jueves, 29 de octubre de 2015

BRILLA, MAR DEL EDÉN


Andrés Ibáñez ha escrito una novela fabulosa, prodigiosa, vaya por delante la afirmación, reconocida con el Premio Nacional de la Crítica. Brilla, mar del Edén es una novela que te reconcilia con el género, como un espacio de creatividad e imaginación, construido sobre las más sólidas bases de las herramientas y técnicas literarias.
Una novela que parte, según comenta el propio autor, de la serie de televisión Lost, pero en la que el lector puede encontrar multitud de referencias: Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, La isla del Tesoro, Apocalipsis Now o Naufrago. Tramas en las que la épica y la incertidumbre, la leyenda incluso, cobran un papel esencial, conformando el andamiaje sobre el que se sustenta la narración.
En este sentido, la novela de Ibáñez bebe y se nutre de muy diferentes referencias, que van de la cultura audiovisual, la musical o la literaria. Y así, por sus páginas desfilan, bien mediante una presencia real, bien como sombras que se proyectan, Salinger, Pynchon, Roberto Bolaño, Murakami o Raymond Carver. Y, de un modo u otro, son presencias que no son meramente tributarias o anecdóticas.
Brilla, mar del Edén, es, sin lugar a dudas, una novela de novelas, y no solo por los homenajes citados anteriormente. Por un lado nos encontramos la historial central, de las vicisitudes, encuentros, relaciones que se entablan en una isla del pacífico, que no aparece en los mapas, entre los supervivientes de un accidente de avión. Y, por otro, Ibáñez introduce, valiéndose de los personajes, historias paralelas que nos trasladan a Oriente, a México, Estados Unidos y España. Consigue el autor, sin fricción alguna, que las historias convivan armónicamente con el núcleo central de la novela, narrado por el fascinante Juan Barbarín, a pesar de estar construidas sobre lenguajes, realidades y geografías absolutamente diferentes.
Brilla, mar del Edén es, por encima de todo, un vertiginoso y deslumbrante ejercicio de creatividad, una desmedida exaltación de la imaginación, de la capacidad del autor para concebir historias, muy vivas, y plasmarlas sobre el papel. Imaginación, invención y creatividad que reposan sobre un extraordinario uso del lenguaje. Porque Andrés Ibáñez, en esta novela, demuestra en cada línea que maneja y domina a la perfección todas las herramientas e instrumentos literarios y que despliega, no por exhibición, por dar coherencia a la historia.
La fabulosa Brilla, mar del Edén, también es la mejor respuesta para todos aquellos cenizos que han matado y embalsamado a la novela, como género, en los últimos años. Demuestra Ibáñez que aún le queda mucho camino por recorrer a la novela, y que ese camino puede estar dentro de la legibilidad, sin torturar al lector con fríos y estériles artificios, que no hacen más que confirmar la defunción vaticinada. 

martes, 27 de octubre de 2015

CAMBIO HORARIO

Estamos plenamente convencidos de que la vida es complicada, eso no hay quien lo dude ni lo ponga en cuestión. Pero yo, con frecuencia, tengo la impresión de que nos la hacen más complicada de lo que realmente es y que todas esas complicaciones supletorias que vamos añadiendo a nuestra rutina diaria construyen esa complejidad que nos creemos como si se tratara dogma de fe. Hay dificultades muy comentadas, así, a vuela pluma: ¿por qué lo llaman abrefácil si es mentira? Es fácil abrir el bote de tomate si utilizas las tijeras, claro. Pero, ¿dónde están las tijeras? Las tijeras, como las pinzas de depilar, el metro o el cargador de la videoconsola cuentan como autonomía propia, nunca nadie sabe por dónde andan. Pixar debería plantearse rodar una versión de Toy Story, pero con electrodomésticos y utensilios del hogar. Yo los imagino así, jugando al escondite con nosotros, regocijándose con nuestros enfados. Y las lonchas de queso, ¿qué me dice? ¿Tal difícil sería imprimir una flechita roja que nos mostrase el camino? Y ya no voy a escudriñar sobre esos picos de queso que nos dejamos en la esquina, que daría para un mayor y más intenso debate. Envases sin esquinas, por favor. En este catálogo de las cosas complicadas que son las que realmente hacen nuestra vida complicada se encuentra esa célebre y reflexiva máxima que nos remite a la tradición, a lo que se ha hecho siempre, a las cosas son como son, para seguir haciendo determinadas cosas que no tienen absolutamente sentido o que consiguen que nuestra vida sea más complicada. Un ejemplo ilustrativo: la fecha de apertura y cierre de las piscinas comunitarias.
Siempre está el típico vecino que, enarbolando la bandera de la tradición o la de las cosas han sido siempre así, sentencia con firmeza: la piscina se abre al vecindario el 15 de junio y se cierra el 15 de septiembre, y ya da igual que el 30 de mayo estemos a 40 grados y mires la piscina con una mezcla de odio y pena o que el 1 de septiembre esté diluviando y el socorrista se encuentre bajo el único trozo de toldo que ha resistido la tromba de agua, leyéndose la décima novela de la temporada, por puro aburrimiento. Las cosas son como son. No me cabe duda que el mayor y más incongruente ejemplo es el del cambio horario, que acabamos de padecer. Todavía no hemos asimilado los regresos: al trabajo, al colegio o a la Universidad, los días se tornan grises, a ratos lluviosos, las terrazas comienzan a despoblarse, los jardines a exhibir alopecia, y cuando más necesitamos un gesto cálido, una caricia, medio beso aunque... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

