sábado, 24 de diciembre de 2011

ES NAVIDAD



Calles más o menos iluminadas, que estamos en crisis y la tarifa de luz y el precio de las bombillas no entienden de sentimentalismos, que el nuevo ministro procede de Lehman Brothers. Anuncios publicitarios que nos invitan a atropellar nuestra cuenta corriente porque hay que tener un detalle con los seres queridos y hasta con uno mismo, ya puestos. Listas en los bolsillos, de todos los tamaños y colores, de la pasta filo, pasando por los puerros, a ese juguete que no encontramos en las estanterías. Es Navidad, sí, aunque la prima de riesgo y sus tecnócratas –y sus voceros- nos miren de reojo antes de advertirnos: hay que ajustarse el cinturón, la fiesta se acabó, nos tenemos que acostumbrar a una vida más austera. Y usted tal vez piense, como yo, que lo pienso mucho muchísimo, ¿dónde fue la fiesta que nadie me invito? ¿Existió tal fiesta? Da igual, pero hay que pagarla y recoger los vasos sucios y fregar el suelo con amoniaco, que lo han dejado todo que da vergüenza. Hay quien mantiene que la Navidad sólo se celebra una vez al año porque no habría quien aguantara dos, tampoco razón le falta, sobran los motivos. Si uno se detiene un instante a pensarlo, tal y como hemos hecho con el resto de tradiciones/manifestaciones, son tal la cantidad de requisitos y condicionantes que hemos introducido que puede llegar a convertirse en una celebración estresante. Ponme una tila antes del cava, doble si es posible. Por un lado están los compromisos familiares, dónde toca este año, con quién toca este año, quién se ocupa del primer plato, por qué me ocupo del primer plato y estos sólo del postre, por qué toca en mi casa, por qué hay que comer todos los años lo mismo, por qué hay que cenar tan temprano o por qué hay que cenar tan tarde. Y es muy fácil que usted responda o escuche, según, para una vez al año ya podrías hacer un esfuerzo y no dar la nota, que tampoco es para tanto. Según el lado en que cada cual se posicione en esta contienda, le toca responder o preguntar, y ya escoge la intensidad de sus preguntas y de sus respuestas, a demanda. Trate de controlar el termostato interior, que cuando se instala en los valores más altos se puede bloquear el cerebro y dar rienda suelta a su lengua, qué miedo.
Es Navidad, sí, y volverán a emitir el mismo reportaje de todos los años sobre el precio que alcanzan las angulas durante esta época o las trufas negras, hasta con un biopic del cerdo que las recolecta –que recolecta las trufas, digo, si ya fuera capaz de pescar las angulas, menudo chollo, ni la gallina de los huevos de oro-. Y comentaremos el discurso del Rey, y resaltaremos lo dicho y lo omitido, normal también, que en todas las familias, hasta en las más respetables y reales, siempre hay un muerto en el armario. Es Navidad, pero tampoco caigamos en el pesimismo más recalcitrante, por un día, o por varios si fuera posible, ignoremos a ese locutor mañanero que nos advierte de que esto se hunde. Nos lo advierte tanto, nos pone tan mal cuerpo, que ya estamos predispuestos a todo, a cualquier sacrificio, que entenderemos como necesario –aunque nunca estuviéramos invitados a esa fiesta que nos cuentan que una vez hubo-. La fiesta es hoy, piense en eso, celebre lo que le dé la gana, que todo vale, aunque no haya angulas o trufas negras en el menú.

Un gesto escondido en las entrañas de la memoria, un sabor que recuperamos y que sabe igual después de tantos años, un sonido que tal vez escuchamos en la cuna –y que permanece en nuestro interior, para nuestra sorpresa-. Es Navidad y siempre echaremos a alguien en falta, pero estamos los que estamos y eso es lo que debemos poner en valor, más, festejar y celebrar como se merece. Debo de reconocer que la Navidad con hijos pequeños es más Navidad, y que muchos de los inconvenientes, todas esas facturas a pagar, las preguntas y las respuestas, desaparecen. Porque hay sonrisas y emociones que no se construyen desde el artificio, que no son producto de la mercadotecnia. Nacen de esa inocencia que inunda la infancia. Tan frágil y tan cálida. Además, los hijos son la excusa perfecta para regresar a la infancia sin necesidad de justificaciones, sin peajes. Excusas artificiales las nuestras, desde luego, por esas puñetas de la madurez, que hemos convertido en algo tan ingrato. Es Navidad, sí, y sólo una vez al año, porque no habría quien soportara dos o porque hay emociones que caducan con la rutina.

lunes, 19 de diciembre de 2011

escritores: ENTREVISTA EN DIARIO ABC

escritores: ENTREVISTA EN DIARIO ABC: El autor publica su libro de relatos «Escritores» (El Olivo Azul), donde se muestra con ironía a un espectro de los más variopintos narra...

