lunes, 29 de marzo de 2010

EL DÍA DE LA POESÍA MUNDIAL






Para los adolescentes que se besan tras la fiesta de la primavera en cualquier parque, para los niños que juegan a pintarse la cara de colores, para los perros que ladran por los balcones su soledad, para los mayores que ejercitan su memoria en la rivera del río, para los coches que escupen por sus tubos de escape la ansiedad del atasco, para las nubes, para el sol, para el fuego, el hielo, el mercurio y la nada, para el que le sonríe en el semáforo mientras le ofrece unos pañuelos de papel, para el vecino del cuarto, el pescadero, San Pancracio y el guardia de la esquina, para los ojos en busca de un color, para la canción en busca de compositor, para la película que nunca se filmó, para Obama, Zapatero y Durán Lleida, para Cristiano, Messi y Belén Esteban, hasta para Muñoz Escassi, para mí, para usted, hay un poema escrito en el libro de los inéditos. Un poema que tal vez tomó cuerpo en el gimnasio de la imprenta o que aún sigue pululando en el siempre misterioso e inabarcable universo de los poetas. No sé si fue antes la poesía o la primavera, o que tal vez sean la misma cosa, con cuerpos diferentes. Cuerpos de olores, colores y temperatura y cuerpos de palabras, papel y emociones. El día de la poesía mundial, que sólo hace una semana celebramos, encontré al poeta pluriempleado a la caza de un verso de rima libre. Paseaba yo por una callejuela, tal vez fuera por San Lorenzo o por la Judería o a las espaldas de San Pedro, no importa la geografía, importa el dato, el encuentro. Me encontré al poeta con la vista cansada y los dedos amarillos, falto de palabras, aburrido de silencio, con una mochila colgada del hombro. Entre palabra y palabra, palabras que no llegaban, el poeta extraía de su mochila las octavillas publicitarias de una pizzería con precios de saldo y pizzas de cartón que colocaba bajo los limpiaparabrisas de los automóviles con los que se topaba en su camino. Y las palabras sin llegar.

El día de la poesía mundial pasará a los anales de la historia por el regreso de la luz, como nos vaticinó en su anuncio ese emporio comercial que nos anuncia cada año la llegada de las estaciones. Aún así, el poeta pluriempleado, repartidor de octavillas los fines de semana y fiestas de guardar, guardajurado del garaje mil veces asaltado de una comunidad de vecinos de lunes a viernes, acrobático intérprete de signos en congresos y demás, seguía sin trasladar al papel la llegada de la primavera, como si la primavera no hubiera llegado a él, como si no fuera como usted y como yo. El poeta quiso ver en el silencio blanco de su incapacidad la tragedia presentida con anterioridad, la sequía de ese caudal que durante años fluyó por su interior, y que con el paso del tiempo se fue transformando en río, riachuelo, arroyo, charco, gotas, nada. Conocía de otros casos el poeta, poetas amigos y compañeros, algunos funcionarios de la poesía, incluso, oposición aprobada tras duros años en la academia poética de la rima y la libertad. Puede pasarle a cualquiera, se repetía cada mañana el poeta, después de comprobar amargamente que la sequía creativa permanecía, que las palabras permanecían en su guarida.

El día de la poesía mundial avanzaba en sus horas, era cada menos día, más pasado, alimentaba el recuerdo, cuando el poeta pluriempleado creyó intuir que dos palabras, puede que un verso, se le instalaban en el alma. Quiso convertirlas en tinta, pero la tinta no llegó al manchar el blanco del papel. Y desapareció el sol, la luz, y el día se llenó de noche con su luna en lo más alto. El poeta tomó asiento en el banco de un parque, tal vez fuera Colón, los Patos o la Magdalena, no lo recuerdo –qué importa la geografía-, comprobó las octavillas que le quedaban en la mochila y, finalmente, abrió su libreta y rodeó el bolígrafo con sus dedos. No estaba dispuesto a que el día de la poesía mundial concluyera sin regalarle un poema, aunque fuera un poema breve e insustancial, esos poemas que se venden en las rebajas de la poesía y que se compran a precios de saldo. Pensó el poeta en las mujeres que había amado, en su infancia, en los primeros amigos, en sus padres, en esa película que le consiguió arrancar las lágrimas, en aquella bicicleta que le robaron. Buscó el poeta en la despensa de su intimidad y se topó de bruces con un puzzle que el tiempo había desordenado. Cerró los ojos, agarró el bolígrafo y comenzó a escribir sobre un papel imaginario. Unos minutos después, varios versos imaginados, escuchó las carcajadas de unos muchachos que lo contemplaban desde la distancia. Lo logró en el último minuto el poeta pluriempleado: apareció la poesía.

