jueves, 30 de junio de 2016

MODO VERANO


Ha llegado el verano a pecho descubierto, en modo guerrero, vacilándonos como ese amigo del barrio que estrenaba su Motoretta para asombro y envidia colectiva. Aquellas bicicletas eran más épicas que las batallas de Juego de Tronos, que ya es decir, que entonces las calcomanías se consideraban efectos especiales. Hogueras de San Juan, que arda todo lo malo y que llegue lo bueno, aunque lo bueno no lo sea para todos. Esas cosas que pasan, grabaciones ministeriales, dimisionarios no dimitidos, ministros y menestras de hojas amargas, el rayo que no cesa. Y nosotros, a verlas venir, a aguantar verano desde el principio, enterito. Esperemos que no sea todo aguantar y que también haya quien meta un dedo, una mano, un brazo, y hasta los dos, para desatascar el embrollo político en el que andamos metidos desde ya hace demasiado tiempo. Pobre Rey sin Gobierno, que desde que lo nombraron conoce más el vacío que otra cosa, y eso no es bueno, se mire por donde se mire. Miremos siempre desde arriba, desde la altura, que tenemos mejor y mayor noción de las dimensiones. El problema es el vértigo, ya nos lo contó de maravilla el maestro Hitchcock, que contando esas cosas nuestras tan profundas y tan rebuscadas, tan metidas en el subsuelo de nuestras emociones, era el mejor. El más claro, cuando la claridad solo es un hilo de luz en un universo de oscuridad. Esperemos y deseemos que a partir de hoy abandonemos esta temporada en la oscuridad, necesitamos un Halcón Milenario que nos conduzca a una nueva galaxia, más ordenada y concreta, más cómoda, menos recortada. No busque la ventanita en la que señalar la opción modo verano, nadie le preguntará, llegará, le vendrá, sin más, es lo que toca y es lo que hay.
Llegaron las vacaciones, pero no para todos. Aquellas afortunadas y cada vez más escasas parejas que trabajan o laboran sus dos miembros tienen que hacer más equilibrios que ese funambulista que se atreve con las cataratas de Niágara o el Gran Cañón del Colorado. No mire hacia abajo, que no hay red, tampoco se espera. A alguien molestará mi comentario, lo anticipo, pero es que no puedo entender que los niños estén fuera del sistema educativo casi tres meses, así de seguido –no contemos los otros periodos vacacionales-. Tengamos en cuenta que no todos los... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 27 de junio de 2016

NEW ORDER, JOY DIVISION Y YO, DE BERNARD SUMNER


El 18 de mayo de 1980, Ian Curtis, diletante arcángel de la modernidad, decidió poner punto y final a su vida. Ese mismo día, comenzó a crecer su leyenda, y no ha dejado de hacerlo hasta ahora. La voz y la mirada de Joy Division, la fría distancia del mito, como un jamesdean de suburbio, fulgurante prototipo de todo lo que tendría que venir después. Lo que es ahora, lo que suena ahora.

Los chicos jóvenes compran su icónica camiseta en las grandes superficies, hay quien cree que Joy Division prosiguen con una interminable gira australiana. Han pasado los años y el corazón sigue latiendo. Tras el fallecimiento mutaron en otro ser, igualmente trascendental para la historia musical reciente, New Order, pero la longevidad convierte el oro en barro, lo brillante en rutina, y lo devora todo, arrugas sobre la porcelana. Incluso las más férreas amistades de juventud acaban disolviéndose.

Sin Joy Division no podríamos entender la música –que definen como popular- de los últimos cuarenta años. Suya es una canción que puede considerarse como una especie de himno generacional: Love will tear us apart, se disputa el podium de los himnos con Heroes de Bowie, con Boys don´t cry de los Cure, con Personal Jesus de Depeche Mode, con Wonderwall, de Oasis o con Blue Monday, de New Order. Una de esas canciones que laten en el corazón de nuestra memoria, a modo de bótox mental.

