domingo, 10 de febrero de 2008

COMO ANTES



Como de costumbre, el primero en llegar a la reunión es Ángel, pulcro, recién duchado, perfumado, cada pelo en su sitio, respetando el peinado inicial, impoluto. Lee la prensa, le pide a la secretaria que le haga llegar la agenda diaria, escucha la radio, Federico sigue en sus trece, y Ángel sonríe, se ha pasado un poquillo, pero es que el tío tiene su gracia. Minutos después, con gesto somnoliento, más moreno que de costumbre, como si se tratara del primer expulsado de Supervivientes, aparece Eduardo. Ángel le dedica una mirada de dos segundos antes de decirle: te estás pasando con los rayos UVA, que al final alguien te va a decir que eres el Obama español. Eduardo se mira en el espejo, descubre que sus ojeras han engordado, que tal vez no le vendría mal un retoquillo, una puesta a punto. Pues yo me veo como antes, responde Eduardo, orgulloso del bronceado que cubre su piel. ¿Y cómo se te ocurre decir que tienes un barco, no sabes cómo se las gasta esta gente?, le reprocha Ángel. Dije que tenía un barco pequeño, pequeño, eso lo tiene cualquiera hoy día en España, responde Eduardo, mientras se sienta frente a la pantalla del ordenador. ¿Qué le pasara a este conmigo, que parece que se le ha metido Espe dentro? Vaya tela cómo se ha despertado el tío, piensa Eduardo y calla. Se incorpora a la reunión Miguel, que, aunque ha adelgazado en los últimos meses, exhibe una barriga prominente y un enfado mayúsculo. Esto está peor que nunca, peor, es que tardas en aparcar más de dos horas, se queja amargamente. Pero es que a nadie se le ocurre venir con un Land Rover al centro de Madrid, ironiza Eduardo, y sonríe con malicia, buscando la complicidad de Ángel, que hoy parece enfadado con el resto del mundo. Eduardo, para que tú lo sepas, a mí me gustan los coches como los de antes.
Por fin, se incorpora a la reunión Mariano, que con las prisas aparece con el nudo de la corbata arrugado. ¿Qué podemos vender hoy?, le pregunta a su equipo. Yo ya lo tengo: vamos a plantar quinientos millones de árboles en esta legislatura, dice Ángel, eufórico. ¿Pero caben tantos en España?, pregunta Eduardo. Hombre, si lo contemplamos como una medida para erradicar el paro… divaga Miguel. Pero Ángel, si mi primo me dijo que lo del cambio climático no es tan importante, cómo voy a salir yo ahora diciendo eso, reflexiona Mariano. Precisamente por eso, asevera Ángel. Suena el teléfono móvil de Mariano, y tras comprobar quién lo llama, se levanta con gesto de resignación y abandona el despacho a toda velocidad. Tras unos segundos en silencio, Mariano eleva la voz y los que permanecen dentro de la sala pueden escuchar la conversación. Que no, mujer, que no, que lo de doña Cuaresma no iba por ti, que se trata de un juego de palabras, que no te lo tomes a mal, mujer, tranquila, ya verás como todo vuelve a ser como antes. Lo que tiene que aguantar éste, dice Eduardo. Anda que con José María iba a pasar algo como esto, suspira melancólicamente Ángel. ¿Os acordáis cómo eran antes las cosas, cuando era él quien ocupaba ese asiento? Qué energía, qué claro y convincente. Todo un líder, reflexionan en voz alta, procurando no ser escuchados.
Mariano regresa de nuevo al despacho, y le sugiere a su equipo que bajen a desayunar. Una cafetería tradicional, con barra de aluminio y pizarra informando de las tapas y sus precios. Qué desean los señores, pregunta el camarero, un joven ecuatoriano. Yo, hoy, me salto el régimen, me vas a poner una tostada con manteca colorá, desprende entusiasmo Miguel. Lo siento, señor, no tenemos manteca, le indica el camarero. Pues una con aceite, responde contrariado Miguel. Tú pides unas cosas más raras, bromea Eduardo. Es que ya no hay camareros como los de antes, asevera Miguel; ya lo creo, asiente Ángel. Además, esta gente ha descubierto las bondades de la Seguridad Social y se plantan en urgencias, las colapsan, para hacerse una mamografía en quince minutos, mientras que en su país tardan nueve meses. Vaya qué si. Estoy de acuerdo contigo, Miguel, pero eso no lo vayas a decir nunca en público, que me hundes la campaña, que parece que estás reconociendo que la Seguridad Social no va tan mal como nosotros decimos, le indica Mariano y el resto del equipo asiente orgulloso la respuesta de su jefe. Si éste, después de todo, si quisiera, podría conseguir que las cosas fueran como antes, piensa Ángel y calla.
El Día de Córdoba (10-2-08)

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