domingo, 8 de marzo de 2009

UNA TARDE DE DOMINGO


Las tardes de domingo tienen esas cosas –más allá de lo que nos canta Amaral-. Cosas que son más si llueve, si el cielo está negro y si el mercurio del termómetro se arrodilla en los números más bajos. El pasado domingo fue uno de estos domingos de galletas de chocolate y de mesa camilla. El mando a distancia, cerca, es el complemento perfecto. Sin embargo, infringí mis propias reglas, y mientras mis hijos dormían la siesta, o lo disimulaban, me planté en un cine cercano para ver la película que ha conquistado un mayor número de estatuillas en la última edición de los penelopizados Oscar, Slumdog Millionaire. Fui con ganas al cine, predispuesto a pasarlo bien, ilusionado, por la fama precedida y por la firma del realizador, Danny Boyle, que ya me había interesado, e incluso entusiasmado, en sus anteriores películas –sobre todo en Sunshine, esa epopeya futurista e incierta-. Suele suceder, lo preparamos todo con detalle y esmero, depositamos todas nuestras esperanzas, y esa fiesta que planeamos durante semanas no transcurre de la misma manera que aquella que improvisamos en cinco minutos. Las elevadas expectativas, en demasiadas ocasiones, actúan más como freno que como acelerador. Slumdog Millionaire pudo ser una gran película, o una gran reinterpretación de todo eso que ya nos han contado demasiadas veces, pero se queda en un guiño amable, en un quiero y no puedo, en un cuento de príncipes y cenicientas que se meriendan todas las perdices. Abandoné el cine decepcionado, bufando por todos aquellos títulos que sí deberían haber cosechado los premios otorgados a la cinta de Boyle. Cuestión de gustos, dicen. En un arrebato justiciero, me atreví a llamar al amigo que me había recomendado la película, para darle las “gracias” por tan “sabio” consejo.

Una vez en casa, entre juegos y más galletas de chocolate, me ajusté los auriculares en las orejas para escuchar el partido entre el equipo de la Ciudad Condal y el Atlético de Madrid. El mejor equipo de la historia del fútbol mundial, o eso decían hasta hace poco, siente en el cogote el aliento de mi deprimido, descerebrado y mediocre Real Madrid, qué cosas. Los de Guardiola lo celebraron todo en Navidad, los mayores elogios nunca dedicados, las ponencias sublimes, pero la Navidad es para los niños y los centros comerciales. En fútbol, la primavera es el tiempo de las celebraciones, y no antes. En Slumdog Millionaire, el protagonista alcanza su sueño, que es el sueño de todos los mortales –en estos tiempos de vacas flacas-, porque se mantiene firme en sus convicciones, porque no duda a pesar de los cantos del sireno –presentador barbudo-. Los de Guardiola, cuando se enfrentan a los compromisos más serios y decisivos, comienzan a dudar. Siguen teniendo las puertas del éxito abiertas de par en par, pero da la impresión de que tienen miedo, o pánico, o madriditis, o de todo un poco, para poder cruzarlas. En su primera parte, el partido seguía su lógica, el guión previsto se cumplía: ganaba el equipo catalán y el Atleti a verlas venir. Curiosamente, la locura llegó al Manzanares al mismo tiempo que nos informaban de los sondeos y primeros resultados en las elecciones en el País Vasco y Galicia. Feijóo, López y el Kun comenzaron a tirar de sus respectivos carros.

Touriño se va de la Xunta con el mismo rictus en su expresión que ha mantenido durante su presidencia. Triste, soso, apocado. Recordé aquellas viejas canciones de Os Resentidos y de Siniestro Total de mi juventud más noctámbula. Tuve que acudir a la melancolía desafinada de Golpes Bajos para encontrar la banda sonora adecuada: no me llames de amigo, si me vas a dejar dolido. Una tarde de recuerdos y de sorpresas, ciertamente. El Maragall más delirante hace años dijo: la política catalana es como una orgía sin vaselina. Cambiemos la situación geográfica, detengámonos en el País Vasco. ¿Quién compra la vaselina? Forlán marco de penalti mientras los vascos le mostraban a Ibarretxe la tarjeta roja: no nos gusta su plan, no hable por boca de todos nosotros. Patxi López y el Kun Agüero reservaron su protagonismo para los últimos minutos –Feijóo impuso su ley desde el principio-, que es cuando los goles determinan los resultados y se convierten en decisivos. Y Guardiola e Ibarretxe se quedaron como los jóvenes protagonistas de Slumdog Millionaire a su regreso a la India: sus pies ya no caminan sobre una plácida y elegante alfombra roja.

 

El Día de Córdoba

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