lunes, 30 de noviembre de 2015

VIERNES NEGRO


Que somos una especie de camaleones culturales-sociales no hay quien lo niegue. Nos bastan dos anuncios, tres comentarios y un levísimo empujón para disfrazar a nuestros hijos en Halloween, tragarnos una cola con sirope de lo que sea que sabe más mal que bien o lanzarnos a comprar lo que sea porque ha llegado el Black Friday. Sí, somos así. Y festejamos San Patricio como si hubiéramos nacido en Dublín, comeremos lentejas en Nochevieja si se tercia y acabaremos celebrando el Día de Acción de Gracias. Pobres pavos, que los pocos que hayan sobrevivido a la Navidad ya cuentan con otra fecha para pasar un mal rato. Somos así, no lo podemos evitar, tampoco lo intentamos mucho, más bien, o casi nada, es la verdad. ¿Usted se imagina a neoyorquinos devorando bocatas de tortilla de patatas o flamenquines por la calle o una churrería a orillas del Támesis, se lo imagina? Yo, no. Con el lenguaje, pues tres cuartos de lo mismo, abandonamos nuestras propias palabras, las arrinconamos en el rincón más oscuro, y adoptamos con alegría las que nos llegan de fuera. Y todo tiene traducción, o casi todo. Con lo bien que suena mercadotecnia, que hasta rima con hernia. Y no le reprochemos nada a la publicidad, a la influencia de los medios, que también tratan de influirnos con otras cosas y no caemos en sus redes, somos receptivos con lo que queremos. Los más acogedores del mundo mundial con lo de fuera, ya ves tú, que no tarda nada, ni cinco minutos, para sentirse como en su propia casa. Ahora es el Black Friday, ya pasó, ya lo gastamos, ya lo pronunciamos y visitamos, y hasta encontramos ese chollo con el que nos engañó la etiqueta rectificada. Viernes Negro se llama el evento en cuestión, que yo creía que eran los viernes 13, pero no, que se trata de rebajas, de gangas que no podemos dejar pasar.
Y ya les aviso, por si no lo saben, aunque creo que lo sabrán, claro, que tras el Black Friday llega el Cyber Monday, o Ciber Lunes, que ni el propio Kubrick podría haber titulado mejor, y que es el gran día de compras a través de Internet, venga, anímese, que estamos a tiempo. Pero escoja una forma de pago segura, que cualquiera sabe quién se esconde tras la pantalla y el teclado. Si uno lo investiga un poco, tampoco hay que escribir una tesis, esto del Viernes Negro surgió en Filadelfia, sí, de donde era originario el Príncipe de Bel-Air, ni más ni menos, a modo de respuesta para remontar comercialmente el día posterior a Acción de Gracias. O sea, aunque ya ha gastado bastante, gaste un poco más, ya puestos, por un día más tampoco va a pasar nada, más o menos podría ser la reflexión. Por lo que, en realidad, nuestro Black Friday debería celebrarse pasada... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 24 de noviembre de 2015

EL TERRORISMO MÁS SILENCIOSO

Permanecerá en nuestra memoria, tatuado en horror, en puro miedo, las imágenes de los cruentos atentados de París. Sangrienta expresión del extremismo en las fauces del abismo, donde habita la nada. Se ha hablado mucho esta pasada semana sobre este hecho, hemos hablado todos, y algunos hasta más de la cuenta, para dar rienda suelta a su xenofobia. Venganza, ajuste de cuentas, ojo por ojo, esa terminología del odio. Pero todo no vale, porque normalmente el “todo” está repleto de aristas, de fisuras, de nuevo ángulos que debemos tener en cuenta. Cualquier forma de terrorismo busca el dolor, la desolación, expiar supuestas culpas a costa de inocentes. Como inocentes son las miles de mujeres que han perdido su vida a manos de sus parejas o exparejas. Y no nos olvidemos de sus hijos, que también hay que catalogarlos como víctimas de la violencia de género. El 25 de este mismo mes, muy pronto, volveremos a escuchar todas esas cifras que nos deberían avergonzar como sociedad. A mí, particularmente, me avergüenzan y me abochornan, generan en mi interior grandes dudas. Cifras que recrean la estadística más infame y macabra y que, desgraciadamente, esconden años de tortura, insultos, vejaciones y asesinatos. Porque el asesinato de una mujer es la punta de un descomunal iceberg que comienza a congelarse mucho tiempo antes. En multitud de ocasiones en la juventud, con esas reacciones que muchos siguen achacando a los celos, pero que no dejan de ser los primeros síntomas de la obsesión por la posesión, por la completa dominación de la mujer. No te pongas esa falda tan corta, ¿con quién estás hablando? o ¿a qué hora volviste anoche? no forman parte de la semántica del amor, no. Forman parte de ese terrorismo silencioso, constante, irracional, que también debería permanecer en nuestra memoria.
La violencia de género no son asuntos de pareja, no forma parte de la intimidad del hogar y no es un crimen que se pueda relacionar con la pasión, olvidemos de una vez por todas esas coletillas del pasado que solo pretendían elaborar un discurso con el que seguir justificando el machismo. La violencia de género es una forma de terrorismo social que solo hemos comenzado a contemplar como tal desde hace demasiado poco tiempo, y que no deja de ser el macabro producto de una sociedad, y no me refiero solo a la española, que ha establecido durante siglos una sociedad dual, la de hombres bajo la luz y mujeres en las sombras. Hablemos de desigualdad, hablemos de ciudadanos de primera categoría y ciudadanas en las catacumbas de las oportunidades, hablemos de una injusticia sistematizada y consentida, que la tradición, por comodidad y seguridad de los hombres, normalizó hasta límites... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

