lunes, 24 de junio de 2013

EL MONSTRUO EN SU LABERINTO

Tapones en los oídos... servilletas en los asientos... ¿manías? Los quiero con locura... Ruth y José... Las Quemadillas... fuego...El monstruo en su laberinto...
Impasible, frío, inalterable, calculador, distante… son algunos de los adjetivos que emplean para calificarlo. Considera una “manía” lavarse las manos frecuentemente, a pesar de no considerarse una persona escrupulosa. No se sienta en los transportes públicos, y para hacerlo en un banco de un parque lo cubre de papel. Come con tapones en los oídos porque le molesta escuchar como mastican los demás. Considera que todos tenemos nuestras “manías” y que eso no significa que causen perjuicios a los demás. Está muy delgado, su voz es aguda, a ratos afeminada. Le gustan las camisas a rayas, exhibiendo esa elegancia neutra e impersonal de otro tiempo. Repeinado, pulcro y aséptico en su aspecto físico, más bien bajito. Posee esa sonrisilla tan molesta… esa sonrisilla de “no me cuentes historias” que tanto escuecen cuando la tienes enfrente y la sientes en tus propios ojos. Tiene el brillo del odio en la mirada, sí, lo tiene, no lo puede ocultar, y aumenta de intensidad, es más odio, cuando se refiere a su exesposa, Ruth Álvarez. Apenas gesticula cuando le interrogan, apenas unas pocas arrugas se dibujan en su frente ante preguntas que la mayoría no podríamos soportar. Impasible, sí, buen adjetivo, frío, también, tras dos horas declarando ni le ha dedicado un segundo a la botella de agua que tiene delante. Habla de sus hijos en presente, como si nada hubiera pasado, como si estuvieran esperándolo a la salida del juzgado. Se esfuerza en mostrarse como un buen padre, protagonista de las tareas domésticas y siempre como un ataque la madre, que retrata como una persona desinteresada en el cuidado de sus pequeños. “Tuvimos una relación normal, fue un matrimonio normal”, argumenta con naturalidad. “Yo no estoy cansado”, dice, “eso que está usted diciendo es completamente falso”, repite una y otra vez. Merodea, juguetea con las palabras, las lía y relía antes de pronunciar un “no”. Le cuesta llorar, es fácil percibir que no se trata de un acto común en él. Se llama José Bretón, y todo apunta a que asesinó a sus dos  hijos, Ruth y José, en octubre de 2011. Desgraciadamente, todos lo conocemos.
Todo parece indicar que José Bretón durmió profundamente a sus hijos, empleando Orfidal y Motivan, para a continuación colocarlos rectangularmente sobre la tierra. Bajo una mesa de metal –ay esa mesa de metal-, con la que creó un efecto de “horno”, los quemó. Posteriormente, se dirigió a la Ciudad de los Niños y teatralizó la pérdida de sus hijos. Contradiciendo a lo argumentado por él mismo, no hay imágenes de Ruth y José ese día en el parque. Cuando la policía fue por la noche a la finca de Las Quemadillas aún... sigue leyendo en El Día de Córdoba

