domingo, 25 de julio de 2010

A GOLPE DE TELEVISIÓN









Como ya he comentado en alguna que otra ocasión, una de las circunstancias que más me fascinan del verano es la oferta televisiva que nos ofrecen los diferentes canales, ya sean públicos o privados. Obviamente, y creo que es necesaria esta acotación, cito la palabra fascinación en sus muy diferentes acepciones: engaño, alucinación o atracción. Noche de calor, la cama transformada en una sartén, santo mando a distancia es un perfecto aliado. Arriba y abajo, de los canales comerciales a los vídeos musicales de los ochenta. Queramos o no, son una minoría los que podrían afirmar que buena parte de su educación, conformación emocional, social o iconográfica, en gran medida, no está impregnada por lo que bien podríamos aglutinar, de manera general, bajo el epígrafe de "mundo de la imagen". Un mundo, que en su versión más casera y familiar es la televisión. El medio de comunicación que más rápidamente ha pasado a formar parte de nuestra vida diaria. En este sentido, hay diversos y profundos símbolos televisivos que nos sirven para englobar las últimas generaciones de españoles, los que crecieron con Un millón para el mejor, los de Gente Joven, los de Un globo, dos globos, tres globos, los de La bola de cristal, los de Sensación de vivir, los del Mississippi o los del Doctor House.

La televisión nos ha marcado, nos ha moldeado a su manera, y, tal vez, puede que nosotros también la hayamos moldeado y marcado, sobre todo si tenemos en cuenta esa afirmación que nos dice que la audiencia manda, y que los distintos canales de televisión no hacen más que emitir aquello que los espectadores más demandamos. Hay una parte de verdad en todo esto, sí, pero también es una afirmación que cuenta con enormes y peliagudos matices que habría que tener muy en cuenta. En primer lugar, porque los gustos, las audiencias, de una manera u otra se pueden educar, de la misma manera que se educa el paladar de un niño para que reconozca y solicite otros alimentos más allá del pastelito –y que conste que soy de los que piensa que, de vez en cuando, sienta la mar de bien-. En muchos casos, bajo este las audiencias mandan, existe un único criterio: económico, ya que la realidad nos habla de que es infinitamente más barato realizar un determinado producto televisivo que otro. Un ejemplo muy simple y actual lo podemos encontrar en los programas rosas, que son muy baratos de realizar. Como les decía, me fascina plantarme frente a la pantalla de la televisión en verano y aplastar con mi dedo el botón del cambio de canales y zapear, a ratos incrédulo, a ratos ruborizado, por los diferentes programas, series, eventos, engendros y demás innombrables productos que aparecen ante mis ojos.

En mis últimas travesías he descubierto dos espacios que han despertado mi curiosidad y hasta mi interés, que ya es como para darse por satisfecho. Por un lado el inclasificable Mujeres ricas, que bien podría entenderse como la evolución, o puede que se trate de una involución en toda regla, de los realities más chusqueros que uno pueda recordar. De entre todas las protagonistas que aparecen, por méritos propios, yo me quedo, sin dudarlo, con la chispeante Mar, que es una especie de Victoria Beckham, pero en versión ladrillo made in Ejido. Mujeres ricas, por no sé que efecto, estiramiento o conexión –perversa- me traslada a mi otro descubrimiento televisivo de este verano, a la serie norteamericana A golpe de bisturí. Yo creo que nadie duda, a estas alturas de emisión, de que determinadas series de televisión pueden ser lo mejor que se nos ofrece hoy en día de ficción, y aquí encontramos un magnífico ejemplo. Desvergonzada, caradura, a veces cirujanamente escatológica, nos narra las peripecias de dos especialistas en la “remodelación corporal”, tan atípicos como abruptos. Tanto el reality como la serie me han regalado algunos de los momentos televisivos más delirantes de los últimos meses. Y, como al principio, empleemos la palabra delirio en todas y cada una de sus acepciones, fecundo y bendito diccionario. Delirios controlados, a golpe de mando a distancia, en estos tiempos de delirios descontrolados y nada fascinantes. Retomemos las acepciones.

El Día de Córdoba

martes, 13 de julio de 2010

EL ÚLTIMO VERSO








Gracián Martínez se murió de la misma manera que solía concluir sus poemas: de repente, en silencio, sin despedida. Se murió mientras dormía y se le quedaron los labios a medio ronquido. Los que le vieron cuentan que parecía que estaba soplando las velas de una tarta de cumpleaños.

Solamente un periódico le dedicó una esquela, simple, de las baratas, en la que se podía leer: Gracián Martínez, poeta, descanse en paz. Seis palabras para despedir al poeta, apenas un verso.