Ian Curtis cumplió con el siniestro ritual de las grandes leyendas del rock: y murió joven, alto, guapo y en la cúspide la fama. Bernard Sumner, guitarrista de Joy Division y de New Order, pone en orden su memoria musical, al mismo tiempo que actualiza sus rencillas con Peter Hook, bajista de ambas formaciones, igualmente. Y lo hace desde su privilegiada atalaya, protagonista directo y activo de los acontecimientos narrados.

Pero no todo son rencillas y chismes en esta biografía joydivisiana y neworderiana. De hecho, no conforman el núcleo central, a pesar de la insistencia de Sumner en diseccionar e insistir sobre su relación con Hook. Gracias al relato de su pasado, podemos conocer intimidades de dos bandas míticas, su influencia en la definición de nuevas tendencias, así como la evolución musical de aquellos años dorados para la música británica, fundamentalmente.
Certeros recuerdos de The Hacienda, ácidas noches neoyorquinas, ascensos y caídas, la muerte de Ian Curtis, las bandas más influyentes de los 80, la adaptación a los nuevos y cambiantes tiempos y sus nuevos inquilinos, las desgarradoras entrañas de la industria discográfica, la electricidad del local de ensayo, el éxtasis del escenario y la rabia incontrolable desfilan por esta entretenida y, a ratos, lúcida biografía, que reflexiona sobre un tiempo y su banda sonora.

NEW ORDER, JOY DIVISION Y YO, DE BERNARD SUMNER


El 18 de mayo de 1980, Ian Curtis, diletante arcángel de la modernidad, decidió poner punto y final a su vida. Ese mismo día, comenzó a crecer su leyenda, y no ha dejado de hacerlo hasta ahora. La voz y la mirada de Joy Division, la fría distancia del mito, como un jamesdean de suburbio, fulgurante prototipo de todo lo que tendría que venir después. Lo que es ahora, lo que suena ahora.

Los chicos jóvenes compran su icónica camiseta en las grandes superficies, hay quien cree que Joy Division prosiguen con una interminable gira australiana. Han pasado los años y el corazón sigue latiendo. Tras el fallecimiento mutaron en otro ser, igualmente trascendental para la historia musical reciente, New Order, pero la longevidad convierte el oro en barro, lo brillante en rutina, y lo devora todo, arrugas sobre la porcelana. Incluso las más férreas amistades de juventud acaban disolviéndose.

Sin Joy Division no podríamos entender la música –que definen como popular- de los últimos cuarenta años. Suya es una canción que puede considerarse como una especie de himno generacional: Love will tear us apart, se disputa el podium de los himnos con Heroes de Bowie, con Boys don´t cry de los Cure, con Personal Jesus de Depeche Mode, con Wonderwall, de Oasis o con Blue Monday, de New Order. Una de esas canciones que laten en el corazón de nuestra memoria, a modo de bótox mental.

Ian Curtis cumplió con el siniestro ritual de las grandes leyendas del rock: y murió joven, alto, guapo y en la cúspide la fama. Bernard Sumner, guitarrista de Joy Division y de New Order, pone en orden su memoria musical, al mismo tiempo que actualiza sus rencillas con Peter Hook, bajista de ambas formaciones, igualmente. Y lo hace desde su privilegiada atalaya, protagonista directo y activo de los acontecimientos narrados.

