lunes, 25 de junio de 2012

LA HUELLA DE SERGIO


En estos tiempos ingratos y devastadores estamos asistiendo a la destrucción y desmantelamiento de lo que durante dos décadas hemos conocido –y ahora nos dicen que también “disfrutado”- como Estado del Bienestar. Sanidad, Educación y Protección Social universal, pública y gratuita. Pero yo ampliaría el concepto de Estado del Bienestar e incluiría, porque es lógico hacerlo, el avance que en este tiempo se ha producido en el Deporte, con la indiscutible mejora de instalaciones, en la Investigación, donde somos una referencia –aunque pronto dejaremos de serlo-, en Medio Ambiente, que ha pasado de ser un adorno casi superfluo a una prioridad, o en Cultura, que si bien nunca ha dejado de ser el área peor tratada en cualquier presupuesto público, hemos de reconocer que durante los últimos años se han creado multitud de eventos, se han potenciado sus espacios y se han multiplicado las acciones y las oportunidades. Nuevamente, puestos a prescindir, y no sólo me refiero a las administraciones públicas, que también, las empresas privadas, las fundaciones y hasta nosotros mismos como consumidores hemos comenzado a recortar por la Cultura. Seguimos creyendo que es de lo primero que podemos prescindir, seguimos sin reconocerla y, sobre todo, disfrutarla como un elemento de primera necesidad. Sin apoyo público y sin consumo privado es imposible mantener el sector cultural –o cualquier otro sector-, y cada día un nuevo nombre, una editorial, un medio de comunicación, una sala de arte o una discográfica, se añade al parte de bajas y nos anuncia su desaparición. Y estas bajas deberíamos asumirlas como un fracaso social, ya que nos empobrecen como colectividad, nos hacen peores.
La pasada semana, Sergio Gaspar, director, fundador, propietario, alma y no sé cuántas cosas más de DVD Ediciones, remitió un correo electrónico anunciando la desaparición de la editorial para el próximo otoño. La noticia, y me coloco bajo la piel de lector, me parece terrible, ya que DVD Ediciones cabe entenderse como el escaparate, la referencia y hasta la cuna de las propuestas literarias españolas más interesantes de las dos últimas décadas. La obra completa de Pablo García Casado, poemarios de Manuel Vilas, Agustín Fernández Mallo, Elena Medel, José Daniel García, Antonio Lucas, Jorge Riechman o Luna Miguel, o magníficas traducciones de Bukowski, Simic o Dylan Thomas forman parte del amplio catálogo de esta editorial que desde sus comienzos se convirtió en una ventana abierta, aire fresco y nuevo, de la Literatura española e internacional. Sergio, además de los títulos individuales, tuvo la habilidad de publicar dos de las antologías más interesantes de los últimos años: Feroces y Golpes, en las que un buen número de poetas y narradores tuvimos la oportunidad de mostrarnos al exterior. Porque aunque se haya destacado siempre la vertiente poética de DVD Ediciones, no nos podemos olvidar de su apuesta por la narrativa. Y ahí podemos encontrar los nombres de Vicente Luis Mora, Javier Sebastián, José Luis Cancho. Pérez Álvarez o Diego Doncel.
Además, Sergio Gaspar y DVD Ediciones han constituido un faro para un sinfín de nuevas editoriales, convencidas plenamente de un modelo caracterizado por la independencia, la calidad y la contemporaneidad. Como autor, qué decirles, el sentimiento que me acoge es el de orfandad. He publicado tres novelas en DVD Ediciones, que es un dato meramente numérico, las que me supusieron adquirir una nueva dimensión, coger músculo, ser más yo. Pero por encima de la edición, Sergio Gaspar ha ejercido sobre mí una influencia decisiva, ya que nos encontramos ante uno de los últimos editores de la Literatura española. Editor en el sentido amplio e histórico de la definición. Un confidente, un amigo, un corrector, un tutor, el crítico más severo, un psicólogo, un representante, un estímulo, todo eso y mucho más ha sido Sergio Gaspar en mi trayectoria literaria. Le debo mucho, muchísimo a DVD Ediciones y, por tanto, a Sergio Gaspar, ya que en este caso hablamos de sinónimos perfectos. No soy capaz de predecir cuál sería mi situación actual, si no habría arrojado la toalla, si podría haber tenido acceso a otras editoriales que han contemplado mi paso por DVD como un factor determinante, muy positivo. Seré escritor el resto de mi vida, qué remedio me queda, es una enfermedad incurable, y siempre la huella y el aliento de Sergio Gaspar permanecerá a mi lado. Y no soy el único.

