sábado, 24 de diciembre de 2011

ES NAVIDAD



Calles más o menos iluminadas, que estamos en crisis y la tarifa de luz y el precio de las bombillas no entienden de sentimentalismos, que el nuevo ministro procede de Lehman Brothers. Anuncios publicitarios que nos invitan a atropellar nuestra cuenta corriente porque hay que tener un detalle con los seres queridos y hasta con uno mismo, ya puestos. Listas en los bolsillos, de todos los tamaños y colores, de la pasta filo, pasando por los puerros, a ese juguete que no encontramos en las estanterías. Es Navidad, sí, aunque la prima de riesgo y sus tecnócratas –y sus voceros- nos miren de reojo antes de advertirnos: hay que ajustarse el cinturón, la fiesta se acabó, nos tenemos que acostumbrar a una vida más austera. Y usted tal vez piense, como yo, que lo pienso mucho muchísimo, ¿dónde fue la fiesta que nadie me invito? ¿Existió tal fiesta? Da igual, pero hay que pagarla y recoger los vasos sucios y fregar el suelo con amoniaco, que lo han dejado todo que da vergüenza. Hay quien mantiene que la Navidad sólo se celebra una vez al año porque no habría quien aguantara dos, tampoco razón le falta, sobran los motivos. Si uno se detiene un instante a pensarlo, tal y como hemos hecho con el resto de tradiciones/manifestaciones, son tal la cantidad de requisitos y condicionantes que hemos introducido que puede llegar a convertirse en una celebración estresante. Ponme una tila antes del cava, doble si es posible. Por un lado están los compromisos familiares, dónde toca este año, con quién toca este año, quién se ocupa del primer plato, por qué me ocupo del primer plato y estos sólo del postre, por qué toca en mi casa, por qué hay que comer todos los años lo mismo, por qué hay que cenar tan temprano o por qué hay que cenar tan tarde. Y es muy fácil que usted responda o escuche, según, para una vez al año ya podrías hacer un esfuerzo y no dar la nota, que tampoco es para tanto. Según el lado en que cada cual se posicione en esta contienda, le toca responder o preguntar, y ya escoge la intensidad de sus preguntas y de sus respuestas, a demanda. Trate de controlar el termostato interior, que cuando se instala en los valores más altos se puede bloquear el cerebro y dar rienda suelta a su lengua, qué miedo.
Es Navidad, sí, y volverán a emitir el mismo reportaje de todos los años sobre el precio que alcanzan las angulas durante esta época o las trufas negras, hasta con un biopic del cerdo que las recolecta –que recolecta las trufas, digo, si ya fuera capaz de pescar las angulas, menudo chollo, ni la gallina de los huevos de oro-. Y comentaremos el discurso del Rey, y resaltaremos lo dicho y lo omitido, normal también, que en todas las familias, hasta en las más respetables y reales, siempre hay un muerto en el armario. Es Navidad, pero tampoco caigamos en el pesimismo más recalcitrante, por un día, o por varios si fuera posible, ignoremos a ese locutor mañanero que nos advierte de que esto se hunde. Nos lo advierte tanto, nos pone tan mal cuerpo, que ya estamos predispuestos a todo, a cualquier sacrificio, que entenderemos como necesario –aunque nunca estuviéramos invitados a esa fiesta que nos cuentan que una vez hubo-. La fiesta es hoy, piense en eso, celebre lo que le dé la gana, que todo vale, aunque no haya angulas o trufas negras en el menú.

Un gesto escondido en las entrañas de la memoria, un sabor que recuperamos y que sabe igual después de tantos años, un sonido que tal vez escuchamos en la cuna –y que permanece en nuestro interior, para nuestra sorpresa-. Es Navidad y siempre echaremos a alguien en falta, pero estamos los que estamos y eso es lo que debemos poner en valor, más, festejar y celebrar como se merece. Debo de reconocer que la Navidad con hijos pequeños es más Navidad, y que muchos de los inconvenientes, todas esas facturas a pagar, las preguntas y las respuestas, desaparecen. Porque hay sonrisas y emociones que no se construyen desde el artificio, que no son producto de la mercadotecnia. Nacen de esa inocencia que inunda la infancia. Tan frágil y tan cálida. Además, los hijos son la excusa perfecta para regresar a la infancia sin necesidad de justificaciones, sin peajes. Excusas artificiales las nuestras, desde luego, por esas puñetas de la madurez, que hemos convertido en algo tan ingrato. Es Navidad, sí, y sólo una vez al año, porque no habría quien soportara dos o porque hay emociones que caducan con la rutina.

lunes, 19 de diciembre de 2011

escritores: ENTREVISTA EN DIARIO ABC

escritores: ENTREVISTA EN DIARIO ABC: El autor publica su libro de relatos «Escritores» (El Olivo Azul), donde se muestra con ironía a un espectro de los más variopintos narra...

domingo, 18 de diciembre de 2011

EL HOMBRE DEL MEDIEVO



Le encantaría regresar al medievo, y recorrer las llanuras y los valles, las montañas y las ciudades, montado en su caballo glorioso e imperial, como un caballero de noble estirpe y condición. Porque él es un caballero de muy noble estirpe y condición, con más títulos que el Real Madrid –que sigue siendo el equipo con más títulos-. Y le gustaría, le encantaría, con su espada en mano deshacer entuertos, obtener nuevas posesiones, conquistar muchas mujeres y, sobre todo, abatir al enemigo, porque lo que peor lleva de esta época libertina y democrática es los juicios, las leyes y todas esas milongas que nos hemos inventado. Con lo bien que se vivía en el medievo y lo rápido y fácil que se solucionaban los conflictos. Es admirador de Duran i Lleida, ese político que jamás pretende ofrecer un titular a la prensa ni fabricar una ofensa, ese político que se calza sus botas rojas y las camisas de cuadros –tipo leñador- los fines de semana para calificar la homosexualidad como una enfermedad, fíjate tú. Y luego dicen que los escritores escribimos para ahorrarnos al psicólogo, y para mí que son muchos lo que se decantan por la política. Nuestro caballero del medievo anclado en este presente perverso admira a Duran i Lleida porque habla claro y nunca se aferra a la demagogia, y eso que ha leído a Carlos Marx y reconoce haber asistido a una conferencia de Cayo Lara, hombre de amplias miras. Le gusta la palabra, demagogia, a nuestro caballero, y sobre todo le gusta utilizarla cuando no está de acuerdo en algo, en lo que sea, porque todo lo contrario a lo que él piensa es una demagogia. Es un hombre cultivado, insisto, aunque pasara de largo la lectura de Delibes, así no se puede sentir representado por ninguno de Los santos inocentes, y también se le pasó de largo, en su intenso proceso de aprendizaje, profundizar en la inmensa historia de su linaje. Se siente orgulloso de lo que es, de ser como es, y no quiere ni oír hablar de las demagogias del pasado.
Este hombre del medievo, a pesar del tiempo que le ha tocado vivir, es un joven emprendedor, un empresario benefactor y magnánimo que sería muy feliz visitando a sus trabajadores por Navidad y compartir unas copillas con ellos y regalarles un sobrecillo con unos euros, como gratitud por los servicios prestados. Qué inequívoco gesto de caballerosidad y de humanidad –todo terminado en D, que rima con Navidad-. Tendría que ver diez veces la entrevista a Cayetano Martínez de Irujo para poder extraer con el mínimo rigor la cantidad de barbaridades que expulsó por su boca, pero no lo voy a hacer, no, con una ya me parece más que suficiente. Y, por supuesto, no voy a reproducir con literalidad ni una sola de las atrocidades que dijo sobre Andalucía y los andaluces, especialmente de los más jóvenes. No creo que sea necesario. Me empieza ya a cansar, por emplear un verbo suave, las insolencias que tenemos que soportar los andaluces en los últimos tiempos, ese todo vale para clavar un titular aunque no se cuenten con los datos y la información suficientes, ese desprecio constante por todos nosotros, de una forma generalista y aberrante. El insulto a Andalucía nace con una clara vocación incendiaria, pero se pasan con el combustible o se confunden en la mezcla y concluye en basura, que recubre como una segunda piel a quien lo pronuncia. Y algo que me halaga, y mucho, es que todos los insultos que hemos recibido los podríamos haber respondido con idéntica bajeza, que es lo más fácil, créanme, y no lo hemos hecho. Que también hay acentos diferentes, subsidios y estereotipos en otras partes de nuestro país.
He tratado de informarme en la Red de algunas de las gestas de las que se vanagloria este Duque de Salvatierra –curioso título- y apenas he podido encontrar algo remotamente parecido a lo expuesto por él mismo durante la ya célebre y aterradora entrevista. Eso sí, una vez le ganó en una competición a Álvaro Muñoz Esscasi, sí, ese tertuliano exquisito y cultivado de los mejores programas culturales que podamos encontrar en la televisión. He de reconocer que comprendo algunas de sus manifestaciones, claro que sí. Cuando Cayetano se refería a que los andaluces no quieren progresar tal vez se estaba refiriendo a lo que contempla en el espejo cada vez que se mira. Se lo ha encontrado todo hecho en la vida, ha contado con todas las oportunidades, y que sepamos, de momento, no ha hecho nada provechoso. No sabemos cuál es su progreso. Ya que no ha cumplido con su sueño, el de ser un caballero del medievo, sería recomendable que alguien le aconsejase a este jinete y empresario que tratara de adecuarse mínimamente a los tiempos que le ha tocado vivir o que, por lo menos, disimulase la inadaptación con el silencio, que en su caso sería signo de sabiduría y no dejaría a la intemperie tanta ignorancia.


