domingo, 25 de enero de 2009

¡PE!


 

En esta ocasión, no fue la menuda, bella y chispeante Salma Hayek la que gritó su nombre tras abrir el sobre. A los americanos hay que reconocerles que son únicos cuidando el detalle, y como presentador de los nominados a los celebérrimos Oscar de Hollywood, en su edición de 2009, escogieron a Forest Whitaker, más en consonancia con el estilo actual. Aún lo recuerdo, a Whitaker, el Pedro Solbes de la interpretación, con sus ojos de pena y curiosidad en la espléndida Juego de lágrimas. Por segunda vez en su ya dilatada, pero siempre joven, carrera interpretativa, Penélope Cruz ha vuelto a ser nominada, en esta ocasión como mejor actriz secundaria, gracias a su papel en la documentalista/turística Vicky Cristina Barcelona del genial Woody Allen. Una nominación que, a diferencia de la primera ocasión, sí cuenta con el vértigo y la ilusión de una posibilidad real, ya que son varios los premios recibidos, con anterioridad, por este mismo trabajo. La chica de barrio, la chica del cinturón rojo de Madrid, la chica que se descoyuntaba en La quinta marcha, la chica que sedujo a Nacho Cano en un videoclip febril, la chica con los pechos con sabor a ajo, no es que se nos haya hecho mayor, porque Penélope siempre desprenderá un halo juvenil, pero sí que ya es una mujer, mujer mujer, en toda regla. Sin embargo, la vemos desfilando por la alfombra roja, en las presentaciones y fiestas más elegantes, exhibiendo con coquetería unas pestañas falsas, diseñadora de moda o reclamo de una causa justa y solidaria, y seguimos viendo a la Penélope que devoraba un bocadillo de salchichón en la escalinata del instituto.

No es Penélope una actriz de academia y técnica, de disciplina y artificio, no, se le nota a la legua, pero es que eso forma parte de su grandeza. Si se hubiera dedicado al fútbol, Pe hubiera sido nuestra Raúl femenina, la estrella lista, cuca, con la picardía del recreo, con la intuición a flor de piel y la ambición como bandera. Ese delantero que sólo cuenta con los cinco minutos que el entrenador le regala y que sabe aprovechar, que marea a los astros para que se combinen de la mejor manera y la suerte se convierta en su aliada. Penélope ha aprovechado todas y cada una de las oportunidades que le ha ofrecido la vida, no ha pasado nunca de puntillas ante ningún reto, se ha atrevido con lo que no le creíamos posible y ya lleva un tiempo recogiendo los frutos de la siembra. Cuando le conceden la ocasión, Pe siempre marca el penalti. Para Bigas Luna fue la chorbita que se desea más por exageración que por mesura en Jamón, Jamón, para Fernández Armero fue esa amiga alocada y guay que a todos nos gustaría tener en nuestro primer piso compartido de juventud en Todo es mentira. Para Almodóvar ha sido todo lo que le ha pedido. El grito en un autobús, un torrente de lágrimas, y una Silvana Mangano arrojada y de barrio, de chato de vino y pisto, de rabillo y copla. Woody Allen quiso que fuera, en su película, la pasión desenfrenada, el amor imposible e irremediable, la tragedia de los celos, y Penélope se lo dio, con unas gotas de ese españolismo de portal y de charleta en la espera de la peluquería que ella tan bien maneja.