martes, 17 de noviembre de 2015

091: EL REGRESO


Volver, volver, volver. Andrés Calamaro volvió a subirse a un escenario, tras un tiempo de turbulencias y limpiezas, en una serie de conciertos que llevaron por nombre El regreso, y que posteriormente sirvió para titular un disco en directo. Héroes del Silencio también regresaron, por un tiempo, ofrecieron diez multitudinarios conciertos en diferentes puntos del planeta. Los Rollings Stones, Sex Pistols, Depeche Mode o Blur, me temo que Oasis no, todos las grandes bandas del rock se conceden y nos conceden una segunda oportunidad, por los más diferentes motivos. Y ahora regresan, a partir de enero los podremos volver a ver sobre un escenario, los granadinos 091, casi dos décadas después de su último concierto. El lunes pasado pusieron a la venta las entradas de sus dos primeras citas y en apenas media hora se agotaron. Es tal el interés suscitado que la productora está buscando nuevas fechas y espacios para satisfacer la demanda. Somos muchos los que no queremos perdernos este regreso. Por cierto, se trata de una productora andaluza, afincada en Córdoba desde ya algunos años, Riff Producciones. Una empresa plenamente asentada que ha propiciado que buena parte de los artistas y bandas más interesantes de la escena musical visiten Andalucía, también Córdoba, con bastante frecuencia. Una empresa cultural, como tantas otras, por la que hay que apostar, desde el convencimiento de que la cultura necesita de una industria y de profesionales cualificados que la sustenten, y apostar por ellas es, en definitiva, apostar por nosotros mismos, por el acceso a la cultura. Las necesitamos, activas y sanas, productivas.
Dicho esto, marquemos de nuevo el 091, pero no para llamar a la Policía, si no para reclamar la presencia de una de las grandes bandas de rock que ha tenido, y conjuguemos el presente durante el 2016 al menos, este país, 091. Tendemos a ser especialmente románticos y excesivamente generosos con la música de los ochenta y sus intérpretes, instalados con frecuencia en esa efervescencia juvenil que aún pulula en nuestro interior, sacando los codos entre las canas y las arrugas. En la mayoría de los casos, no fueron tan buenos como los recordamos, pero es que lo normal es que no lo fueran. Vivíamos en un país sin tradición musical, alejado del resto del mundo, el rock o el pop, ya no hablemos del punk... sigue leyendo en El Día de Córdoba
 

lunes, 9 de noviembre de 2015

MI 'BIOGRAFÍA AUTORIZADA'


