lunes, 23 de marzo de 2009

FALLAS


Dicen que es la gran fiesta del fuego, de la electricidad, de la emoción, de la pólvora. Un estallido de sensaciones que consigue provocar que los edificios y los corazones tiemblen. Sin embargo, yo nunca he entendido la fiesta de las Fallas. El problema será mío, no me cabe duda. No me considero un bicho raro, pero todos tenemos nuestras rarezas. Tal vez un valenciano no comprenda que nos gusten los caracoles –chicos- en caldo o que bailemos y bebamos alrededor de una cruz cubierta de flores. No las entiendo –las Fallas, digo-, pero se trata de una fiesta por la que nos reconocen en el exterior. Hasta la trataron de plasmar, de una forma absurda, en una de las misiones imposibles de Tom Cruise, combinándola con la Semana Santa. Imagino a un noruego, alucinado, estupefacto, convencido de que en España les prendemos fuego a los pasos de Semana Santa. Es lo que parecía en la película, no me estoy inventando nada. Aunque en realidad, las Fallas, acudamos a sus ritos más señalados, combinan y funden la España sacra y la España laica, la España de taberna y la España de ofrendas florales, la España de sermón y la España más festiva. Retomemos, tras el inciso, mi falta de sensibilidad hacia la gran fiesta valenciana. Tantos meses de trabajo, de dinero invertido, de ilusiones, para que todo arda en un segundo. Un instante, sólo un instante, y todo acabó. Tal vez tengan las Fallas un componente sexual, de clímax instantáneo, de ese momento álgido que es muy intenso, a veces, y que se disfruta de una forma extraña. La cocina tiene mucho de esto, también, si lo pensamos durante un minuto. El tiempo que le dedicamos a comprar los ingredientes, el tiempo que le dedicamos a su elaboración, y, luego, dos bocados, cinco minutos, y se acabó. Le doy más vueltas al asunto, y tal vez sea yo el que no entienda las Fallas, el que me empeñe en no asumirlas como tal, ya que buena parte de los acontecimientos que suceden en nuestras vidas cuentan con un gran paralelismo con esta gran fiesta del fuego.

No acabo de comprenderme, no sé a qué viene este rechazo, si a mí me encantan los petardos. Desde que me recuerdo puedo verme con petardos en las manos. Comprábamos aquellas tracas de petardos naranjas que deshilachábamos con paciencia infinita para hacerlos estallar uno a uno. Desde la ignorancia del niño, era mucho más divertido que explosionaran todos a la vez, claro, pero se trataba de economía de guerra, porque durante mi infancia la crisis no era un tema tan importante, ya que España se encontraba en una crisis permanente, estructural, desde los cimientos a la superficie. Nosotros nos aliviábamos diciendo que el nuestro era un país diferente, y el que nos encontráramos a muchísimos años de diferencia de las sociedades más avanzadas no dejaba de ser una peculiaridad más de nuestra idiosincrasia. España es así, decíamos, y nos lo creíamos. Busquemos en las hemerotecas la deuda exterior, el déficit y los datos de empleo -sin tener en cuenta que la mujer no se había incorporado al mercado laboral y que los emigrantes se contaban por millones- de España a finales de los setenta y principios de los ochenta, y podremos contemplar la trágica silueta de un país sumido en una crisis brutal. Esta crisis actual, si lo pensamos durante un instante, también comparte mucho de las características principales de las Fallas. La hemos preparado durante años, con decisión y esmero, creando un sistema especulativo tan absurdo como asfixiante, construyendo una falsa e hiriente burbuja inmobiliaria, derrochando el dinero a espuertas, con increíbles sueldos millonarios imposibles de amortizar y, como las Fallas, todo ha ardido, todo ha estallado, en un solo segundo. Ahora, como cuando terminan de arder los Ninots tras la gran Cremà, vivimos entre el humo, entre las cenizas, nos cuesta respirar, y para muchísimos la fiesta terminó. Hasta la próxima, porque como las Fallas, habrá otras y otras –muchas fiestas-, y me temo que la seguirán disfrutando, con mayor intensidad, los de siempre, los fabricantes de ceniza.

Empiezo a comprender porque no termino de sentir una especial atracción hacia las Fallas. Me gusta que el fuego tarde más en arder, que desprenda un calor agradable y placentero, y no una llamarada instantánea que apenas podemos saborear. Creo en lo estable, en lo lógico, en lo coherente, en el crecimiento moderado, en un estilo de vida que no sea una competición por tener más que los demás. No me gusta la ceniza, escuece en mis ojos, dificulta mi respiración. Y no me gusta, especialmente, esta ceniza que hoy nos envuelve, producto de una gran fogata en la que han ardido muchas de nuestras ilusiones, de nuestro dinero, de nuestro esfuerzo. Como aquellos diminutos petardos de mi infancia, si me dan a elegir, yo prefiero que estallen uno a uno. Duraba más la diversión.


El Día de Córdoba

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