A Pe la contemplamos desde la familiaridad porque la hemos visto crecer, y, con frecuencia, no caemos en la cuenta de que ella y su pareja, el oscarizado Javier Bardem, tal vez sean las estrellas europeas más rutilantes de la cinematografía actual. Es Penélope Cruz una actriz en constante crecimiento, un torrente que canaliza su propia naturaleza cuando la ocasión así lo requiere, una sonrisa franca, la picardía frente a la cámara, la seducción a flor de piel. En los últimos años, con la excepción de la película de Manolete, me temo, hay que reconocerle que ha sabido escoger con acierto sus papeles, que ha seleccionado y que sólo ha aceptado trabajos que le han ayudado a cimentar su carrera. Una de las grandes habilidades de Penélope ha residido en la instrumentalización de su físico, que bien podría haber empleado para ser una nena mona, a secas, una chica más de calendario, y que ella ha transformado en una latinidad efervescente, en una pirueta repleta de pellizco y gracia. Conocimos la nueva nominación de Pe casi al mismo tiempo de que, por fin, cerraría sus puertas ese monumento contra los derechos humanos y la moral que es Guantánamo, una de las primeras decisiones del presidente Obama, tal y como había prometido en su programa electoral. Dos noticias que nos hablan de sueños que se cumplen, de que cuando queremos y lo intentamos con todas nuestras fuerzas, podemos. 


El Día de Córdoba

martes, 20 de enero de 2009

BARACK OBAMA













Todos somos libres y todos merecemos una oportunidad de buscar la felicidad absoluta.

 

A partir de hoy, debemos reactivarnos, sacudirnos el polvo y comenzar a trabajar para rehacer EE UU.

Allá donde miramos hay trabajo que hacer.

Comenzaremos con traspasar responsablemente Irak a sus pobladores y forjar una paz duramente ganada en Afganistán. Con viejos amigos y ex enemigos, trabajaremos incansablemente para disminuir la amenaza nuclear y el espectro del calentamiento del planeta.

 

A la gente de los países pobres, prometemos trabajar juntos para hacer que sus granjas prosperen y permitir que fluyan las aguas limpias, para alimentar los cuerpos famélicos y las mentes hambrientas. Y a aquellas naciones como la nuestra que disfrutan de relativa abundancia, decimos que no podemos afrontar más la indiferencia de los que sufren fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta sus efectos. Porque el mundo ha cambiado, y debemos cambiar con él.

 

llevamos adelante el gran regalo de la libertad y lo entregamos de forma segura a las futuras generaciones.


Extraído de su discurso presidencial.

domingo, 18 de enero de 2009

NEBRERA Y MILK


La otra noche, mientras veía la película titulada Yo soy Harvey Milk, no podía dejar de pensar en Montserrat Nebrera –el corrector de textos me pone de los nervios-. Espléndida interpretación de Sean Penn, dando vida al primer gay –declarado, fuera del armario- norteamericano en ocupar un puesto público y notorio. Harvey Milk, nada más cumplir los cuarenta años, decidió que debía dar un cambio radical a su vida, hacer algo por lo que sentirse satisfecho. Junto a su nuevo novio, hizo las maletas, se dejó barba y coleta, escondió las corbatas en un baúl, y se marchó hasta San Francisco para asentarse en el mítico barrio de El Castro, donde no tardó en convertirse en uno de los más carismáticos líderes con los que ha contado la comunidad gay. Harvey Milk, según el foro al que se presentara, así comenzaba sus intervenciones: sincero, irónico, divertido, incluso burlón. Harvey Milk encontró en la palabra, en la correcta exposición y ordenación de las palabras, la mejor arma con la que combatir las terribles vejaciones y rechazos que padecía -y sigue padeciendo- la comunidad gay. Se ha hablado, y mucho, durante la pasada semana sobre las desafortunadas declaraciones de la diputada del Partido Popular Montserrat Nebrera –que el corrector del word se empeña en transformar en Negrera-. ¿Por qué me acordaba yo de esta señora mientras veía la película? Si les soy sincero, es muy difícil establecer un mínimo paralelismo entre las dos figuras, si fuera lesbiana –que no lo sé- y le gustara la ópera a lo mejor lo tendría más fácil, pero ya saben ustedes como funciona eso que llamamos subconsciente, que es capaz de unir los puntos más lejanos y hermanarlos mediante una lógica que nace de la ilógica. Espero haber traducido con un mínimo de lucidez mi galimatías mental. 

