domingo, 23 de enero de 2011

REVOLUCIÓN













A menudo tengo la impresión de que las palabras cambian de valor y hasta de significado según pasa el tiempo. Porque hay palabras de moda, que gastamos de tanto pronunciar, y, más, de tanto escuchar, y se vuelven cansinas, pesadas, rocosas. Por eso hay palabras de temporada, palabras sin invernadero, que son producto de una cosecha concreta, de un tiempo. Con frecuencia, palabras sin semilla, algunas desaparecen, especie extinguida que nadie se esforzará en conservar. Aún así existen algunas palabras-lince, que aún en vías de extinción trabajamos para que no nos abandonen, para que siempre estén entre nosotros, aunque sólo sea un ratito, porque son palabras bellas, sanas, beneficiosas. No hago otra cosa que exponer una teoría que me apasiona, que tal vez sólo sea una aspiración personal, las palabras cuentan con vida propia, crecen y se desarrollan, nos cautivan, caminan a nuestro lado, nos cuentan, las contamos, utilizamos, prestamos, maltratamos, invitamos, nos soportan. Pero a pesar de esa vida que les presupongo, las palabras dependen muy mucho de quiénes las pronuncian, no hablemos de propietarios que es un término imposible en este caso, que no hay hipotecas ni pagares suficientes para comprarlas, tan siquiera alquilarlas. Quiero decir que, de una manera u otra, las palabras se amoldan y adaptan a quiénes las pronuncian, y podríamos añadir, fundamental, el cuándo y el cómo. Variables a tener en cuenta.

En los últimos días, especialmente en nuestra ciudad, hemos escuchado con frecuencia la palabra revolución. Un término que puede esconder una belleza veloz, pero que también puede cobijar electricidad, confrontación, regeneración, y no acudamos a la neutralidad del diccionario, que siempre nos remite a un mundo sin personas ni circunstancias. Históricamente, la palabra revolución la hemos vinculado a los grandes y esenciales procesos industriales, que nos arrancaron de las cavernas medievales para instalarnos en la edad moderna; a lo que conocimos como Unión Soviética, que llegó a serlo tras finiquitar con el pasado zarista y hasta la relacionamos con Fidel Castro, que tal vez en un principio empleó la palabra como se merece y que lleva manoseando como un lema repetitivo en la campaña publicitaria más larga, interminable, que se recuerda. Los Beatles puede que nos mostraran el lado más dulce, casi utópico, de la revolución, contestatarios en un mundo y en un sistema bajo sospecha; sus greñas y sus canciones nos enseñaron que otra sociedad era posible, aunque sólo fuera en la imaginación o durante los tres minutos de cualquiera de sus canciones. Emilio Salgari creó un héroe melenudo y revolucionario, Sandokán, al que muy pronto todos conocieron como el Tigre de Malasia. Un héroe exótico empeñado en acabar con las injusticias de la época, un Robin Hood -con estética de los Bee Gees más agudos- que luchó contra el poder establecido. El que toma el sobrenombre del mítico aventurero de Salgari, nuestro Sandokán más genuinamente cordobés, se abraza a la palabra y nos ofrece su particular proyecto de revolución, un proyecto que parte de esa premisa que anuncia la defunción de la política por agotamiento e ineficacia.

