domingo, 29 de marzo de 2009

LECTURA POÉTICA


Cinco alumnos de quinto curso de Filología Hispánica –con expedientes académicos variopintos- organizaron, financiados por el Ayuntamiento, unas jornadas poéticas. "Los Viernes de La Kurda" las llamaron. “Viernes” por el día en que tenían lugar las lecturas –evidente deducción-, y “La Kurda” en referencia/deferencia al lugar donde decidieron celebrar el evento.

-¿Y por qué no se programan los recitales en el salón de actos o en la biblioteca? –preguntó con toda su buena fe –y grandes dosis de ingenuidad- don Fernando María de la Calle, el Decano de la Facultad.

-Porque queremos sacar la poesía de su hábitat natural, para llevarla a los bares. Queremos que la poesía se zambulla en lo cotidiano, en la realidad de los días que vivimos –respondió Jesús Rodríguez, uno de los organizadores del evento, con agilidad, a toda velocidad.

La Kurda es el local de reunión de todos los escritores –poetas y narradores-, ensayistas, críticos en ciernes y seudointelectuales literarios de la ciudad. La Kurda es un intento de café-bar tertuliano; una copia a lo paleto del café de La Colmena –sin suizo ni café de recuelo. Con mesitas de tablero imitación a mármol y sillas a lo director de cine, las paredes del establecimiento están cubiertas con fotografías de Pessoa, Carver y  Kerouac, y hasta algún jovenzuelo –rebelde o/y disconforme- imita en las esquinas las posturas Zen leídas en amarillentos libros comprados en la Feria de Libro Antiguo.

Los cinco alumnos de quinto de Hispánica invitaron, pagando –indiscutiblemente-, hotel más viaje más lectura más cena más copitas, total quinientos euros de nada, a media docena de poetas poco conocidos, de los llamados malditos –o poetas de culto, que es una expresión que cobija mucho-. O sea: poetas pedigüeños, canuteros, casi anónimos, insumisos por vocación, rojos, comunistas con carné, tres de ellos recién salidos del armario, plantel fijo de revistas de poco crédito, revistas de fotocopias grapadas –aunque revistas de culto-, poetas sin agente, sin editorial, casi sin poemas, pero poetas malditos a fin de cuentas.

Al primer viernes –de la Kurda- invitaron a la concejala de cultura, María de los Dolores Cantueso, a modo de agradecimiento por el dinero aportado –qué menos-. La concejala, gorda, equina, fea –al cuadrado, y hasta al cubo-, vieja desde los veinte años, de permanente y gafas de concha, pero de concha de tortuga caribeña, le pidió a la documentalista municipal que le redactase unas palabritas y un perfil biográfico del poeta a presentar: James Birbbendi. La documentalista, pulcra en su trabajo, preguntó a los periodistas locales, en todas las editoriales, a otros poetas de la ciudad; en fin, removió Roma con Santiago, y nada, ni un solo dato encontró del tal Birbbendi. La concejala, preocupada, más por el posible ridículo público que por calmar su curiosidad, llamó a los cinco alumnos de quinto curso de Filología que organizaban el ciclo de lecturas –Los viernes en La Kurda.

-A ese hombre no lo conoce nadie...

-Por supuesto, es un seudónimo. Quiere que sea un acto íntimo y si se descubriera tendríamos que irnos al polideportivo para poder dejar entrar a toda la gente que querría verlo... -dijo Jesús Rodríguez, siempre eficaz y convincente en la primera respuesta.

-Pues mejor, al polideportivo nos vamos... -dijo María de los Dolores Cantueso sin pestañear.

Se pudo ver la concejala con el vestido que se hizo para la boda de su sobrina, bella a lo polaca, gruesa y presumida –que todo es posible-, ante cinco mil jóvenes o más, y en la portada de los periódicos locales.

-Eso no puede ser... la poesía no debe ser llevada a ciertos lugares, pierde su emoción... ¿qué imagen íbamos a dar? –dijo Ana Peña, la única chica del grupo.   

-Los Tres Tenores cantan en estadios de fútbol... –dijo la concejala, y la documentalista, detrás, asintió la respuesta.

-Ese ejemplo no vale –dijo Juan Leyva.

Juan y Ana fueron novios, pareja, amigos con derecho a roce –o a lo que fuera- durante seis meses pero un poema terminó con su relación…

-¿Por qué no vale el ejemplo de Los Tres Tenores? –preguntó la documentalista, dispuesta a todo con tal de defender a su jefa.