Me tumbo en el diván y trato de analizar mi propio subconsciente, espero no encontrar nada raro al final del laberinto. Harvey Milk contaba con una parte humorística, chistosa, no dudaba en convertirse en chiste si la situación así lo requería, para acercar posturas o para eliminar asperezas. Montserrat Nebrera –vaya tela el corrector, que es Nebrera, no Negrera- emplea el término chiste de manera despectiva, y formar parte de un chiste es algo muy negativo, censurable. Harvey Milk se encontró con la oposición de diferentes corrientes dentro de su propio ámbito, no aceptaban sus métodos y, sobre todo, su velocidad, y lo invitaron a actuar más pausadamente, sin mostrarse tanto. Nuestra amiga Montserrat se enfrentó a la oficialidad de su partido, y perdió, es lo que ella denomina en su blog la sombra del viento, que es la brisa que silba junto a una revolución silenciosa –más o menos lo explica así ella-. Y su enfrentamiento sigue, y de tal manera que le han pedido que se marche lo antes posible –qué mal lo debe estar pasando el presidente de los populares catalanes, al mismo al que se enfrentó en el congreso de su partido-. Harvey Milk fue un gran defensor de las minorías, no sólo centró su actividad en la defensa del colectivo homosexual, también luchó por los derechos de los ancianos, de los niños, de los marginados, de los mendigos, de los diferentes. A Nebrera le preocupan los conceptos fonéticos –ya sean de las minorías o no-, cuando alguien no habla y se expresa como ella le cuesta entenderla, y el ejemplo de la llamada a un hotel de Córdoba es más que ilustrativo. Sin embargo, tan preocupada con la fonética, con los signos ortográficos y con la gramática Montserrat Nebrera es más tolerante, incluso aperturista, basta leer cualquier fragmento de su visitadísimo y comentadísimo blog para comprobarlo. Harvey Milk cuando se equivocaba, porque se equivocaba como cualquier ser humano, en el plano personal o profesional, sabía disculparse, tras reflexionar sobre su error. Montserrat Nebrera –vaya tela el corrector- no es que no se disculpe, es que lo hace de una manera tan particular, tan suya, que es muy difícil calificar sus palabras como unas auténticas disculpas; en este sentido, es justo reconocer que se trata de una mujer de fuertes convicciones, aunque sus convicciones sean más que cuestionables. Creo que debería buscar parecidos menos profundos, el color de los ojos o del cabello, altura o edad, porque la verdad es que no encuentro similitudes entre Harvey Milk y Montserrat Negrera; es que no se parecen en nada. Pero creo que el problema reside en mí, en mi subconsciente, y que esa tarde, aún impactado por las palabras de Nebrera, debería haber escogido otra película. Ya lo tengo, cómo no había caído antes, si está de plena actualidad. Seguro que, por lo que me han contado, cuando vea Bienvenidos al Norte pongo en orden mi subconsciente y puedo establecer unos paralelismos con una cierta lógica. Prueben.


El Día de Córdoba

domingo, 11 de enero de 2009

VAMPIROS

Desde que recuerdo, tengo una especial debilidad por el tema vampírico. Una debilidad que en ocasiones roza el coleccionismo, en otras tantas la atracción, y en más de las que quisiera la fijación. Tampoco me considero un bicho raro, ya que Drácula y sus posteriores ramificaciones han sido el argumento de cientos de películas, libros, documentales y demás. Desde 1922, año en el que se estrenó en la pantalla el primer gran éxito entre el público, Nosferatu, a pesar de los impedimentos de la viuda de Bram Stoker, cada pocos meses nos llegan nuevas adaptaciones del universo vampírico: románticos, elegantes, futuristas con gafas de sol, salvajes, embaucadores… En los últimos años, los vampiros se han adaptado vertiginosamente a los nuevos tiempos, han escondido sus capas, ya no duermen en sus célebres ataúdes, visitan la peluquería, y hasta sobrellevan con cierta naturalidad la luz del Sol, las estacas de madera y los crucifijos. Hoy, el bueno de Van Helsing lo tendría crudo. Particularmente, agradezco las innovaciones en el tema vampírico, siempre que sean hallazgos y peculiaridades que engrandezcan la leyenda, ya que consiguen que permanezca intacta la gran meta de todo buen vampiro: la eternidad. Es su sangre fresca. Como en el flamenco, o como en la literatura o en los toros, es saludable que los puristas sigan recordándonos el canon, pero también es bueno, y saludable –igualmente-, que los innovadores nos indiquen nuevas direcciones. Por tal motivo les doy el mismo valor a Blade que a Entrevista con el vampiro, a El Ansia o al Drácula –de Coppola-, mediante el respeto o la evolución han sabido dibujar y reflejar la esencia vampírica, desde el clasicismo a la trasgresión.

