lunes, 31 de octubre de 2011

'ESCRITORES' EN LA TORMENTA EN UN VASO

En el Blog literario La Tormenta en un Vaso aparece hoy una reseña de "Escritores", así como una entrevista, ambas firmadas por Nacho Montoto (coincidiendo con la llegada a las librerías)

Hay nombres —de poetas, seudocríticos, novelistas existenciales, conferenciantes todoterrenos, estudiosos del romanticismo más barroco, charlatanes varios y literatos multidisciplinares— que suelen ser frecuentes en los jurados de los premios literarios de cierto nivel —jurados remunerados con más de trescientos euros, seiscientos en algunos casos, muy contados los casos estos. Así comienza el cuento titulado "El poeta en excedencia", incluido en Escritores, el nuevo libro de cuentos de Gutiérrez Solís. Mucho se ha escrito sobre metaliteratura. Muchos son los autores que han iniciado ese camino, sí, pero tras la lectura de Escritores, podemos asegurar que ninguno como Gutiérrez Solís. Escritores aborda con gran lucidez e ironía el oficio del escritor, del letraherido, del cuentista de turno, de los escritores malditos.
Quien haya seguido la trayectoria de Gutiérrez Solís, encontrará —en esta ocasión— un libro de cuentos donde el autor va desgranando los entresijos del mundo literario mezclado con el sarcasmo que —en otro tiempo— nos trajo el novelista Malaleche. 17 historias 17, que nos llevan desde la increíble trama del novelista caníbal a la curiosa—y terrible— historia del detective poeta, pasando por el relato desternillante de "El poeta maldito" o "El torero escritor". Una trama de personajes que se mueven entre el mundo de la realidad y la ficción, siempre, en torno al hecho literario. Apreciables son los microrrelatos "El ensayista en alquiler" o "El difunto poeta", en los que el autor da muestras de su capacidad para condensar en apenas unas líneas esa mezcla de ironía y realidad.
Un libro de cuentos en el que también podemos apreciar la concatenación de personajes, pues en muchos casos, los principales aparecen como secundarios en otros relatos dotando de cierta fragmentariedad a alguno de los...
 
 
 

viernes, 28 de octubre de 2011

'ESCRITORES' LLEGA A LAS LIBRERÍAS

Regreso a la narrativa breve con una colección de relatos que aborda el “hecho literario”.
Siete años después de mi primera incursión ('Jugadores y coleccionistas'), regreso a la narrativa breve con “Escritores”, editada por El Olivo Azul. “Escritores” está compuesto por 17 relatos con un único y común eje vertebrador: la Literatura. A partir de ésta, o con el pretexto de ésta, ofrezco un escaparate de todos los agentes y escenarios comunes sobre los que se proyecta el “hecho literario”. Escritores es, igualmente, una reflexión, desde el humor, la ironía o el esperpento, del proceso literario, de los condicionantes y avatares que suelen envolver a los autores en su vida diaria y, por tanto, en su propia obra.
El novelista caníbal, un narrador de un solo libro juvenil que sueña con la imposible redención de un nuevo comienzo, un torero fracasado que se convierte en escritor de enciclopedias, un ensayista de alquiler, un coleccionista de palabras, un cocinero con aspiraciones literarias, el melancólico destino de un detective poeta, impostores y energúmenos que se ganan la vida como poetas malditos, son algunos de los personajes que se pueden encontrar en “Escritores”.

