miércoles, 3 de septiembre de 2008

LA FIESTA TAPATIA (Nueva reseña mexicana de Guadalajara 2006)


Germán Buenaventura, en su segunda noche en Guadalajara, tras comer unos tacos y unas quesadillas que le dejaron el estómago agujereado y que encendieron, y de qué manera, sus hemorroides, acompañado de cuatro poetas y dos narradoras entró en un local nocturno, cercano al hotel, donde una banda, ataviados los músicos con blancos uniformes al más puro estilo tradicional, interpretaba unas rancheras agitadas y convulsas que comenzaban con unos compases muy similares a los que se pueden escuchar en las agrupaciones del Carnaval de Cádiz, pero a lo bestia.”Este párrafo da una buena muestra de lo que la novela Guadalajara 2006 (Córdoba: Ediciones Berenice, 2007) del cordobés Salvador Gutiérrez Solís (1968) podría causarle al lector mexicano, en especial al tapatío, respecto de la ciudad y su vitoreada Feria Internacional del Libro. En El telón, Milán Kundera explica los dos tipos de provincianismos literarios, más o menos así: el provincianismo cultural de las naciones grandes (como Francia y Estados Unidos) es ególatra, autosuficiente, se basta a sí mismo de tal modo, que hace pensar a los suyos que no hay literatura que valga más allá de sus fronteras; por el contrario, el provincianismo de naciones pequeñas se sintetiza en la timidez, en la idea de que todo lo culturalmente valioso ocurre en cualquier otra parte, menos en su tierra. Lo traigo a colación porque puede leerse Guadalajara 2006 con dos disposiciones no sólo distintas sino opuestas. Así como muchos charlan o discuten con compatriotas acerca de la idiosincrasia del mexicano como en una enajenación instantánea, exceptuándose como si sus disertaciones atinadas los despojaran por un rato de su nacionalidad; y así como hay, por un lado, quienes pueden identificarse con peroratas de extranjeros, como si sus juicios antropológicos fugaces resumieran lo que es la mexicanidad para el mundo entero, y como también hay, por el otro, quienes —con un purismo intransigente— se crispan al oír que un forastero opina sobre nosotros, como si el tema se reservara el derecho de admisión: así, igualmente, el libro puede generarles urticaria a los que crean que solamente es un aluvión de ignorancias, sandeces e insultos; o puede resultarles refrescante y bienintencionado, en función de que es un texto sin malicia, sí, pero sobre todo sin la ambición —vaya excepcionalidad— de quedar bien con los organizadores de la Feria. Es decir, puede leerse de manera provinciana, en un extremo o en el otro, o hasta en grados intermedios.Cuenta el autor: “Los días previos preparé el viaje como se merecía el acontecimiento. Alquilé en el videoclub de la esquina Como agua para chocolate y Amores perros, y compré en el mercadillo una copia estupenda, sin gente paseándose por delante de la pantalla ni tosidos, de El laberinto del fauno. […] La copia de Babel no contenía ningún archivo, a veces pasa. También me compré, en el mismo mercadillo, y también me salieron la mar de buenos, los cedés de Paulina Rubio, Julieta Venegas, Maná y Shakira. Después me enteré de que Shakira es colombiana; de por allí, en cualquier caso. Los de Luis Miguel no hizo falta que me los comprara, que mi mujer, Patricia, los tiene todos […] Hice que me enviaran al periódico los libros de Carlos Fuentes, Volpi y Padilla, que por esas fechas acababan de publicar. Con todo esto quiero decir que me mexicanicé […] También me esforcé en diferenciar un taco de una enchilada y un sincronizado de una quesadilla, vaya que metiera la pata en un restaurante.” Lo dicho hasta aquí podría ser considerado un manojo de puntadas con pose ingenua, pero ahora viene la verdadera prueba, la de la auténtica blasfemia: “Empecé a leer a Juan Rulfo, del que se hablaba mucho por los líos del premio que lleva su nombre, y me aburrí sobremanera. Una literatura muy costumbrista, para mi gusto, que yo me considero un escritor de mis días”.El caso, como se habrá deducido ya, aborda la edición 2006 de la Feria Internacional del Libro, dedicada a Andalucía (la cual cerró con un perfecto recital de Joaquín Sabina que abarrotó el Expo Foro), que trajo a Salvador Gutiérrez Solís acá.La novela no se constriñe a un solo narrador, sino más bien, al estilo de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, es un ramillete de textos firmados por distintos autores apócrifos, y el principal de ellos es Germán Buenaventura, alias El novelista malaleche; pero de cualquier forma el resto, salvo algunos pequeños detalles que hilvanan sus supuestas personalidades, mantiene la esencia estilística, lo que vuelve cómoda la lectura, pues no podría sostenerse como una novela coral: lo que vale es, digamos, el concreto diario del viajero.Todos los (frecuentes o esporádicos) asistentes a la FIL