martes, 28 de febrero de 2017

SÍ, SOY ANDALUZ

Hace unos años, en una fiesta en Madrid, alguien me dijo que tenía muy “poca gracia bailando” para ser andaluz. Así, haciendo amigos. Recuerdo diferentes caras de sorpresa, a lo largo de los años, los encuentros y la geografía, tras admitir que no me gusta el Flamenco, que, simplemente, no lo entiendo y que no conectamos. También recuerdo sutiles comentarios, rebosantes de educación y de sensibilidad, del tipo: “se te entiende muy bien para ser andaluz”, “yo no sé cuándo trabajáis con todas las fiestas que tenéis” o “me ha sorprendido mucho Andalucía, yo creía que todo iba a estar mucho peor”, que tal vez sea la que más me ha ofendido. ¿Mucho peor? ¿Estuvo alguna vez rota? Gracias a las películas y series de saldo, gracias a la ignorancia y a la intolerancia, los andaluces nos encontramos en el podio de los típicos tópicos, los estereotipos, las obviedades y las infamias. Buena parte de las “chicas de la casa”, chicas/mujeres siempre para más inri, suelen ser andaluzas de tonillo gangoso, así como el gracioso de la panda es, como no podía ser de otra manera, un andaluz con el acento de un gaditano que ha estudiado en La Habana, y, por supuesto, el vago, el fiestero y el inculto, que además se regocija en su ignorancia, también es andaluz, por descontado. En cierto modo, es como creer que todos los catalanes son unos avaros y unos peseteros o que todos los vascos se pasan el día bebiendo txakolí o levantando piedras, cuando no le están pegando una paliza a la Guardia Civil. O como pensar que todos los gays son “unas locas”, todas las lesbianas “unas camioneras” o como dar por sentado que a todos los negros les gusta el rap, que los italianos se pasan el día comiendo pasta e intentando ligarse a la primera mujer con la que se cruzan y que los rusos desayunan vodka. Hablemos de enanismo mental, de sus consecuencias, de esa gente que necesita, para poder entenderlo o, peor aún, controlarlo, que todo y todos estemos encasillados, perfectamente colocados en nuestra balda social, como el producto en oferta de un supermercado.
Y no, que cada cual sea gay, lesbiana, negro, ruso, bailarín, catalán, vasco o andaluz como le apetezca, como le pida el cuerpo ser o como, sencillamente, quiera ser. Como le venga en gana. Ocho apellidos vascos me sigue pareciendo una película mediocre, cinematográficamente hablando, pero muy pedagógica desde un punto de vista social. Nos propone y nos anima a que nos riamos de todos esos tópicos que se han ido acuñando y, sobre todo, asentando, a lo largo de los años, tanto de andaluces como de vascos. Es bueno que sepamos que los tópicos son solo eso, un chiste, una gracieta, que no representan ninguna realidad. Con cierta frecuencia, se traspasa la frontera del topicazo y se adentran en... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

martes, 21 de febrero de 2017

CÓNCLAVES


Como si se sintieran plenamente satisfechos de lo que son, de lo que han conseguido, como si ya no pretendieran nada más, como si se encontraran en el lugar perfecto, en el espacio más cómodo en el que nunca jamás quisieran estar, se saldaron los conclaves que celebraron, la pasada semana, Podemos y Partido Popular. Ya está, es lo que hay, no hay más cera que la que arde. El Popular parece un partido dirigido por un Mourinho de la política, desconozco si Arriola posee el título de entrenador. Todo vale si el resultado es satisfactorio, teniendo en cuenta que la satisfacción del resultado fluctúa según el minuto de partido y el rival. Después de varios años de escándalos relacionados con su financiación, de dirigentes enjuiciados y hasta condenados, después de varios años de cercenar derechos, empobrecer a la población y condenarnos a un futuro peor, mucho menor, después de varios años de fatiga, flama y plasma, después de varios años de mentiras, promesas incumplidas y sueños arrebatados, una victoria pírrica, un golito palomero en el tiempo de descuento, se ha entendido como un gran triunfo. Y Rajoy ha llegado al congreso de los suyos como ese rey cansado y anciano que desconoce hasta donde alcanzan los confines de su imperio, ajeno a la realidad, entregado a somnolencia pública tan característica suya, como si acabara de probar todas las atracciones de la Calle del Infierno. Acarajotado, como si este mundo y sus cosas no fueran con él, como Luis Enrique tras la abultada derrota de su equipo en París. Y, para desgracia nuestra, van con él, dependen de él, esas cosas, nuestras cosas, aunque se quede mirando extrañado, como un mamut un smartphone, ese rótulo en el que se puede leer , no sabemos a qué, que la azafata le entrega para la foto de familia. Cospedal, Cifuentes y demás plana mayor sonríen, exhibiendo nacaradas dentaduras, siguiendo el guión establecido. Y a marcar otro golito, si les dejan.
Escogieron Madrid, Vistalegre, para su gran cónclave, pero mejor les habría quedado Albacete, por aquello de sus célebres navajas, y hasta la jungla farragosa y húmeda en la que creímos ver los ojos animalescos del Coronel Kurt. Iglesias, community manager de su propia marca, pretende vender como feminización de su proyecto político lo que no deja de ser la lapidación, laminación o eliminación de Iñigo Errejón. Iglesias nunca ha creído en la igualdad de género, la ha ignorado u obviado a su antojo, y ahora me estremece el que la use como un pasquín que se diseña y se imprime en media hora, como una ocurrencia más con la que rellenar el tuit de turno. ¿En qué capítulo de Juego de Tronos vimos eso? ... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 14 de febrero de 2017