El Día de Córdoba

domingo, 21 de marzo de 2010

DELIBES






Si quisiéramos extender el mapa de la narrativa española del Siglo XX sobre cuatro puntos cardinales, no me cabe duda de que tendríamos que localizarlos en la obra de Valle Inclán, Camilo José Cela, Paco Umbral y Miguel Delibes. Cuatro autores que he devorado con pasión y pulsión lectora, con voracidad y alevosía. Cuatro autores que considero mis auténticos maestros, mis espejos, referencia y responsables de mi identidad como autor; la imposible pretensión de tantas horas entregado a sus palabras, atrapado por sus novelas. Autores que fueron cima y ruptura, vitaminas para nuestra Literatura e idioma, siempre sangre fresca, adrenalina, nuevos y elevados peldaños en la evolución narrativa. Ninguno de ellos, curiosamente, salvo en algún breve momento excepcional, fue un superventas, nunca los consideraron eso que se suele calificar como “fenómeno literario”. Es más, obras maestras que ya forman parte de la historia de la Literatura de este país, en sus primeros años apenas lograron agotar sus primeras ediciones. Las lecturas de los ciclos educativos han obrado el milagro. Cosas que pasan. Si tuviera que destacar una cualidad de Valle me decantaría por su descaro, de Cela su inconformismo, de Umbral su técnica y de Delibes su realismo. Porque no me cabe duda de que Las ratas o Los santos inocentes son de las más grandes novelas realistas que se escribieron durante el pasado siglo. Áridos campos de Castilla, la hambruna, el ingenio, la supervivencia, las extenuantes pruebas de vidas al borde de la nada. Un realismo que supo alargar y extender en la sombra de sus cipreses, en la pugna de sus príncipes destronados, en el reino de los desheredados, en todos y cada uno de sus apuntes de cazador de momentos, vidas y sus situaciones.

Cuando firmé el contrato que me vinculaba con mi actual editorial, una eléctrica emoción y, al mismo tiempo, un intenso pudor me inundaron. Pasaba a compartir editorial, editores, responsables de prensa, maquetadores, comerciales, etc, con los que han sido algunos de los escritores que más he admirado, que tanto me han enseñado, que me han mostrado El camino. Entre ellos, santo y seña de Ediciones Destino, Miguel Delibes, cuya carrera literaria siempre ha estado ligada, de manera indisoluble, a la editorial. No sólo por esta condición de “compañero” me ha sobrecogido la muerte de Miguel Delibes. Aunque supiera de su enfermedad, aunque tuviera en cuenta su edad, no quería asumir que perdía, que se iba, el que tal vez fuera mi último ídolo literario. Ídolo, modelo, icono, maestro. Un sentimiento que también me invadió con la desaparición de Cela y Umbral, en la misma medida, con semejante intensidad. Escribo de mí cuando me refiero a Delibes, y no es un ejercicio de vanidad, todo lo contrario: de sinceridad, de brutal sinceridad. A Delibes, a Cela o a Umbral les debo el descubrimiento de la Literatura, de la novela como un medio sobre el que proyectar un mundo, un universo, vidas y almas. Les debo ser lo que soy, buena parte de mi educación personal y cultural, semillas de una vocación, timón, rumbo, imán. Les debo más de lo que nunca les podré devolver.

Si tratáramos de buscar en la geografía de la narrativa española don centros neurálgicos donde mejor y con más transparencia se nos ha mostrado el amor, no me cabe duda de que un punto se localizaría en Mortal y rosa de Umbral y otro, indiscutiblemente, sobre Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes. Obra cumbre, retrato elíptico y maravilloso del mundo de las emociones; palabras que son sensaciones, que acarician o escuecen, imaginería literaria cubierta por una piel que roza el alma del lector. Vuelvo a leer la novela durante estos días y de nuevo contemplo la herida, el testamento en vida, el fin, el desgarro, el dolor y, muy especialmente, el amor, por encima todo; el amor que todo lo puede. Amor de un escritor, Miguel Delibes, que amó la Literatura, a las palabras, como a esa mujer en rojo que consiguió escapar del abismo teñido de gris. En casos similares lo solemos repetir, pero no es un argumento inocuo, en esta ocasión: Miguel Delibes no ha muerto, su voz, su obra, su inmensidad, siempre permanecerán a nuestro lado.