martes, 29 de noviembre de 2011

TINTÍN


Ha tenido que tocar con su varita mágica el mago Spielberg la rubia/pelirroja cabeza de Tintín para convertirlo, a partir de ahora, en un héroe universal, en el nuevo aventurero. Una resurrección del personaje de Georges Hermi, Hergé, que entiendo tan merecida como necesaria, ya que se trata de un reconocimiento a un personaje que ha dejado una gran huella en varias generaciones de lectores. Precisamente por esto, me entusiasma y emociona esta febril y masificada resurrección de Tintín porque gracias a él, a sus aventuras, aprendí a leer. Necesitaba saber lo que decía, lo que contaba, ese personaje que me fascinaba. El periodista era el hilo conductor, pero no nos podemos olvidar del inquieto Milú, el siempre incorrecto Capitán Haddock, la sabiduría mareante del Profesor Tornasol, los desastrosos Hernández y Fernández (traducción netamente ibérica) o la ampulosa Bianca Castafiori. En la antigua biblioteca, donde ahora se encuentra la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, pasaba las horas leyendo los libros de Tintín. No me importaba releerlos una y otra vez, pero debo de reconocer que hacerlo por primera vez me reportaba un sinfín de sensaciones y emociones, de nerviosismo incluso, que aún me cuesta definir y más aún relatar. Con frecuencia, gestos que consideramos muy simples, fáciles, nos pueden reportar momentos de gran felicidad. Y los libros de Tintín, en mí, lo conseguían. Puede que sucedería por el propio personaje, y puede que también influyera la transparencia de la infancia, que se construye sobre una arquitectura tan frágil como luminosa, tan sencilla como bella. La arquitectura de Tintín es la misma que la de infancia, en cuanto a su sencillez, a no existir dobleces o ambigüedades, por su sinceridad. 
Con el estreno de la película de Spielberg, algunos han vuelto a recuperar esas teorías que circularon en décadas pasadas, en las que se reprochaban ciertas facetas de Tíntin, en lo relativo a su ideología, especialmente, incluso moralidad. Se le ha tildado de misógino, de racista, de fachilla, de colonialista, pobrecillo; teorías propiciadas por las tendencias políticas de su creador, Hergé –que tampoco era un revolucionario, todo hay que decirlo-. Es cierto, la presencia femenina en las aventuras de Tintín es muy escasa y puramente decorativa, pero en absoluta consonancia con lo que, desgraciadamente, sucedía en todos los ámbitos sociales y creativos. La mujer ha sido invisible hasta hace muy poco, y aún lo sigue siendo en demasiados aspectos y ámbitos. Y claro que tenía un tufillo racista en determinados comentarios, cierto, tal y como nosotros lo fuimos con los gitanos, por ejemplo, basta leer las letras de algunas coplas o visionar algunas películas, sobre todo en la primera mitad del siglo XX. Y que Hergé era muy conservador, incluso colaborador con el nazismo, pues seguramente, pero si entráramos a valorar esas cuestiones en determinados periódicos históricos, me temo que no podríamos leer un poema de Juan Ramón Jiménez, ni ver una película de John Ford, ni disfrutar con la obra de Picasso, que todos ellos contaban con perfiles que hoy serían imposibles de asumir. Y obviamente, ni que decir tiene que no veo a Spielberg filmando una película de un adalid del nazismo.
No es ésta la primera versión cinematográfica de Tintín, en el pasado podemos encontrar adaptaciones animadas e incluso algunas protagonizadas por actores de carne y hueso con escasa repercusión, incomparables en cualquier caso con la que ahora nos ofrece Spielberg. Un espectáculo visual de primer nivel en el que se nos muestra al Tintín más correoso y aventurero, aunque respetando indiscutiblemente sus principales señas de identidad. Spielberg ha conseguido con Tintín lo que nuestro cine no ha conseguido con el Capitán Trueno, una vez más hemos fracasado en la reconstrucción cinematográfica de nuestros propios héroes, desaprovechando una oportunidad extraordinaria. La recuperación del menudo y viajero periodista ha propiciado el regreso del tebeo a las librerías. Basta asomarse al escaparate de cualquier librería para comprobarlo, ha renacido Tintín y en multitud de formatos, en nuevas y llamativas ediciones. Qué envidia, me encantaría que esto sucedería con el mencionado Capitán Trueno, o con Mortadelo y Filemón o con el mismísimo Anacleto, que tienen suficiente entidad para transformarlos en maravillosas películas. Estos fenómenos, tal y como sucedió en su momento con Harry Potter, realizan una labor en el impulso del fomento de la lectura que no logra ni el mejor plan público: consiguen que miles de niños, de jóvenes, se lancen a la aventura de la lectura. Nada más que por eso, o sólo por eso, ya cumple este Tintín de Spielberg con todas las expectativas. 

El Día de Córdoba

escritores: ESCRITORES, EN LAS LIBRERÍAS

escritores: ESCRITORES, EN LAS LIBRERÍAS

domingo, 27 de noviembre de 2011

jueves, 10 de noviembre de 2011

BARRA AMERICANA, DE JAVIER GARCÍA RODRÍGUEZ


He leído Barra Americana (DVD Ediciones) de Javier García Rodríguez con velocidad y voracidad. Y aún no me veo capacitado para definir lo que he leído. No sé si es una novela, no sé si es un conjunto de relatos, no sé si es un ensayo, un libro de viajes... no lo sé. Y qué más da. Sólo sé que me he divertido, que me he alimentado, emocionado, y hasta orientado. Porque en Barra Americana el viaje, como concepto, como kilómetros recorridos, es parte esencial, pero aún lo es más el mapa, la geografía, los puntos cardinales. Si ya me divirtió, e instruyó, Mutatis Mutandis, mucho más esta Barra Americana.  




Los relatos de Barra americana se mueven entre la sosegada paz de los campus universitarios del Medio Oeste y el desbocado ajetreo de las fiestas playeras y los concursos de miss camiseta mojada en el Spring Break de Florida; entre los locales nocturnos del blues de Chicago y un motel en el South Side regentado por una dominatrix muy sensible; entre Disneyworld y el Mall of America; entre las vacas sagradas de Wisconsin y el béisbol como metáfora; entre los clientes deCheers y la Maxell Corporation of America con su mecanismo de casete silencioso.
En Barra americana los personajes aceptan prácticas de riesgo narrativas, forman parte de artefactos literarios, se dejan guiar, por un tour operador alucinado, en un viaje al corazón de las nieblas y los tornados, a la medida aventura de los manglares, a la inercia de los campos deportivos. Mitad relato de ficción mitad crónica, en este libro la memoria inventa su propia caducidad y la historia íntima se escribe con materiales ajenos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

ENTREVISTA EN EL DÍA DE CÓRDOBA (GRUPO JOLY)


    "El humor y la ironía son magníficos anzuelos con los que atrapar al lector"
El autor cordobés publica 'Escritores', un libro de relatos breves en los que la literatura es la protagonista y por el que desfilan personajes como un torero escritor o un ensayista de alquiler
ÁNGELA ALBA / CÓRDOBA | ACTUALIZADO 06.11.2011 - 05:00
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Tras la publicación de El orden de la memoria (2009), el autor cordobés Salvador Gutiérrez Solís se embarca en una nueva aventura literaria conEscritores (El Olivo Azul), un libro compuesto por 17 relatos llenos de humor e ironía en los que aparecen desde un detective poeta hasta un torero escritor o un ensayista de alquiler.