-Estamos hablando de poesía, de emoción en estado puro, de palabras dibujadas con el pincel de la imaginación, de misticismo y reflexión, de belleza intangible, de recuerdos con aroma y tacto... estamos hablando de poesía con letras mayúsculas... -dijo de corrido Jesús Rodríguez.

-Eso es, eso es –repitió un extasiado Jesús María García, siempre a la sombra de su admirado amigo.

María de los Dolores Cantueso se acercó hasta Jesús Rodríguez, lo separó del grupo y le dijo:

-Bueno... si tú lo dices. Dime, a mí, al menos, de quién se trata, para poder presentarlo como se merece, quiero estar a la altura...

-Es tan grande, imagínate, que ni yo lo conozco... –susurró Jesús Rodríguez.

-Venga...

-Te lo juro, ni yo...

Llegó el gran día: el primer Viernes de La Kurda, y todos los poetas de la ciudad  estaban revolucionados. Los días previos, muchos de ellos, los emplearon en pasar a limpio los últimos versos –compuestos- para entregárselos al maestro entre maestros. María de los Dolores Cantueso, con el vestido de la boda de su sobrina, aguardaba impaciente en la puerta del local; sin polideportivo, pero avisados todos los fotógrafos de la región –que no es poca cosa.

Entre dos velas, ante una repleta Kurda, presentó la concejala al poeta que seguía sin conocer/aparecer. Breves pero emocionadas palabras, anticipando un cataclismo de Arte y Belleza -con letras mayúsculas.

Apareció James Birbbendi, estaba apoyado en la barra y nadie lo había reconocido. Murmullos de admiración, hasta algún dedo intentándolo tocar, como se toca la mano de un santo o de un sanador. James Birbbendi miró a todos con indiferencia, casi con asco –realmente entregado a su papel-. Andaba a trompicones, como si tuviera una pierna más corta, pero no la tenía. Con dificultad, se dejó caer en la silla. No colocó sobre la mesa sus poemas, sino una botella de Rioja medio llena, o medio vacía, según el optimismo. Más murmullos de admiración entre los presentes. "Se los sabe de memoria, en eso se diferencia un buen poeta, leer te marca y te traba mucho a la hora de recitar", dijo un joven poeta con la cara cuajada de espinillas y granos blanquecinos y mantecosos –vaya asco de cara.

Entre todos los presentes fabricaron un silencio funerario, de esos que sólo se producen antes de los grandes acontecimientos. James Birbbendi, con pinta de hippy trasnochado, como salido de una máquina del tiempo, directamente de Woodstock -el del siglo pasado-, greñoso en barba y cabeza, calvo de coronilla, tomó la botella, y bebió lo que quedaba de un solo trago. Después, eructó. María de los Dolores Cantueso sonrió con amargura. Todos quedaron impresionados, o apestados por el aliento, según la distancia. Entonces, James Birbbendi, con el acento de un cabrero de Cádiz, les dijo:

-Esto es lo que os quería demostrar: la poesía es como el vino. Se saborea sólo un segundo, sólo un segundo, bajo la lengua. En el estómago escuece y después se mea, ya no es nada. Lo mismo le sucede a la poesía: es instantánea. La poesía que se escribe, que se recita, que se publica, con la intención de perdurar es una mierda, toda, una gran mierda. Mientras más oídos la comparten, mientras más se estudia en los libros, mientras más reproducida está, más mierda es, mierda, mucha mierda. Abogo por la poesía que no se fuga de nuestro cerebro, por la poesía muda, porque esa es la verdadera poesía, es pura e incorruptible... Haced con vuestra poesía lo mismo que yo he hecho con el vino...

Qué éxito. Qué alboroto. Las Doblass de las manos –de los asistentes- encallecidas de tanto aplaudir. Los asiduos de La Kurda estaban realmente excitados, casi emDoblasdos -algunos de ellos-, radiantes de felicidad. María de los Dolores Cantueso contenta por contagio, abrumada por lo que acababa de escuchar, apestada por la cercanía, reía nerviosa. Los fotógrafos disparaban sus flases. Qué maravilla.

-El cheque, que tengo que pensar unas poesías -pidió James Birbbendi en caliente, que es cuando mejor se pide, mientras continuaban los aplausos.

-Pero si ahora nos vamos a cenar –dijo la concejala

-La poesía es lo primero –insistió el poeta (mudo).

Quinientos euros al bolsillo.

Los cinco estudiantes de Hispánicas, antes de ser despachados como perros sarnosos, detrás, como apóstoles tras su mesías, seguían a James Birbbendi por las callejuelas de la ciudad.

-Es lo que siempre he pensado yo de la poesía –dijo Jacinto, el más joven del quinteto organizador.