El Día de Córdoba

domingo, 14 de marzo de 2010

¿FÁCIL?






Cada día nos repiten que nuestra vida es fácil, que está repleta de situaciones, herramientas, lujos, caprichos o dispendios que lo propician. Nos dicen que una de las grandes cualidades que nos ha traído la sociedad del bienestar es la facilidad que inunda cada uno de nuestros actos. La nuestra, dicen, es una vida fácil. Fácil porque las nuevas tecnologías así lo han propiciado, fácil porque cada vez somos y estamos mejor formados, fácil porque este mundo moderno así lo proclama a cada instante. Sin embargo, si usted le dedica unos instantes a reflexionar sobre su entorno más directo, sobre la rutina y su decoración, no tardará en descubrir que esta vida nuestra es muy puñetera y que cada poco nos encontramos con una zancadilla, con un capón, con una dificultad. Pensemos en un día cualquiera, suena el despertador, despertador que la mayoría de nosotros tenemos vinculado con el teléfono móvil, artilugio que nos cuesta manejar en ese escaso 10% que aprovechamos de sus utilidades. Y es que muchos fabricantes relacionan la facilidad con la variedad, y no, no es lo mismo, ya que en demasiadas ocasiones la variedad es el camino más directo al caos, al lío, a la duda. Alarma de lunes a viernes, o alarma todos los días, o alarma sólo para un día, que al final consiguen que el despertador te saque de la cama un domingo a las siete de la mañana y que el lunes te quedes dormido y llegues tarde al trabajo. Dominado el despertador, le llega el turno al desayuno. Yo no sé cuánto tiempo tardó usted en aprender a manejar su vitrocerámica y su microondas, pero yo aún tengo algunas lagunas. Salvo que la bombona estuviera vacía, el gas nunca fallaba. Abrimos el frigorífico, que puede ser que esté pitando activado por una alarma que nos avisa de un peligro que no entendemos. Buscamos la leche, horror, no, hay que abrir una caja nueva. ¿Cómo se atreven a llamarlo abrefácil?

Salpicamos la encimera con la leche que escapa del tetrabrik y luego manchamos el frigorífico, porque cada vez que abrimos y cerramos la puerta, entre pitidos o no, se derrama. Lógico, si tenemos en cuenta que se trata de un recipiente abierto, ¿no pensaron en eso los creadores del abrefácil? Obviemos otras facilidades que decoran nuestro camino a primera hora de la mañana y dirijámonos a nuestro automóvil. Ya no es una llave que se introduce en la cerradura de la puerta y a continuación en el contacto, no, es una especie de tarjeta gorda con varios botoncitos. Pulsas un botón y abres el maletero pero no las puertas o viceversa o enciendes las luces o accionas el claxon. Una vez dentro, cuelas la tarjeta gorda y, cuando una luz verde se encienda, ya puede arrancar. Pero no siempre se enciende la luz verde, ¿y si te quedas sin batería y si el coche está frío o medio calado? Mejor no conocer la respuesta. Por supuesto, no nos adentremos en la configuración, manos libres, vía bluetooth, del teléfono móvil con nuestro vehículo, tampoco no nos detengamos en la memorización de las emisoras de radio en el equipo de audio. ¿Qué les sucedía a aquellas maravillosas ruletitas que manualmente te llevaban hasta la emisora que deseabas, y que te permitían escucharlas aunque su sintonización no fuera la perfecta, tenían algo de malo?