martes, 25 de octubre de 2011

LA HERENCIA DEL POETA


Nació para ser pastor, niño yuntero, pero él se empeñó en ser poeta. En su casa le decían que el colegio no era para él, que necesitaban de su trabajo para seguir subsistiendo. Aún así, constante y tozudo, hizo todo lo posible por cumplir su gran sueño. A duras penas, trabajando de día y estudiando de noche, compaginó las faenas del campo con los libros. Gracias a ellos, a los libros, conoció que había otros países, otros mundos, otras culturas; descubrió, sorprendido, que existía la diferencia. La inquietud y la curiosidad le condujeron hacia la libertad. Murió el poeta muy joven, apenas había superado la treintena. Olor a cebollas y lágrimas resecas en su pequeña celda. Murió en la cárcel, sólo, enfermo, repudiado, sentenciado sin juicio. Acabó por cumplirse la pena de muerte que le fue impuesta unos meses atrás. Un manotazo duro, un golpe helado, el verdugo, con el silencioso disfraz de la tuberculosis, se coló dentro de su cuerpo y cumplió eficazmente con su misión. Sus ojos permanecieron abiertos, tal vez en un último y desesperado intento por atrapar los instantes finales de su vida. Quedaron atrás sus años por intentar escapar de la inercia de las penurias y poder estudiar para labrarse un futuro; quedaron atrás la dureza del campo de batalla, las persecuciones, padecer la crueldad de una guerra incomprensible; quedaron atrás los atardeceres del levante, sus hijos, su esposa, su pueblo, y quedaron atrás, sus poemas. Creyeron que muerto el poeta sería fácil ignorar su existencia y, sobre todo, su obra. Lo siguieron matando, silenciando su obra, que es la muerte más terrible que puede padecer un poeta. A pesar de las voces que lo proclamaban desde multitud de puntos del mundo, en su pueblo escondieron los versos del poeta en las negras fauces de la represión. Persiguieron a todo aquel que se atreviera a editar sus poemas, o tan siquiera recitarlos. Pretendieron borrar de la faz de la tierra al poeta, como si nunca hubiera existido.
Durante décadas, el nombre y la obra del poeta sobrevivieron en las alcantarillas de la sociedad. Más allá del océano, a miles de kilómetros, los estudiantes repetían los versos del poeta y proclamaban su belleza, su calidad y genialidad. Compatriotas del poeta, que corrieron más suerte que él, que tuvieron la oportunidad de escapar, en las bodegas de un barco o falsificando sus documentos de identidad, difundieron sus poemas allá a donde llegaron, lo gritaron a los cuatro vientos como la esencia de la libertad que había dejado de existir en su país. Fueron años interminables y duros, de desesperanza, de rencores incandescentes; muchos llegaron a entender el regreso de la libertad como un utópico sueño de imposible consecución. Pero el gran dictador murió y las ventanas comenzaron a abrirse, dejando entrar aire fresco hasta en las habitaciones más oscuras, en esas donde el olvido se creía ya dueño y señor de todos sus moradores. Comenzaron a renacer, como flores en la primavera, poetas, mujeres, políticos, hombres, voces, que creían haber silenciado para siempre. Por fin, los poemas del poeta se recitaron en los colegios, se imprimían libros que se podían encontrar en las librerías, en las bibliotecas, sin temor a la represalia. Se le cantó al poeta, cantamos todos sus poemas, como si se tratara de un himno que vaticinaba un tiempo bueno y nuevo, un tiempo mejor, en paz y libertad. Pudimos disfrutar de los recuerdos del poeta, sus dibujos, sus cuadernos, lo conocimos mejor gracias a la memoria que protegió su familia durante las décadas del olvido.
Las generaciones venideras, las que no tuvieron que soportar la claustrofóbica represión del dictador, nacieron y crecieron en el convencimiento de que el poeta siempre fue un testimonio vivo, que nunca su voz estuvo encarcelada. Crecieron arropados en el sentimiento de que la libertad es un estado permanente, que siempre la hemos tenido a nuestro lado, acariciándonos. Sin embargo, como un inesperado regreso al pasado, cuando los halcones llegaron al aeropuerto de la soledad, en la tierra del poeta trataron de esconder los recuerdos del poeta. Se inventaron justificaciones banales, argumentos imposibles de aceptar. Los mismos que emplearon para dedicar una calle a uno de los últimos aliados del dictador. Eliminaron nombres históricos de las plazas, como si trataran de retroceder en el tiempo. Lo intentaron, sí, pero de nada les servirá. La herencia del poeta ya reposa entre todos nosotros, para nuestra dicha. Por suerte, no hay barrotes que puedan recluir al poeta. No es posible perdernos, somos plena simiente.

