domingo, 25 de diciembre de 2016

VIDA

Hay tradiciones que me gusta respetar, cumplir, perpetuar cada año o cada vez que toque o pueda. Hay buenas tradiciones que me gustaría cumplir cada día, pero cada día tiene sus tiempos y sus exigencias, y sus muchas cosas en esa agenda que nos escriben. No siempre podemos, nos excusamos constantemente, cuando las citas, las películas, los conciertos, los libros o las exposiciones pasan de largo. Tal vez sea el tiempo el mayor tesoro de este tiempo que nos ha tocado vivir, aunque también puede que se trate de la gran mentira que nos hemos buscado, y encontrado, para justificar todo aquello que no hacemos o no somos porque simple y llanamente no lo intentamos. Quién sabe, todo puede ser, y algo más, que siempre hay un algo más bajo la alfombra o en el fondo del armario. Aparte tres muertos y seguro que encuentra algo, ese algo más del que le hablo. Me gusta escribir sobre la Navidad, sobre estas fiestas, cuando coinciden en el calendario y este año coincidimos, para mi regocijo, que es una tarea que afronto con alegría renovada, tal vez contagiada. Lo repito, lo reitero, las navidades con hijos son más navidades, más fiesta, más alegría, y por una vez acudamos a todos esos tópicos que cuentan y que se cumplen, para deleite de padres y madres, de familia. Es tiempo de familia, lo queramos o no. Yo echo de menos, mucho, a los que faltan, me arrepiento del tiempo perdido y no compartido, no disfrutado. Y envidio a quien sí puede hacerlo. Otra tradición que suelo cumplir, ver de nuevo Qué bello es vivir. No soy muy original, ya lo sé, pero a mí se me siguen humedeciendo los ojos con algunas escenas. Este año, y seguro que el año que viene también. Y es que hay sentimientos que es bueno mantener siempre despiertos, siempre vivos, activos. Hermosa película de frases memorables: La vida de cada hombre toca muchas vidas, y cuando uno no está cerca deja un terrible agujero. Duele comprobar esta certeza.
Maravillosa la fotografía que pudimos ver el pasado martes en este mismo periódico, en la que aparecía una mujer mayor que no podía disimular el entusiasmo, la alegría, que le suponía contemplar el alumbrado navideño de nuestra ciudad. Una fotografía repleta de vida. Esa es la palabra, no me cabe duda, vida, mucha vida, pura vida. Y todo lo que hagamos por hacerla más confortable, más cálida, más querida y extensa será la mejor inversión podamos hacer por nosotros mismos, la mejor. No lo dude. Y la vida nos regala estos días, plagados de emociones, ilusiones, reencuentros y magia. Y sí, que hay mucha mercadotecnia, y que. sigue Leyendo en El Día de Córdoba

martes, 13 de diciembre de 2016

ESCRITORES

No puedo evitar que algo se incendie en mi interior cada vez que me asomo a la mesa de novedades de una librería, ahora que presumiblemente se venden libros con corbatas a juego. Siento el fuego, las llamas, las siento muy dentro


Todo el mundo, o casi todo el mundo, quiere escribir un libro. A veces pienso que vaya faena nos hicieron a los escritores con esa célebre sentencia que tanto me aburre, la del hijo, el árbol y el libro. Quien la inventó, se quedó descansando. Todo el mundo quiere escribir un libro, una novela si es posible, o un ensayo de buen rollo, y el problema es que lo acaban consiguiendo, o al menos publicando, que en ocasiones no es lo mismo. El deportista tripón y retirado, el presentador de informativos varios, los periodistas de medio pelo, el abuelo de las mil batallas, el político descerebrado, el militar en tiempo de paz, el suegro de mi prima, el compañero de instituto, el actor sin papeles dramáticos, el cantante de las mil canciones, el vecino del quinto, todos quieren escribir un libro, una novela si es posible, autobiográfica o no, eso ya se verá después, o un poemario de cinco poemas y dos mil ripios, pero un libro, un libro con su nombre en la portada y en el lomo, que presentar y dedicar. Esas cosas que se hacen con los libros, según cuentan. Yo no quiero clavar mi bandera, la bandera que sea, en el Everest, ni disputar las 24 horas de Indianápolis, ni nadar entre tiburones –pero qué cosas más raras gustan-, ni correr el maratón de Nueva York, ni la media maratón de Córdoba, ni esculpir una réplica exacta del David, ni presentar un programa de cocina, por mucho que me guste comer, tampoco quiero ser Ministro de Economía, ni tan siquiera Secretario de Estado de Hacienda, que eso sí que es mandar, ni hombre del tiempo, nada. Y puede que no me apetezca intentar/conseguir ninguno de los retos citados, y otros mil posibles, porque simple y llanamente no me siento capacitado. Soy consciente de mi realidad, de mi yo, de mis capacidades, y sé que si me sacan de mis cuatro cosas, que en realidad son dos cosas y hasta puede que media, solamente, ya no doy la talla. Hablemos de pudor, de ser capaces de mirarse en el espejo y asumir la realidad.
De verdad, que lo entiendo, porque lo he vivido ya unas cuantas veces, que es muy bonito y emocionante eso de ver un libro con tu nombre en las librerías, alucinante. Y cuando la editorial te envía los primeros ejemplares una intensa descarga eléctrica te recorre todo el cuerpo, de las cejas a las uñas. Como un padre, agarras a tu criatura y te cercioras de que viene con sus dos ojos, sus dos orejas y su nariz. De cuando en cuando se cuela una errata, pero no pasa nada, que eso es culpa del editor, si de verdad hace honor a su nombre. Todo eso es muy bonito, vaya que sí, pero que también debe serlo conquistar el Teide, por poner un ejemplo patrio, y plantar tu bandera o inaugurar una exposición de acuarelas, pues claro, pero yo no sé pintar, nada, ni monigotes. Y no voy a escalar... sigue leyendo en El Día de Córdoba

