jueves, 30 de julio de 2009

EL ORDEN DE LA MEMORIA (un brevísimo fragmento)



















"Dos años como asignatura optativa, cinco días de estancia en España, Nancy apenas habla español, sólo unas cuantas frases cortas que pronuncia con un acento torpe y agudo. Suficientes para comprar el bocadillo de salchichón y las latas de cola en la gasolinera. Ahora piensa en Peter, en su plataforma petrolífera, en su cuerpo con olor a gasolina, mientras camina por esta carretera solitaria y oscura..." (pag. 22)

viernes, 24 de julio de 2009

EL ORDEN DE LA MEMORIA (un brevísimo fragmento)
























"Eloy Granero tiene trabajo pendiente, todavía no ha revelado ninguno de los carretes que se llevó, primero, a Inglaterra, y a Estados Unidos, después. En el armario de aluminio del laboratorio fotográfico guarda los más de cien carretes que utilizó durante los seis años que pasó en el extranjero..." (pagi. 154)

lunes, 20 de julio de 2009

EL ORDEN DE LA MEMORIA (Un brevísimo fragmento)

"Eloy es consciente de que la suya es una posición privilegiada, que serían muchos los que la querrían para ellos. Sabe que hay gente que mataría por estar donde él está; no le cabe la menor duda. Ninguno de esos argumentos le sirve. Desde ese día, desde mucho antes, puede que desde su nacimiento, Eloy es un hombre sin tiempo.." (pag. 196)

domingo, 19 de julio de 2009

LA MEMORIA OLVIDADA










Hace unos días leí una noticia que me estremeció. Tal vez me estremeció por un corporativismo activo, ya que me tocó eso que llamamos la fibra, y que se localiza en el interior de nuestra interioridad, que debe ser un lugar invisible muy cercano al corazón, o al intelecto, quién sabe. La noticia explicaba con todo lujo de detalles los miles de ordenadores portátiles que se pierden en los aeropuertos norteamericanos todas las semanas, más de doce mil, situándose el de Los Ángeles como líder de este escalafón con más de mil. Lo curioso de este dato no reside en el número de pérdidas, que si tenemos en cuenta los pasajeros que desfilan a lo largo de la semana por los aeropuertos de los Estados Unidos cargados con un ordenador portátil debe ser minúsculo porcentualmente. Lo curioso es que casi el 70% de los ordenadores perdidos jamás son reclamados, como esos perros y gatos que, desgraciadamente, inundan nuestras calles durantes los meses de verano, son abandonados, repudiados, olvidados por sus propietarios. Curiosamente, el mismo artículo indicaba que más del 60% de esos portátiles contenían información confidencial, de gran importancia en algunos casos, de las empresas a las que pertenecen sus respectivos y olvidadizos dueños.

Comprendan que me estremeciera la noticia, ya que mantengo una relación muy intensa –amistosa/laboral, no hay sexo de por medio, por quién me toman- con mi ordenador portátil. Y tal vez no sea la excepción, que imagino a otros muchos y muchas como yo, que tampoco me considero un bicho raro. Las denominadas cámaras digitales han propiciado que apenas traslademos al papel las fotografías que tomamos de nuestros hijos, de nuestras parejas, familiares y amigos. Por la velocidad en la que andamos metidos, o por pereza, en la mayoría de las ocasiones no nos aseguramos de guardar esas fotografías en un CD u otro tipo de almacenador de datos, le confiamos nuestros recuerdos, nuestra memoria, al ordenador. De igual manera sucede con todos los textos que escribimos o con esos power point familiares con edulcorada banda sonora. En gran medida, tal y como sucede con la agenda del teléfono móvil o con nuestras citas personales o profesionales, le hemos confiado buena parte de nuestra memoria a la tecnología. ¿Qué sucede cuándo la tecnología falla –que falla más de la cuenta- o, simplemente, se pierde?

