domingo, 28 de septiembre de 2008

BUNBURY


Conmocionado aún por el concierto de Enrique Bunbury al que tuve la suerte de asistir el pasado viernes, recupero este artículo que publiqué hace un par de años.



Reconozco que nunca le presté atención alguna a Los héroes del silencio, es más: me burlaba de los aullidos de su cantante. De hecho, me lo pasé en grande cuando Raphael interpretó –por llamarlo de alguna manera- el afamado “duende” de la banda aragonesa. Inmerso en una especie de liguilla musical, a los auténticamente modernos, Los héroes no nos gustaban nada, los aborrecíamos –por sistema. Los considerábamos como una especie de Hombres G para pijos siniestros –o algo así, y soy consciente de que la asociación es muy difícil de comprender hoy en día. Esta circunstancia propició que apenas escuchara el primer trabajo en solitario de su vocalista, Enrique Bunbury, Radical Sonora, un trabajo que no dejaba de ser la propuesta y la promesa del zaragozano por escapar de lo que había sido su carrera musical hasta ese preciso momento. A pesar del éxito de ventas, aún asumiendo la decepción de los más fanáticos seguidores de su anterior banda y la conquista de nuevos adeptos, el gran cambio de Bunbury no llegó hasta Pequeño, un disco con multitud de texturas, mezcolanza de estilos y esencias, de formatos, confluencia de influencias. En Pequeño su autor nos indica que no hay fronteras, que no hay límites, que está dispuesto a todo, a dejarse la garganta en un tango con punteo, o con una ranchera distorsionada o aliñando una copla con una tarantela. Después apareció Pequeño Cabaret Ambulante, que no deja de ser la perfecta representación y revisión de la enorme capacidad del zaragozano, y su banda –no nos olvidemos de El huracán ambulante-, sobre el escenario. Flamingos ya forma parte de la historia musical de nuestro país por méritos propios. Una obra que es un monumento al eclecticismo, una sinfonía de las músicas del mundo, un elogio por la innovación y por el riesgo, y un canto hacia lo diferente, que siempre es posible.
Después de varios años de recorrer algunos de los escenarios más importantes del mundo, Bunbury anuncia que nos deja por un tiempo, en plenitud de inquietudes, riesgos y propuestas. A diferencia de algunos compañeros de generación y profesión –y no me refiero a edad biológica-, que se dejaron el burro amarrado en la puerta del baile y el pobre se quedó sordo de tanto decibelio, o que se fueron a echar un cantecito y se les olvidó tirar las migas para volver, Bunbury se ha reinventado/intepretado/burlado/estrujado trabajo tras trabajo, sin miedo al vacío, sin paracaídas, a pleno pulmón. Puede que este atrevimiento sea uno de los enganches del maño con su público, que, canción tras canción, ha buscado una nueva versión de él mismo sin caer en el absurdo, en lo patético o en la repetición. En estos años Bunbury ha compartido tablas y canciones con Calamaro, Jaime Urrutia, Loquillo o Iván Ferreiro. Ha versioneado tangos, copla, milongas o éxitos de los setenta. En este tiempo, el zaragozano ha tomado parte en experiencias tan interesantes –paralelas a su carrera- como Bushido o Los Chulis; ha musicado los poemas de Panero –tarea nada fácil-, y se ha paseado con un show circense por la geografía nacional. Y más: Enrique Bunbury está detrás de una editorial, Chorrito de Plata, que apuesta por jóvenes poetas -especialmente aragoneses-, y ha apoyado la ascensión de nuevas e interesantes bandas como los Elefantes. El pasado año Bunbury publicó su trabajo más personal y arriesgado, El viaje a ninguna parte, que también podría titularse El viaje por la música latina. De nuevo, talento en estado puro, explorador de sonidos, trotamundos de los bulevares olvidados. Bunbury inicia un nuevo viaje, cambia de rumbo –a la deriva de su talento- y solo, sin la compañía de su incansable Huracán, se adentra en lo desconocido –un territorio que le es muy familiar. Pero regresará, seguro, y lo hará cuando comencemos a echarlo de menos. Muy pronto, espero*.


*la espera, por suerte, ha concluido: Hellville de Luxe.

1 comentario:

Manuel G. Mairena dijo...

a genios como éste se le perdona que hasta su apellido tenga faltas de ortografía