En las últimas semanas hay una especie de fiebre vampírica en buena parte del mundo y muy especialmente en nuestro país, gracias al descomunal éxito de Crepúsculo, tanto en su versión película, como en la de libro, de la escritora norteamericana Stephenie Meyer. De hecho, los cuatro títulos que componen la saga se encuentran entre los diez más vendidos, una lista que sigue liderando la genial dupla de Millenium del difunto Stieg Larsson. De las virtudes literarias de Stephenie Meyer no les puedo decir nada, porque no he leído ninguno de sus libros. También es cierto que mis prevenciones hacia la literatura vampírica es muy elevada, ya que son demasiadas las decepciones acumuladas en el pasado. Pero, en cuanto a la película, a pesar de no enamorarme, le reconozco algunos aciertos y virtudes. Está claro que destila un aroma edulcorado a lo Sensación de vivir, y que algunas interpretaciones rozan la hilaridad, con esas poses tan sobreactuadas y esos maquillajes a lo Bruguera –blanco nuclear-, como Backstreet Boys albinos; de la misma manera que la relación a lo Romeo y Julieta es más descafeinada que un perol de mortadela de pavo, cierto. Sin embargo, el planteamiento de que hay dos tipos o familias de vampiros, unos que hacen todo lo posible por humanizarse y otros que se dejan llevar por el frenesí que navega en sus naturalezas, me parece muy interesante, y creo que es una nueva puerta abierta. También me pareció muy divertida, tal vez por delirante, la escena en la que la chica es invitada a una fiesta hogareña o a jugar al rugby con la familia de vampiros –humanizados.

En Crepúsculo, como no podía ser de otra manera, la eternidad, la vida infinita, vuelve a tener un gran protagonismo. Una obsesión que los humanos normales, los mortales comunes, todos nosotros, hemos asimilado/usurpado en gran medida de los vampiros. Primero quisimos que las enfermedades no nos afectaran, después pretendimos ser o parecer jóvenes el mayor tiempo posible, y ahora planeamos no morir jamás, y por eso empezamos a considerar la vejez como un mal que algún día contará con su antídoto. Siempre los hemos contemplado como personajes de la ciencia ficción, producto de la imaginación de un escritor, pero basta asomarse a la pantalla de una televisión o abrir cualquier revista, para descubrir que los vampiros, o su actualización, existen. Vampiros que  se nutren de Botox, que decoran sus cuerpos con silicona y demás postizos, que inyectan sus hígados y que desafían a las leyes de la gravedad en su propio organismo, con tal de alcanzar la, de momento inalcanzable, eternidad. También podemos toparnos con otros vampiros, que, como los originales, sólo actúan de noche, en busca de su nueva presa, sangre fresca, aunque me temo que en demasiadas ocasiones olvidaron la capa y hasta la elegancia en cualquier madrugada ultrajada. Vampiros, los auténticos, siempre presentes, propietarios de esa eternidad que tanto anhelamos.   