-Los relatos de Escritores tienen a la literatura como hilo conductor, ¿por qué ha decidido tocar esta temática?

-Siempre me ha interesado la metaliteratura, escribir de los personajes, de los decorados, de las entrañas de la literatura. Tal vez sea por un anhelo permanente por exponer al escritor o al hecho literario como algo natural y no extraordinario. La literatura debe formar parte de lo cotidiano. Por un ejercicio de normalización, podríamos denominarlo de esta manera. También porque es un ámbito que conozco, un mundo que no me es ajeno y que, a pesar de eso, cada día me sorprende más.

-¿Quiénes son los protagonistas de su libro?

-Retrato escritores que podríamos considerar como convencionales y otros que son amplificaciones bienintencionadas de escritores que he conocido a lo largo de los años. Si me detengo un instante a pensarlo, todos los escritores que aparecen en este libro cuentan con una gran y común característica: aman la literatura. De hecho, tal vez este libro sea mi particular homenaje a la literatura, a los sueños, desvelos y emociones de quien se lanza a sus profundidades.

-¿De qué forma plasma sus experiencias personales en este libro?

-Siempre he mantenido que no soy un escritor autobiográfico: mi vida no es tan interesante como para ser contada a los demás. Sin embargo, con el paso del tiempo me he ido dando cuenta de que todos los escritores, de una manera u otra, no hacemos otra cosa que contar nuestra propia vida. Y no hablo de pasajes o situaciones concretas, me refiero a que describimos y narramos a partir de nuestras propias percepciones. Cuando describo el amor, una caricia, la muerte, la ira o la alegría, lo hago a partir de percepciones propias.

-¿Se ha inspirado en otros compañeros de profesión?

-Siempre lo hago; en ese sentido, soy un autor muy permeable y curioso. Cualquier historia, situación o personaje que me atraiga es susceptible de aparecer en mi obra. De hecho, hay quien se reconoce. En cuanto a otros escritores, desde la primera entrega del Novelista Malaleche me sucede algo muy curioso: son los propios escritores, algunos de ellos muy conocidos, los que me piden que los incluya en nuevas entregas. Y yo soy una persona muy cumplida.

-¿Qué papel juega el humor en las historias de Escritores?

-España, creativamente, es un país muy pudoroso, casi mojigato. Se nos ha instruido en la falsa creencia de que la buena literatura o cine deben ser serios, profundos, aburridos si se me permite. Hemos confundido calidad con seriedad. Y puedo asegurar que arrancar una sonrisa del lector, incluso una carcajada, es infinitamente más difícil que transmitir o engendrar tristeza, mucho más difícil, y no exagero. Además, el humor o/y la ironía son magníficos anzuelos con los que atrapar al lector y acercarlos a cuestiones esenciales que a todos nos afectan.

-¿Es más fácil abordar la metaliteratura a través de la ironía?

-No sé si es más fácil o más difícil, lo que me niego es a realizar una ejercicio de naturalidad literaria desde sesudos y académicos planteamientos, ya que el resultado sería justamente lo contrario de lo que pretendo. Retomo la idea de anzuelo: es muy importante envolver la literatura de planteamientos atractivos para el lector. Y más si cabe en este periodo histórico que nos ha tocado vivir, donde la literatura compite con otras expresiones tan atractivas como veloces, casi instantáneas.

-En esta obra saca de la clandestinidad a la literatura, ¿son necesarios este tipo de libros para hacer más humanos a los escritores?

-Hay una frase que no me canso de repetir: el escritor debe saber lo que cuesta una caja de leche, y una docena de huevos, y el nombre del equipo que lidera la tabla (que por cierto es el Real Madrid), o lo que sucede con Grecia... El escritor no puede ser ajeno al mundo que le ha tocado vivir, ya que el escritor forma parte de este mundo. La única diferencia con respecto a otro tipo de profesiones, tal y como sucede con otras actividades creativas, es que el escritor cuenta con una vertiente pública, se muestra. En todo lo demás, es un currante más.

-Escritores es su segunda incursión en la narrativa breve después de Jugadores y coleccionistas. ¿Por qué ha regresado a este género?

-Debo reconocer que escribo muy pocos relatos, muy pocos. De hecho, éste es mi segundo libro en ocho años. No sé si habrá un tercero, no antes de diez o quince años en cualquier caso. A diferencia de Jugadores y coleccionistasEscritores es un libro más coherente, posee una unidad, una intencionalidad, no es una mera compilación. También es Escritores el florecimiento de semillas que he ido esparciendo en obras anteriores, pequeños embriones que me ha fascinado gestar y parir en este libro. Ha sido realmente divertido, maravilloso y cálido construir este libro. Ha sido un embarazo placentero y creo que la criatura me ha salido guapísima. Lo digo con pasión de padre, indiscutiblemente, pero también con la objetividad que me proporcionan los años y los libros.

-¿Tiene a la vista un nuevo proyecto?

-Hay un proyecto, muy avanzado, que verá la luz a lo largo del próximo año. Regreso a la novela, y de nuevo me lanzo a una nueva aventura, a un tono y temática absolutamente distintas a los que hasta hoy he frecuentado. Se trata de un retrato generacional, en donde trato de plasmar todas esas disyuntivas que nos podemos encontrar en el tránsito de lo que entendemos como juventud a la edad adulta. Creo que es una obra muy descarnada, pero muy sincera.

lunes, 31 de octubre de 2011

'ESCRITORES' EN LA TORMENTA EN UN VASO

En el Blog literario La Tormenta en un Vaso aparece hoy una reseña de "Escritores", así como una entrevista, ambas firmadas por Nacho Montoto (coincidiendo con la llegada a las librerías)

Hay nombres —de poetas, seudocríticos, novelistas existenciales, conferenciantes todoterrenos, estudiosos del romanticismo más barroco, charlatanes varios y literatos multidisciplinares— que suelen ser frecuentes en los jurados de los premios literarios de cierto nivel —jurados remunerados con más de trescientos euros, seiscientos en algunos casos, muy contados los casos estos. Así comienza el cuento titulado "El poeta en excedencia", incluido en Escritores, el nuevo libro de cuentos de Gutiérrez Solís. Mucho se ha escrito sobre metaliteratura. Muchos son los autores que han iniciado ese camino, sí, pero tras la lectura de Escritores, podemos asegurar que ninguno como Gutiérrez Solís. Escritores aborda con gran lucidez e ironía el oficio del escritor, del letraherido, del cuentista de turno, de los escritores malditos.
Quien haya seguido la trayectoria de Gutiérrez Solís, encontrará —en esta ocasión— un libro de cuentos donde el autor va desgranando los entresijos del mundo literario mezclado con el sarcasmo que —en otro tiempo— nos trajo el novelista Malaleche. 17 historias 17, que nos llevan desde la increíble trama del novelista caníbal a la curiosa—y terrible— historia del detective poeta, pasando por el relato desternillante de "El poeta maldito" o "El torero escritor". Una trama de personajes que se mueven entre el mundo de la realidad y la ficción, siempre, en torno al hecho literario. Apreciables son los microrrelatos "El ensayista en alquiler" o "El difunto poeta", en los que el autor da muestras de su capacidad para condensar en apenas unas líneas esa mezcla de ironía y realidad.
Un libro de cuentos en el que también podemos apreciar la concatenación de personajes, pues en muchos casos, los principales aparecen como secundarios en otros relatos dotando de cierta fragmentariedad a alguno de los...
 