Pero no todo son rencillas y chismes en esta biografía joydivisiana y neworderiana. De hecho, no conforman el núcleo central, a pesar de la insistencia de Sumner en diseccionar e insistir sobre su relación con Hook. Gracias al relato de su pasado, podemos conocer intimidades de dos bandas míticas, su influencia en la definición de nuevas tendencias, así como la evolución musical de aquellos años dorados para la música británica, fundamentalmente.
Certeros recuerdos de The Hacienda, ácidas noches neoyorquinas, ascensos y caídas, la muerte de Ian Curtis, las bandas más influyentes de los 80, la adaptación a los nuevos y cambiantes tiempos y sus nuevos inquilinos, las desgarradoras entrañas de la industria discográfica, la electricidad del local de ensayo, el éxtasis del escenario y la rabia incontrolable desfilan por esta entretenida y, a ratos, lúcida biografía, que reflexiona sobre un tiempo y su banda sonora.

martes, 21 de junio de 2016

BALAS EN EL ARCO IRIS

Muchos de los cincuenta asesinados en el club Pulse de Orlando, hasta sentir como esas balas acababan con sus vidas, sintieron y padecieron otras muchas –balas- a lo largo de los años.
 
La celebración del Día del Orgullo Gay de este año estará marcada por el terrible atentado perpetrado en Orlando la pasada semana. Crespones negros en la bandera del Arco Iris. La crónica, desgraciadamente, es muy fácil y simple de resumir: Omar Mateen se coló en el club Pulse, donde se celebraba una fiesta latina, y comenzó a disparar su fusil contra todo aquel que se encontraba a su paso. Una acción que pocas horas después fue reivindicaba por el grupo terrorista Estado Islámico. Grupo que calificaba a Mateen como un Soldado del Califato. ¿Soldado? Era un cobarde, era un demente, era y será recordado como un asesino, pero nunca como un soldado. Una de las mayores masacres que hayamos conocido en la historia criminal de los Estados Unidos, que ya es decir si tenemos en cuenta la abultada y sangrienta lista de pirados varios que se han liado a tiros con quien han tenido delante a lo largo de su historia más reciente. Como suele suceder, tras abrirse algunas de las puertas de la caja negra escondida en el interior de Mateen, hemos sabido que era un cliente habitual de Pulse, que se relacionaba con otros hombres, al menos de manera virtual, a través de una aplicación usada mayoritariamente por homosexuales y que hasta su propia esposa lo ha calificado como alguien que no aceptaba su propia sexualidad. Y seguro que seguiremos descubriendo más cuevas y puertas secretas en el interior del monstruo, con las que poder trazar una silueta o un esbozo de su personalidad. En cualquier caso, da igual, improvisado lobo solitario o aplicado miembro de una estructura terrorista, lo que queda son cincuentas personas asesinadas por ningún motivo, ya que la identidad sexual de una persona jamás puede considerarse motivo o pretexto para nada, en ningún sentido. Cincuenta cadáveres producto de la intolerancia, la sinrazón y la locura. Cincuenta víctimas que añadir en la cuenta de la infamia. Una cuenta sin punto final.
Con toda probabilidad, maldita probabilidad, muchos de los cincuenta asesinados en el club Pulse de Orlando, hasta sentir como esas balas acababan con sus vidas, sintieron y padecieron otras muchas –balas- a lo largo de los años. A bocajarro, desde la distancia, por la espalda, sin previo aviso, ráfagas, fuego cruzado. Balas con forma de insultos: en el colegio, en la universidad, en un autobús, mariquita, maricón, bujarra, nenaza; las balas del desprecio: demasiadas miradas, miles de risitas despectivas, cientos de comentarios vejatorios; las balas de la discriminación: amigos que dejaron de serlo, la distancia de algunos familiares, ese empleo que no pudieron conseguir. Ninguna de esas balas abrió una brecha en la piel, desgarró músculos y miembros antes de acabar con el latido de un corazón, no, pero aún así causaron sus heridas, sus miedos, sus temores. Aunque no fueron tan letales, tal vez porque no acertaron en el blanco... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 13 de junio de 2016