-Qué mente más lúcida –dijo Juan Leyva y Ana sonrió.

“Siempre dice lo mismo el idiota”, pensó Ana.

“Se acuerda demasiado de mí”, intuyó Juan Leyva.

-Con razón venden los que venden –dijo Jesús Rodríguez.

-Mierda, mierda, todo lo demás es mierda… puede ser el comienzo de un gran poema –dijo Jesús María García.

-Tú no has aprendido nada, no pienses en perdurar –le reprochó Ana.

-Es el tiempo de la poesía del silencio –sentenció Jesús Rodríguez.

-La poesía no es comunicación, ni mucho menos –dijo Mario Puerta, que pretendía ser el sexto miembro del comité organizador.

-La poesía es muda, jamás se me habría ocurrido a mí la metáfora del vino… -dijo la concejala.

Los chicos de La Kurda, alucinados y sanados, aliviados tras la tensión de los últimos días, por fin encontraron una luz en el camino. Otra luz, la de un taxi, se detuvo en la puerta del local. Bajó un hombre rubio y escuálido, con aspecto de inglés en Torremolinos, que buscó desencajado –y algo desesperado- a los organizadores del acto, y se presentó:

-Perdón por el retraso, pero es que me han atracado nada más salir de la estación; soy James Birbbendi.

lunes, 23 de marzo de 2009

FALLAS


Dicen que es la gran fiesta del fuego, de la electricidad, de la emoción, de la pólvora. Un estallido de sensaciones que consigue provocar que los edificios y los corazones tiemblen. Sin embargo, yo nunca he entendido la fiesta de las Fallas. El problema será mío, no me cabe duda. No me considero un bicho raro, pero todos tenemos nuestras rarezas. Tal vez un valenciano no comprenda que nos gusten los caracoles –chicos- en caldo o que bailemos y bebamos alrededor de una cruz cubierta de flores. No las entiendo –las Fallas, digo-, pero se trata de una fiesta por la que nos reconocen en el exterior. Hasta la trataron de plasmar, de una forma absurda, en una de las misiones imposibles de Tom Cruise, combinándola con la Semana Santa. Imagino a un noruego, alucinado, estupefacto, convencido de que en España les prendemos fuego a los pasos de Semana Santa. Es lo que parecía en la película, no me estoy inventando nada. Aunque en realidad, las Fallas, acudamos a sus ritos más señalados, combinan y funden la España sacra y la España laica, la España de taberna y la España de ofrendas florales, la España de sermón y la España más festiva. Retomemos, tras el inciso, mi falta de sensibilidad hacia la gran fiesta valenciana. Tantos meses de trabajo, de dinero invertido, de ilusiones, para que todo arda en un segundo. Un instante, sólo un instante, y todo acabó. Tal vez tengan las Fallas un componente sexual, de clímax instantáneo, de ese momento álgido que es muy intenso, a veces, y que se disfruta de una forma extraña. La cocina tiene mucho de esto, también, si lo pensamos durante un minuto. El tiempo que le dedicamos a comprar los ingredientes, el tiempo que le dedicamos a su elaboración, y, luego, dos bocados, cinco minutos, y se acabó. Le doy más vueltas al asunto, y tal vez sea yo el que no entienda las Fallas, el que me empeñe en no asumirlas como tal, ya que buena parte de los acontecimientos que suceden en nuestras vidas cuentan con un gran paralelismo con esta gran fiesta del fuego.

No acabo de comprenderme, no sé a qué viene este rechazo, si a mí me encantan los petardos. Desde que me recuerdo puedo verme con petardos en las manos. Comprábamos aquellas tracas de petardos naranjas que deshilachábamos con paciencia infinita para hacerlos estallar uno a uno. Desde la ignorancia del niño, era mucho más divertido que explosionaran todos a la vez, claro, pero se trataba de economía de guerra, porque durante mi infancia la crisis no era un tema tan importante, ya que España se encontraba en una crisis permanente, estructural, desde los cimientos a la superficie. Nosotros nos aliviábamos diciendo que el nuestro era un país diferente, y el que nos encontráramos a muchísimos años de diferencia de las sociedades más avanzadas no dejaba de ser una peculiaridad más de nuestra idiosincrasia. España es así, decíamos, y nos lo creíamos. Busquemos en las hemerotecas la deuda exterior, el déficit y los datos de empleo -sin tener en cuenta que la mujer no se había incorporado al mercado laboral y que los emigrantes se contaban por millones- de España a finales de los setenta y principios de los ochenta, y podremos contemplar la trágica silueta de un país sumido en una crisis brutal. Esta crisis actual, si lo pensamos durante un instante, también comparte mucho de las características principales de las Fallas. La hemos preparado durante años, con decisión y esmero, creando un sistema especulativo tan absurdo como asfixiante, construyendo una falsa e hiriente burbuja inmobiliaria, derrochando el dinero a espuertas, con increíbles sueldos millonarios imposibles de amortizar y, como las Fallas, todo ha ardido, todo ha estallado, en un solo segundo. Ahora, como cuando terminan de arder los Ninots tras la gran Cremà, vivimos entre el humo, entre las cenizas, nos cuesta respirar, y para muchísimos la fiesta terminó. Hasta la próxima, porque como las Fallas, habrá otras y otras –muchas fiestas-, y me temo que la seguirán disfrutando, con mayor intensidad, los de siempre, los fabricantes de ceniza.