 
 

viernes, 28 de octubre de 2011

'ESCRITORES' LLEGA A LAS LIBRERÍAS

Regreso a la narrativa breve con una colección de relatos que aborda el “hecho literario”.
Siete años después de mi primera incursión ('Jugadores y coleccionistas'), regreso a la narrativa breve con “Escritores”, editada por El Olivo Azul. “Escritores” está compuesto por 17 relatos con un único y común eje vertebrador: la Literatura. A partir de ésta, o con el pretexto de ésta, ofrezco un escaparate de todos los agentes y escenarios comunes sobre los que se proyecta el “hecho literario”. Escritores es, igualmente, una reflexión, desde el humor, la ironía o el esperpento, del proceso literario, de los condicionantes y avatares que suelen envolver a los autores en su vida diaria y, por tanto, en su propia obra.
El novelista caníbal, un narrador de un solo libro juvenil que sueña con la imposible redención de un nuevo comienzo, un torero fracasado que se convierte en escritor de enciclopedias, un ensayista de alquiler, un coleccionista de palabras, un cocinero con aspiraciones literarias, el melancólico destino de un detective poeta, impostores y energúmenos que se ganan la vida como poetas malditos, son algunos de los personajes que se pueden encontrar en “Escritores”.

martes, 25 de octubre de 2011

LA HERENCIA DEL POETA


Nació para ser pastor, niño yuntero, pero él se empeñó en ser poeta. En su casa le decían que el colegio no era para él, que necesitaban de su trabajo para seguir subsistiendo. Aún así, constante y tozudo, hizo todo lo posible por cumplir su gran sueño. A duras penas, trabajando de día y estudiando de noche, compaginó las faenas del campo con los libros. Gracias a ellos, a los libros, conoció que había otros países, otros mundos, otras culturas; descubrió, sorprendido, que existía la diferencia. La inquietud y la curiosidad le condujeron hacia la libertad. Murió el poeta muy joven, apenas había superado la treintena. Olor a cebollas y lágrimas resecas en su pequeña celda. Murió en la cárcel, sólo, enfermo, repudiado, sentenciado sin juicio. Acabó por cumplirse la pena de muerte que le fue impuesta unos meses atrás. Un manotazo duro, un golpe helado, el verdugo, con el silencioso disfraz de la tuberculosis, se coló dentro de su cuerpo y cumplió eficazmente con su misión. Sus ojos permanecieron abiertos, tal vez en un último y desesperado intento por atrapar los instantes finales de su vida. Quedaron atrás sus años por intentar escapar de la inercia de las penurias y poder estudiar para labrarse un futuro; quedaron atrás la dureza del campo de batalla, las persecuciones, padecer la crueldad de una guerra incomprensible; quedaron atrás los atardeceres del levante, sus hijos, su esposa, su pueblo, y quedaron atrás, sus poemas. Creyeron que muerto el poeta sería fácil ignorar su existencia y, sobre todo, su obra. Lo siguieron matando, silenciando su obra, que es la muerte más terrible que puede padecer un poeta. A pesar de las voces que lo proclamaban desde multitud de puntos del mundo, en su pueblo escondieron los versos del poeta en las negras fauces de la represión. Persiguieron a todo aquel que se atreviera a editar sus poemas, o tan siquiera recitarlos. Pretendieron borrar de la faz de la tierra al poeta, como si nunca hubiera existido.
Durante décadas, el nombre y la obra del poeta sobrevivieron en las alcantarillas de la sociedad. Más allá del océano, a miles de kilómetros, los estudiantes repetían los versos del poeta y proclamaban su belleza, su calidad y genialidad. Compatriotas del poeta, que corrieron más suerte que él, que tuvieron la oportunidad de escapar, en las bodegas de un barco o falsificando sus documentos de identidad, difundieron sus poemas allá a donde llegaron, lo gritaron a los cuatro vientos como la esencia de la libertad que había dejado de existir en su país. Fueron años interminables y duros, de desesperanza, de rencores incandescentes; muchos llegaron a entender el regreso de la libertad como un utópico sueño de imposible consecución. Pero el gran dictador murió y las ventanas comenzaron a abrirse, dejando entrar aire fresco hasta en las habitaciones más oscuras, en esas donde el olvido se creía ya dueño y señor de todos sus moradores. Comenzaron a renacer, como flores en la primavera, poetas, mujeres, políticos, hombres, voces, que creían haber silenciado para siempre. Por fin, los poemas del poeta se recitaron en los colegios, se imprimían libros que se podían encontrar en las librerías, en las bibliotecas, sin temor a la represalia. Se le cantó al poeta, cantamos todos sus poemas, como si se tratara de un himno que vaticinaba un tiempo bueno y nuevo, un tiempo mejor, en paz y libertad. Pudimos disfrutar de los recuerdos del poeta, sus dibujos, sus cuadernos, lo conocimos mejor gracias a la memoria que protegió su familia durante las décadas del olvido.
Las generaciones venideras, las que no tuvieron que soportar la claustrofóbica represión del dictador, nacieron y crecieron en el convencimiento de que el poeta siempre fue un testimonio vivo, que nunca su voz estuvo encarcelada. Crecieron arropados en el sentimiento de que la libertad es un estado permanente, que siempre la hemos tenido a nuestro lado, acariciándonos. Sin embargo, como un inesperado regreso al pasado, cuando los halcones llegaron al aeropuerto de la soledad, en la tierra del poeta trataron de esconder los recuerdos del poeta. Se inventaron justificaciones banales, argumentos imposibles de aceptar. Los mismos que emplearon para dedicar una calle a uno de los últimos aliados del dictador. Eliminaron nombres históricos de las plazas, como si trataran de retroceder en el tiempo. Lo intentaron, sí, pero de nada les servirá. La herencia del poeta ya reposa entre todos nosotros, para nuestra dicha. Por suerte, no hay barrotes que puedan recluir al poeta. No es posible perdernos, somos plena simiente.

martes, 11 de octubre de 2011

lunes, 10 de octubre de 2011

EL ARENERO DE LA MONUMENTAL




Blas nació en Bilbao durante la madrugada del 5 de septiembre de 1961. Su padre no estuvo presente en el parto, junto a otros compañeros de trabajo y algunos vecinos del barrio estuvo ayudando al retén de los bomberos que trataban de controlar las llamas que arrasaban la vieja plaza de toros de Vista Alegre. Pocas horas después de concluir el que habría de ser su último festejo, un cartel con dos cordobeses efervescentes: Montilla y un chaval alocado con flequillo histriónico, apodado El Cordobés, la plaza quedó reducida a una escombrera de ceniza, hierros retorcidos y humo. A primera hora de la mañana, con ríos blancos en las mejillas –las lágrimas abriéndose paso entre el hollín-, por fin tuvo a su primer hijo entre sus brazos. En ese justo momento, Blas decidió que no volvería a ser arenero en ninguna plaza de toros, que esa etapa de su vida había concluido definitivamente. El fuego no sólo había devorado su lugar de trabajo, su coso, su maravilloso Vista Alegre, se había llevado en unas pocas horas buena parte de su vida, algunos de sus mejores recuerdos. En esa plaza Ordóñez rozó la perfección con un toro negro y bizco, Hemingway lo contemplaba desde el tendido con un puro balanceando en sus labios, mientras Dominguín tragaba saliva con la frente apoyada en el burladero; y en esa plaza Manolete conquistó a los aficionados con su arte desmayado y frágil. En esa plaza Belmonte se coló de un salto entre las astas de un Pablo Romero para asegurarse las orejas y Marea se la jugó a puerta gayola. En esa misma plaza, le contó su abuelo, Cocherito acabó con los sombreros de los tendidos por un par de banderillas como ya no se han vuelto a ver. Demasiados recuerdos, demasiadas emociones, vividas o transmitidas. Cuando apenas nueve meses después abrió sus puertas la nueva plaza de toros de Bilbao, Ordóñez otra vez en el cartel, Blas, junto a su familia, ya estaba instalado en Barcelona. No tardó en encontrar trabajo en una empresa textil de las afueras.
El pequeño Blas heredó de su padre el nombre, la nariz afilada, las orejas levemente despegadas, el pelo recio y negro y también su pasión por la Tauromaquia. El niño no soñaba, como sus compañeros de colegio, con ser jugador de fútbol, tampoco le gustaban las películas de Tarzán y jamás aprendió a amarrar correctamente el cordel al trompo. Al niño Blas lo que realmente le llamaba la atención eran la colección de carteles, los libros y las banderillas acartonadas por las sangre reseca que su padre coleccionaba en el cuarto trastero. Allí se pasaba las horas, imitando las posturas y pases que reproducía el maestro Ruano Llopis con tanta maestría. Sin saberlo, el pequeño Blas comenzaba a recorrer el mismo camino que su padre. Y, como el padre, Blas no pretendía convertirse en matador de toros, no era ese su sueño; quería estar cerca de los toreros, pisar el ruedo, ser protagonista, en cierto modo, de aquel mundo que le fascinaba y atrapaba. Por insistencia y por la recomendación de un alguacilillo amigo del padre, Blas comenzó a trabajar como arenero en la Monumental de Barcelona. Desde la distancia, fiel cumplidor con su propia promesa, Blas aconsejaba y guiaba a su hijo en su profesión, y así le explicó cómo debía preparar la pintura en los días de viento y lluvia para que aguantara el trasiego de los animales o cómo calcular la distancia para que las circunferencias quedaran exactas o cómo dejar impecable el albero entre faena y faena sin tener que cargar varias veces la pala. Y, sobre todo, el padre le enseñó e indicó a su hijo cómo debía comportarse una arenero en una corrida de toros, “porque todos lo que hacen el paseíllo, vayan en el sitio que vayan, tienen su importancia, eso nunca lo olvides”.
Coincidió la llegada de Blas a la Monumental de Barcelona con el reinado de Enrique Ponce, los destellos de Joselito, el undécimo regreso de Paco Ojeda, la despedida de Manzanares padre y los últimos lances de Curro Romero, y prosiguió con la irrupción de José Tomás, el Juli, Morante de la Puebla, Talavante, Castella y los primeros pasos del joven Manzanares. El padre, cada tarde de toros, podía ver en su hijo los mismos gestos, semejante inquietud y rigor, que él mismo sintió durante su etapa de arenero en Vista Alegre, en su añorado Bilbao. Años felices y contagiosos, truncados hace apenas dos semanas, como si las vidas de padre e hijo estuvieran predestinadas a recorrer caminos paralelos. Y es que, desgraciadamente, lo que nunca habría querido, Blas también ha podido ver en los ojos de su hijo una tristeza idéntica a la que él padeció la noche en que nació. Las lágrimas no tuvieron que abrirse paso entre las cenizas, no, a pesar de que también un incendio lo había arrasado todo. Padre, hijo y nieto, el nuevo Blas acaba de cumplir un año, buscan en el mapa un nuevo destino. Tal vez sea el momento de regresar a casa.