JUNIO ERA ESTO


Para un cordobés junio no es, precisamente, una buena noticia. A pesar de los mundiales y eurocopas vividas. Y es que hemos vivido o soñado mucho en mayo, que para los cordobeses es lo mismo que para los sevillistas la Europa League. También vale el ejemplo de los madridistas y la Champions. Un espacio familiar, de agradables e intensos recuerdos. Mayo es mucho, mucho y más, tanto que puede llegar a ser un desmayo, casi nunca un remanso. Juegos de palabras, que las palabras también están para eso, y para mucho más, aunque todavía haya quien no lo haya comprendido. Hablando se entiende la gente, dicen, y qué poco lo practicamos. En mi época estudiantil odié todos los junios que viví y padecí. Todos, sin excepción. Entregado con desmesura a mayo y todas sus programaciones y manifestaciones, y también a sus desmayos, junio no era solo el cruel mes de los exámenes, repescas y selectividades varias, también suponía asimilar que lo bueno, que es una acepción muy limitada y delimitada en la juventud, había acabado por ese año. Como escaso aliciente, el posible y calino tiempo libre entre ventiladores y aires acondicionados y el cine de verano. Sesión doble: Pajares y Esteso. Recuerdo una ciudad fantasmagórica, de amigos que desaparecían hasta septiembre, perdidos en Trassiera, el Brillante o en Fuengirola, aquellos lejanos paraísos que ningún Google Map me señalaba en el mapa. Días largos y lentos, así fueron los primeros junios que recuerdo, y puede que injustamente esa definición haya crecido en mi interior hasta instalarse como una verdad absoluta. Pero no existen las verdades absolutas, y hasta puede que las relativas cuenten con demasiado margen de error. Junio era esto, sí, justamente.
Puede que en uno de esos desérticos y desoladores junios comenzara mi afición lectora. En la biblioteca provincial, calle Capitulares, yo me sentía como Daniel, ese niño en El cementerio de Libros de Olvidados que nos cuenta Ruiz Zafón en La sombra del viento. Recorría los desiertos de Arabia junto a Tintín, sentía la espada del Príncipe Valiente en mi mano o viajaba rumbo a América junto a Kafka. Tal vez no sean tan malos los junios, si me detengo un instante a pensarlo. Esos junios en los que conocí y viví otras fases de ascenso más light, aunque igualmente intensas, que las actuales. De Valdepeñas a Cartagena, geografía blanquiverde. Volvemos a tener la posibilidad de regresar a la élite o como se quiera llamar a esa Liga de Ronaldos y Messis, apuestas y taco, marcas y fama... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 7 de junio de 2016

LA CHISPA DE LA VIDA



Coca-Cola deja de producir en Venezuela. Si uno entra en la noticia, sin leer el detalle, creerá que Maduro se ha salido con la suya, y por fin ha conseguido derrocar al refresco yanqui, imperialista y capitalista por excelencia y desterrarlo de su país. Pero no. No es un triunfo de Maduro, más bien una derrota en toda regla. Una nueva, sumemos. La fábrica de Coca-Cola en Venezuela ha detenido su producción porque ya no hay azúcar para elaborar el célebre refresco. Seguro que ya hay alguien reprochándome la falta de información, o la deformación de la información o que estoy intoxicado por la información imperialista que nos tiene a todos gangrenados. No, es la misma noticia en diferentes medios de comunicación. La fábrica de Coca-Cola no tiene azúcar, así, tal cual. Semanas atrás, una de las grandes marcas de cerveza del país anunciaba la suspensión de su actividad, igualmente, ante de la falta de las materias primas necesarias para su elaboración. Y una importante compañía aérea va a dejar de operar en Venezuela, y no es un bulo malintencionado. Esa es la realidad. La lista se amplía. Lamentablemente, en los últimos tiempos las noticias que nos llegan de Venezuela son similares. Escasez en los suministros más esenciales, funcionarios que solo pueden trabajar unos días a la semana, comercios cerrados, empresas que quiebran, etc, etc. Lo están pasando mal en Venezuela, muy mal, pero no solo desde un punto de vista material, de suministros que faltan o tardan en llegar, también desde en plano social. Por mucho que algunos se empeñen en negarlo o en ignorarlo, hoy hay presos políticos en Venezuela. Quien no está en sintonía con el régimen de Nicolás Maduro y lo expresa públicamente corre el riesgo de acabar en la cárcel, producto de la quiebra de libertades. El motivo, da igual, ya encontrarán una lista de argumentos con los que justificar lo injustificable. Pero esa no es la verdad, claro que no, la verdad es la que unos cuantos nos quieren vender. Esos mismos que dicen estar en posesión de la verdad absoluta y que han venido a este mundo para salvarnos, para liberarnos de esa verdad relativa y relativizada que nos está hundiendo en el fango. Verdades absolutas, qué pánico. 
Debo de reconocer que los primeros momentos de Chávez los entendí y reconocí como una buena noticia, como el inicio de la lógica normalización democrática de Venezuela. Y puede que los fueran, o nos hizo creer que así los fueron, o solo fue una pose, puro maquillaje, ya que en sus últimos años se plantaron las raíces de este engendro retorcido que contemplamos hoy. Después, Maduro, autoproclamado líder por inspiración inmaterial... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