Empiezo a comprender porque no termino de sentir una especial atracción hacia las Fallas. Me gusta que el fuego tarde más en arder, que desprenda un calor agradable y placentero, y no una llamarada instantánea que apenas podemos saborear. Creo en lo estable, en lo lógico, en lo coherente, en el crecimiento moderado, en un estilo de vida que no sea una competición por tener más que los demás. No me gusta la ceniza, escuece en mis ojos, dificulta mi respiración. Y no me gusta, especialmente, esta ceniza que hoy nos envuelve, producto de una gran fogata en la que han ardido muchas de nuestras ilusiones, de nuestro dinero, de nuestro esfuerzo. Como aquellos diminutos petardos de mi infancia, si me dan a elegir, yo prefiero que estallen uno a uno. Duraba más la diversión.


El Día de Córdoba

domingo, 15 de marzo de 2009

LOW COST


En estos tiempos de economía derribada, de cuestas arribas paralizantes, de apurados finales de mes, un término anglosajón –nuevamente- se extiende por las portadas de los periódicos, en las publicidades más insistentes y en los mentideros de la rutina: Low Cost. La traducción es bien simple, bajo coste, y se puede aplicar, se aplica, en todos los ámbitos, artilugios y servicios que habitualmente consumimos. Y así tenemos la explosión de los vehículos de bajo coste. El gran Low Cost de la automoción nos viene desde la India, un diminuto y escueto turismo, con poco más que el volante y las cuatro ruedas –creo que no tiene la de repuesto-, que en el país de origen tiene un precio irrisorio pero que en Europa costará casi el doble, unos cinco mil euros, ya que el modelo inicial no cumple con las mínimas normativas medioambientales. O sea, da igual que en la India contamine, por lo que se ve –cuánto nos llevará que este mundo cambie-. El gran reclamo del Low Cost lo han empleado en los últimos tiempos multitud de compañías aéreas. Volar ya no es algo prohibitivo, al alcance de unos pocos bolsillos, por una módica cantidad puede surcar los cielos y viajar a destinos lejanos en el menor tiempo posible. Eso sí, no se le ocurra facturar, que se lo cobran –arrugue las camisas y pantalones en la maleta de mano-, llévese su buen bocadillo envuelto en papel de aluminio, porque no le ofrecerán ni los azucarados caramelos del AVE, y por último, lo que ya me ha dejado absolutamente anonadado –y me quedo corto-, asegúrese antes de introducirse en el avión de pasar por el aseo del aeropuerto y expulsar todo aquello que le sobre, o que le pueda sobrar, ya que alguna compañía se está planteando cobrar por tales menesteres. Dentro de mi gran incredulidad, una gran duda me asalta: ¿todo costará lo mismo? ¿Cómo se tarifará el papel higiénico, si es que hay, por centímetros o será por las veces que se accione la cisterna?

Si lo de los aviones tiene su parte delirante, ya no sé cómo calificar la noticia que leí en un medio digital, indicando que el Low Cost empezaba a desembarcar en los “servicios de compañía”, como consecuencia de la caída de los usuarios –y usuarias, digo yo-, debido a la crisis en la que estamos instalados. Si nos atenemos al espíritu del Low Cost, que cada cual imagine, que yo prefiero concluir aquí con el tema en cuestión. Los ordenadores personales, sobre todo en su versión portátil, de categoría Low Cost, se están vendiendo como churros. Lo que antes pasaba con holgura de los seiscientos euros, en el mejor de los casos, hoy se puede encontrar por menos de trescientos. En realidad, seamos sinceros, es más o menos lo mismo, pero no es lo mismo, ya que no cuentan con disquetera, sus pantallas son un ejercicio de miopía y en determinados modelos los teclados sólo admiten el golpeo con el meñique, si uno no quiere pulsar varias teclas a la vez. Es la esencia y el espíritu del Low Cost, ofrecer al consumidor algo parecido a un producto original, pero con muchísimas menos prestaciones y cualidades. Con estas premisas, tal vez mi madre fuera una gran pionera del Low Cost en el seno de mi familia, una adelantada a estos tiempos que nos ha tocado vivir. Recuerdo aquellos años de grandes apuros económicos, de una nómina paterna lánguida y brevísima, en los que encontrábamos sobre la mesa unas maravillosas patatas estofadas con carne pero sin carne y aquellas lentejas sólo con lentejas –levemente acompañadas por una patata y/o zanahoria- que nos sabían a gloria bendita. Milagros de una excelente cocinera.