Para el final he dejado los televisores de pantalla plana, y cuyos libros de instrucciones son más gruesos que sus perfiles –y no estoy hablando de Facebook-. Creo que tardé menos en leerme la trilogía completa de Larsson que el manual de instrucciones de mi televisor. Y después del tiempo entregado, sigo viendo a los que desfilan por la pantalla como si hubieran engordado veinte kilos de repente y perdiéndome la mitad de las películas. Gracias al plasma nuevo, desconozco que cadena es la que estoy viendo, Telecinco, Canal Sur o Cuatro han desaparecido como por arte de magia. Carl Lewis en su anuncio de neumáticos nos decía que la potencia sin control es un peligro, o algo así, y ahora yo digo que la tecnología sin controlar es un pestiño en estado puro, y soy suave. Al menos, nos queda el consuelo de que cuando dominemos a la técnica y sus inventos tendremos una vida más cómoda, más rápida, más fácil, mucho más fácil. Espero que cuando llegue ese momento no haya comenzado todo de nuevo, y vuelta a empezar. Con lo bien que me llevaba yo con la ruletita de la radio…

El Día de Córdoba

domingo, 7 de marzo de 2010

DÍA DE LA MUJER






En 1937, Walt Disney estrenaba la versión animada de la célebre y cándida Blancanieves de los Hermanos Grimm –autores igualmente de la sin par Cenicienta-. Una princesa cuya gran desgracia es ser más bella que su malvada madrastra, lo que le condena a la muerte. Condena que no se cumple gracias al postrero arrepentimiento del cazador. Perdida en las entrañas del tenebroso bosque, Blancanieves consigue llegar a la desordenada casa de los siete enanitos gracias a la ayuda de un grupo de animales. Instalada en el hogar de Gruñón, Sabio, Mudito y compañía, Blancanieves se convierte en la sirvienta perfecta: limpia, ordena, hace las camas, prepara la comida, canta y baila, y hasta les lee un cuento a los enanitos antes de dormir. La manzana, el mordisco, el sueño, el beso y el bodorrio de alta cuna, antes de comerse las correspondientes perdices de la felicidad. Más de setenta años después, la nueva princesa de la factoría Disney es una humilde y emprendedora muchacha negra de Orleans, Tiana, con un padre con un parecido más que notable con el presidente Obama, y cuyo gran sueño es regentar su propio restaurante. Por tal motivo, la muchacha no duda en pluriemplearse, de la mañana a la noche, a la caza de los dólares necesarios para poner en marcha su proyecto empresarial. Una princesa que no nace princesa, como nuestra Letizia, que no duda a la hora de entregarle los cuchillos y las ollas al repelente príncipe Naveen cuando llega el momento de preparar la comida. Setenta años ha tardado Walt Disney en ofrecernos una imagen más normalizada de sus princesas/mujeres de cuento.

En alguna ocasión me he mofado de la abundancia de días tematizados y conmemorativos que se extienden a lo largo del calendario, ya que algunos cumplen a la perfección con esa imagen que nos muestra el célebre dicho, y el rizo se enriza una y otra vez. Sin embargo, el Día Internacional de la Mujer –Trabajadora, hasta no hace tanto- es uno de esos días en los que todos nosotros y nosotras deberíamos dedicar un instante a pensar y reflexionar sobre la situación de las mujeres en la actualidad. Situación, y me refiero a este mundo nuestro instalado en el bienestar, en la democracia y en la libertad, ya que si nos acercáramos a la realidad que padecen las mujeres en buena parte del mundo descubriríamos con estupor como el medievo aún sigue siendo una época que permanece, en contra de lo que nos dicta la nomenclatura de los siglos. No podemos negar que la situación de las mujeres españolas –europeas, occidentales- ha mejorado considerablemente, sobre todo porque partían de la nada, que se han desarrollado una serie de medidas legislativas y normativas que tratan de evitar la discriminación por la sencilla razón del sexo, pero, desgraciadamente, aún queda mucho camino por recorrer, mucho. Tratamos de apartarlas de los espacios de decisión, sus sueldos son inferiores a los de los hombres, la conciliación y, sobre todo, la corresponsabilidad siguen siendo objetivos por alcanzar, y no dudamos a la hora de utilizarlas como meros objetos o imágenes a nuestra conveniencia. Esa es la realidad, y no otra.