miércoles, 21 de octubre de 2015

REALIDAD Y PHOTOSHOP


EN 1953, Hugh Hefner fundó en su Chicago natal una revista para "adultos", Playboy. La portada del primer número de la publicación la protagonizó el gran icono del momento, Marilyn Monroe. En poco tiempo, Playboy se convirtió en una publicación de referencia, y comenzó a ser vendida en buena parte del mundo, creándose ediciones específicas en multitud de países. En todos los años de existencia, el gran reclamo de la célebre publicación norteamericana ha sido el de las mujeres que aparecían en su portada, aunque no debemos olvidar el nombre de algunos de los escritores que han colaborado: Cheever, Updike, Alberto Moravia, Borges, García Márquez, Kerouac, Nabokov, Joyce Carol Oates o Margaret Atwood. Tampoco son desdeñables, por su calidad, los textos aparecidos en este tiempo sobre música o cine. Hay quien señala que el nacimiento y difusión de Playboy influyó en el avance de las libertades sexuales, al mostrar, tal cual, el cuerpo desnudo de una mujer, y al reproducir historias de contenido seudoerótico, propiciando la normalización de algo que hasta entonces permanecía en la intimidad o en la clandestinidad. Liberación, en cualquier caso, sólo para los hombres, claro. A las mujeres, como siempre, las volvimos a dejar en el furgón de cola. Hasta 1973, veinte años después, no comenzó a publicarse Playgirl, por un grupo editorial que, por cierto, nada tenía que ver con Hefner. Después de varias décadas, la revista norteamericana Playboy ha anunciado que se acabaron las mujeres desnudas en sus páginas, su gran seña de identidad. Tras varias décadas de portadas y desplegables interiores con mujeres, tan bellas como retocadas, desnudas, los responsables dePlayboy dicen que se acabó, argumentando que es un sector comercial muy explotado, que cualquiera puede acceder a miles de mujeres desnudas con un solo clic de ratón y que a partir de ahora se van a dedicar a otra cosa, a ofrecer imágenes más insinuantes, con más ropa, tipo Instagram, creo que llegaron a decir. O sea, que la primera portada de este nuevo Playboy estará protagonizado por Kim Kardashian, me atrevo a vaticinar. 
El cambio de rumbo de Playboy ha coincidido con la polémica suscitada en nuestro país en torno a las fotografías retocadas de la actriz Inma Cuesta para un suplemento dominical. Sin adentrarnos en buscar al responsable de dicho retoque, no es el caso, la noticia ha llegado porque ha sido la propia actriz la que ha denunciado la manipulación de su propia imagen. Playboy ha sido durante décadas, en mayor medida según avanzaba el tiempo, el mayor estandarte del retoque y de la manipulación, hasta el punto de ofrecer en sus páginas las imágenes de mujeres... sigue leyendo en El Día de Córdoba