Las grandes superficies se han lanzado a una descomunal guerra de los precios a través de sus propios Low Cost, que no dejan de ser las denominadas marcas blancas, que cada día más se extienden a lo largo y ancho de las estanterías. Hay marcas blancas que ya cuentan con gran predicamento, que incluso se solicitan en los establecimientos de la competencia, de la misma manera que hay marcas blancas que se investigan sobremanera. Y así se puede descubrir que tales galletas, cervezas o tomates fritos se elaboran en la misma dirección que otra –otras- con denominación más ostentosa. El Low Cost se abre paso en la mercadotecnia más consumista, ofreciéndose como panacea para sobrellevar estos tiempos difíciles de economías agujereadas. Sería deseable, recomendable, que determinados servicios o productos no siguieran a pies juntillas el modelo. Vaya que acabemos con empastes de escayola –o de plastilina-. Qué miedo.


El Día de Córdoba

domingo, 8 de marzo de 2009

TODAS BELLAS


Una multinacional de la cosmética ha hecho público un estudio en el que se indica el elevado porcentaje de mujeres de nuestro país que se sienten a disgusto –o no están muy contentas- con su aspecto físico. Para ser más concretos, el citado texto afirma que el noventa por ciento de las mujeres españolas se sienten o se ven feas, en cuanto a su apariencia, o, lo que es lo mismo, que sólo una de cada diez se siente/se ve guapa –que aunque suene igual nada tiene que ver. Indiscutiblemente, tras el estudio, que no sabemos si es riguroso –me temo que no-, si se ha realizado sobre un amplio grupo representativo de la población femenina española, y demás necesidades y peculiaridades que requiere cualquier sondeo sociológico veraz y real –que se precie de tal-, se esconde el complejo mundo de la mercadotecnia, y demás habilidades para la venta. Del mismo modo que se relaciona el tabaco, un automóvil, unos tejanos o una bebida con un modo de vida al que va asociado cualquiera de los productos mencionados, en el que se incluyen mujeres neumáticas, residencias de la costa de Miami y dinero a espuertas, las grandes multinacionales se empeñan en relacionar la cosmética –la alta, la mediana y la de andar por casa- con la belleza, un canon muy concreto de belleza, y siempre cargando las tintas sobre las mujeres. En fin, se siembra la sospecha, o la herida, con la intención de poder vender las tiritas, a precios que pueden llegar a marear, con más facilidad. Tal vez las mujeres españolas se sientan feas, tal vez las mujeres españolas no se sientan a gusto con su imagen, si la comparan con la oficial, con la que les ofrecemos desde multitud de ámbitos de nuestra sociedad.