Volvamos a esa caducidad de las palabras. Hay quien se empeña en hacernos creer que la política -y por ende la ideología- es una palabra caduca, inservible, especialmente en estos tiempos duros y severos dominados por otra palabra que ya está instalada en el podium de las pesadillas: crisis. Mandan los números y el mercado, nos dicen, y la política no vale, y, por supuesto, no hablemos de ideología, que ya es una palabra en desuso, sin valor alguno. Sin embargo, y crucemos las palabras citadas, yo soy de los que piensa que, en momentos como el que nos envuelve, lo verdaderamente revolucionario es reivindicar la política, como la expresión más democrática y libre que adapta y escoge la ciudadanía. Ciudadanía, otra palabra a encumbrar, y que para nada es un ente abstracto o indefinible; la ciudadanía somos usted y yo y el de más allá. La Política con mayúscula, sí, que es la confianza colectiva depositada en nuestros representantes para cambiar las situaciones, para ofrecer soluciones, para darnos respuestas. Puede que la revolución sea hoy recuperar la ideología, cuando la cuesta es más empinada y las desigualdades nos acechan a ambos lados del camino. No es revolucionario renunciar a la política, todo lo contrario, y no olvidemos que quien abomina de la política siempre esconde una desconfianza hacia la libertad individual. Apliquemos y asumamos las palabras en su justa medida, en su valor verdadero, más allá de las modas, las tendencias o los intereses particulares. Y, sobre todo, por lo que pueda suponer para todos nosotros, no condenemos a determinadas palabras a las catacumbas del olvido.


lunes, 17 de enero de 2011

EL CLUB DEL HUMO








Nada, otra vez la actualidad manda. Llevo ya varias semanas intentando escribir un artículo, o mejor: un laudatorio, sobre Lady Gaga, y cada vez que me pongo se monta un lío y me veo en la obligación de cambiar de dirección. Con las ganas, ganitas, que tengo. Golpe de volante. Menuda se ha montado con la nueva ley antitabaco, que desde la chusquera y bigotuda intentona golpista de Tejero no habíamos estado tan alterados en este país. Siento si alguien se molesta, perdonen eso que conocemos como sinceridad, pero es que durante los últimos días he escuchado cada burrada y cada incongruencia como para caerse de espaldas, sin necesidad de empujón. Golpe de estado, dictadura, represión, y no sé cuántos otros dislates más. Soy fumador, no es que pegue unas caladas de vez en cuando, en bodas, en la Feria –la que hay montada con ella a costa de esto- y demás saraos, no, soy fumador fumador, de mañana a primera hora y de ese último cigarrillo del día, tan necesario y clarificador, que te ayuda a conciliar el sueño. Fumo, me gusta fumar, y no pienso abandonar mi adicción. Sin embargo, desde que nacieron mis hijos no he vuelto a fumar dentro de mi casa, nada, ni una calada. Haga frío o calor, llueva o el viento silbe, me refugio en la terraza, abro las ventanas de par en par y cumplo con mi hábito. Y soy feliz fumando –aunque se me congele la punta de la nariz-. Y sé que es perjudicial, sí, conozco todas sus contraindicaciones, sí, las conozco, todas. Disfruto, sí, disfruto, me encanta. Tras pensarlo un instante, esta ley mía particular, autoimpuesta desde hace seis años, seis años son ya años, guarda un gran paralelismo con la ley que acaba de entrar en vigor. Es decir, mi ley trata de impedir que mi placer/adicción se transforme en un perjuicio para mis hijos, ellos no tienen que pagar las consecuencias de mi nocivo hábito.

Estoy de acuerdo con esta ley porque, a diferencia de muchos, no me siento maltratado en mis libertades, no considero que ponga en peligro mis derechos, todo contrario, reconoce y repone los de los no fumadores, que sí han sido maltratados durante mucho tiempo. Porque es que hay gente a la que no le gusta fumar, sí, la hay, que llegan a sentir repugnancia por su olor, por su sabor, las hay, sí, de verdad, que conozco a más de uno y una. Y es que, además, fumar es nocivo, sí, nocivo. No me cabe duda de que el tiempo pondrá a esta ley en el lugar que se merece, porque considero que es un avance social, que nos hace más país, más de este tiempo, y del mismo modo que hoy ya nadie discute leyes muy controvertidas en el momento de ser aprobadas, que generaron un amplio y caluroso debate, la del divorcio es un magnífico ejemplo, ésta también se recordará de semejante manera. Porque la historia nos dice que los españoles somos muy ladradores en los principios, pero que luego no tardamos en adaptarnos a la nueva realidad sin dificultad, casi sin darnos cuenta. ¿Que me va a fastidiar abandonar el restaurante o bar para encender el cigarrillo?, claro que me va a fastidiar, pero es que me he pasado, nos hemos pasado, la vida fastidiando a quien no deseaba respirar el humo que desprenden nuestros cigarrillos. Dentro de unos años, incluso antes, recordáremos con extrañeza esos tiempos en los que se podía fumar en cualquier lugar, tal y como ahora sonreímos al acordarnos de aquellos cigarrillos en el autobús, en el interior del hospital, en el trabajo o en un examen (porque hubo un tiempo en el que se podía fumar en algunos exámenes, a voluntad del profesor de turno).