Es la realidad de las mujeres porque la mayoría de nosotros, y no estoy empleando el neutro en esta ocasión, me refiero a los hombres, en buena parte de los ámbitos por los que pasamos y ocupamos a lo largo de nuestras vidas, como maridos, hijos, padres, amigos, compañeros de trabajo o estudio, competidores, profesores o amantes, permitimos que siga siendo así. Es muy importante contar con una base sólida legal, pero sin el convencimiento del conjunto de la sociedad de la necesidad de erradicar y evitar la discriminación por causa de género, las mujeres seguirán padeciendo los efectos más negativos y perversos de la desigualdad. Una desigualdad que no sólo les afecta a ellas, que nos contamina a todos, ya que estamos privando a la sociedad de la capacidad y posibilidad de una mitad. El ocho de marzo, por tanto, sigue siendo un buen momento para reflexionar y, ojalá, cambiar, iniciar un nuevo camino, en una misma dirección. Es un gran reto, muchísimo más difícil de lograr que un guión de una película de dibujos animados; han pasado más de setenta años y seguimos contemplando la misma triste película. Sin embargo, a pesar de las evidencias, de la historia, los hechos y las estadísticas, es una película que podemos protagonizar todos, hombres y mujeres, al mismo tiempo. Pero no sólo basta con intentarlo, debemos y tenemos que lograrlo.

El Día de Córdoba

jueves, 4 de marzo de 2010

LA NOVELA DEL ADOLESCENTE MIOPE







No cabe duda de que la adolescencia es una época de profundas y convulsas transformaciones, una época complicada y, al mismo tiempo, fundamental en nuestra construcción personal. La arcilla sobre la que nos modelamos comienza a adquirir una forma determinada, una forma que se asemeja, en gran medida, a lo que seremos en el futuro. Arcilla, muy blanda en demasiadas ocasiones, expuesta constantemente a los días y sus cosas.

Mircea Eliade, el célebre historiador de las religiones nacido en Bucarest en 1907, no se acerca hasta esta etapa de la vida desde la distancia de la edad adulta o aplicándose en la memoria, no. Mircea Eliade se sumergió en la redacción de La novela del adolescente miope cuando tenía 17 años. “No necesito inspiración; tan sólo tengo que escribir mi vida”, sentencia Eliade en el comienzo de su obra.

Eliade, convertido en personaje principal de su novela, nos abre las puertas de su interior, y lo hace sin evitar los rincones oscuros, sin amplificar sus virtudes y sin esquivar aquellos asuntos que podrían entenderse como lastimosos o dañinos. Es un joven feo y miope que se siente un extraño en este mundo, permanentemente desubicado, por lo que decide entregarse a la redacción de “su” novela con el único propósito de sobresalir y lograr, de este modo, desde su tronera intelectual, el respeto, aceptación y admiración de los que le rodean.

La editorial Impedimenta ha tenido el gran acierto de complementar la edición de La novela de un adolescente miope con Gaudeamus, que puede entenderse como la continuación vital de la primera, ya que se narran las vivencias de Eliade durante sus años juveniles, como estudiante de Filosofía en la Universidad de Bucarest. Cabe entenderse, pues, una y otra como una sola obra, en la que podemos conocer, de propia voz, el andamiaje personal e íntimo de Mircea Eliade.

Alterna Eliade en la redacción de su obra pasajes que reproducen situaciones propias y comunes de la adolescencia y juventud, con otros en los que se aborda este importante periodo vital desde la profundidad de quien la vive y, a ratos, la padece. Y en todo momento, con una sinceridad extrema que se aleja de cualquier manifestación de complacencia. Eliade no teme mostrarse, no esconde sus miedos, sus ilusiones, sus frustraciones, que son numerosas y algunas de ellas de considerable dimensión y que nos sirven para mejor comprender la trayectoria y obra de este intelectual rumano.

Tanto en La novela de un adolescente miope como en Gaudeamus encontramos algunos de los rasgos más significativos del Eliade adulto: firmeza en las convicciones, disciplina por encima de las propias apetencias, el reto de la intelectualidad como un modo de estar en el mundo. Una intelectualidad que ya es una evidencia en un joven de diecisiete, capaz de construir una obra como la reseñada, sobresaliente en todos y cada uno de sus aspectos.