Revisemos la publicidad, la que se cuela en nuestras noches entre broma y broma de nuestro paisano Fernando Tejero –por poner un ejemplo-, y que día tras día asumimos y asimilamos con total naturalidad desde ya hace muchos –muchos- años. Cientos de anuncios de mujeres retocadas y desnaturalizadas que nos ofrecen una belleza de manicura, pedicura y peluquería diaria. Chicas que no pasan de los veinte años plantean la necesidad de utilizar una crema antienvejecimiento; modelos con tallas que sólo se encuentran en las secciones de infantil de cualquier cadena de ropa, les dicen a nuestras mujeres la necesidad de consumir tales productos, qué ejercicio realizar, qué agua tomar para calmar la sed, porque el agua puede llegar a engordar –un agua sin marca, claro está. Voluptuosas mujeres, con cinturas de avispa, proclaman con una sonrisa en los labios los milagrosos efectos de las clínicas de cirugía estética. Nos inventamos el paraíso de las Tops Models en sustitución de las que fueron las estrellas del cine. Triunfaron las mujeres que sólo aportaban/demostraban/mostraban su cuerpo. Nos olvidamos entre todos del talento de las mujeres, de su capacidad creativa, y nos conformamos con ese estúpido tópico –demasiadas veces cierto- de la mujer-objeto, mujer-florero. Pamela Anderson, una mujer que se puede asociar a cientos de adjetivos, pero ninguno de ellos relativo a la naturalidad, ha sido el multitudinario sueño erótico, la mujer más buscada y vista en Internet hasta la aparición de Kournikova, una tenista mediocre, sin ningún premio de primer orden a sus espaldas, cuya gran virtud es su aspecto físico –y poco más. Hasta nuestras teleseries –nacionales- han caído ya en esta tendencia y sólo nos muestran mujeres maquilladas de la mañana a la noche, mientras que a los actores/hombres se les permite mostrar un aspecto más ibérico, de toda la vida, a lo Paco Martínez Soria. La mujer despeinada, con moño y escoba de la serie, es muy graciosa y es andaluza –faltaría más. Durante demasiados años, décadas, hemos machacado a nuestras mujeres con irreales modelos de belleza. Les hemos propuesto unos cánones que no se corresponden con la realidad, con sus vidas, con el lugar que ocupan dentro de la sociedad. Ante todo esto, puede que nuestras mujeres se sientan feas, o puede que raras o diferentes. Yo creo que me sentiría. También puede que nuestras mujeres sean excesivamente modestas y la verdad la callen. En cualquier caso, basta tener despiertos los sentidos, los cinco sentidos, todas las mañanas –o en cualquier momento-, para comprobar que la inmensa mayoría de las mujeres son bellas por infinidad de motivos y cualidades, todas bellas sin necesidad de coincidir con las formas de la protagonista de una película californiana, con sus virtudes y sus defectos. De igual modo, le recomendaría a la empresa de cosmética que, obviando esa chorrada de la metrosexualidad, fuera más consecuente con el presente, que los hombres también somos, posibles o reales, consumidores, que los tiempos cambian.  


El Día de Córdoba

Día Internacional de la Mujer Trabajadora

UNA TARDE DE DOMINGO


Las tardes de domingo tienen esas cosas –más allá de lo que nos canta Amaral-. Cosas que son más si llueve, si el cielo está negro y si el mercurio del termómetro se arrodilla en los números más bajos. El pasado domingo fue uno de estos domingos de galletas de chocolate y de mesa camilla. El mando a distancia, cerca, es el complemento perfecto. Sin embargo, infringí mis propias reglas, y mientras mis hijos dormían la siesta, o lo disimulaban, me planté en un cine cercano para ver la película que ha conquistado un mayor número de estatuillas en la última edición de los penelopizados Oscar, Slumdog Millionaire. Fui con ganas al cine, predispuesto a pasarlo bien, ilusionado, por la fama precedida y por la firma del realizador, Danny Boyle, que ya me había interesado, e incluso entusiasmado, en sus anteriores películas –sobre todo en Sunshine, esa epopeya futurista e incierta-. Suele suceder, lo preparamos todo con detalle y esmero, depositamos todas nuestras esperanzas, y esa fiesta que planeamos durante semanas no transcurre de la misma manera que aquella que improvisamos en cinco minutos. Las elevadas expectativas, en demasiadas ocasiones, actúan más como freno que como acelerador. Slumdog Millionaire pudo ser una gran película, o una gran reinterpretación de todo eso que ya nos han contado demasiadas veces, pero se queda en un guiño amable, en un quiero y no puedo, en un cuento de príncipes y cenicientas que se meriendan todas las perdices. Abandoné el cine decepcionado, bufando por todos aquellos títulos que sí deberían haber cosechado los premios otorgados a la cinta de Boyle. Cuestión de gustos, dicen. En un arrebato justiciero, me atreví a llamar al amigo que me había recomendado la película, para darle las “gracias” por tan “sabio” consejo.

Una vez en casa, entre juegos y más galletas de chocolate, me ajusté los auriculares en las orejas para escuchar el partido entre el equipo de la Ciudad Condal y el Atlético de Madrid. El mejor equipo de la historia del fútbol mundial, o eso decían hasta hace poco, siente en el cogote el aliento de mi deprimido, descerebrado y mediocre Real Madrid, qué cosas. Los de Guardiola lo celebraron todo en Navidad, los mayores elogios nunca dedicados, las ponencias sublimes, pero la Navidad es para los niños y los centros comerciales. En fútbol, la primavera es el tiempo de las celebraciones, y no antes. En Slumdog Millionaire, el protagonista alcanza su sueño, que es el sueño de todos los mortales –en estos tiempos de vacas flacas-, porque se mantiene firme en sus convicciones, porque no duda a pesar de los cantos del sireno –presentador barbudo-. Los de Guardiola, cuando se enfrentan a los compromisos más serios y decisivos, comienzan a dudar. Siguen teniendo las puertas del éxito abiertas de par en par, pero da la impresión de que tienen miedo, o pánico, o madriditis, o de todo un poco, para poder cruzarlas. En su primera parte, el partido seguía su lógica, el guión previsto se cumplía: ganaba el equipo catalán y el Atleti a verlas venir. Curiosamente, la locura llegó al Manzanares al mismo tiempo que nos informaban de los sondeos y primeros resultados en las elecciones en el País Vasco y Galicia. Feijóo, López y el Kun comenzaron a tirar de sus respectivos carros.