miércoles, 1 de junio de 2016

EL BESO

Ni el de Sara carbonero e Iker Casillas, ni el de Harry cuando encontró a Sally, ni el de Jack a Jessica, cuando el cartero golpeó la puerta por segunda vez, como bien indica mi amigo Ángel, a Klimt le ha salido una dura competencia, con el beso David y Gregor. Se los presento, son la pareja que decidió besarse frente a la manifestación de neofascistas -o cómo se definan esas bestias- que recorrió las calles de Madrid la pasada semana. Un inciso, detesto esa definición que define a estos grupos de vándalos como neofascistas o neonazis. Nada de neos, son nazis o fascistas, tal cual, no suponen nada nuevo, son lo mismo de siempre, con el mismo odio a espuertas, con la misma intolerancia, con la misma violencia, los de siempre, sí, y ahí siguen, por desgracia para todos. Retomo. David y Gregor, que son dos hombres, heridos, como lo estaríamos cualquier persona de bien, ante los gritos que proferían estos desalmados, fuera extranjeros, España para los españoles y toda esa retahíla de lemas para ignorantes, respondieron exhibiendo su amor, besándose. Un beso largo y nervioso, apasionado, orgulloso de su exhibición. Un beso entre maricones, sarasas, sidosos, hijosdeputa, nenazas, guarras, asquerosas, putas, que es la jerga que emplea la canalla, tan cortitos de vocabulario, entre otras muchas cosas, cuando tratan de descalificar todo lo que no entienden, que es mucho, claro. Un beso interrumpido por esa oficialidad de otro tiempo, que confunde la naturalidad con la provocación, el amor con la trasgresión y la libertad con la intimidad. Qué ironía, cruel ironía, la calle plagada de energúmenos profiriendo gritos xenófobos, exhibiendo toda clase de símbolos anticonstitucionales, y la policía dirige su atención hacia dos personas que se besan. Nada de lo que extrañarnos, después de que hayamos sabido que la infelizmente célebre Ley Mordaza se le aplica a una chica que portaba un bolso con una siglas de las que desconocía su significado.
Me escuecen demasiado estos sucesos que siguen produciéndose a estas alturas del partido. Y me alarman, me asustan. Es miedo, sí, lo que siento. Sí, me escuece que los tolerantes tengamos que serlo con los intolerantes, para que no se molesten, para que no se sientan agredidos, mientras que ellos no tienen ningún reparo en agredirnos y molestarnos a los demás. Me escuece esa vieja moralidad que siguen tan presente aún en nuestro país, y que nos invita a comulgar con ruedas de molino por preservar la supuesta tradición, lo de toda la vida, vaya a ser que alguien se dé por aludido. Para no herir esas sensibilidades que son tan insensibles. Me escuece... sigue leyendo en El Día de Córdoba