Si partimos de los datos semanales que nos ofrece el artículo citado, en sólo unos meses podemos imaginar una gigantesca nave repleta, del suelo al techo, con los ordenadores portátiles olvidados. Una representación tecnológica, de última generación, de esa biblioteca vaticana y apabullante que nos mostró Carlos Ruiz Zafón en su celebérrima novela. El paraíso de la memoria perdida –no está mal como título para lo que sea-. Cientos de miles de ordenadores que conservan en las entrañas de su disco duro las fotografías más íntimas, nacimiento de hijos, cumpleaños, la primera novia, jugueteos sexuales, las páginas visitadas, o poemas, relatos y novelas, expedientes confidenciales, planos y números, acusaciones, verdades, secretos. Todo aquello que sus propietarios creían guardado en la memoria, la memoria externa que la informática nos ofrece, amontonado en las afueras del olvido. ¿Por qué la mayoría reniegan de su memoria, por qué no quieren volver a saber nada de sus ordenadores personales? También podemos imaginar, desde la picardía ibérica, a todos los familiares de los trabajadores de los aeropuertos norteamericanos estrenando portátiles seminuevos cada semana u ofreciéndolos por Ebay a precios irrisorios. En cualquier caso, llevo ya un tiempo dándole vueltas a esto de la memoria, ese elemento extraño e interno que vamos engordando y adelgazando a lo largo de nuestras vidas. Un compendio de nuestras vivencias, de nuestros sufrimientos y alegrías, de los buenos y malos momentos, que más de uno quisiéramos ordenar y clasificar a nuestro antojo, y que sólo el tiempo cuenta con esa posibilidad. Ante eso, sólo nos cabe vivir el presente sin temor al recuerdo.


El Día de Córdoba

sábado, 18 de julio de 2009

ENTREVISTA EN ABC


Jueves, 16-07-09
TEXTO: ANA HORCAJADA
FOTO: ARCHIVO
Editada por Destino, «El orden de la memoria» es, según Salvador Gutiérrez Solís, más limpia, precisa y rígida que el resto de sus obras.
- Ha dicho en alguna ocasión que sus anteriores novelas fueron un «entrenamiento». ¿Significa que El orden de la memoria es su mejor obra?
- Yo tengo siempre la predisposición de que cada obra sea un escalón ascendente. Entonces, cuando digo que mis anteriores obras eran un entrenamiento para escribir esta novela, lo que quiero decir es que todas las intrusiones narrativas que he hecho anteriormente las he tratado de sintetizar aquí.
- Tengo entendido que con esta novela ha cumplido uno de sus sueños. ¿Por qué?
- Es muy fácil decirlo. Yo crecí literariamente con novelas de Ediciones Destino. Soy un gran apasionado de la tradición narrativa española, sobre todo desde la posguerra hasta nuestros días. Encontrarme en el mismo sello que Carmen Laforet, Rafael Sánchez Ferlosio o Camilo José Cela es un sueño cumplido y mucho más que un premio.
- El protagonista de El orden de la memoria, Eloy Granero, es un hombre oscuro. ¿Qué le ha llevado a construir un personaje de esas características?
- Yo quería acercarme al fenómeno del mal, a esos malos momentos que se pueden tener, pero desde la perspectiva de alguien que lo tiene todo en la vida. Estoy un poco aburrido de encontrar personajes que parecen estar encaminados a tener un comportamiento violento. Quería indagar en la casuística íntima que todos llevamos dentro y que podemos situar en llevar la vida que no queremos, en tener unas aspiraciones que no coinciden con las que los demás nos plantean o en intentar seguir un modelo que no podemos alcanzar. Por eso quería plantear un hombre que lo tuviera todo en términos materiales, pero que interiormente no tuviera nada.
- Uno de los aspectos que más ha sorprendido de última obra es la forma tan impecable que ha tenido de distanciarse de su personaje.
- Eso es lo que más me ha costado de la novela. Hay lectores que me preguntan por qué no hay ningún juicio tácito o moral sobre el protagonista. Yo necesitaba que no lo hubiera porque me he basado mucho en herramientas cinematográficas para elaborar la novela y quería ser un simple cámara que registrara mediante palabras las secuencias de la historia de Eloy.
- Además del cine, ¿qué otras referencias estéticas y culturales han influido en El orden de la memoria?
- Muchas. Yo mantengo la teoría de que el autor puro no existe y, por eso, intento zambullirme o polucionarme de una forma adecuada. Así, en cualquiera de mis obras están presentes las exposiciones que visito, la música que escucho, las películas que veo y los libros que leo. No es bueno diferenciar entre persona y autor. Éste debe ser compañero de la persona en la que habita.
- La novela podría definirse como un auténtico puzzle.
- El puzzle de El orden de la memoria es una de sus claves. La novela contada de una manera muy clásica perdería ese efecto de secuencias que se van moviendo a lo largo del tiempo. Yo quería construir algo más que una novela negra al uso; valerme de sus artimañas para recorrer un camino personal sin seguir un patrón establecido.
- ¿A veces es necesario poner un poquito de orden en la memoria?
- Ojalá pudiéramos. Creo que uno de nuestros sueños sería ordenar y clasificar nuestra memoria. Recordar sólo los momentos felices, pero desgraciadamente no podemos hacerlo y es solamente el tiempo el que el que decide qué se va y qué permanece.
- Y el tiempo, ¿pone a cada uno en su sitio?
- Indiscutiblemente. Y las obras que uno hace también.