Touriño se va de la Xunta con el mismo rictus en su expresión que ha mantenido durante su presidencia. Triste, soso, apocado. Recordé aquellas viejas canciones de Os Resentidos y de Siniestro Total de mi juventud más noctámbula. Tuve que acudir a la melancolía desafinada de Golpes Bajos para encontrar la banda sonora adecuada: no me llames de amigo, si me vas a dejar dolido. Una tarde de recuerdos y de sorpresas, ciertamente. El Maragall más delirante hace años dijo: la política catalana es como una orgía sin vaselina. Cambiemos la situación geográfica, detengámonos en el País Vasco. ¿Quién compra la vaselina? Forlán marco de penalti mientras los vascos le mostraban a Ibarretxe la tarjeta roja: no nos gusta su plan, no hable por boca de todos nosotros. Patxi López y el Kun Agüero reservaron su protagonismo para los últimos minutos –Feijóo impuso su ley desde el principio-, que es cuando los goles determinan los resultados y se convierten en decisivos. Y Guardiola e Ibarretxe se quedaron como los jóvenes protagonistas de Slumdog Millionaire a su regreso a la India: sus pies ya no caminan sobre una plácida y elegante alfombra roja.

 

El Día de Córdoba

jueves, 5 de marzo de 2009

EL ÚLTIMO VERSO


Gracián Martínez se murió de la misma manera que solía concluir sus poemas: de repente, en silencio, sin despedida. Se murió mientras dormía y se le quedaron los labios a medio ronquido. Los que le vieron cuentan que parecía que estaba soplando las velas de una tarta de cumpleaños.

Solamente un periódico le dedicó una esquela, simple, de las baratas, en la que se podía leer: Gracián Martínez, poeta, descanse en paz. Seis palabras para despedir al poeta, apenas un verso.

domingo, 1 de marzo de 2009

EL NOVELISTA CANÍBAL


 

