miércoles, 26 de noviembre de 2014

CULTURA GRATUITA

Lo normal es que despreciemos todo aquello que conseguimos sin apenas esfuerzo, no le concedemos el valor que realmente tiene...
Recuerdo, aunque ya ha llovido lo suyo sigo sintiéndolo como reciente, mi nerviosismo hasta entrar en Fuentes Guerra para comprobar si el disco que llevaba esperando dos meses había llegado, por fin, al fin. El bueno de Toni, que me conocía de años y gustos, con un gesto confirmaba o cercenaba mis expectativas. Recuerdo bien los nervios del trayecto, la ansiedad por conseguir ese nuevo vinilo de Joy Division, 091, Siouxsie and the Banshees, Gabinete Caligari, Parálisis Permanente, Radio Futura o Los Coyotes de Víctor Abundancia. De cuando en cuando, un lujo demasiado caro por aquel entonces, un capricho, me compraba un disco de “importación”, que eso ya era la suma felicidad transformada en vinilo. Recuerdo, así a bote pronto, el Boys don´t cry de los Cure, varios maxisingles de Bauhaus, o el Black Album de Prince, aquella excentricidad del genio de Minneapolis. Y no ha pasado tanto tiempo, no. Con suerte y confianza, mucha confianza, podías tener un amigo que te grababa sus discos en aquellas basf que enrollábamos con los bolis bic cuando se liaban. Pero no era lo mismo, claro que no, la calidad del sonido era infinitamente peor. Qué sensación: dejar caer, con sumo cuidado, la aguja en el surco, esa banda sonora de huevos friéndose en los espacios en blanco, el esmero en la limpieza, las fundas de plástico. No era aburrimiento, metodismo o manía, cuidaba mis discos con tan disciplina por una simple y elemental razón: si quería disfrutar de aquellas canciones tenía que cuidar y proteger el objeto que las contenía, si no quería volver a pasarme varias horas o días escuchando la radio para poder hacerlo de nuevo.
Este cuidado, esta dedicación, en dinero y en tiempo, por las canciones, la podía extrapolar, en cierto modo, a los libros o al cine. Me resultó bastante complicado conseguir mis primeros títulos de Bukowski o de Kerouac, o ver en una pantalla las películas de Bertolucci, Wenders, Waters o de Lars Von Trier –antes de que se le fuera la cabeza-. Una anécdota: Laberinto de pasiones, de Pedro Almodóvar, duró dos días en cartelera en El Palacio del Cine y estoy completamente seguro que se llegó a estrenar en Córdoba porque los propietarios del cine creyeron que se trataba de una peli porno, S entonces, tal y como se lo creyeron los cuatro “espectadores” que me acompañaban en la sala, y que abandonaron transcurridos unos minutos de proyección. Anécdotas aparte, hubo un tiempo en el que acceder a la cultura resultaba complicado, tedioso incluso, y no estaba al alcance de todos los bolsillos. Ojalá no volvamos nunca a ese tiempo. La oferta era muy reducida, rebuscada en muchos casos, y cara, bastante cara. Tal vez por ese motivo, por su dificultad, amaba la cultura, me emocionaba cuando, por fin, podía estar a mi alcance, contaba las horas hasta poder disfrutarla. En muy poco tiempo, casi sin darnos cuenta, tras unos años de walkman –devorapilas-, pasamos a la proliferación de los soportes, gracias a los avances informáticos, y no tardaron en llegar las descargas, ilegales su inmensa mayoría. De hecho, han llegado a ser tan familiares entre nosotros que ya existe toda una generación que ha accedido a multitud de manifestaciones culturales... sigue leyendo en El Día de Córdoba 