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viernes, 7 de octubre de 2011

FÉLIX ROMEO

No creo que exista una persona que haya mantenido algún tipo de contacto con Félix Romeo que no conserve un recuerdo agradable, cariñoso o cálido de él. Félix era un tipo divertido, encantador desde los inicios, se te hacía familiar rápidamente. Además era un activista cultural, un tertuliano formidable, un tío inquieto en todos los sentidos y un narrador formidable. Lo de siempre se van los mejores, con Félix se cumple absolutamente. Aunque para mí sigue siendo uno de los mejores, de los más grandes. Hasta siempre, amigo.

miércoles, 5 de octubre de 2011

ESCRITORES (El Olivo Azul). El 31 de octubre en todas las librerías.

El novelista caníbal, un narrador de un solo libro juvenil que sueña con la imposible redención de un nuevo comienzo, un torero fracasado que se convierte en escritor de enciclopedias, el melancólico destino de un detective poeta, impostores y energúmenos que se ganan la vida como poetas malditos.
el blog de Escritores
Escritores está compuesto por 17 relatos con un único y común eje vertebrador: la Literatura. A partir de ésta, o con el pretexto de ésta, Solís nos muestra un escaparate de todos los agentes y escenarios comunes sobre los que se proyecta el “hecho literario”. Escritores es, igualmente, una reflexión, desde el humor, la ironía o el esperpento, del proceso literario, de los condicionantes y avatares que suelen envolver a los autores en su vida diaria y, por tanto, en su propia obra.

lunes, 26 de septiembre de 2011

CASA RUSI










La infancia es una etapa de exploración y descubrimiento, tanto de la personalidad como de la geografía. Comenzamos a conocernos a nosotros mismos y comenzamos a reconocer y a adaptarnos al entorno en el que vivimos. En este proceso trazamos lo que bien podríamos calificar como nuestro propio mapa vital, que en todos los sentidos, tanto personal como geográficamente, nos traslada a las más inmediatas cercanías: a nuestros padres y hermanos, a las calles que recorremos cada día. Según avanzamos en autonomía, somos nosotros mismos los que dibujamos las coordenadas, los puntos más destacados de nuestro mapa. En algún momento, porque los descubrimientos cuentan con estas características, la geografía y la vida se funden y confunden, forman un solo elemento. Tal vez el primer elemento de mi mapa lo situé en el quiosco de Manolo, esquina Isaac Peral con Buen Suceso. Empachos de barriletes, pipas Arias, los primeros álbumes de fútbol, petazetas y regaliz del duro. Unos metros más de exploración, hasta la pilona de la calle Pleitineros en su desembocadura en Santa María de Gracia. Unos metros más adelante, el estanco de Rafael en el Realejo, ese espacio escueto y asombroso en el que podías encontrar de todo a casi cualquier hora del día, gracias a la dedicación de su propietario. Estirada la cuerda paterna, el mapa llegó hasta Gutiérrez de los Ríos (Almonas, para entendernos mejor), a ese portal donde un anciano nos cambiaba los tebeos por tres pesetas, y prosiguió hasta la Biblioteca que había en lo que ahora es la delegación de Cultura. Un apasionante descubrimiento. Allí conocí a Tintín, El Príncipe Valiente o a Asterix, y compartí sus aventuras. También descubrí, para desgracia de mis familiares y conocidos, Casa Leal (o Casa Pegas) junto a la Corredera, con sus terroristas petardos de duro, la eterna “mierda” de plástico en el escaparate y sus bombitas fétidas –que apestaron por unos minutos mas de un autobús o portal-. Después llegaron los Salesianos, las patatas fritas Simón (más ricas que el jamón) en María Auxiliadora y, sorprendido, me adentré en ese mundo desconocido que había más allá del Alpargate, esa nueva Córdoba cosmopolita en bloques de cinco plantas, y con portero electrónico, en la Avenida Barcelona.

Primeros afeitados con esas cuchillas azules que te dejaban la cara como si te hubieses enfrentado a un gato y primeros paseos por la Córdoba céntrica y señorial, la de las palomitas, los helados de David Rico, las conservas del Correo, el bonito con tomate de Bocadi y los juguetes de Los Guillermos, en la calle Gondomar. Pegaba la nariz contra el cristal del escaparate y me maravillaba con esos interminables Scalextric –que sólo tuve cerca en los bajos de Galerías Preciados-, con las escopetillas de plomillos, los coches teledirigidos y demás artilugios que jamás desfilaron por mi casa –o por alguna de la de mis conocidos, desgraciadamente-. Y junto a Los Guillermos, por fin, Casa Rusi, con sus sombreros cordobeses, sus guantes de los buenos, sus encendedores de marca “de toda la vida”, sus navajas suizas y sus lujosas pitilleras. Agregué Rusi a mi particular mapa vital años más tarde, en plena efervescencia de la juventud. Allí nos compramos los sombreros para ir al mano a mano entre Finito y Chiquilín, y lo perdí ese mismo día: lo lancé al ruedo y nunca volvió. El segundo, también con el sello de Rusi, tampoco me duró mucho, otro alboroto en los Califas y el sombrero contagiado de la locura colectiva se fugó. Cosas que pasan. Después, sin llegar a considerarme como un cliente habitual, gracias a Casa Rusi he podido encontrar regalos y sorpresas para mis amistades más “cordobesas” o “cordobitas”, porque si algo definía a este establecimiento era eso precisamente: era muy muy cordobés, en el amplio concepto del adjetivo. (Y dudo si se trata de un adjetivo o de una definición).