El Día de Córdoba

lunes, 11 de junio de 2012

REINVENTARSE


Hay épocas del año, meses me atrevería a decir, con sus propias características y hasta con su propio vocabulario –que empleamos para definir esas características tan intrínsecas-. En junio, en Córdoba, sólo en Córdoba, es de nuestra exclusiva propiedad, hablamos mucho de reinventarnos. Puede ser que no utilicemos esa palabra exactamente, que tampoco me creo yo en posesión de nada, faltaría más, pero sí que recurrimos a equivalentes. Al junio cordobés le pasa algo parecido a lo que a los septiembres y eneros generalistas, de todo el mundo, tratamos de renovarnos, cambiar hábitos, ser más sanos, más controlados, menos nosotros en cierta manera. Indiscutiblemente, esa fiebre de cambio que nos entra de cuando en cuando, en los meses señalados sobre todo, tiene su parte positiva, sus connotaciones adecuadas, porque en realidad lo único que pretendemos es ser mejores, aunque la mayoría de las veces nos quedemos atrapados en los baches y laberintos del camino. La intención es lo que cuenta, eso dicen. Con intentarlo no basta, dicen otros. Nunca terminamos de saber si el vaso se encuentra medio lleno o medio vacío. Aunque puedan entenderse como términos similares, reinvención y adaptación comparten elementos comunes pero no son exactamente lo mismo, porque la adaptación puede derivar en una reinvención obligada, por la coyuntura, por las posibilidades, por lo que sea, que los motivos pueden ser muchos y algunos incontestables. Unos días atrás, en este periódico, pude leer como los tradicionales establecimientos, tan característicos en nuestra ciudad, de merchandising –según las nuevas nomenclaturas-, de recuerdos para entendernos todos, han comenzado a renovarse y modernizarse con el objetivo de adaptarse a los nuevos tiempos y ofrecer un producto más actualizado, así grosso modo y para no complicarnos con explicaciones excesivamente extensas.
Es decir, prefiero ahondar con el pretexto de la claridad, que el torito de terciopelo negro -que se vuelve canoso con el paso del tiempo y sus velos de polvo-, la “gitanita” pizpireta que los plasmas están exiliando de su hábitat habitual y el cartel de toros personalizado –yo una vez toreé con Manolete y Belmonte- están en vías de extinción, ya que una nuevos recuerdos de nuestra ciudad, más elegantes y contemporáneos –en resumidas cuentas-, se están imponiendo en este sector. Es como lo de la manzana mordisqueada y tecnológica que ha acabado con el célebre Tío Pepe madrileño. Reinventarse o morir, podría ser un nuevo lema para estos tiempos convulsos y convulsionantes que nos han tocado vivir. Porque dicen que los tiempos de crisis, tal vez la palabra más empleada en los últimos años, si se cuenta con grandes dosis de imaginación y de atrevimiento, propician un sinfín de oportunidades. Sobre el papel esta canción tiene una música más que agradable, pero me temo que la letra ya no me gusta tanto, y si ya me detengo en la “pequeña” –la letra, me refiero- es como para ponerse a temblar. Tal vez alguna vez oportunidad ligó con crisis, pero en la actualidad no me atrevería yo a ser tan optimista, y para no ahondar en el desánimo no repito las palabrejas que sí encajarían bien en esta canción sin sensibilidad poética.
En este mes de junio que nos acoge y que a ratos, muchos, nos acecha, la reinvención empieza a plantearse no como una utopía, no, como la única salida posible. En todos los aspectos, en economía, en política, en representatividad, en valores, seguimos alimentando al animal que nos devoró –y que nos devora cuando le damos un metro-. No nos planteamos un cambio radical, construir nuevos cimientos, un nuevo camino. Retrocedemos sobre nuestras propias pisadas con la única ambición de volver a hacerlo de nuevo en el futuro, aún a sabiendas de que es un camino cortado, de que ya sabemos lo que nos aguarda al final. Queremos ser de nuevo lo que fuimos y vivir como vivimos en el pasado, en vez de comenzar de cero y construir un nuevo edificio en el que todos podamos vivir a cubierto, todos, y no sólo unos cuantos. Lástima que la reinvención en estos días de este junio acechante y de récords negativos la sigamos considerando como una fábula peregrina sin visos de realidad. El torito de terciopelo negro canoso por el tiempo busca una nueva dehesa y la “gitanita” pone pies de bailarina para resistir sobre el estrecho borde del plasma. Nosotros permanecemos, permanecen, hasta que ya no tengamos ni la opción de intentar reinventarnos.   