miércoles, 7 de diciembre de 2016

EDUCACIÓN CULTURAL

Que no les falte nunca el pan a mis hijos, pero que tampoco les falte un libro, una exposición que visitar o una película que ver, esos alimentos que nos hacen más libres y plenos, y que deben estar siempre en nuestra despensa. 
Cada día estoy más de acuerdo con las palabras de Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, en Fuente Vaqueros, en 1931. Pan y libros, pan y libros. Y a los dos hay que considerarlos alimentos de primera necesidad, porque realmente lo son. Podemos sustituir, obviamente, libros por cultura, que tanto monta. Y eso que Lorca pronunció su sentencia en una época de profunda hambruna, en una España de ratas, gatos y pan negro en el menú, y aún así lo tuvo claro, pan y libros e igual de claro lo tengo yo, aunque los gatos se hayan salvado de la carnicería. Empiezo terco, repetitivo, pero plenamente aferrado y entregado a la reivindicación, y hasta revolución en estos tiempos horrendos, catetos, donde los libros y la cultura ocupan el lugar más alejado de nuestras vidas. Ni en el gallinero les encontró un hueco el acomodador, cómo será la cosa. Tal vez recupero a Lorca a colación de la conversación que mantuve hace unos días. Un amigo me reprochaba que, aún siendo tan “abierto” para la mayoría de las cuestiones, no le permitiera a mis hijos escuchar reguetón. Me sorprendió que le sorprendiera, no lo niego. Y sí, es cierto, no les dejo escuchar reguetón, lo tienen prohibido, y lo mismo les sucede con esas supuestas series infantiles que no dejan de ser otra cosa que culebrones protagonizados por adolescentes repelentes. Y tampoco les dejo comer determinadas chucherías, y procuro que lean todos los días, y que no se pasen con el chocolate, y que practiquen deporte con frecuencia, y que sean continuistas con su aseo personal, y que sean respetuosos con el que tienen al lado, y que tengan buena relación con sus compañeros de clase, y que estudien el tiempo conveniente cada día, y que no maltraten sus ropas, y mil cosas más. Claro que sí. Es decir, no renuncio a educar a mis hijos, en ninguna de las facetas de la vida, que son muchas y no podemos olvidarnos de ninguna, y muy especialmente de aquellas que considero fundamentales, como lo es la cultura. Vamos, que sí, que ejerzo de padre, no delego, en primera persona.
Con frecuencia tengo la impresión de que circunscribimos la educación de nuestros hijos a unos ámbitos muy delimitados y tradicionales, me temo, y nos olvidamos de otros muchos que son trascendentales en su desarrollo personal. Y lo mismo que deseamos y queremos que tengan a su alcance la mejor formación educativa, la mejor sanidad posible o que se alimenten de la manera más saludable, no debemos renunciar a que tengan acceso a una cultura de calidad, en cualquiera de sus manifestaciones. Y por tal motivo, no quiero que escuchen, por ejemplo, reguetón, y no solo porque musicalmente sea un infamia, que lo es, relacionar a la música con esa cosa ya me parece ofensivo, es que además la mayoría de sus letras deberían estar en el juzgado, por alentar la desigualdad entre hombres y mujeres, con demasiada frecuencia, o por incitar a la violencia de género, en determinados casos. Y no quiero eso para mis hijos, como no quiero... sigue leyendo en El Día de Córdoba