sábado, 6 de septiembre de 2008

EL BATALLÓN DE LOS PERDEDORES (fragmento)



En el primer encargo de don Arturo Ballesteros, en lo que fue el libro de su vida, lo que peor llevé fue el convivir con la ansiedad que me generaba estar a la altura, entregar el texto a tiempo, que le gustara lo que había escrito, que lo comprendiera, todas esas cosas. En este segundo encargo padezco nuevamente todas estas circunstancias que me generan una gran ansiedad, y añado todas las nuevas que pueda acarrear mi primo Ramón. Acorralado, me encuentro en sus manos, dependo de él, aunque luego yo retoque lo que me entregue, claro, y le proporcione densidad literaria y perfile la personalidad de los personajes. Todo eso es fácil, con una semana me sobra, pero si tengo una base, ese primer borrador… de momento, no tengo nada.
También me genera ansiedad el hecho de que tal vez mi primo Ramón no se haya tomado demasiado en serio el encargo, que no soporte su dosis de presión y, por tanto, de ansiedad. Bajo esta presión se han creado grandes obras maestras de la Literatura universal, y podría citar cientos de ejemplos que lo atestiguan*.
Lo que no puedo en ningún caso es sumar todas estas ansiedades, estrés lo llaman ahora, muy de esta época, y provocarme una enfermedad yo mismo. He de actuar como un mediador, como un coordinador, mejor, y coordinar el trabajo de Bea y Ramón, con el mío propio, antes de entregárselo a don Arturo Ballesteros. En realidad lo mío es algo muy actual, muy de la especulación inmobiliaria, y lo que hago es subcontratar el trabajo porque lo único que cuenta es el resultado final. Y si el edificio queda bonito, qué más da que el aparejador no supiera hacer la O con un canuto.
Marco el número de teléfono de mi primo Ramón.
-Sí… -responde Bea, parece cansada, dormida, o sea: los he pillado en la cama.
-¿Puedo hablar con Ramón? –pregunto sin identificarme.
-Está en… la ducha –miente mal Bea, pero lo hace muy bien, al mismo tiempo, con mucha insinuación barata, mucha guarrería de madrugada en los asientos de atrás.
-Soy su primo Germán…
-No te había reconocido... –la voz de Bea se vuelve más grave, menos dulce- estuvimos trabajando hasta tarde en el encargo…
-Ya… -no sé qué decir.
Las mujeres que me gustan mucho me dejan mudo, me impresionan, me transforman en un ser pequeño y débil. No creo que sea yo una excepción, le pasa a buena parte de los hombres, de los hombres que yo conozco.
-Estamos encontrando una información valiosísima, que se adecua perfectamente a la historia creada por Ramón. Vamos a combinar documentación e imaginación en partes iguales, una obra rigurosa y entretenida al mismo tiempo –ha tomado impulso Bea y cada vez habla más rápido.
Sería un buen fichaje para la editorial, no me cabe ninguna duda.
-Dime, Germán, que me has cogido bajando la basura –es más fácil pillar a un mentiroso que a un cojo.
Imagino a mi primo con andares de pingüino, intentando colocarse los pantalones.
-Te llamaba para comentarte que necesitamos la obra para finales de octubre –soy tajante.
-Pero, primo, para eso queda poco más de un mes… -la voz de mi primo es más aguda, amanerada, cuando se altera.
-Ramón, no soy yo el que marca estos plazos, como comprenderás… además, ahora cuentas con la ayuda de Bea, y os quedáis hasta tarde trabajando, por lo que supongo os cundirá mucho el trabajo y ya habréis adelantado una barbaridad… -no puedo esconder un cierto tufo a celos en mis palabras.
-Hombre, sí, la cosa va rápida, pero como para un mes no sé yo qué decirte… -se defiende mi primo como puede.
-Bueno… yo sé que sí…
-Esperemos…
Aquí es cuando tendría que ser más contundente –imponer mi autoridad-, y no lo soy.
-Aprovecho para decirte que han publicado un libro de la Guerra Civil escrito por Sánchez Ferlosio… -digo.
-¿Y ese quién es? –qué atrevida es la ignorancia.
-Ramón, coño, el de El Jarama –respondo.
-¿El de qué? –sin pudor.
-El último premio Cervantes –apostillo.
-No, no, yo no sigo esos premios, seguro que están dados de antemano y lo único que hacen es reírse de toda la gente que se presenta, que se deja el dinero en la fotocopiadora… -dice Ramón y se queda tan tranquilo.
No le explico nada a Ramón, creo que Buenaventura de segundo apellido, y le vuelvo a repetir la fecha de entrega.
Tras un breve paseo me planto en la sede de la editorial, donde me aguardan cinco manuscritos, dos novelas y tres poemarios, que han superado la criba del comité de lectura. Debería haber tomado la decisión hace ya un par de meses, pero me encanta demorarme, hacerles padecer a los autores aspirantes lo que yo tanto he padecido. Además, las cosas que más cuestan, que más tardan, más se disfrutan, o algo parecido me solía repetir mi madre.
La Medusa, físicamente, se encuentra en una callejuela del barrio antiguo. No es un lugar concurrido, todo lo contrario, de los portales se escapan los sonidos de la televisión, los canturreos de las mujeres, el silbido de las ollas a presión; todos esos sonidos y olores característicos de cualquier mañana en mi ciudad. O tal vez sean característicos de cualquier ciudad.
Aún me restan cinco o seis metros para llegar a la editorial cuando compruebo que la puerta comienza a abrirse. Me detengo, y me cuelo en un portal de enfrente. Atónito, descubro quién sale de La Medusa: Carlos Fuertes, el dueño de La Kurda.
Antes de iniciar el camino, el grasiento poeta inédito comprueba que no haya nadie en la calle, se gira, le dice a Genaro algo al oído que no llego a escuchar, ríen, sonríen, y rozan levemente sus labios (se dan un piquito, que es más moderno).


El batallón de los perdedores (Berenice, 2006).

Segunda entrega de la Saga Malaleche

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