El Día de Córdoba

jueves, 8 de enero de 2009

UN GRAN CHICO, NICK HORNBY


¿Es posible combinar sentido del humor, actualidad, reflexión, ironía, literatura –incluso- en una misma novela? Es posible. Los ejemplos, lamentablemente, no abundan, pero nos encontramos ante un autor que lo demuestra, obra tras obra. Que suenen los tambores y las trompetas, que el pirotécnico se queme los dedos. Nick Hornby irrumpió en el permanentemente alicaído panorama literario europeo hace ahora diecisiete años, en 1992, con la delirante y deslumbrante Fiebre en las gradas, alucinógena y ensayística recreación del mundo de los hooligans –aparentemente-. Prosiguió Hornby su andadura con la musicoemocional Alta fidelidad y la sugerente Érase una vez un hombre, posteriormente. En Cómo ser bueno, Hornby se vuelve adulto, demasiado serio a ratos y 31 canciones cabe entenderse como un íntimo catálogo de su banda sonora más personal. En picado, lejos de como su propio título indica, supone el regreso de Hornby a las alturas, que ya transitó en sus dos primeras obras. Suicidios y delirios, para volvernos a hablar de este mundo extraño y veloz que nos ha tocado vivir.

Si la adaptación cinematográfica de Alta Fidelidad te empujaba a la novela, no se puede decir lo mismo de Un niño grande (la tragedia comenzó con el título), una comedieta edulcorada y previsible que para nada hace justicia al texto de Hornby. En Un gran chico podemos encontrar, de nuevo, tres de los grandes temas que con frecuencia y maestría recorre el escritor británico: la figura del padre, el ocaso de la juventud y las relaciones de pareja. Will, el protagonista de Un gran chico, es como el propio Nick Hornby, el hijo de un hombre que ha alcanzado una buena situación económica gracias a un golpe de fortuna. El padre de Will compuso una ridícula canción de Navidad, que le permite al hijo vivir de forma desahogada gracias a los derechos de autor. Pero, sobre todo, Will es un enorme y evidente peterpan, una figura que Hornby sabe manejar, explotar, ilustrar y definir como nadie. Consumado especialista en la materia, Will lo intenta todo por ser siempre, y sobre todo parecerlo, un chico joven, aun a costa de ofrecer una imagen entre esperpéntica y peripatética de él mismo. Qué más da. Y, por supuesto, una de las grandes asignaturas pendientes de cualquier peterpan que se precie son las relaciones de pareja, escapar del compromiso a toda costa, huir, aunque el abismo o la soledad se perciba a menos de un palmo.

Nick Hornby, desde el humor, desde una ironía con tintes melosos, pero no por eso menos incisiva, nos habla de los temores que a muchos nos afectan. Su literatura, envolvente, deliciosamente divertida, sólo es el jocoso disfraz con el que nos invita a su particular fiesta. Una fiesta plagada con los grandes iconos que a todos –los menores de cincuenta años- nos siguen influyendo y atrayendo. Una novela saludable, a ratos delirante, siempre atractiva, de una de las voces más inquietas de la narrativa europea.


www.latormentaenunvaso.blogspot.com


domingo, 4 de enero de 2009

LOS REYES MADOFF


Me cuentan que los Reyes Magos se citaron con el –recientemente- popular Madoff en una cafetería de California. Una reunión breve e ilusionante, apenas treinta minutos, que cuando todo se tiene claro no hay que dedicarle más tiempo a los asuntos. Sus Majestades, conocedores de sus grandes habilidades financieras, con la sana intención de aumentar considerablemente su presupuesto en la adquisición de juguetes y demás regalos, confiaron todo su capital al célebre -hoy- estafador. Cuando el Rey Gaspar recibió la desoladora llamada de Santa Claus, no podía creer lo que escuchaba. El banco me quiere embargar los renos, y me han dicho que del trineo me vaya olvidando este año, que bastante si me dan un patinete, le confesó un desmoralizado Santa Claus. Me cuentan que el Rey Gaspar tuvo que recibir la inmediata asistencia de sus pajes, que si no llegan a estar cerca hubiera dado con sus huesos en el suelo, que perdió el conocimiento y lo tuvieron que reanimar en un centro de salud cercano. Usted está para darse de baja, le recomendó el médico; para una vez que trabajo al año…, respondió el rey con voz entrecortada. Medianamente repuesto, hundido, en el momento de marcar el teléfono de su compañero Melchor todavía no sabía si sería capaz de expulsar una sílaba de su cuerpo, sobrepasado por los acontecimientos. Cuando al fin pudo articular palabra, sólo tuvo fuerza para decir: Madoff nos ha estafado, se ha quedado con nuestro dinero. Melchor, más expansivo en su personalidad y comportamiento, comenzó a gritar toda clase de improperios y de abruptos, tan sonoramente y de tal calibre que los camellos, asustados por los gritos, intentaron escapar del cercado y tuvieron que añadir infusiones de tila en los abrevaderos para que se calmaran.