Sí le reprocho a esta ley el que obvie a todos esos establecimientos que reformaron su interior, habilitando una zona de fumadores, y que no han contado con el tiempo suficiente para recuperar esa inversión, costosa en multitud de ocasiones. Nos acorralan a los fumadores, ya sólo nos quedan las calles y nuestras propias casas, que, si lo pensamos un instante, son los grandes espacios de libertad con los que hemos contado siempre. También tenemos los denominados clubes de fumadores, esa excepción que plantea la ley y que yo me estoy planteando como una seria opción, y es que fumar en compañía, como casi todo, es más divertido, más natural, elimina parte del sentimiento de culpa, o eso creo yo. Hay quien cuestiona esta modalidad, que llegan a tildar de guetos, pero yo, qué quieren que les diga, después de sobrevivir a las monocabinas, a caminar durante media hora hasta encontrar un ventanuco o soportar el frío o el calor, cualquier cosa, lo que haga falta ya puestos. Compartamos nuestros humos con otros semejantes, en un club, en la calle o en nuestra casa, pero respetemos a quienes se han librado o nunca caído en nuestra adicción. No es un ejercicio de civismo, no, es sentido común.

http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/881738/club/humo.html

lunes, 10 de enero de 2011

VIDA NUEVA


















No me termino de creer todo lo que ha aparecido en los papeles secretos del Estado de Oriente, que si Gaspar se queda con la mitad de los regalos para venderlos en el mercado negro, que si Melchor es un tipo muy maleducado que se pasa el día reprendiendo a sus pajes, que si los camellos son articulados, porque en realidad se tratan de robots de última generación. Esto de los papeles reservados, ahora filtrados, como ya les comenté, me empieza a desmoralizar, porque me reafirma en verdades que presentía pero que siempre me he negado a admitir y porque me descubre situaciones que jamás me hubiera gustado conocer. Tampoco tenemos que asumirlo como la verdad absoluta, porque en un papel se escribe cualquier cosa, todo vale. Además, entre mis propósitos de año nuevo se incluye el no aceptar cualquier afirmación que no pueda contrastar con meridiana claridad. Eso de que cuando el río suena, producto malajoso del puñetero refranero popular, me aburre y escuece, y es que en demasiadas ocasiones el río arrastra en su superficie las malas babas de los tarados, envidiosos, rencorosos y demás sujetos empeñados en no dejarnos vivir en paz. Este zoológico en el que habitamos es un tanto injusto, determinadas especies deberían estar entre barrotes para que la inmensa mayoría pudiéramos pastar sin temor a ser atacados en un descuido. Lo de pastar es una expresión metafórica, que nadie se me moleste, y lo de los barrotes también. Mis queridos Reyes Magos me han traído este año tres regalos, tres deseados regalos que van a propiciar mi vida nueva. Tres regalos esenciales para construir al nuevo hombre que pretendo ser, porque todos, como los vinos, como los coches, como las canciones, como la televisión, somos mejorables si nos retocan –retocamos- convenientemente, o eso tengo entendido, o eso quiero creer, menudo lío.