Varias generaciones nos hemos acostumbrado a Rusi como una parte más, entrañable y pintoresca, de la geografía más netamente cordobesa. Quién no se ha detenido alguna vez frente a su característico escaparate, admirado o sorprendido. Casa Rusi ha cerrado sus puertas, extirpando una vetusta coordenada de nuestro mapa más esencial, dejando para el recuerdo –y tal vez no para el olvido- su característico inventario y, seguramente, otra forma de entender el comercio, la relación con el cliente. Y es que puede que Rusi no haya soportado la velocidad, el tiempo y sus modas, que alineados, y empujando en la misma dirección, son capaces de borrar hasta el mapa más veterano y perfilado.


domingo, 25 de septiembre de 2011

STIEG LARSSON: LA VOZ Y LA FURIA









¿Cuánto hay de la vida de un autor en su obra? ¿Cuánto hay de vida, propia o ajena, en una obra artística? Preguntas frecuentes y recurrentes, con una amplia gama de respuestas. Y me temo que habría un buen número de respuestas correctas. No creo que exista un autor absolutamente impermeable, siempre dejamos abierto un poro por el que se nos cuela la realidad. Y si existiera ese autor, impermeable, que lo dudo, ¿tendría la capacidad de explicar una emoción o un sentimiento sin tener en cuenta la percepción que él mismo tiene de esa emoción o sentimiento? Un simple ejemplo: describimos la muerte sin haber muerto, pero la descripción la realizamos por medio de una percepción exclusivamente personal, de la aproximación que nosotros mismos tenemos de la muerte. Muerte, odio, celos, amor, envidia, dolor, alegría…

Tras haber leído, en los últimos años, la ya célebre y épica trilogía Millennium, y, recientemente, el libro de artículos y reportajes, La voz y la furia, ambas obras del fallecido Stieg Larsson, no me cabe duda de que nos encontramos ante un autor permeable, muy permeable. El Larsson novelista utilizó el material acumulado por el Larsson periodista. La voz y la furia nos muestra las fuentes en las que bebió Larsson para construir su trilogía. En los textos del periodista nos topamos con sus personajes: mujeres víctimas de esa lacra que es la violencia de género, maltratados por los seguidores de la ultraderecha, oscura conspiraciones comerciales que esconden despiadados argumentos ideológicos, multitud de expresiones racistas, etc. Incluso encontramos al mismísimo Mikael Blomkvits, que gracias, más que nunca, a este libro aparece con fuerza bajo la piel del propio Larsson.

También descubrimos en La voz y la furia el talento, el vigor, la denuncia, la energía, que Stieg Larsson exhibe en su trilogía. Una narrativa poderosa y vibrante, tanto la del novelista como la del periodista. Un autor comprometido con las injusticias de su tiempo, empeñado en ser un amplificador de las denuncias, en alertarnos de lo que nos puede suceder si permitimos que ciertas manifestaciones políticas pasen a formar parte de lo cotidiano. La masacre de Utoya, en Noruega, es, desgraciadamente, un perfecto ejemplo para entender los “avisos” del Larsson periodista. Y así, en uno de sus primeros artículos, podemos leer: por desgracia, Suecia también reúne las condiciones para que se produzca un atentado de similares características (en referencia al atentado de Oklahoma City en 1995, en el que un fanático de ultraderecha asesinó a casi 170 personas).

Además de una selección de artículos y reportajes periodísticos, aparecidos en la revista que dirigía, Expo (que bien podría haber bautizado como Millennium), en La voz y la furia aparece el Larsson viajero, curioso e inquieto, así como el que se pasaba largas horas respondiendo a los emails que llegaban a la redacción de su publicación. Se trata, sin duda, de un libro muy revelador, en el sentido de que nos adelanta situaciones y amenazas que el escritor sueco ya contemplaba en el pasado, además de ofrecernos una información muy detallada del germen que inspiró al novelista. La certificación de que vida y obra, en el caso de Stieg Larsson, llegaron a ser los miembros de un mismo cuerpo.

http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2011/09/la-voz-y-la-furia-stieg-larsson.html

viernes, 16 de septiembre de 2011

1Q84
























Me ha llevado mucho tiempo escribir estas líneas. Tiempo y esfuerzo. Y me ha supuesto un enorme ejercicio de aceptación/reconciliación, de luchar contra mis prejuicios, contra mis gustos, contra mis inquietudes. Creo que me estoy poniendo excesivamente serio y dramático. 1Q84, la última novela de Haruki Murakami, cuenta con todos los ingredientes, con todos los elementos, para que se convirtiera en el mejor exponente del tipo de novela que aborrezco. Es más, me habría encantado despellejar esta novela, reducirla a jirones, descubrir todas sus trampas y engaños, advertir al lector de la posible estafa: no se la compre. Sin embargo, y vuelvo a luchar contra ¿yo mismo?, me ha entusiasmado.

Nunca he sido un devoto seguidor de Murakami, que en anteriores entregas me ha llegado a interesar y aburrir en idéntica proporción e intensidad. Bien es cierto que siempre le he reconocido un especial talento para contar historias, que considero un talento superior al de la “narratividad”, pero nunca había conseguido atraparme. Contemplaba un buen escaparate, perfectamente diseñado, que exhibía un producto que no me interesaba. Lo que había llegado a mis oídos de 1Q84 propiciaba que afilara los colmillos, preparado para morder en la yugular del autor japonés.

Y con esa sensación, de aburrirme y hasta de espantarme, comencé la lectura de la última novela de Murakami. Dicen que la predisposición y la intención, en muchos casos, ya son más que suficientes. En mi caso, no sirvieron de nada. Porque a las pocas páginas, como abducido o magnetizado por el extraño ser de Super 8, ya estaba completamente entregado a la historia de Murakami.

También me ha llevado un tiempo encontrar una explicación coherente y convincente a este radical cambio de opinión, que se ponen muchas cosas en duda con estos vaivenes. En primer lugar, que ya sabía, Murakami es un contador de historias excepcional, sabe contar “cosas que pasan” y, sobre todo, sabe “contar” y describir personas. En 1Q84 “pasan muchas cosas” (y algunas de ellas realmente extrañas). En segundo lugar, porque “cuenta grandes cosas” partiendo de la simplicidad más absoluta, a partir de detalles que parecen insignificantes pero que, unidos los unos a los otros, se convierten en un inmenso universo conforme se avanza en la lectura de la novela. Y tercero, más difícil de explicar, Murakami despliega en esta obra una literatura adictiva, embriagadora, que te engancha desde el primer momento. Es muy complicado renunciar a su lectura.

Los personajes de 1Q84, especialmente Tengo y Aomame, también proyectan esa apariencia simplista, incluso plana, con la que Murakami envuelve a su narrativa. Su descubrimiento, su conocimiento, es otra de las grandes claves de esta novela, como si se trataran de cebollas, capa a capa los vamos construyendo, desnudando, de la mano del autor. La crisálida del aire cabe entenderse como un ejercicio metaliterario conmemorativo, al mismo tiempo que puede considerarse como el hilo conductor de la narración, la causa y el efecto.

Aunque resulte sorprendente, las 737 páginas que Murakami nos entrega no suponen un freno a la hora de acometer su lectura. La sensación de precipicio, incluso de vacío, cuando nos acercamos al final es inevitable. Sensación en parte aliviada cuando tomamos conciencia de que volveremos a introducirnos en este alucinante universo.

http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2011/09/1q84-haruki-murakami.html

lunes, 12 de septiembre de 2011

MAESTROS



















La vuelta al colegio ya está aquí, la prueba más evidente de que el verano, con sus vacaciones y demás componendas, llega a su fin. Gracias a mis hijos rememoro casi en primera persona este regreso a las aulas, con el nerviosismo propio de quien se enfrenta a la novedad. Nueva clase, nuevos compañeros, nuevos maestros. Precisamente de los maestros, de su figura, de lo que representan y constituyen, se ha hablado mucho durante los últimos días. Y me resulta muy preocupante, y hasta mezquino, cuál ha sido el tratamiento que se les ha dado a los maestros en determinadas intervenciones. Entiendo que no soy una excepción, mis maestros, mis profesores, forman parte esencial de mis recuerdos, y no porque los recuerde con cariño, que es así, o por determinadas anécdotas o pasajes, que también. Los recuerdo porque les debo mucho, porque sin ellos no sería la persona que hoy soy; los recuerdo porque fueron fundamentales a la hora de trazar mi trayectoria vital, porque me guiaron, porque me ilustraron, porque me enseñaron, pero también me educaron, completando perfectamente la tarea de mis padres y hermanos. No conservo una imagen negativa de mis maestros, todo lo contrario, porque hasta con los que menos relación mantuve, porque eso que llamamos “química” no funcionó, siempre me aportaron algo positivo; porque lo poco que sé me lo transmitieron ellos. Al cabo de los años, puede que las canas ayuden en estas reflexiones, he comprendido que hay determinadas facetas de mi personalidad y de mis inquietudes que comenzaron a construirse a partir del contacto y del aprendizaje con algunos de mis maestros.