domingo, 18 de diciembre de 2011

EL HOMBRE DEL MEDIEVO



Le encantaría regresar al medievo, y recorrer las llanuras y los valles, las montañas y las ciudades, montado en su caballo glorioso e imperial, como un caballero de noble estirpe y condición. Porque él es un caballero de muy noble estirpe y condición, con más títulos que el Real Madrid –que sigue siendo el equipo con más títulos-. Y le gustaría, le encantaría, con su espada en mano deshacer entuertos, obtener nuevas posesiones, conquistar muchas mujeres y, sobre todo, abatir al enemigo, porque lo que peor lleva de esta época libertina y democrática es los juicios, las leyes y todas esas milongas que nos hemos inventado. Con lo bien que se vivía en el medievo y lo rápido y fácil que se solucionaban los conflictos. Es admirador de Duran i Lleida, ese político que jamás pretende ofrecer un titular a la prensa ni fabricar una ofensa, ese político que se calza sus botas rojas y las camisas de cuadros –tipo leñador- los fines de semana para calificar la homosexualidad como una enfermedad, fíjate tú. Y luego dicen que los escritores escribimos para ahorrarnos al psicólogo, y para mí que son muchos lo que se decantan por la política. Nuestro caballero del medievo anclado en este presente perverso admira a Duran i Lleida porque habla claro y nunca se aferra a la demagogia, y eso que ha leído a Carlos Marx y reconoce haber asistido a una conferencia de Cayo Lara, hombre de amplias miras. Le gusta la palabra, demagogia, a nuestro caballero, y sobre todo le gusta utilizarla cuando no está de acuerdo en algo, en lo que sea, porque todo lo contrario a lo que él piensa es una demagogia. Es un hombre cultivado, insisto, aunque pasara de largo la lectura de Delibes, así no se puede sentir representado por ninguno de Los santos inocentes, y también se le pasó de largo, en su intenso proceso de aprendizaje, profundizar en la inmensa historia de su linaje. Se siente orgulloso de lo que es, de ser como es, y no quiere ni oír hablar de las demagogias del pasado.
Este hombre del medievo, a pesar del tiempo que le ha tocado vivir, es un joven emprendedor, un empresario benefactor y magnánimo que sería muy feliz visitando a sus trabajadores por Navidad y compartir unas copillas con ellos y regalarles un sobrecillo con unos euros, como gratitud por los servicios prestados. Qué inequívoco gesto de caballerosidad y de humanidad –todo terminado en D, que rima con Navidad-. Tendría que ver diez veces la entrevista a Cayetano Martínez de Irujo para poder extraer con el mínimo rigor la cantidad de barbaridades que expulsó por su boca, pero no lo voy a hacer, no, con una ya me parece más que suficiente. Y, por supuesto, no voy a reproducir con literalidad ni una sola de las atrocidades que dijo sobre Andalucía y los andaluces, especialmente de los más jóvenes. No creo que sea necesario. Me empieza ya a cansar, por emplear un verbo suave, las insolencias que tenemos que soportar los andaluces en los últimos tiempos, ese todo vale para clavar un titular aunque no se cuenten con los datos y la información suficientes, ese desprecio constante por todos nosotros, de una forma generalista y aberrante. El insulto a Andalucía nace con una clara vocación incendiaria, pero se pasan con el combustible o se confunden en la mezcla y concluye en basura, que recubre como una segunda piel a quien lo pronuncia. Y algo que me halaga, y mucho, es que todos los insultos que hemos recibido los podríamos haber respondido con idéntica bajeza, que es lo más fácil, créanme, y no lo hemos hecho. Que también hay acentos diferentes, subsidios y estereotipos en otras partes de nuestro país.
He tratado de informarme en la Red de algunas de las gestas de las que se vanagloria este Duque de Salvatierra –curioso título- y apenas he podido encontrar algo remotamente parecido a lo expuesto por él mismo durante la ya célebre y aterradora entrevista. Eso sí, una vez le ganó en una competición a Álvaro Muñoz Esscasi, sí, ese tertuliano exquisito y cultivado de los mejores programas culturales que podamos encontrar en la televisión. He de reconocer que comprendo algunas de sus manifestaciones, claro que sí. Cuando Cayetano se refería a que los andaluces no quieren progresar tal vez se estaba refiriendo a lo que contempla en el espejo cada vez que se mira. Se lo ha encontrado todo hecho en la vida, ha contado con todas las oportunidades, y que sepamos, de momento, no ha hecho nada provechoso. No sabemos cuál es su progreso. Ya que no ha cumplido con su sueño, el de ser un caballero del medievo, sería recomendable que alguien le aconsejase a este jinete y empresario que tratara de adecuarse mínimamente a los tiempos que le ha tocado vivir o que, por lo menos, disimulase la inadaptación con el silencio, que en su caso sería signo de sabiduría y no dejaría a la intemperie tanta ignorancia.