martes, 18 de noviembre de 2014

VELADORES

Cosas de estos tiempos, con sonido a broma, pero no. Mantienen las ciudades, las grandes capitales especialmente, en los últimos años, una competición por demostrar quién de ellas cuenta con más veladores por metro cuadrado. Y se lo están tomando en serio, ya lo creo que sí. Todas esas aceras nuevas, por fin anchas, que llegaron a nuestras calles no hace tanto, antes de ayer como el que dice, hoy han vuelto a ser estrechas, insignificantes, mínimas, ante la invasión de los veladores, miles de veladores conformando un nuevo mapa de las ciudades. Ya se los puede ver en el Meteosat y en el Google Earth, de verdad, que no es una exageración de las mías, que es así, como lo estoy contando, aluminio y plástico, una invasión. Porque en esta actualidad nuestra, de traca y muy señor nuestro, de registros, detenciones y dimisiones, siempre menos de las deseables, en estos tiempos de España va bien, pero para unos pocos, para los de siempre, que aumentan los millonarios a espuertas, y no es ninguna broma, el potencial de una ciudad, su evolución, su desarrollo, se evalúa según el número de sus veladores. Dicho de otro modo: el aumento de veladores es directamente proporcional al crecimiento económico, social y de todo lo contabilizable de una sociedad. Eso es así, de verdad, que no son cosas mías, como lo cuento. Olvídese del PIB, de los datos de desempleo, del número de familias en exclusión social, del incremento de polígonos industriales, de rotondas o puentes, todo eso es ya secundario, residual, insignificante, aleatorio, pasado, desfasado. Mandan los veladores, el buque insignia de esta recuperación que nadie percibe, salvo tres, como ya comentaba, y entre esos tres no estamos ni usted ni yo, lo siento pero esa es la realidad,  triste tristísima, pero no lo tenga en cuenta, que es el principio de ese tiempo de felicidad, ilusión y no sé cuántas cosas más que Mariano nos prometió en su campaña electoral.
Intuyo pronto antes que tarde, leyendas en las entradas de las ciudades en las que podremos leer frases similares a: Bienvenido a Córdoba, Ciudad del millón de veladores o Córdoba, Ciudad Europea de los veladores o Córdoba, ciudad de veladores, así más simple, menos rimbombante, pero igualmente certera, concreta. Pero han de ser unas buenas placas, costeadas, nada de comprarlas en los chinos, por favor, de alcurnia, que quien pueda exhibirlas es porque ha trabajado mucho para conseguirlas, años y años de esfuerzo, de dedicación, de entregasigue leyendo en El Día de Córdoba 

sábado, 15 de noviembre de 2014

GALVESTON, NIC PIZZOLATTO

Para una legión de serieadictos, la primera temporada de True Detectives ha sido el gran acontecimiento del año. En mi caso particular, tras la vacía orfandad que sentí a la conclusión de Breaking bad, gracias a la nueva propuesta de HBO recuperé mi posición/opinión frente a la pequeña pantalla.  True Detectives, más allá de su trama, con evidentes brechas en su desarrollo –el dislate del capítulo número 4 es el mejor ejemplo-, nos ofreció una espectacular pareja de policías, llamativos por sus oscuras personalidades, por la degradación que nos ofrecen, por sus peculiares tics, las más propicias criaturas para desenvolverse en ese universo pantanoso, sudado y húmedo por el que la serie transcurría.
Pero hablemos hoy de Galveston, la primera novela del guionista de True Detectives, Nic Pizzolatto. Publicada originalmente en 2010, años antes que la emisión de la serie en nuestro país, muchos hemos sido los que hemos acudido, como moscas a la miel, al reclamo de la solapa, “del guionista de…”, y que ciertamente ha funcionado, tal y como indican las listas de libros más vendidos. Puede que muchos de los lectores se hayan acercado a la novela esperando más truedetectives, y también los habrá que hayan leído Galveston  atrapados por el lenguaje que su autor, Nic Pizzolatto, desplegó en la aclamada serie de televisión. Puede que unos y otros se hayan sentido decepcionados, al no encontrar lo que esperaban. En cualquier caso, acudamos a una frase hecha: las comparaciones son odiosas, sobre todo cuando se comparan elementos completamente diferentes, que emplean soportes, técnicas y vocabularios completamente diferentes. Por tanto, aunque cueste trabajo olvidar, porque es realmente brillante, leamos Galveston sin tener en cuenta que Pizzolatto es el guionista de True Detectives.
Desde este punto de vista, que es el lógico, y coherente, delimitadas las fronteras, considero que Galveston es una estupenda –y a ratos sublime- novela, por diferentes motivos. Es más, me atrevería a calificarla como una inusual y soberbia ópera prima. Es intensa, nos ofrece una trama redonda, circular, sin descensos apreciables, fulgurante en determinados pasajes, eléctrica y punzante. Es hipnótica, adictiva, Pizzolatto te atrapa desde la primera línea, te agarra de la mano y no permite que te separes hasta el punto y final. Y es coherente, nada de lo que sucede en Galveston es gratuito o vacío, todo es necesario, incluso crucial, para asimilar y comprender la historia en su integridad.

