lunes, 1 de septiembre de 2008

SEPTIEMBRE



Septiembre, sí, otra vez. Cuando Gasol y compañía se lo pusieron tan difícil a los americanos –mientras las cafeteras pitaban en las cocinas de media España- aún faltaba una semana para que terminara agosto. Del heroico frontón de Nadal ha transcurrido ya un río de noticias, accidentes y fichajes. Una semana es todavía mucho tiempo, una cuarta parte de las vacaciones, nos dijimos muchos. Cada cual se las ingenia como puede para alimentar el optimismo y tratar de darle esquinazo a la realidad. Pero la realidad siempre está ahí, jamás se olvida de nosotros. La realidad del 31 –fatídico número por una vez-, último día de agosto. Y, sobre todo, la realidad, cruel, deseada, maldecida, esperada, es la que marca el calendario, y la terrible hoja de septiembre aparece ante nuestros ojos. Septiembre siempre será una realidad, que cada uno la adjetive como le dé la gana. En las costuras de los asientos de nuestros automóviles, en las esquinas de nuestras maletas, en los bolsillos de los pantalones, en esa cartera que sólo utilizamos una vez al año, permanecen esos polizones disfrazados de recuerdos que certifican lo que ha dado de sí este maldito y bendito mes de agosto que termina mucho antes de lo que desearíamos y que tarda en llegar mucho más de lo que quisiéramos. Arena de la playa, una traviesa ramita, un billete de Metro, un posavasos de colores llamativos, el plano de un museo, cientos de fotografías que nunca trasladaremos al papel, una película de videocámara. El regreso es más ingrato, no cuenta con los alicientes y expectativas de la ida, no esconde ninguna sorpresa: sabemos lo que nos aguarda. El agua que dejamos en el salón y en el dormitorio se ha evaporado, fabricando una neblina amarillenta en ese bol que empleamos para las ensaladas. Una planta no ha resistido los rigores del verano, ¿no me dijiste que le habías dejado un plato lleno? Sobresaltamos a la lavadora con trabajo extra tras un mes en el limbo, en las primeras vueltas bosteza el despertar de su gran sueño. Facturas y folletos publicitarios que se agolpan en el buzón.
Septiembre suena a canción, en diferentes idiomas y estilos; bonito título para una película, hagamos memoria y acertemos, que la hay; en la portada de una novela tampoco quedaría nada mal: sugerente y concreto –me temo que alguien se nos adelantó-. Comienza la Liga, con sus estrellas y estrellados, con sus promesas de emoción y gloria y los colegios empiezan a desempolvar sus pupitres vacíos y sus pasillos enmudecidos. Cartillas y libros inmaculados aguardan a sus próximos e inquietos propietarios. La imaginación de los diseñadores de coleccionables aún no ha alcanzado su techo: cuberterías para niños, barcos de guerra con un pasado legendario, vehículos teledirigidos, la filmografía esencial de ese actor/director esencial. Nos juzgamos ante el espejo o sobre la báscula y nos proponemos erradicar de nuestras vidas y cuerpos todos esos hábitos que entendemos nocivos, inútiles o superfluos. Mañana una pescadita a la plancha y el tabaco no lo vuelvo a probar en mi vida. Septiembre y su realidad, que no deja de ser la rutina de cada día, nos aguarda con los brazos abiertos y mirada ojeriza, como esa madre que espera a su hijo de madrugada. Los informativos volverán a repetir ese reportaje del trauma postvacacional, y yo siempre me preguntaré cómo será el trauma de aquellos que no hayan disfrutado de unas vacaciones o, peor aún, de aquellos que no tengan trabajo. Ha llegado, sí, septiembre, el odiado, el mes más ingrato; ha llegado, sí, septiembre, repitámoslo con todas sus letras -10 si no me equivoco-, y crucemos los dedos –los de las manos y los de los pies si contamos con la contorsionista habilidad-, para que lo que volvamos a maldecir, una vez más, el año que viene por estas fechas.



El Día de Córdoba

1 comentario:

Manuel G. Mairena dijo...

y aún peor es cuando tienes amigos que se van de vacaciones 15 días en Septiembre, con ese comentario con retintín: "pues ahora nos vamos de viaje a un hotel con spa", como los odio!