El día 6 por la mañana fui feliz, ¿feliz?, cuando encontré el carro de la compra que encargué a mis queridos Reyes Magos. Estos pasados años devoradores nos mostraron la cara más atroz del consumo, hasta el punto de aceptar que todo era de un solo uso, que ya no merecía la pena reutilizar o reparar absolutamente nada. Que la tele se rompía, una tele nueva, que sale más barata; que un zapato perdía la suela, zapato nuevo, cómo lo vas a llevar al zapatero; me bebo una cerveza y tiro la botella. Añadamos las bolsas, que además cuentan con el maligno componente medioambiental, porque una bolsa no se reintegra, no se transforma, simplemente nos envenena. Ya no quiero bolsas, tengo mi carro de la compra, como lo tuvo mi madre y yo me agarraba a su asa cuando nos dirigíamos a la Corredera. Carro que en multitud de ocasiones se rellenaba con los cascos de gaseosa o cerveza, cascos que si no aportabas a la tienda de turno tenías que pagar de nuevo y no eran precisamente baratos, recuérdelo. Eso sí que era un impuesto medioambiental en toda regla. Fuera bolsas, me anticipo en el tiempo. Segundo regalo: un cigarrillo electrónico. Aprovechemos la ley que entró en vigor el dos de enero para aportar salud futura y presente a nuestro organismo.

Respecto al tabaco, a pesar de mi propósito inicial, sigo pensando lo mismo: si es un veneno que mata, que prohíban su venta de inmediato. No me vale con la prohibición o la restricción de su consumo. Si les soy sincero, tampoco me hizo mucha ilusión el cigarrillo electrónico, y muy especialmente cuando me lo metí en la boca. Cómo explicarlo, es cómo ese régimen alimenticio que te indica que te comas un huevo duro nada más levantarte, pues mire usted, prefiero no comer nada; algo parecido pasa con el cigarrillo electrónico: mejor nada, ¿no? El tercer regalo es aparentemente muy simple: una libreta en blanco. Cien hojas que rellenar durante este año aún bambino, un espacio concreto en el que dejar constancia de mis días y sus cosas, que insignificantes o inmensas son mi propia vida. Si la empleo con inteligencia, si no soy autocomplaciente, por no decir mentiroso, me ayudará en mi objetivo de ser un hombre mejor y, por tanto, nuevo. Erradicaré mis defectos y potenciaré mis virtudes, ahí es nada. Estoy enfrente de mis tres regalos, ha llegado el momento, comienza la cuenta atrás, los motores arrancan, mi nueva vida me espera al otro lado, más allá de mis hábitos. Quiero y tal vez pueda, pero es una auténtica lástima que el cigarrillo electrónico esté estropeado, dos caladas me ha durado, y que, para colmo, la garantía la tirara a la basura sin darme cuenta. El carro sí que funciona como debiera, cómo se desliza en el pasillo, esperemos que pronto deje de llover y pueda estrenarlo como se merece, con unos cuantos kilos de patatas y naranjas que examinen a conciencia su resistencia y versatilidad. De momento, me queda la libreta, cien hojas en blanco, cien. Escribo la primera palabra.

El Día de Córdoba


domingo, 2 de enero de 2011

HOLA, 2011










Por estas fechas, los medios de comunicación se afanan en realizar u resumen más o menos exhaustivo del año que se nos fue y un vaticinio del que acaba de comenzar. Tendencias navideñas, que siempre se repiten. Se trata de abarcar todos los ámbitos que nos afectan/interesan, de la economía al mundo rosa, sin pasar por alto el deporte o la política. Muchos de los grandes hitos del 2010 vienen acompañados de su propia imagen, que como dice el célebre el refrán valen más que mil palabras, y eso que algunas necesitan más de mil palabras, y hasta de diez mil, para ser comprendidas. Julian Assange y su chismeleaks, Lady Gaga y su estrabismo posmoderno, el justiciero gol de Iniesta, el beso de Iker Casillas a Sara Carbonero, la cara de Zapatero tras anunciar las medidas de ajuste, la portada de Aznar acompañado del perro –qué miedo-, los pueblos inundados, la resurrección de Rubalcaba, cualquier rueda de prensa de Mourinho, el chuletón de Contador, el frigorífico de Marta Domínguez, los anillos estratosféricos de Gasol, la sangre de 71 mujeres asesinadas, la frente imperial de Mas, los bocados de Nadal a sus trofeos, la aristocracia literaria de Vargas Llosa, las sandeces de Rodríguez Menéndez, la estrategia de Alonso, las caídas de la Bolsa, los centímetros de Sarkozy, los aeropuertos colapsados, el batacazo neoliberal de Obama, las nocturnas pasiones turcas de Guti, la nube de polvo fabricada por el volcán con nombre impronunciable.