miércoles, 14 de octubre de 2015

LA FOTOGRAFÍA


YA sé que me repito, que ya me lo habrá escuchado o leído en alguna ocasión, pero es que no me cabe duda de que la fotografía es el orden de la memoria. Y, por tanto, el calendario más exacto de la realidad, al que acudir con la garantía suficiente para saber qué, cómo, quiénes, dónde. Porque todas las preguntas, y algunas muchas más, nos puede responder una fotografía que recoge el instante de una décima de segundo, como decía Antonio Vega en aquella maravillosa canción. La fotografía vive una época dorada, ya que la mayoría de nosotros pasamos los días, y a veces hasta las noches, con una cámara dentro de nuestro bolsillo. La tecnología nos ha regalado su cercanía, incrustada en nuestros teléfonos móviles, perdón, quería decir smartphones, nos ha obsequiado con su economía, ya no sea acaba el carrete, que te aguanta lo mismo que tu tarjeta de memoria, y también nos ha regalado, como por arte de magia, habilidad. Todos somos capaces de realizar fotografías maravillosas, impensables, bellísimas. Porque si yo soy capaz, que jamás aprendí aquello del diafragma y el obturador, le puedo asegurar que cualquiera es capaz de conseguir una buena fotografía. Compartimos nuestros días, ya no sé si la vida real o solamente las que nos interesa, con esos amigos con los que nunca nos hemos tomado un café y con los que nunca, o casi nunca, hemos asaltado una madrugada de confesiones inconfesables. Reporteros de nuestras propias existencias, que publicamos en las ediciones de nuestras redes sociales. Redacciones unitarias, nosotros mismos y nuestro aparatejo de turno, la última edición de cada día. 
Lo digital, lo instantáneo, lo barato y hasta el amateurismo hizo mucha pupa en el periodismo. Demasiados directores de prensa escrita, especialmente los de las grandes cabeceras, se olvidaron de aquella fascinante asignatura que aprendieron en la facultad: fotoperiodismo. Una modalidad periodística que bien podría utilizarse, de hecho se utiliza, como certera crónica del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Cada poco, encontramos en los medios de comunicación una fotografía que nos impacta, que reclama nuestra atención, por muy diferentes motivos. Por desgracia, las que nos transmiten calma o felicidad no abundan, son la rara excepción de este alocado y cruel mundo abonado a la desgracia y al dolor. Unas semanas atrás, entendimos el drama de la emigración en su justa medida con la fotografía de ese niño muerto en la playa. Una imagen que nos retorció el estómago. Así como hemos contemplado el descenso al infierno, o la acción de la Justicia, con esa instantánea de Rato esposado, aquel "mejor ministro de economía de nuestra historia". Ahora sabemos que fue el mejor ministro de su propia economía. O las fotografías del todopoderoso Gadafi pisoteado por ese mismo pueblo que lo adoró por obligación. O los ojos de Bretón en este mismo diario, perfecta representación del odio, del rencor, en su máxima expresión. Hace unos días una imagen volvió a reclamar toda mi atención. En ella se podía ver a un directivo de Air France, andrajoso, semidesnudo, huyendo de... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 6 de octubre de 2015