sabemos de cierto que la feria ha degenerado en un carnaval donde los autores famosos buscan constatar su fama ante otros famosos, donde la sobreoferta de funciones literarias se asemeja a la sobreoferta de películas en un centro comercial, y donde, paradójicamente, nadie lee mientras dura. Xavier Velasco, Santiago Roncagliolo, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y los infumables del Crack, entre muchos, se prestan cada año, jubilosos, a pulular por los salones de la Expo repitiendo las mismas ocurrencias que les funcionaron en otras ponencias, y hasta le hacen cápsulas a Carlos Loret de Mola, de una ridiculez que, si no fuera por su fama, al verlas nadie podría inferir que se trata de grandes escritores (aunque es obvio que los del Crack no lo son).Exceptuando a Juan Villoro —quien al finalizar la vigésima Feria Internacional del Libro escribió un artículo (en viernes, en Reforma) en el que confesaba que hubo un momento en el que el agobio lo venció, se sentó en el suelo de un pasillo, y comprendió que todo ese sainete está muy lejos del ejercicio real de la lectura, y de la literatura en sí— no hay escritor Invitado Frecuente que no se deje seducir por las mieles del evento y, por ende, calle cualquier opinión que pudiera surgirle respecto a los usos alegres que hacen Raúl Padilla y su séquito del presupuesto de la Universidad de Guadalajara.Por eso, leer a Salvador Gutiérrez Solís es un oasis en medio del desierto de voces, o de la neblina de textos, que siempre terminan ofreciendo la visión más ofuscada, optimista, barbera y culterana de la FIL. El también autor de El batallón de los perdedores (cuyo narrador-protagonista es el mismo de Guadalajara 2006) simplemente ofrece un parte de lo que vio: los tumultos, el desorden, la gloria efímera de algunos colegas suyos y nos dice cosas, desde allá, como —por dar un solo pero buen ejemplo— lo que cada año comprobamos en nuestro fuero interno: que las edecanes más apetecibles, de entre todas las editoriales, son las uniformadas con vestiditos azules entallados, de Océano.Con una sinceridad que se agradece —aun siendo ficticia—, Gutiérrez Solís confiesa los pasos que tuvo que dar para ser invitado: “Febrero de 2006: Germán solicita una entrevista con la responsable de la Administración por la presencia andaluza en la feria mexicana. Germán, durante la entrevista, edulcorada, de auténtico lucimiento para la política, se muestra en todo momento más que amable […]“Abril de 2006: Germán descubre […] que no está incluido en la primera lista de autores invitados al ciclo mexicano. Germán se pone en contacto con la Administración y le ofrece la posibilidad de editar una antología de narrativa y poesía andaluza contemporánea, de forma desinteresada —o sea, sin subvención—, para presentar en Guadalajara. La Administración le informa, para pesar de Germán, que la Universidad de Guadalajara ya está realizando ambas antologías. “Mayo de 2006: Germán Buenaventura lanza el bulo de que está escribiendo una novela, Viaje de ida y vuelta, en la que narra las relaciones entre una chica mexicana y un chico andaluz. “Agosto de 2006: Germán Buenaventura recibe respuesta de la Administración, a pesar de las fechas veraniegas. ‘Tras estudiar su propuesta, hemos decidido apoyar el viaje y la estancia de dos miembros de la editorial, así como de dos autores de la misma’.”La intriga de la novela (el robo de una laptop, que contenía una obra inédita, en uno de los hoteles sede) en realidad nunca estremece; sin embargo, algunos pasajes son más que divertidos, como uno en el que cierto grupo de autores tímidos, por querer ir al burdel más despampanante, terminan en un bodegón clandestino pletórico de trasvestis.Mención aparte merece el discurso de Gutiérrez Solís acerca del guaysmo, que viene a ser —toda proporción guardada— el equivalente al dedicado por Milan Kundera al kitsch en La insoportable levedad del ser. Dice: “Lo contemporáneo es un modelo en extinción, la actualidad no basta, el ahora ya es parte del ayer, ya no es ahora, ha dejado de ser. Los modelos caducan cada segundo, su utilidad es efímera. ¿Cuál es la medida, dónde está el punto de equilibrio? Muchos han querido encontrar la respuestas en lo que yo defino como el guaysmo, y que no deja de ser un falso y estúpido modernismo que asola el mundo. Es la plaga más global de cuantas hemos conocido.”No se trata, como en ningún otro caso, de estar de acuerdo —¡ni de lejos!— con el autor en sus posiciones, opiniones, héroes y villanos, pero el hecho de que no ande con cautelas y medias tintas, y derroche su veneno —sea contra los mariachis, la FIL, o hasta para lo que él llama el guaysmo—, es ya un remanso divertido entre tanta politiquería correcta.



Rodolfo García Mateos

Revista Replicante


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