martes, 14 de julio de 2009

EL ORDEN DE LA MEMORIA (un brevísimo fragmento)


¿Cómo es un día en la vida de Eloy Granero? ¿La verdad? Buena parte del tiempo de cada día Eloy Granero lo emplea en actividades que detesta, pero que debe hacer. Un día en la vida de Eloy Granero es un día de Almacenes Granero, más o menos. Eloy intenta que cada día sea menos, que sea más su día... (pag,61)

lunes, 6 de julio de 2009

TOLERAR


Las palabras suelen ser caprichosas, o celosas, estrictas guardianas de sus propios significados y frecuentemente las ordenamos y empleamos a nuestro antojo, sin respetar su verdadera esencia. Entonces, las palabras nos muestran nuestra equivocación, exponiendo su verdad, que es la verdad academicista y notarial del diccionario, que queremos o no sigue siendo el indiscutible propietario de los significados. Con frecuencia, desde la clase política, los tertulianos pagados o improvisados, los fabricantes de opinión, cuando abordan temas que podríamos entender como “delicados” o susceptibles de “malas interpretaciones” repiten con gran asiduidad, conjugándolo en todos sus tiempos, del presente al futuro, el verbo tolerar. Nos animan a que seamos ciudadanos tolerantes, a que construyamos una sociedad tolerante, a que toleremos todo aquello o aquellos que no son como nosotros, a que hagamos de la tolerancia una bandera que enarbolar ante todas aquellas discriminaciones o peligros que nos acechan. Particularmente, y tal vez por disciplina o complicidad con el diccionario, la palabra tolerar no me gusta, o no me gusta de la manera que se emplea en multitud de ocasiones. Si usted busca la palabra en el diccionario –y perdóneme tanta “palabra” y “diccionario”, exigencias del guión-, de las cuatro acepciones que nos ofrece, y hasta que no llegamos a la última –respetar las creencias…-, nos dice que tolerar es padecer, resistir, sufrir, soportar… Si revisamos en nuestra memoria, quién no recuerda docenas de intervenciones de nuestros alcaldes y alcaldesas pasadas y presentes vanagloriándose de que Córdoba es el ejemplo de la tolerancia, como ya demostró en su esplendoroso pasado del cuento de las mil y una noches. O sea, que si me guío por el diccionario, nuestros antepasados cordobeses soportaron, padecieron y sufrieron a judíos y moriscos, que tampoco fue tan bonito y dulce el cuento como nos cuentan, para desdicha de los asesores de Obama.

Tengo unos zapatos que no me gustan demasiado, que son los que debo calzarme cuando desgraciadamente me veo obligado a embutirme el traje. No son unos zapatos que alguna vez me haya puesto por gusto, por sentirme cómodo, bien; forman parte de la obligación laboral, bien podríamos definirlo así. Aún así, reconozco que no son feos del todo, que son, en resumidas cuentas, unos zapatos que tolero, a secas. Lo de mis zapatos, lo podemos extender a las lentejas, a una camisa, a un compañero de trabajo, a un programa de televisión o a una modalidad olímpica. Es decir, vivimos rodeados de personas, situaciones u objetos que toleramos en mayor o menor medida, que no forman parte de nuestro ideal, pero que están ahí. O sea, que no nos queda más remedio que soportar. Cuando hablamos de inmigración, de personas en riesgo de exclusión social, o cuando se celebra el Día del Orgullo Gay, por ejemplo, no nos cansamos de repetir –y conjugar- el verbo tolerar. Evocamos la tolerancia como el gran reto social, el maravilloso éxito a alcanzar y no caemos en la crueldad o en la contradicción que se esconde tras la palabra. Esto me lo planteo desde una postura bienpensante, porque espero que sean pocos, y si es ninguno mejor, quien emplee la palabra en su verdadero significado, ya que esconde una aceptación obligada, una convivencia “no deseada”, aunque sí soportable, con algo o alguien que no nos termina de gustar.

Escoger las palabras adecuadas, seleccionarlas, ordenarlas de la manera más acertada sigue siendo un ejercicio en construcción, un reto en el que emplearnos a fondo, sobre todo si quien las pronuncia cuenta con un altavoz que escucha la ciudadanía. De ahí que sea un gran defensor de la palabra normalización, acción y efecto de normalizar. En varios de los ejemplos citados anteriormente es la verdadera tarea a realizar, el camino a recorrer: poner en orden lo que no estaba. Crueldades, antojos o bondades de las palabras, representaciones escritas y sonoras de nuestros pensamientos. Tal vez tengamos que comenzar por nosotros mismos, por normalizar nuestros pensamientos, para más tarde lograrlo con nuestras palabras. En cualquier caso, se trata de una tarea que merece la pena.

El Día de Córdoba