CENSURA


Le solían preguntar al maestro Berlanga sobre cómo había podido filmar y, sobre todo, exhibir en los cines de nuestro país películas como Plácido, Bienvenido Mr. Marshall o El Verdugo, que contenían más que evidentes y ácidas críticas al régimen franquista y que, sin embargo, escaparon de la asfixiante censura oficial –imperante-. El cineasta solía responder que sí había sufrido la censura, sobre todo la denominada “censura previa”, que examinaba los guiones antes del rodaje y que matizaba, cuando no amputaba, escenas y diálogos, para que se adecuaran a la oficialista moral fascista –imperante-. Berlanga explicó en más de una ocasión que la censura la ejercían y la ejecutaban sujetos de mentes muy retorcidas, que con frecuencia estaban mucho más pendientes del mensaje o imagen que se podía interpretar por parte del espectador, y no tanto de lo que realmente se contaba. Y así, no vieron la directa relación entre el fusilamiento de Julián Grimau y El Verdugo y, sin embargo, le impidieron arrancar una película con un plano general de la Gran Vía madrileña porque, según contaba el propio cineasta lo que un censor le había confesado años más tarde, “tratándose de Berlanga, seguro que saca a un cura entrando en Pasapoga”, que era una célebre sala de fiestas de la época. Esto sucede porque el censor, con frecuencia, además de un ignorante es un ser retorcido, tal y como indicaba Berlanga, y, como acogiéndose a ese refrán que cita a la condición del ladrón, cree que el resto de los mortales conviven con sus mismos traumas, obsesiones e insatisfacciones. O sea, tras todo censor se esconde un enano mental que es incapaz de ver más allá de un palmo de su nariz y que, supeditado a esa analfabeta miopía, necesita y pretende que todos los demás posean su escasa visión. Es su manera de sentirse a salvo, de sentirse protegido, en su nido de incapacidad. El problema pasa a ser mayúsculo, tal y como sucedió en España, Italia o Alemania, o como está sucediendo en Venezuela, Turquía o, más recientemente, en los Estados Unidos, cuando ese enano mental es la máxima autoridad de un país.
Si la censura creativa o informativa es espantosa y merece el mayor de los rechazos y de las condenas, no nos podemos olvidar de esos otros tipos de censuras con las que convivimos diariamente y que, con demasiada frecuencia, alimentamos, ya sea por acción u omisión. La censura económica, esa que impide que accedamos a la mejor educación, a la mejor sanidad o, simplemente, al mejor de los futuros para nuestros hijos. La tenemos ahí, enfrente, a veces al lado, y apartamos la vista... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 7 de febrero de 2017

PALOMA Y EL MURO


Tenía pensado dedicar este artículo al desagraciadamente célebre muro que pretende construir Trump cuando conocí la noticia del fallecimiento de la periodista Paloma Chamorro. Me recuerdo frente a una televisión portátil en blanco y negro, junto a mi hermano Pedro, contando los minutos para que empezara su programa, La edad de oro, y poder ver y escuchar en carne y hueso a todos aquellos héroes que Radio 3 radiaba en su programación, de Gabinete Caligari a Los Coyotes, pasando por La Mode, Polansky y el Ardor o Echo and the Bunnymen. Memorables los conciertos que emitieron, así como los cortos, del primer Almodóvar y demás nuevos cineastas, exposiciones, cómic, etc. Aunque las generaciones posteriores no la disfrutaran, todos los que amamos la cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, le debemos mucho a esta periodista con la que sería incapaz de establecer un parecido o similitud con algún nombre de la actualidad. Y es que nadie se atrevería a hacer los programas y entrevistas que ella hizo en aquellos bulliciosos ochenta, hoy en día, si fuésemos capaces de establecer un paralelismo entre los tiempos. Paloma Chamorro nos habló y nos mostró las nuevas tendencias, las diferentes opciones sexuales, sociales o políticas cuando nuestro país seguía estando rodeado por ese muro, tan invisible como insalvable, que levantan la ignorancia, la represión, la moral oficialista y el miedo. Porque aunque Franco ya había muerto, el denominado franquismo sociológico seguía campando a sus anchas –de hecho, aún hoy sus rescoldos se manifiestan de tanto en tanto-. Paloma saltó ese muro con una pértiga, y hasta puede que utilizara un helicóptero, lo que fuera con tal de abrirnos la puerta de esa Edad de Oro que tal vez tuviera más quilates en su libertad que en su calidad, pero que supuso el vertiginoso tránsito entre una España sepia con olor a naftalina a una España colorista y olímpica que recorría las distancias a borde de un tren de alta velocidad.
¿Tendremos que resucitar a Pink Floyd para que vuelvan a tocar El muro allá por donde vayan? Ilusos de nosotros, sí, que creímos que la caída del muro de Berlín metaforizaba un nuevo tiempo sin muros, en el que la palabra se convertía en la gran protagonista. Nunca terminamos de aprender la lección y chocamos y volvemos a chocar cuando descubrimos que el pasado, lo peor del pasado, puede volver. He tenido la suerte de visitar hasta en tres ocasiones México, y de todos los países en los que he estado es donde un español se siente más como en casa. Un país acogedor, curioso e inquieto, que ha tenido históricamente la desgracia de no contar con una clase política que lo representara adecuadamente. Les puedo asegurar que para un escritor español asistir a la Feria Internacional del Libro... sigue leyendo en El Día de Córdoba