La mayoría de los lectores habrán encontrado decenas de evidentes referencias en la novela de Pizzolatto: Hammet, Ellroy, Eastwood, Wenders, Peckinpah, Tarantino, Huston, Ford…  Es más, en el arranque de Galveston nos encontramos con una serie de personajes y situaciones que ya hemos leído y contemplando en multitud de ocasiones, como uno de esos estribillos que creemos haber escuchado con frecuencia en el pasado, como un eco de la infancia. Pizzolatto se entrega a los tópicos, a los símbolos, para posteriormente interpretarlos a su manera. Demostrándonos el autor que tal vez ya estén contadas todas las historias, pero que aún es posible contarlas de diferentes maneras, transformándolas en nuevas historias. Y, sobre todo, Pizzolatto consigue que nos sintamos dentro de sus personajes. Que nos duelan los golpes que reciben, que padezcamos con semejante frialdad la soledad, la distancia, el desprecio, el desapego… Esta capacidad para introducirnos y secuestrarnos en su juego es la gran habilidad que Pizzolatto despliega en Galveston. Complicidad, emoción, tensión a raudales, en una primera novela que marcará, sin lugar a dudas, el comienzo de una brillante trayectoria literaria.

martes, 11 de noviembre de 2014

FRÍO

Llegó como llega todos los años, día arriba o abajo, chispa más o menos, sin avisar, en unas horas, de golpe, casi a traición. Ya que nos habíamos inventado hasta una nueva estación, el veroño –la RAE ya analiza su prevalencia-, las mantas y las faldas de la mesa, los braseros, las estufas, las camisetas interiores y los calcetines gordos, todavía escondidos, cuando no arrinconados, en los altillos, con olor a oscuridad y naftalina. El hombre que asa las castañas en la plaza por fin se ha dejado de sentir desubicado, cuentan que lo vieron en la sala de espera del psicólogo, deprimido y solo, lejos de todos. Al vecino que preparaba un meme de una cena de Navidad con todos los invitados en bañador se le ha quedado la cara de Piqué cuando agarró la pelota con la mano en el Bernabéu. Fue el martes pasado, todos lo recordamos, contamos con una anécdota que ya hemos relatado en más de una ocasión. Salimos de casa en mangas de camisa, puede que con una rebequita a lo sumo, y regresamos con los dientes reproduciendo las doce campanadas de la Puerta del Sol. Así fue, y así lo hemos contado, y puede que lo hayamos vivido con la electricidad de la novedad y con toda seguridad ya nos ha pasado, unas cuantas veces, en el pasado. Se nos quedó cara de Bill Murray, cafetera y mantra, el despertador empeñado en repetir el mismo tono. Sí, nos pasó como siempre, pasamos de eso que conocemos como otoño y que no deja de ser un verano más simpático, para adentrarnos en el invierno, en el frío. Ya está aquí, ya llegó, con todos sus aliños y componendas, con sus sabores, con sus lágrimas mañaneras, con el placer cálido que fabricamos bajo las mantas, con el rugido de termos y el café hirviendo entre nuestras manos.
Pero el pasado martes el frío llegó antes de que el termómetro decidiera darle un buen susto al mercurio. Llegó cuando conocimos la nueva cifra de personas que no tienen empleo en nuestro país y el informe de Cáritas salió a la luz. Eso sí que es frío, crudo invierno, hielo en estado puro, congelados, como esos escaladores que permanecen en las laderas del Himalaya, estatuas rituales de sus fracasos. No alcanzaron la cima. No hablemos de cimas en este caso, porque a diferencia de esos escaladores congelados, obsesionados por lograr su objetivo, los que engordan las cifras de estas terribles estadísticas tan solo buscan sobrevivir, contar los días, con la esperanza de que este crudo invierno concluya de una maldita vez. Sí, estamos instalados permanentemente en el invierno, el hielo bajo nuestros pies no se derrite, por mucho que se empeñen en soltar bocanadas de esa sal publicitaria y panfletaria que nos habla de la España que va bien, que hemos iniciado la recuperación y que pronto habrá calefacción central. No, seguimos en el invierno. Tiritando... sigue leyendo en El Día de Córdoba