viernes, 21 de junio de 2013

TELEGRAPH AVENUE

Telegraph Avenue no es, estrictamente, un homenaje a la música negra, jazz, soul, hip hop o rap, de los años cuarenta hasta nuestros días. Tampoco es sólo una metáfora actualizada sobre el mito de David y Goliat. No es una novela sobre la globalización, el poder de las grandes marcas, del dinero, y todas esas cosas que nos saturan y abducen con tanta facilidad. Telegraph Avenue no es una novela en la que se enfrentan pasado y presente, o dos ideas del mundo contrapuestas, un mundo que se acaba y otro obstinado en dominarnos. Pasado, presente y futuro. Tampoco tiene nada que ver con la agradable Alta Fidelidad de Nick Hornby, muy simplón el paralelismo, me temo. No es Telegraph Avenue una historia sobre las relaciones entre judíos y afroamericanos, entre creyentes y no creyentes, entre homosexuales y heterosexuales, no. No, o tal vez sí, pero no específicamente. No, estrictamente.
Con autores como Chabon somos dados a clasificar cada nueva entrega dentro de su propia clasificación creativa, y así nos encontraremos esos rankings tan extraños que nos indican que no ha llegado a la altura de tal o que puede entenderse como una evolución, involución y demás o que no es el Chabon de Jóvenes prodigiosos, por ejemplo. Con Chabon no valen tales comparaciones. Sigue siendo, afortunadamente, ese tipo de autor que no se regodea en escribir la misma novela una vez tras otra, no. Telegraph Avenue es una nueva acrobacia, un nuevo giro, otra cosa. Argumentalmente, no encuentro la conexión con alguna de sus anteriores obras. Obviamente, nos encontramos con los rasgos más significativos del Chabon que nos ha seducido: su voz, su personalidad, su estilo, su sello, su contarlo todo, lo eterno y lo efímero, desde lo cotidiano, desde esas pequeñas cosas que son el pasadizo que nos conduce a las profundidades de nuestro interior.
Se maneja muy bien Chabon en el caos, en ese ordenado anarquismo en el que ha convertido su narrativa. Amigos, anclados en una eterna juventud, que comparten una tienda de discos, supermadres e hijos, la opresión del mercado, con sus macabras reglas, la aceptación de la diversidad sexual o racial, la amistad, el amor, la soledad, el tiempo y la distancia, las siempre complicadas relaciones de pareja. Incorpora Chabon, con destreza, a su literatura lo que podríamos calificar como agreste emotividad. Sus personajes desfilan ante nosotros buscando nuestra comprensión, y hasta puede que nuestra aceptación. Necesitan convencernos, y lo hacen, porque acaban formando parte de nosotros. Chabon vuelve a exhibir ese perfecto conocimiento de la condición humana, esa increíble habilidad para mostrarnos, con naturalidad, con esa cadencia suya tan característica, el alma de... seguir leyendo en La Tormenta En Un Vaso

miércoles, 12 de junio de 2013

LA TRILOGÍA DEL NOVELISTA MALALECHE EN EBOOK

Ya puedes conseguir, en eBook, la reedición de la trilogía del Novelista Malaleche: La novela de un novelista malaleche, El batallón de los perdedores y Guadalajara 2006. En el enlace inferior tienes toda la información.


martes, 4 de junio de 2013

HISTORIA DEL DINERO

Historia del dinero, la nueva novela de Alan Pauls. Actual, desgarradora, paranoia y dolor...
Comencemos con un poema de Pablo García Casado –de actualidad, ya que acaba de compilar toda su obra poética en Fuera de campo-: No es un ambiguo sentimiento de angustia, es dinero. La nueva novela de Alan Pauls podría resumirse perfectamente con este poema.
Parece que con Historia del dinero Alan Pauls cierra su trilogía setentera, argentina, excesiva y fantasmal. Y para ello se vuelve a aliar con algunos de los personajes más representativos –de esta trilogía- que ya encontramos en Historia del llanto y en Historia del pelo. La mirada del niño que sigue contemplando todo a través de su ventanal.
Tónica general en su obra, se sigue buscando Pauls, o tal vez siga buscando esa concepción de la narrativa que con cada nueva novela consigue revitalizar y estimular. Aliento, electricidad, apuesta. Pauls es un magnífico ejemplo de la pasión por el camino, por el viaje, sin pensar cuál es el destino, o por qué es necesario alcanzar algún lugar. Tal vez no exista ese lugar, es lo de menos. El triunfo es el viaje, viajar, el trayecto. Pauls no ha soltado su mochila.
En esta novela, el dinero es más que billetes y cifras, es un universo, una obsesión, una forma de estar y ser. Ganar dinero es una pasión rutinaria, básica, pero pasión a fin de cuentas. Pasión que puede llegar a lo carnal, a lo sexual, orgía de dinero, pero con el tacto de un billete mil veces manoseado.
Excesivo y deslumbrante, Alan Pauls, características de su narrativa desde sus comienzos, en Historia del dinero nos conduce por el lado oscuro del dinero, sobredosis de dinero, dinero, mucho dinero, todo y todos por el dinero. Alterna Pauls, sin previo aviso, el microscopio con el plano general, los elementos autobiográficos con las referencias al contexto social, salvaje y caótico, de la Argentina mundialista de los setenta, ese país de “paranoia y dolor” que nos cantó Andrés Calamaro...sigue leyendo en La Tormenta En Un Vaso