TOCA BAILAR


Ya han pasado las elecciones catalanas, ¿y ahora qué? Pues ahora toca bailar, sí, eso que no se ha hecho hasta el momento. Rajoy y Mas, nada más pisar la pista de baile, ese tapiz con forma de piel de toro, se situaron en los rincones más alejados. Jamás se miraron a los ojos, siempre de reojo, desconfiados el uno del otro, y el otro del uno. No me gusta la muñeira, esbozó Mas, pues la sardana me aburre una barbaridad, dicen que resopló Rajoy; ¡una de Raphael, ni en broma!, bramó Mas, a mí no me gusta Sergio Dalma, renegó Rajoy; me gusta la letra, pero la musiquilla no tanto, justificó Mas, una rosa es una rosa es, pues esa me gusta, propuso Rajoy. Y así, el presidente español y el presidente catalán dejaron pasar las canciones, más de mil, una tras otra, sin coincidir en una sola de ellas y sin abandonar sus respectivos y alejados rincones. Para bailar agarrados, tienen que querer las dos personas que componen la pareja, y dos no se pelean si uno no quiere, escoja el axioma que más le guste. Ninguno de los dos ha cedido un ápice en sus planteamientos o ha ofrecido medio gramo más de entendimiento o proximidad. Como dos inmensas rocas, que ruedan desde lo alto de la montaña, han recorrido sus caminos sin tratar de variar la dirección, sin predecir las consecuencias, sin asumir riesgos. Mas encontró la banda sonora perfecta con la que encubrir el mayor descalabro social, en forma de recortes y mermas de derechos, que han padecido los catalanes en las últimas décadas. Rajoy trató de proclamarse como el gran defensor de España y ha terminado convirtiéndose, al igual que buena parte de la cúpula de su partido, en una factoría de independentistas. Patriotismo no es lo mismo que confrontación.
¿Y ahora qué? Toca bailar, me repito. Bailar durante horas, hasta encallecer las plantas de los pies. Bailar mientras el cuerpo aguante. El resultado de las pasadas elecciones en Cataluña cuentan con un aspecto positivo, tras la maraña de ramas y hojas que nos impiden contemplar la fotografía verdadera, que todos los actores principales deberían tener en cuenta: hay tiempo. Vuelve a haber tiempo. La división de la sociedad catalana así lo exige, ya que en número de votos hubiera ganado el “no” a la supuesta independencia. Al que habrá de ser nuevo presidente del Gobierno de España y al que habrá de ser el President de la Generalitat les ha llegado, sin quererlo o no, deseado o maldecido, un bonus extra de tiempo. Pero la pareja de baile que hemos tenido hasta el momento no sirve, no, demasiadas canciones repudiadas, demasiado tiempo en los rincones de la ignorancia. Necesitamos una nueva pareja de baile, pero una formada por dos personas que estén dispuestas a bailar... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

jueves, 1 de octubre de 2015

EL COLOR DEL OTOÑO


Si le adjudicamos un color a las estaciones, no me cabe duda que el color del otoño es el marrón. Por eso de las hojas secas que el viento arrastra por las calles para desdicha de los barrenderos. Tampoco le he dado muchas vueltas al asunto, que no tengo yo hoy la cabeza para un centrifugado. Aunque también podría ser el rojo, por esos atardeceres que Velázquez reprodujo en muchos de sus cuadros con genial maestría y precisión. Sea como fuere, le pongamos el color que le pongamos, la paleta es amplia, tiene donde escoger, es otoño y los psicólogos y psiquiatras tienen las agendas repletas de citas. Me ha salido el Woody Allen interior, vaya, terminaré tomando veinte manzanillas diarias, pero no de Sanlúcar, que es más divertida, claro. Ya lo he dicho alguna vez, pero me repito, ahora saco el ajo que todos llevamos dentro, no me gusta el otoño, nada, ni un gramo, tal vez por eso me pese como una tonelada. Y me aplasta y me aplasto, transformando mis días en esos días en los que todo nos cuesta tanto y tanto y no sabemos porqué. Es el nublado, nos decimos, es el cambio de horario, argumentamos. Hablando del cambio de horario, me gustaría saber quién se inventó semejante invento, ese artefacto horario cómplice de las más variadas y diversas depresiones y de las compañías eléctricas. ¿Es necesario, es tan grande el ahorro, a quién le gusta, no se puede quitar? Preguntas sin respuesta o que responde la factura de la luz. Vamos a enfadarnos un rato: revise la letra pequeña de la factura, los conceptos que se suman, compruebe su consumo real y después dispóngase a vociferar como si le hubieran pitado un penalti en contra en la final de la Champions. Eso sí, le pido que no se ensañe con el teleoperador o teleoperadora de turno, que no tiene la culpa de nada y solo se limita a cumplir con lo mandado, me temo que entre los gritos que les gritamos.
Eso es muy español, me temo, lo de los gritos telefónicos, digo. Hay quien le grita a la voz del GPS, de verdad, que yo lo he visto, y hasta más de una vez. Y nos sale esa vena machista que llevamos metida, desgraciadamente, en la sangre; muchos los siglos de misoginia reconcentrada. Porque la mayoría de nuestros GPS tienen voz de mujer. Algo habría que decirle a los fabricantes, que yo creo que lo hacen a conciencia, y no solo porque ellas tenga una voz más armoniosa o agradable que nosotros, por pura sociología, me temo. Pero volvamos al posible color del otoño... sigue leyendo en El Día de Córdoba