sábado, 12 de marzo de 2011

MUJERES

Hemos colmado el calendario anual de citas, conmemoraciones y demás celebraciones, cada nuevo día debemos estar atentos porque cabe la gran posibilidad de que sea el Día de Algo. El Día de los Erizos de Mar, el Día del Agua con Gas, el Día de la Miel de Abeja o el Día de la Telefonía Móvil. Esta avalancha no debe, en cualquier caso, ocultar, eclipsar o ensombrecer a todos esos días que sí cuentan con un valor innegable, que hay que destacar porque hacerlo supone no olvidar, prestar atención, seguir vigilantes. Uno de estos días fundamentales del calendario nos llega esta misma semana, el Día Internacional de la Mujer. Una fecha marcada por las dos circunstancias que más están golpeando a las mujeres de nuestro país en la actualidad: la violencia de género y la crisis económica. Comencemos con la segunda y que en un análisis inicial –y algo superficial- nos indicaría que las carencias en el empleo afectan más a las mujeres que a los hombres. Y así podemos leer en los periódicos noticias como “la crisis azota a las mujeres, el paro entre las mujeres se dispara, repunte de la tasa de actividad femenina” y nos quedamos tan tranquilos, como si la crisis o como se quiera decir fuera un fantasma machista que va separando a las mujeres del empleo. No es la crisis, no, somos nosotros mismos, que si habitualmente relegamos a las mujeres, cuando llegan las apreturas a ellas las apretamos más, a pesar de que, tal y como nos demuestran las estadísticas, ellas están mejor y más formadas que nosotros. Un par de semanas atrás, el 22 de febrero se constituyó como el Día de la Igualdad Salarial. La elección de la fecha no es gratuita, corresponden a los casi dos meses de más que tienen que trabajar las mujeres, de media, para alcanzar el sueldo que cobramos los hombres en un año. ¿Se imaginan lo contrario, que los hombres cobráramos menos que las mujeres? Inténtelo, que yo no puedo.

Históricamente, las mujeres han trabajado mucho, en casa, fuera, de guardia las 24 horas del día la mayoría de las veces. Pero en multitud de ocasiones este trabajo no ha sido producto de un empleo, del que siguen estando discriminadas. El empleo supone un reconocimiento, una nómina, cotizar, lograr derechos, garantizar el futuro. El trabajo, desgraciadamente, con demasiada frecuencia puede llegar a pasar desapercibido, porque muchos lo relacionamos con lo rutinario, con lo habitual. Hemos creído que esos trabajos, el cuidado de nuestros hijos y mayores, de toda la familia, las tareas del hogar, etc., navegan en la genética de las mujeres, y no, son trabajos que se aprenden, y que cualquiera puede aprender, tanto mujeres como hombres. De igual manera, y vinculado a esta “cultura del cuidado” que adjudicamos a las mujeres tradicionalmente, nos encontramos que las reducciones de jornada, las excedencias y demás figuras laborales siguen estando protagonizadas mayoritariamente por las mujeres, en más de un 80%. Reducciones, disminuciones laborales que cuentan con graves efectos en el futuro, cuando las cotizaciones sean muy inferiores a las de los hombres. Y es que, desgraciadamente, las mujeres siguen conciliando con ellas mismas.

No me cabe duda de que la violencia de género es la representación más descarnada y cruel del machismo. Es una afirmación reiterada, pero no por ello deja de ser -una trágica- verdad. El hombre que maltrata a una mujer busca su dominación, su negación, el anular su voluntad y personalidad de cualquier manera, ya sea mediante un insulto, una vejación, un puñetazo o un disparo. La violencia de género, más allá de los estereotipos que pretendamos trazar, no se manifiesta exclusivamente en un determinado sector poblacional, porque la violencia de género no entiende de clases sociales, económicas, religiosas o culturales. Tampoco es la manifestación extrema de los celos, o del amor, es todo lo contrario al amor. Pese a las proclamas de los agoreros, la denuncia, con el asesoramiento e información adecuadas, sigue siendo la herramienta más útil y certera para combatir contra esta lacra que nos cercena y mengua como sociedad, como ciudadanos. Sin embargo, a pesar de la clara desventaja que padecen, de la realidad que les acecha, celebremos este 8 de marzo como se merece, con un optimismo que debe nacer de un pacto colectivo por enmendar la plana. No podemos permitirnos el lujo, y mucho menos con la que está cayendo, de prescindir o apartar a la mitad de nuestra sociedad. Y es que sin ellas, sin las mujeres, siempre seremos menos y peores.

El Día de Córdoba