El Día de Córdoba

lunes, 4 de junio de 2012

PRINCESAS



El otro día tuve la ocurrencia de preguntar por qué es famosa Kate Upton. Menuda ocurrencia. ¿Porque su bisabuelo inventó la lavadora? Es cierto que la inventó, o por lo menos estuvo en el grupillo. La lavadora le ha hecho muy bien a las mujeres, y no es éste un comentario machista, todo lo contrario. Muy realista. Si los hombres, mayoritariamente, nos dedicáramos o compartiéramos las tareas del hogar, sí podría decir que la lavadora nos ha venido bien a todos y todas, pero no. La lavadora posibilitó que muchas mujeres despegaran las rodillas del suelo y no les salieran callos en los dedos. No creo que el bisabuelo de Kate inventará la lavadora por un sentimiento o impulso feminista, más bien por vender electrodomésticos a espuertas, y si lo hizo por tal motivo, que seguro que no, puede que no estuviera muy contento con la trayectoria de su bisnieta. Evidentemente, Kate Upton no es célebre por el supuesto invento de su bisabuelo, pero lo curioso es que necesitaría una docena de artículos y hasta puede que un ensayo de tamaño enciclopédico para explicarlo. Porque para poder explicar la celebridad de Kate tendría que explicar esta sociedad que convierte en celebridad a personas como Kate, y además, que ya es más duro, tendría que explicar por qué lo hace, por qué lo necesita, porque realmente lo necesita. Muy dura la cosa. Se podría llamar Kate, Kim, Paris, Belén o Ginna, en los últimos años asistimos a la elevación de una serie de estrellas, la mayor parte de ellas femeninas, de las que desconocemos su talento o sus habilidades para alcanzar tal notoriedad. Son las nuevas princesas.
Desde hace ya algunos años se ha insistido en la necesidad de acabar con determinados estereotipos que perjudican la imagen de la mujer y que influyen de forma negativa en las adolescentes, especialmente. Trastornos como los de la conducta alimentaria, anorexia o bulimia, o depresiones a edades muy tempranas son la cara b de un disco que repite a diario cómo ser la chica diez, una nueva princesa, la mujer perfecta, bajo los parámetros de la belleza, estrictamente. Acomplejarse, sentirse pequeña, diminuta, gorda o fea –sólo el 3% de las mujeres están contentas con su físico- en esta falsa realidad teñida de pasarela es fácil, muy fácil: cualquier medida que se aleje de la repetida 90-60-90 es sinónimo de fracaso. Hemos entendido, o así lo quiero creer, la necesidad, acaso “hipócritamente correcta”, de criticar revistas, series, películas, spots publicitarios y demás soportes que nos muestren a una mujer que sólo destaque por sus cualidades físicas. Esas nuevas princesas de serie y saldo, barbies del siglo XXI sin oficio reconocido y con muchos Ken a su alrededor. Paris, Kim o Kate son las gurús que inspiran la vida de millones y millones de adolescentes atraídas por la fama, por la vida fácil que viene de la mano de un físico perfecto. La belleza, o una forma de belleza –para gustos, colores-, como una llave maestra que abre todas las puertas.
Pero esta realidad no se detiene entre las páginas de esas revistas que denominamos rosas o en la televisión, desgraciadamente trasciende al exterior. En casa, los que somos padres, tenemos que vencer o esquivar a toda esa poderosa intoxicación mediática para que nuestras hijas no se sientan prisioneras en su propio cuerpo. Para que crezcan seguras, fuertes, sin complejos; para que sean mujeres reales y que no sufran por algo tan frío y superficial como el físico, porque, desgraciadamente todavía hoy, demasiado les tocará luchar y padecer en el futuro por el simple hecho de ser mujeres. Con frecuencia, pienso en cómo afrontaré esta cuestión con mi hija. Ella es aún pequeña, tan sólo cuatro años, y creía que era pronto para que mensajes de estas características llegaran a su cabeza y, lo que es peor, surtieran efecto. Estaba equivocado, porque a pesar de su temprana edad ya hay toda una serie de elementos que sin duda pueden modelar su escala de valores. Y no sólo hablo de los juguetes y su importante carga sexista, que no deja de ser una lamentable realidad que mantenemos entre todos. En el colegio, algunas de sus compañeras empiezan a celebrar sus cumpleaños en esos centros donde las chicas son “princesas” durante todo un día. Embutidas en fluorescentes batas rosas, son maquilladas y peinadas a conciencia, no falta la manicura, y la sesión concluye con un deslumbrante desfile ante la atónita mirada de padres y madres. Tan pequeñas les marcamos el camino: la felicidad consiste en desfilar convertida en una princesa teñida de rosa. Tal vez Kate Upton jugara a esto de pequeña, soñaba ser una princesa, y si no lo hizo doy por hecho que le habría encantado. Y mientras, la lavadora que supuestamente inventó su bisabuelo sigue girando. Al centrifugar, los colores se convierten en uno solo.

El Día de Córdoba