miércoles, 5 de noviembre de 2014

PETIT NICOLAS

Ya toca, me lo pido. Adjudicado. Ha contraído los suficientes méritos para que le dedique este artículo y hasta da juego para una teleserie, HBO al acecho –Di Caprio lo bordaría-, o para una novela, o para varias, la cuestión es ponerse. Y que te inspire el personaje, buscarle ese lado inspirador, que puede resultar complicado, casi un imposible, o que te sea muy fácil, según. Porque Nicolás es como las aceitunas, o te atrae o te repugna, pero a nadie deja indiferente. A estas alturas, yo creo que no es necesario presentar a Nicolás, petit Nicolás, I de España, por supuesto, que todos sabemos de sus hazañas, que con toda probabilidad serán consideradas estafas en un juzgado, deseo; todos hemos compartido uno de los innumerables memes que ha protagonizado. Uno más en la plantilla del Real Madrid, degustando una mariscada junto a Pablemos Iglesias, nuevo miembro en nuestros grupos de “guasá”, o tomándose una cerveza en nuestro Correo, o marcándose un dueto con el mismísimo Raphael, el ahora primer indie de la escena española, qué cosas. También es ya una celebridad, no podía ser de otra manera, su novia o su amigovia, seamos modernos con el uso del idioma, aunque yo no veo a Nicolás de esos, que antes del roce requiere de visita al altar, como está mandado. Que Nicolás es un caballero de una pieza, que un poco estafador, sí, sinvergüenza, también, y unas pocas cosas más, que sí, pero es un tío con estilo, no le quepa duda, con ese peinado a lo Camilo Sexto, versión Siglo XXI y esa mirada tierna e inteligente al mismo tiempo. Esa misma mirada que enamoró a José María, a Arturo, al policía de turno y a quien se pusiera por delante, vaya que sí.
Sí, nos divierte Nicolás, claro que nos divierte, en este país que hemos venerado –y veneramos- al pícaro, al que hemos entronizado desde la Literatura a la barra del bar, y sonreímos sus hazañas, esos peripatéticos logros, los convertimos en chistes y los compartimos en los 200 grupos en los que participamos. Claro que sí. Nicolás ha triunfado porque, seguramente, ha conquistado el Olimpo del golferío, porque ha sido el gran pícaro entre pícaros, o el mejor pícaro en un país de pícaros, no le quepa duda. Y es que España está repleta de Nicolás, son legión, y hasta a la mayoría de nosotros nos sale una nicolasada de vez en cuando, no se aparte del espejo. Eso sí, no son comparables los Nicolás a tiempo completo con los que lo ejercen en sus ratos libres, con esos eurillos en la declaración de Hacienda... sigue leyendo en El Día de Córdoba