Los colegios abren sus puertas y acogen de nuevo a miles de chavales, somnolientos, felices o enrabietados, que continúan o inician su formación académica. Los sistemas educativos siempre estarán en cuestión, siempre, y yo elogio ese inconformismo permanente. La educación es el valor más sagrado y fundamental que debe mimar y primar una sociedad, por encima de todo y todos, y nunca debe ser complaciente con ella. Tenemos que cobijarnos bajo la piel de un fiscal, y padres, profesionales, organizaciones políticas y ciudadanas, todos, debemos controlar y analizar nuestro sistema educativo, cada día. Porque la educación y, por tanto, esos chavales que hoy llegan con legañas a las aulas, son la única garantía real de futuro y progreso. Si queremos ser mejores, en todos los sentidos, no podemos escatimar ni un solo recurso en la educación. Es más, tenemos que crecer, cada día apostar más y más por la educación. No se apuesta por la educación con recortes, no; no se apuesta por la educación tildando de vagos a los que no hace tanto pretendíamos restituir en su autoridad, qué cruel contradicción. Como decía, en los últimos días se ha hablado mucho de la figura del maestro, y he sentido pánico al escuchar algunas frases, pánico. Dudar de su capacidad laboral contabilizando sólo sus horas lectivas, no sólo es una gran mentira, es un atropello a su trabajo. Si aplicamos esa contabilidad a la representante política que formuló tan irrespetuosa afirmación, y contásemos, por ejemplo, el tiempo que pasa a la semana ante los micrófonos y las cámaras, y no el tiempo que le dedica previamente a preparar esos encuentros con los micrófonos y las cámaras, a lo mejor la cuenta nos arrojaría que sólo trabaja dos o tres horas a la semana. Creo que en el canal televisivo de su comunidad sería algo más, obviamente. Balbucear, como también se ha escuchado, que dos horas más o menos tampoco es tan importante, es no tomarse en serio la cuestión más seria de cuantas nos afectan, es evidenciar una miopía absoluta.

Más allá de las cuestiones ideológicas o programáticas, y hasta electoralistas, creo que harían bien todos los partidos políticos en sacar de la escena, en dejar de poner en cuestión, determinados logros que tanto nos han costado alcanzar, como son la sanidad, las políticas sociales y, sobre todo, la educación. Durante décadas, los maestros de este país ejercieron su profesión gracias a un más que manifiesto compromiso con la sociedad, como un hermoso ejemplo de lo que es la vocación, ya que social y laboralmente no estaban reconocidos. Las célebres y extintas “casas de los maestros” existían por una simple cuestión de caridad: sus sueldos no les permitían desarrollar una vida autónoma. La Democracia prestigió al maestro, en todos los sentidos, y tiene que seguir haciéndolo, porque todos ellos constituyen la gran locomotora que posibilita que el trayecto de la educación no se detenga, a pesar de los baches que nos podamos encontrar en el camino. El maestro, que es una palabra bellísima por todas sus connotaciones, es el gran artesano al que entregamos lo mejor y más importante que tenemos: nuestro futuro.
http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/1061854/maestros.html

lunes, 5 de septiembre de 2011

SUPER 8













Hubo un tiempo, no hace tanto, que este mundo nuestro era más lento. O, al menos, esa era su apariencia. Más lento y artesanal, todo nos costaba más esfuerzo, más dedicación, más constancia, y mucho más tiempo. No existía el MP3, ni de lejos, el walkman lo más parecido. Ponías el vinilo en el plato tras limpiarlo a conciencia con una gamuza y ese líquido azul que más de uno utilizó como adormidera, rezabas para que no saltara la aguja, y grababas el lp escogido en una cassette, si no se embrollaba la kilométrica e indomable cinta, claro. El proceso, para poder luego escucharlo en tu walkman, como mínimo duraba lo mismo que el disco. No teníamos correo electrónico, no. Te plantabas frente a un folio en blanco y escribías, lo que sentías, lo que solicitabas, lo que preguntaras, pegabas un sello en el sobre –que previamente tenías que haber comprado-, al buzón y a esperar, con suerte, la respuesta varios días después. Eso sí, te pensabas mejor lo que escribías, y ese “calentón” que en más de una ocasión se nos cuela en un email nos lo evitábamos. Qué decir de la fotografía, no hace tanto seguía formando parte del mundo de la química. Revelador, fijador y agua, negativo y positivo. Desde que enfocabas a través del objetivo y apretabas el pulsador hasta contemplar el resultado de tu acción podía transcurrir más de una semana, tirando a lo corto. Polaroid quiso adelantarse a su tiempo y se quedó en inquietante posibilidad artística. No hablemos de telefonía, porque no creo que sea necesario explicar las grandes diferencias y avances que se han producido en apenas quince años. De aquel tiempo lento y artesanal guardo un especial recuerdo de aquellas reuniones familiares alrededor del proyector de Super 8. No siempre funcionaba el artilugio, demasiados componentes de sistema frecuentemente dispuestos a jugarte una mala pasada, pero cuando lo hacía a mí me parecía algo mágico, alucinante. De igual manera, a imagen y semejanza de su tiempo, el Super 8 era lento y artesanal en su composición y ejecución. La complicada grabación daba paso a un tiempo de larga espera –vía Fuentes Guerra o Chaplin- que no te garantizaba el éxito. La química, tal y como le sucedía a la fotografía, no es exacta.

He vuelto a encontrarme con ese tiempo, que no fue hace tanto, insisto, de la mano de Super 8, de J. J. Abrams. He vuelto a sentir la lentitud y la artesanía y, de nuevo, me ha atrapado e hipnotizado la pantalla. Abrams, conocido por el gran público por ser el creador de la exitosa –y para mi gusto cansina- Lost, nos demuestra que es un narrador que nos deparará grandes momentos y películas si persiste en su evolución. De hecho, yo ya califico a Super 8 como gran película, o como ya le he escuchado a más de uno: es una peli como las de antes. Porque entronca y conecta con grandes títulos del pasado. Esa capacidad narrativa de J. J. Abrams se discutió y expuso años atrás en el Diario de Lecturas de Vicente Luis Mora, suscitando un amplio y apasionante debate. En estos días, y a tenor de otro estreno en la cartelera, y me refiero a La piel que habito de Pedro Almodóvar –con la que muchos deseamos que recupere su tono más alto-, se está hablando mucho de Frankenstein, como un proceso creativo o emocional. Proceso o concepción que Abrams emplea descaradamente en Super 8, bien a modo de guiños o como incondicionales homenajes, comenzando por el mismísimo productor de la cinta, Steven Spielberg. La guerra de los mundos, ET, Encuentros en la III Fase, Alien, La Bella y la Bestia, Romeo y Julieta, La Noche de los Muertos Vivientes, La invasión de los Ultracuerpos y hasta Los Goonies se asoman, con descaro en ocasiones, a Super 8. Sin embargo, J. J. Abrams ha creado su propio y autónomo cuerpo -muy lenta y artesanalmente- y, sobre todo, ha conseguido que no se le noten las costuras.

Se le puede reprochar a Super 8 que es políticamente correcta, que lo es, que a ratos desprende una moralina rancia, porque lo hace, y hasta que es previsible, porque puede llegar a serlo, sí, pero aún así es, en su resultado y definición, un apasionante y emocionante espectáculo cinematográfico. Bien porque sabe donde se encuentra la parte más sensible de nuestra nostalgia, bien porque se te ofrece como un mundo conocido, querido y familiar; bien porque nos habla de la magia que se puede esconder tras lo cotidiano. Se puede analizar Super 8 desde multitud de prismas, aunque tengo la impresión de que se trata de un ejercicio superfluo. Mucho más simple. Sólo se trata de sentarte frente a la pantalla y disfrutar, recuperando esa inocencia que se quedó atrapada en ese otro tiempo, lento y artesanal, que no fue hace tanto.

http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/1057261/super.html


lunes, 22 de agosto de 2011

SU VERANO PELIGROSO




















A principios de este mes de agosto tuve la oportunidad de presenciar, de nuevo, una actuación de José Tomás. Plaza de toros de Huelva, Fiestas Colombinas. No fue algo premeditado, no, surgió de repente, esa llamada imprevista de un amigo que te dice que tiene un amigo de un amigo con algunas entradas, alguien que ha fallado, si me respondes en cinco minutos te la conseguimos. Con el eco, aún, de la reaparición de José Tomás en Valencia, mareado por las cifras alcanzadas en la reventa, por lo que había supuesto en la ciudad, por los comentarios y fotografías del evento, entendía que me encontraba ante una gran oportunidad, que no podía dejar pasar de largo. Tampoco tuvieron que esforzarse mucho en convencerme para que asistiese a la corrida, convivo permanentemente con la tentación. Coincidió el regreso de José Tomás y su actuación en Huelva con mi enésima –re- lectura de El verano peligroso de Hemingway. Un libro que nunca pretendió ser un libro como tal, que nació como una serie de reportajes, entre viajeros, emocionales y taurinos, de los enfrentamientos que protagonizaron Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez a mediados del pasado siglo. Hemingway, amigo/hermano de Ordóñez, nos cuenta intimidades del torero de Ronda, cómo reacciona a las cogidas, cómo administra el miedo, cómo se divierte, qué piensa de su profesión. Nos muestra al torero, sí, pero también al hombre que lo soporta. Andaba metido de lleno en la lectura del libro, El verano peligroso, y trataba de imaginarme una readaptación de la obra. ¿Podría escribirlo ahora Hemingway? ¿Existe, en la actualidad, una rivalidad como la que nos cuenta en su libro? ¿Siguen siendo interesantes las vidas de los toreros? ¿Conservan ese aroma del pasado que casi los convertían en nuestras estrellas más carismáticas? José Tomás, indiscutiblemente, tendría que ser uno de los grandes protagonistas si se produjera la actualización. En eso creo que la mayor parte de los aficionados estaríamos de acuerdo. Busquemos al rival.