martes, 11 de octubre de 2011

lunes, 10 de octubre de 2011

EL ARENERO DE LA MONUMENTAL




Blas nació en Bilbao durante la madrugada del 5 de septiembre de 1961. Su padre no estuvo presente en el parto, junto a otros compañeros de trabajo y algunos vecinos del barrio estuvo ayudando al retén de los bomberos que trataban de controlar las llamas que arrasaban la vieja plaza de toros de Vista Alegre. Pocas horas después de concluir el que habría de ser su último festejo, un cartel con dos cordobeses efervescentes: Montilla y un chaval alocado con flequillo histriónico, apodado El Cordobés, la plaza quedó reducida a una escombrera de ceniza, hierros retorcidos y humo. A primera hora de la mañana, con ríos blancos en las mejillas –las lágrimas abriéndose paso entre el hollín-, por fin tuvo a su primer hijo entre sus brazos. En ese justo momento, Blas decidió que no volvería a ser arenero en ninguna plaza de toros, que esa etapa de su vida había concluido definitivamente. El fuego no sólo había devorado su lugar de trabajo, su coso, su maravilloso Vista Alegre, se había llevado en unas pocas horas buena parte de su vida, algunos de sus mejores recuerdos. En esa plaza Ordóñez rozó la perfección con un toro negro y bizco, Hemingway lo contemplaba desde el tendido con un puro balanceando en sus labios, mientras Dominguín tragaba saliva con la frente apoyada en el burladero; y en esa plaza Manolete conquistó a los aficionados con su arte desmayado y frágil. En esa plaza Belmonte se coló de un salto entre las astas de un Pablo Romero para asegurarse las orejas y Marea se la jugó a puerta gayola. En esa misma plaza, le contó su abuelo, Cocherito acabó con los sombreros de los tendidos por un par de banderillas como ya no se han vuelto a ver. Demasiados recuerdos, demasiadas emociones, vividas o transmitidas. Cuando apenas nueve meses después abrió sus puertas la nueva plaza de toros de Bilbao, Ordóñez otra vez en el cartel, Blas, junto a su familia, ya estaba instalado en Barcelona. No tardó en encontrar trabajo en una empresa textil de las afueras.
El pequeño Blas heredó de su padre el nombre, la nariz afilada, las orejas levemente despegadas, el pelo recio y negro y también su pasión por la Tauromaquia. El niño no soñaba, como sus compañeros de colegio, con ser jugador de fútbol, tampoco le gustaban las películas de Tarzán y jamás aprendió a amarrar correctamente el cordel al trompo. Al niño Blas lo que realmente le llamaba la atención eran la colección de carteles, los libros y las banderillas acartonadas por las sangre reseca que su padre coleccionaba en el cuarto trastero. Allí se pasaba las horas, imitando las posturas y pases que reproducía el maestro Ruano Llopis con tanta maestría. Sin saberlo, el pequeño Blas comenzaba a recorrer el mismo camino que su padre. Y, como el padre, Blas no pretendía convertirse en matador de toros, no era ese su sueño; quería estar cerca de los toreros, pisar el ruedo, ser protagonista, en cierto modo, de aquel mundo que le fascinaba y atrapaba. Por insistencia y por la recomendación de un alguacilillo amigo del padre, Blas comenzó a trabajar como arenero en la Monumental de Barcelona. Desde la distancia, fiel cumplidor con su propia promesa, Blas aconsejaba y guiaba a su hijo en su profesión, y así le explicó cómo debía preparar la pintura en los días de viento y lluvia para que aguantara el trasiego de los animales o cómo calcular la distancia para que las circunferencias quedaran exactas o cómo dejar impecable el albero entre faena y faena sin tener que cargar varias veces la pala. Y, sobre todo, el padre le enseñó e indicó a su hijo cómo debía comportarse una arenero en una corrida de toros, “porque todos lo que hacen el paseíllo, vayan en el sitio que vayan, tienen su importancia, eso nunca lo olvides”.
Coincidió la llegada de Blas a la Monumental de Barcelona con el reinado de Enrique Ponce, los destellos de Joselito, el undécimo regreso de Paco Ojeda, la despedida de Manzanares padre y los últimos lances de Curro Romero, y prosiguió con la irrupción de José Tomás, el Juli, Morante de la Puebla, Talavante, Castella y los primeros pasos del joven Manzanares. El padre, cada tarde de toros, podía ver en su hijo los mismos gestos, semejante inquietud y rigor, que él mismo sintió durante su etapa de arenero en Vista Alegre, en su añorado Bilbao. Años felices y contagiosos, truncados hace apenas dos semanas, como si las vidas de padre e hijo estuvieran predestinadas a recorrer caminos paralelos. Y es que, desgraciadamente, lo que nunca habría querido, Blas también ha podido ver en los ojos de su hijo una tristeza idéntica a la que él padeció la noche en que nació. Las lágrimas no tuvieron que abrirse paso entre las cenizas, no, a pesar de que también un incendio lo había arrasado todo. Padre, hijo y nieto, el nuevo Blas acaba de cumplir un año, buscan en el mapa un nuevo destino. Tal vez sea el momento de regresar a casa.

www.eldiadecordoba.es 

viernes, 7 de octubre de 2011

FÉLIX ROMEO

No creo que exista una persona que haya mantenido algún tipo de contacto con Félix Romeo que no conserve un recuerdo agradable, cariñoso o cálido de él. Félix era un tipo divertido, encantador desde los inicios, se te hacía familiar rápidamente. Además era un activista cultural, un tertuliano formidable, un tío inquieto en todos los sentidos y un narrador formidable. Lo de siempre se van los mejores, con Félix se cumple absolutamente. Aunque para mí sigue siendo uno de los mejores, de los más grandes. Hasta siempre, amigo.

miércoles, 5 de octubre de 2011

ESCRITORES (El Olivo Azul). El 31 de octubre en todas las librerías.

El novelista caníbal, un narrador de un solo libro juvenil que sueña con la imposible redención de un nuevo comienzo, un torero fracasado que se convierte en escritor de enciclopedias, el melancólico destino de un detective poeta, impostores y energúmenos que se ganan la vida como poetas malditos.
el blog de Escritores
Escritores está compuesto por 17 relatos con un único y común eje vertebrador: la Literatura. A partir de ésta, o con el pretexto de ésta, Solís nos muestra un escaparate de todos los agentes y escenarios comunes sobre los que se proyecta el “hecho literario”. Escritores es, igualmente, una reflexión, desde el humor, la ironía o el esperpento, del proceso literario, de los condicionantes y avatares que suelen envolver a los autores en su vida diaria y, por tanto, en su propia obra.