnitud. No lo son. Hay quien considera que “sentimos” especialmente el genocidio que padecieron los judíos, la Shoash, porque se trata de un drama narrado y filmado, mil veces literaturizado y llevado a la pantalla. Sí, lo ha sido, porque desgraciadamente es muy generoso en atrezo: la interminables filas de hombres consumidos en la hambruna, las cabezas rapadas... sigue leyendo en El Día de Córdoba