Para muchos, ahora que hablamos de actualizaciones, José Tomás es una proyección en el presente de nuestro siempre vitoreado Manolete. De hecho, él mismo alimenta esta teoría con determinados comportamientos: empeñándose en torear en Linares cada año, alojándose en la misma habitación de hotel, ejecutando sus célebres “manoletinas” cada vez que el astado lo permite. Aferrándome a una teoría absolutamente personal, que sin duda contará con infinidad de detractores, jamás he contemplado a José Tomás como un nuevo Manolete. De hecho, creo que el torero madrileño admira de nuestro difunto paisano el “ser”, su leyenda, sus modos, su vida, el hombre. Manolete fue un torero mucho más “decorativo” y “decorado”, y que nadie trate de buscar un desprecio o una recriminación en este comentario, que José Tomás, que es mucho más escueto y conciso en su visión y exposición de la Tauromaquia. Aunque pueda parecer demencial o absurdo, entiendo que el mayor problema al que se enfrenta José Tomás es su perfección técnica. El Arte, como expresión, y la técnica, como definición, nunca han casado bien, en el sentido de que su ausencia lo empobrece y su dictadura, y me refiero al Arte, nos lo muestra tan frío como inaccesible e insustancial. José Tomás comenzó a engordar su leyenda el día que comprendió que el único elemento que podía “humanizar” su depurada técnica era el riesgo. O más aún: el miedo.

Porque como espectador lo pasas muy bien cuando torea José Tomás, sabes que es único, que es majestuoso, que es el mejor, pero también lo pasas realmente mal, porque intuyes el peligro, la muerte, muy cerca. Según Hemingway, el triunfo de Ordóñez sobre Dominguín en ese Verano peligroso residió precisamente en esto, en que Ordóñez fue más allá, avanzó un par de peldaños más, que su cuñado, en la escalera del miedo, o del valor, según se mire. Por no sé qué extraña reacción mental o química, tal vez porque las nuestras suelen ser vidas calculadamente seguras, ese miedo, ese riesgo, nos sigue atrayendo, y la avalancha de peticiones para contar en los encierros locales del ya trágicamente célebre Ratón, ese toro que ha corneado hasta la muerte a tres personas, no es más que una evidencia irrefutable. De la misma manera que lo es el éxito de José Tomás. El torero nos ofrece ese miedo, o ese valor, en su versión más descarnada, pero acompañado de una incuestionable y explícita demostración de lo que supone el Arte de torear. Por tanto, en esa nueva interpretación de El verano peligroso, compartiría protagonismo con José Tomás su miedo, o su valor, según el lado desde el que se mire. Y los aficionados seguiremos disfrutando de esta rivalidad, siempre que sea el torero, o el hombre, el que venza la batalla.

http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/1047084/su/verano/peligroso.html

martes, 16 de agosto de 2011

LA VOZ Y LA FURIA












Nada más comenzar, en el primer artículo que se reproduce, escribe Stieg Larsson: “por desgracia, Suecia también reúne las condiciones para que se produzca un atentado de similares características”. Se refería Larsson al terrible atentado que tuvo lugar en Oklahoma City en 1995, en el que murieron casi 170 personas a manos de un fanático de ultraderecha, excombatiente en la Guerra del Golfo. Escribió “Suecia”, pero bien podría haber indicado “Noruega”, siendo aún más premonitorio en su reflexión. Fundamenta Larsson su hipótesis en el terreno que cada día, más, conquista la ultraderecha. Una conquista tolerada por todos, que nos resignamos a convivir, incluso compartir, ciertos mensajes e ideas que hasta no hace tanto considerábamos intolerables. Un par de meses antes de la matanza de Utoya, Ediciones Destino ha publicado La voz y la furia, una compilación de artículos, reportajes, correos electrónicos y hasta de diarios de viajes del creador de la hipercélebre saga Millennium, el fallecido Stieg Larsson. Una colección de textos que nos ayudan a poseer un conocimiento más amplio y detallado del célebre novelista sueco, pero que al mismo tiempo nos reporta gran información de cómo se ha gestado y articulado el actual ascenso, en toda Europa, de la ultraderecha. Larsson fue un periodista absolutamente comprometido con los valores democráticos, siempre entendió que su trabajo no concluía en la información, que también debía denunciar, emplearse como altavoz de las injusticias. Y sus denuncias, tal y como podemos comprobar en La voz y la furia, se centraron en la defensa de las libertades y los derechos, y muy especialmente en el racismo, en la xenofobia y en la homofobia y, muy particularmente, en la violencia machista que padecen muchas mujeres.

Stieg Larsson nos describe, detalladamente, las bases que sustentan el éxito de la ultraderecha, que escondiéndose bajo el disfraz de un nacionalismo conservador, que proclama el mantenimiento y recuperación de una “Suecia/Europa blanca”, inoculan a sus votantes y simpatizantes el veneno del racismo, ya sea en su versión contra los musulmanes, antisemita, generando desconfianza en todos aquellos que exhiben un color de piel “diferente”. Porque Larsson mantiene, básicamente, que estos partidos se alimentan en su odio hacia la diferencia. En La voz y la furia nos encontramos con el Larsson periodista, pero también nos encontramos con el origen, con la raíz, del Larsson novelista. Incluso nos encontramos con sus más célebres personajes, ya que el propio Larsson puede ser el embrión de Mikael Blomkvits, ambos periodistas de raza y éxito, al frente de revistas reivindicativas, Expo/Millennium, combatientes los dos ante el avance de la ultraderecha, completamente sensibilizados en la lucha contra la violencia de género. Tal vez Lisbeth Salander, esa gran heroína que ya ocupa un lugar destacado entre las grandes protagonistas de la Literatura universal, se camufle bajo la piel de alguna de esas mujeres, maltratadas y valientes, que tan bien describió Larsson: Melissa, Fadime, Nathalie... Mujeres para las que reivindicó el periodista su identidad, sus apellidos, sus historias, sus circunstancias, que no permanecieran en el anonimato de un simple nombre devorado por el horror. En sus artículos, Larsson denunció a los hombres que no amaban a las mujeres, pero también denunció, con semejante intensidad, la permisividad social, así como la inocuidad de la legislación gubernamental, muda a la hora de catalogar con su definición real la violencia machista.

La voz y la furia es un intenso ejercicio de periodismo, comprometido y premonitorio. Entre sus paginas atisbamos, igualmente, esa intensidad, ese ímpetu, esa vehemencia, del Larsson novelista que renuncia a la reflexión insustancial y decorativa, empecinado en mostrarnos la vida y sus historias, de la manera más transparente y esencial. Nos advierte Larsson de las líneas escondidas de la historia, de las alcantarillas que se recorren de cara al peligroso futuro. Y también es el libro de Larsson la evidencia de su compromiso, que llegaba al extremo de dedicar varias horas a responder los correos electrónicos que recibía en la redacción de Expo, necesitado de extender la verdad, aunque fuera persona a persona. La voz y la furia es un libro necesario y fundamental en la actual etapa histórica que nos ha tocado vivir, ya que nos encontraremos con acciones y mensajes que, desgraciadamente, cada vez nos son más familiares y que pretenden formar parte de la dialéctica habitual de nuestros días.

El Día de Córdoba