Como dijo Umbral en su ya mítica intervención televisiva: yo vengo a hablar de mi libro. Una novela, Biografía autorizada, que esta misma semana ha llegado a las librerías, momento publicidad, así, a la poca vergüenza. Una novela con la que he vuelto a sentir esa seca satisfacción, ese punzante orgullo, ese miedo y alegría al mismo tiempo, ese no sé cómo explicarlo que me faltan las palabras y me sobran las emociones de las otras veces, con la misma e idéntica intensidad que la primera vez, exactamente igual, cuando al fin la he tenido entre mis manos, convertida en un libro. Tal vez sea algo parecido a lo que siente el padre que contempla como su hijo abandona el hogar familiar. Biografía autorizada ya no me pertenece, es de los lectores, de los muchos o pocos que tendrá en el futuro, pero ya no es mía, no. Y siento que es la obra en la que más me comparto, mi infancia, mis primeros años, aquel jovencito espinilloso de imposible peinado que trató de ser una estrella del rock. He disfrutado mucho, como nunca, escribiendo esta novela, ya que he transformado en palabras el sueño de aquel jovencito modernito que un día fui, colocándolo  frente a los focos, interactuando con sus ídolos, formando parte de una realidad anhelada y jamás sentida. Una novela que he escrito visitando el archivo de mis emociones y de mi memoria, solamente. Desde el principio tuve claro que no iba a escribir en la ventanita de Google cuál canción, serie o película era la que estaba de moda en 1985, en 1994 o en 2011, quería que Carlos J., el protagonista de la novela, como si se tratara de un ente plenamente autónomo, que llegó a serlo, y no exagero, contara solo y exclusivamente con su memoria como única fuente de documentación. Una memoria con despistes, vacíos, sombras, como la de cualquiera de nosotros, claro.
Ya que he citado a Carlos J, y ya que han comenzado a circular los paralelismos entre su propia vida y la mía, señalar que apenas comparto nada con él o tal vez lo comparta casi todo. Yo le he cedido mis recuerdos, no le he pedido nada a cambio, y él los ha intepretado/recreado/contado como le ha venido en gana, sin tener en cuenta la veracidad, mis gustos o mis inquietudes. Sé que puede costar trabajo entender esta disociación, esta permisividad con un personaje que he creado yo mismo, pero seguramente en esto se encuentre el secreto de la ficción: la reinterpretación de la realidad, aunque se trate de tu propia realidad. He pretendido, igualmente, con el protagonista de Biografía autorizada, Carlos J, trasladar a nuestra rutina más íntima, a nuestro día a día, a la estrella, al ídolo, calzándole unas zapatillas de paño, e intentar mostrarlo fuera de los focos, de las presentaciones y de los autógrafos. Reflejar sus miedos, sus inquietudes, sus anhelos, sus necesidades, pero también mostrando su proceso creativo, a la caza y captura de la chispa de un acorde que termine convirtiéndose en una canción.
Pero no todo es música en Biografía autorizada, o hay mucho más que la música. Hay mucho de retrato de la España de los últimos cuarenta años y de las generaciones que la hemos vivido. Generaciones que, en gran medida, hemos pasado de la lenta oscuridad de los 70 y principios de los 80, a la alocada vorágine en 3D de la actualidad. Cuarenta años contados a través de sus canciones, de sus series de televisión, sus películas o los famosos de turno; cuarenta años contados a través de los objetos cotidianos que nos han acompañado, de las cassettes a los discos duros, de los tirachinas a las videoconsolas. Porque en estos cuarenta han sucedido muchas cosas en este país nuestro, hemos tenido que recorrer al galope, y hasta a la pata coja, el camino que dejamos a un lado durante demasiado tiempo. Tal vez por eso, y no hablo solo de agujetas, estemos tan cansados y necesitemos reconstruir las articulaciones y músculos lesionados. No me cabe duda de que no hay mejor forma de enfrentarse al futuro que poseyendo una imagen real de nuestro pasado, de lo que fuimos. Solo así podremos saber lo que queremos ser, para seguir escribiendo nuestra propia biografía, autorizada o no. Esa ya es otra historia.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

CARNES ROJAS


Con toda seguridad, a mí no me cabe duda, lo único que sacamos de positivo o, al menos, de divertido de esta pasada semana de plasmas, independencias, registros, ausencias, dictámenes, vacunas, informes, carencias y resistencias hayan sido todos los memes y demás gracietas que han surgido a partir de las ya célebres recomendaciones de la Organización Mundial de la salud, respecto al consumo de carnes procesadas y carnes rojas. Memorable el de esa lechuga acomodada en el jamonero. Sigamos. Sí, la OMS, esas son sus siglas, ese mismo organismo que nos avisó de una pandemia gripal mundial y universal, casi celestial, y ya no se me ocurre otra palabra que concluya en “al”. Todavía recuerdo esa mañana de sábado y me sobrecojo, porque puede que haya sido la única vez que me he sentido como un protagonista de Walking Dead. Muy temprano, comencé mi habitual repaso a la prensa digital, cuando me encuentro, ocupando buena parte de la pantalla, y bajo el titular: Pandemia, la imagen difusa de una pareja con bocas y nariz cubiertas por mascarillas, en un diario nacional. Por un segundo, dudé entre comenzar a llorar, encerrarme con mi esposa e hijos en una habitación o supervisar la cantidad de alimentos acumulados en el frigorífico. Luego, pasados unos días de terror y contagios, de síntomas a flor de piel más allá de la hipocondría habitual, como que no fue para tanto la cosa. Fue para tan poco, en realidad, que los millones de vacunas compradas caducaron y tuvieron que ser destruidas. También costó su buen dinero destruirlas, qué cosas. Eso sí, las farmacéuticas cobraron en su momento, como debe ser, abone al ser servido se podía leer en la parte superior de la clavada. Pues ese mismo organismo, que enriqueció hasta límites infinitos a unas cuantas farmacéuticas, que adelantó una pandemia que nunca fue, ese mismo, la OMS, ahora emite un informe que alerta sobre los efectos nocivos, cancerígenos, en concreto, que puede derivar de la ingesta de carnes rojas y procesadas.
Pero el asunto tiene otra lectura, como poco. En esta ocasión, de la misma manera que sucedió con la pandemia gripal, tampoco le adjudiquemos a la OMS toda la culpabilidad, eso no es bonito ni procede. Los medios de comunicación, algunos medios de deflagración, podríamos calificarlos, te cogen un delito de faltas leves y te lo convierten en toda una sentencia de muerte, tal cual. Escoja entre silla eléctrica o inyección letal. A mí máteme a base de jamón y chuletones, sigue leyendo en El Día de Córdoba