Revista Mercurio

lunes, 1 de marzo de 2010

ANDALUCÍA, NUEVA YORK, ANDALUCÍA






Cuenta el narrador Kirmen Uribe, flamante ganador del Premio Nacional de Narrativa, que gracias a su Bilbao, Nueva York, Bilbao ha conseguido obtener una nueva imagen de su Euskadi natal, dulcificada, distinta. No me cabe duda de que Federico García Lorca, antes de desaparecer en las entrañas del odio, debió sentir algo muy parecido gracias a su Poeta en Nueva York. Esta misma semana he tenido la oportunidad de disfrutar de la adaptación realizada por la coreógrafa Blanca Li en ese teatro, cómodo y moderno, que a Esperanza Aguirre le costó tanto trabajo inaugurar, preocupada porque se identificara como un logro del que había sido su antecesor, su compañero de partido y sin embargo enemigo –que en política no es ninguna rareza-, Alberto Ruiz Gallardón. Sobre el escenario, la voz descarnada y sublime de Carmen Linares, la primitiva electricidad de Andrés Marín, la contemporánea elegancia de la propia Blanca Li o la tonalidad harlemniana de Tao Gutiérrez al servicio de los versos de Lorca. No exagero si califico el montaje de emocionante y emotivo, de bello, de ecléctico y, sobre todo, de fiel, respetuoso con el poemario del genio granadino. Porque Poeta en Nueva York es un libro complicado; deslumbrante, maravilloso y complicado si tenemos en cuenta, muy especialmente, la producción anterior del poeta. Lorca, en su viaje a Nueva York, descubre otros mundos, otros rostros, otros lenguajes. Sorprendido, temeroso e hipnotizado, Federico descubre las noches cardiacas del barrio, el cemento, el revólver y la sangre que la violencia arranca de nuestras venas; la libertad de los hombres, las hogueras de los guetos, el bostezo de los motores, los abismos de las alcantarillas; descubre Federico el jazz, el azufre, el alquitrán, el vacío, la bruma del sueño por cumplir, el perdón de los condenados. En cierto modo, Poeta en Nueva York nos muestra o nos anticipa a un nuevo Lorca, una Lorca distinto al anterior pero que se construye, al mismo tiempo, sobre sus propias raíces.

Sobre el escenario, los negros atléticos, bailarines de músculos acentuados, el llanto de un saxo, la sangre en las paredes. Sangre que borra la catarata de agua que cae del techo, metáfora actualizada de estos días de inundaciones, sobresaltos y recuerdos de toda una vida que la corriente arrastra hacia ningún lugar. Sobre el escenario, el particular viaje de Federico García Lorca, de su Granada, de nuestra Andalucía, al mundo de los mundos, ese Nueva York capital del nuevo siglo, de los sueños, del futuro que no termina de llegar. Un viaje que también podemos extender a todos nosotros, a nuestra Andalucía, que hoy celebramos, festejamos, orgullosos de ser de esta tierra que, en cierto modo, ya ha comenzado a volver a encontrarse kilómetros después de haber iniciado el trayecto. Porque la Andalucía de hoy, queramos o no, aún sigue teniendo mucho de la Bernarda Alba de Lorca, pero también de Poeta Nueva York, de la misma manera que se puede seguir reconociendo en un cuadro de Julio Romero de Torres o en una terracota, incomprensible y hermosa, de los hermanos Rosado Garcés; y en un fandango de Toronjo, sí, y en los armoniosos quejidos de Morente que la distorsión de las guitarras no pueden silenciar o en las luciérnagas y en las mariposas de Lori Meyers.

Porque no es más andaluz el que vive de espaldas al mundo y no quiere descubrir lo que nos aguarda tras la puerta de los kilómetros, las culturas y las fronteras, como tampoco lo es aquel que reniega de lo que navega por su sangre, de lo que le muestran sus ojos cada día; aquel que pretende camuflar lo que es por un nuevo ser que no ha crecido y convivido en las civilizaciones y pueblos que nos han habitado a lo largo de las primaveras y los inviernos. Lorca lo comprendió, lo asimiló, sabio e iluminado, y Blanca Li lo ha sabido trasladar a su mundo de movimientos y formas. Todo viaje no acaba con el regreso, continúa, se inicia un nuevo viaje, con las maletas engordadas, con la mente abierta de par en par, como esa ventana imaginaria que existe bajo el puente de Brooklyn. Regresó el poeta, antes de desaparecer en las entrañas del odio, con Andalucía más adentro, pero sin tener que exhibirla como una bandera que el huracán hace jirones. Regresó el poeta con el corazón hinchado e inflado de vida, con los ojos abiertos, con sed de sus verdes y sus blancos. Preparado para seguir cantando a nuestra Andalucía, ese nuevo espacio a explorar delimitado por las fronteras de las emociones. No dejemos de viajar.


El Día de Córdoba