Necesitó de varios minutos su alteza Melchor para digerir la noticia, y otros más para articular una exposición convincente a la hora de trasladarle la noticia a Baltasar. Y es que Melchor y Baltasar discutieron, con dureza y educación –eso sí-, en los días previos a la cita con Madoff. Melchor absolutamente convencido de la operación, salen ganando los niños de todo el mundo, argumentó, totalmente en contra, más precavido, Baltasar, no podemos arriesgar nuestro dinero tan alegremente, que es la ilusión de millones de personas, cuentan que dijo. Como ese chaval que trata de imaginar el mejor momento en el que entregar las notas con varias asignaturas suspendidas, en realidad no existe ese “mejor momento” salvo en nuestra imaginación, esperó Melchor unas horas antes de llamar a Baltasar. Por fin lo hizo, y, como cabría  suponer, sus primeras palabras fueron “ya te lo dije”. Tras unos instantes alocados y gritados –pero, ¿tú no viste la pinta que tenía el individuo?, todo el mundo hablaba maravillas de él, todos estafados como nosotros-, Baltasar se limitó a preguntar: ¿y ahora qué hacemos? Melchor sólo pudo responder con un silencio suspirado. Los tres Reyes Magos quedaron en verse al día siguiente, con la intención de diseñar un plan que les ayudara a resolver su gran problema.

Gaspar, siempre inocente, nada más encontrarse con sus compañeros, propuso que se deberían poner en contacto urgentemente con Obama; si todavía no es presidente, le respondió Melchor, que, a su vez, señaló que lo mejor sería gastarse lo poco que les quedara en la Primitiva. Baltasar, siempre prudente, rechazó de plano la propuesta, esa idea es tan buena como la de Madoff, mira que lo dije, mira que lo dije. Gaspar, tras unos instantes de reflexión, pensó en la opción de Emilio Botín, le devolvemos el dinero siendo la imagen de su banco durante unos años, propuesta que fue acogida con carcajadas por sus compañeros. ¿Tú no lees los periódicos? También lo han estafado a él; puñetero este Madoff. Melchor señaló que sería interesante un gran acuerdo internacional, tipo Alianza de las Civilizaciones, sólo tenemos que ponernos en contacto con algunos presidentes. Yo me pido Zapatero, dijo Baltasar, yo no quiero a Sarkozy ni en pintura, renegó Melchor, peor será al que le toque Berlusconi, advirtió Gaspar. Tras varias horas intentando contactar con los dirigentes políticos, el desanimo comenzó a hacer mella entre las majestades, sus esfuerzos resultaron en vano. Aunque empleando modos y palabras diferentes, los tres presidentes le respondieron lo mismo: Este año, con la crisis, me pillas con la hucha vacía. Estaban a punto de darse por vencidos los tres Reyes Magos, cuando, al unísono, como siguiendo una orden que alguien les dictase, miraron hacia el cielo y descubrieron la Estrella de Oriente, que los sigue allá por donde van. ¡Aún nos queda la estrella!, exclamaron. En menos de cinco minutos cerraron el acuerdo con unos célebres grandes almacenes –no tuvieron que recurrir a las petroleras rusas-. Madoff no va conseguir que los niños de todo el mundo se queden sin sus regalos. 



El Día de Córdoba

sábado, 3 de enero de 2009

Micro


Como cada 1 de enero, dejó vacío el congelador. No quiero nada viejo para el siguiente año, decía.
La noche de Reyes ya no escucharon el tintineo de sus dientes.

viernes, 2 de enero de 2009

FELIZ AÑO



Salud, amor, dinero, belleza, pasión, risa, ilusión, calor, color, duende, luz, magia, ternura...