Rafael Reig, por el momento, puede sentirse a salvo. Después de varios días de intensa investigación, de una gran repercusión social y mediática, la policía mexicana detiene a José Luis Calva Zepeda tras hallar en el domicilio trozos cocinados de su novia, desaparecida días antes. Según el testimonio de uno de los agentes involucrados en la detención, José Luis se encontraba de pie, en la cocina, sazonando la carne que se asaba en una sartén negra, y “nada más vernos, apenas sin inmutarse nos dijo”: "Soy gastrónomo de afición, no de degustación, sino de elaboración". José Luis Calva Zepeda, mexicano, de 38 años, un perfecto desconocido hasta el pasado 8 de octubre, a pesar de sus numerosas publicaciones y premios de medio pelo, cuando la policía del Distrito Federal entró en su casa después de detenerle. El que no cesara de escuchar los grandes éxitos de Luis Miguel a un volumen descomunal o los continuos golpes y ruidos no precipitaron la detención del ya conocido por todos como El Novelista Caníbal. Lo delató el olor. Los vecinos de la Colonia Guerrero habían denunciado un hedor insoportable que emanaba de su apartamento. Una de las vecinas relató a los agentes que nunca habían sospechado del escritor, que llevaba una vida tranquila, que solía ser cordial en el trato y que no se le recordaban escándalos o comportamientos anómalos. Nadie podía imaginar lo que se escondía en el interior de la vivienda de José Luis Calva. El pasmo de los agentes judiciales fue mayúsculo. En una olla se cocinaba el brazo de una mujer en un caldo espeso, junto a un libro de cocina abierto por la página en la que se detallaba la elaboración del Cocido Madrileño. En la nevera estaba oculto el trozo de una pierna, perfectamente depilada, flanqueada por rodajas de naranjas y guarnición de patatas, dispuesta para entrar en el horno, y en la mesa un plato con trozos de carne aderezada con limón parecía listo para el consumo. Algunos de los agentes tuvieron que abandonar la cocina por la vía de apremio, repentinamente indispuestos, ante las carcajadas del novelista, que seguía preparando su plato. La escena macabra no terminaba aquí. En una caja de cereales los peritos encontraron huesos, perfectamente limpios, y en la despensa se hallaba el tronco de una mujer, envuelto en sal, emulando la técnica utilizada en la elaboración del jamón de pata negra. El lunes, el coordinador de Servicios Periciales de la Procuradoría General de Justicia del Distrito Federal, Rodolfo Rojo, confirmó las peores sospechas. Los trozos de carne encontrados, en la sartén, eran fibras musculares estriadas del antebrazo derecho que fueron fritas con aceite, y los huesos eran de Alejandra Galeana Garavito, novia de José Luis Calva, desaparecida desde el 5 de octubre. Tras la desaparición de Alejandra, sus padres entregaron a la policía las últimas cartas enviadas por El Novelista Caníbal a ésta. “El mío es un amor devorador”, se podía leer en una de ellas. Los investigadores de la Fiscalía descubrieron que la mujer murió estrangulada y golpeada, tras lo cual el asesino procedió a descuartizar el cadáver. En la bañera desolló pacientemente la pierna y el brazo derecho de su novia, con el virtuosismo propio de un matarife experimentado. Aunque el fiscal de homicidios Gustavo Salas se declaró incapaz de afirmar si Calva comió de aquella carne, El Novelista Caníbal es el tema estrella de los medios de comunicación de todo el país. Las autoridades creen que Alejandra Galeana no es la única víctima. Los cadáveres descuartizados de otras dos mujeres encontrados, meses antes, en Chimalhuacán (estado de México), y en Tlatelolco (Distrito Federal), podrían ser obra del presunto caníbal. Coinciden en el tiempo las desapariciones de estas dos mujeres con las visitas que realizó Calva, a las citadas localidades, para promocionar su nueva novela. "Tengo pulmones enfermizos, corazón grande, huesos frágiles, boca amplia que alberga 10.000 palabras y un clamor. Actor de farsas y dramas, siendo siempre yo mi propio autor, adepto a lo oculto, la magia, las estrellas y las sábanas de seda, ortodoxo de la rima, convexo de mis ojos y catador de música. Un autoexiliado de la familia, la causa de mi escasez y el fruto de mi abundancia. En síntesis, yo soy la consecuencia de mis acciones", escribió Calva, a quien gusta presentarse como poeta, escritor de novelas de terror y actor, en el prefacio de una de sus novelas. Los investigadores ya lo presentan como el primer caníbal de la historia criminal de la Ciudad de México. Una antigua novia del escritor, en un programa de televisión, ha leído recientemente algunos fragmentos de las cartas recibidas. “Te comería entera, sin masticar apenas, dejándome embriagar por todo tu sabor”. La misma novia, durante su aparición televisiva, no dudó a la hora de calificar a El Novelista Caníbal como un sujeto morboso y excéntrico, con inclinaciones homosexuales. “Le encantaba mirarse en el espejo cubierto por mi ropa”. La policía ha dado cuenta de diversos hallazgos en el apartamento de Calva Zepeda que ilustran su mente compleja: cuchillos, libros de brujería y textos de terror, algunos escritos de su puño y letra, las obras completas de César Vidal, discos de Laura Pausini y de Pablo Abraira y las dos primeras temporadas de Verano Azul, una antigua serie española de televisión. En el guardarropa, un traje de licra con un sujetador simulando dos tetillas en aluminio y antifaces y una camiseta rosa en la que se podía leer “I Love Paris Hilton”, que vienen a corroborar las declaraciones de su exnovia. Como era de prever, el caso del caníbal es la comidilla en la popular Colonia Guerrero. Todo el mundo tiene una historia que contar de este personaje que hasta el 8 de octubre pasaba completamente desapercibido por su discreción. Algunos vecinos se han apresurado a ofrecer sus “conocimientos” sobre Calva en los diferentes medios de comunicación. Psicólogos, criminólogos y especialistas varios debaten en las tertulias sobre la personalidad del caníbal y su historia personal, para concluir con la pregunta sin respuesta: ¿El criminal nace o se hace? En el prólogo de la compilación de sus obras ‘Instintos caníbales, Réquiem por un alma perdida y Prostituyendo mi alma’, José Luis Calva escribe: "Dedico estas palabras a la creación más grande del universo, que soy yo". Toda una declaración de principios.

VIDEO - ATLAS - 16-10-2007

FRANCESC RELEA - México - 17/10/2007

*En cursiva, noticia aparecida en el diario El País.