Tengamos en cuenta que cambiamos de año, pero también de década, la segunda de este Siglo XXI puñetero y crítico. Un ejercicio como el anterior nos devoraría el espacio y hasta la memoria, así que a grandes rasgos, podríamos decir, humanizando el asunto, que en la pasada década seguro que incorporó algún detalle de Ikea a su hogar, que comenzó a probar la comida oriental –más allá de los rollitos primavera-, que ha gritado alguna vez lo de soy español español español, que más de una vez se le ha escapado eso de un poquito de por favor, que ha descubierto que hay más de diez marcas de ron y ginebra, que bailó alguna vez una canción de David Bisbal, y es que vio alguna temporada de Operación Triunfo o de Gran Hermano, seguro que firmó una hipoteca, o varias, y que gracias a su perfil de Facebook –años después de contar con su propia cuenta de Hotmail- se ha reencontrado con un viejo amigo del que no tenía noticias desde hacía varios años. Así, a grandes rasgos, más o menos, podríamos establecer una radiografía cotidiana de la década que se nos fue. Pero llega, ha llegado, 2011, con intención de repetir el estribillo de esta aburrida y machacona canción que es la banda sonora más extendida y escuchada de los últimos años.

Las tres imágenes más potentes que nos ha ofrecido 2010 a los cordobeses entiendo que volverán a repetirse en 2011, espero que todas ellas en su mejor versión, o en la versión más deseada. Por un lado Cajasur, que aún respetando su nomenclatura, sus colores y su paloma, ya no es ni cordobesa ni de la iglesia ni andaluza. Y todo esto se ha “logrado” por decisión expresa y premeditada, con nocturnidad y alevosía. Curiosamente, a uno de los ejecutores lo han ascendido recientemente, haciendo una gran demostración de que lo terrenal y lo celestial nunca se deben mezclar, especialmente en determinados casos. Durante años, Rafael Gómez, el que todos conocemos como Sandokán, ha sido uno de los cordobeses más célebres –tiremos de acepciones con generosidad-. No quiere perder comba en época de vacas flacas y anuncia su candidatura a la alcaldía de la capital. No me cabe duda de que, en el pasado, Gómez habría contado con sus posibilidades, pero hoy no parece encontrarse en su mejor momento, vapuleado por las finanzas y los juzgados. Aunque, puestos a elucubrar, lo mismo se convierte en la llave de la gobernabilidad, aportando esos concejales que suponen la mayoría. Cosas más raras se han visto. Que le den Urbanismo, grita uno en la lejanía, pero, por favor, que nadie le haga caso. Y en este 2011 seguirá siendo un gran protagonista otro año: 2016, y espero que lo sea porque alcanzamos nuestro gran objetivo. En unos meses sabremos la respuesta, con suerte nos pintaremos la cara de azul y gritaremos a los cuatro vientos nuestra alegría. La fiesta no es ese día, la fiesta es cada día del camino, cada nueva intención, cada acción coordinada. Por todo esto, y mucho más, hola, 2011, encantado de conocerte, ojalá nos lo pasemos bien, aunque sea un ratito –largo, si puede ser.

El Día de Córdoba