Un recuento fiel y exacto de los insultos recibidos,
aparte de un trabajo colosal, me llevaría demasiado tiempo y espacio. Tela de
trabajo, me temo. Y es que, claro, téngalo en cuenta, soy andaluz, y por tanto
soy flojo, tirando a vago, redomado, y lo de trabajar se me da peor que mal,
porque lo que a mí me gusta, lo que realmente disfruto es una buena siesta y
estar todo el día de fiesta, de Feria, con mi vinito en la mano y tocando las
palmas, y si es vestido de corto, con mi sombrero cordobés de ala ancha, mucho
mejor. Pero antes de avanzar, un acto de sinceridad: me están ayudando a
escribir este artículo, por supuesto, un señor de Chicago que es la mar de
apañado, y baratito, de la misma manera que me ha ayudado a escribir todas mis
novelas, pero yo no soy una excepción, no se vayan a creer ustedes. Picasso
tenía un ayudante que le pintaba los cuadros, y Machado un “negro” que le
escribía los poemas, y Velázquez, y Lorca y Alberti y Cernuda y Murillo y
Góngora y García Baena y Muñoz Molina, todos con un ayudante secreto, por
supuesto, y Banderas es un ente virtual y a Antonio de la Torre lo tienen que
doblar porque no se le entiende, y Vicente Amigo en verdad es de Pekín, y
Carolina Marín realmente es vietnamita. Cómo iban a ser andaluces, por favor. Y
es que ser andaluz es muy complicado, mucho, somos Las Canarias de la
inteligencia, vamos siempre una hora o un siglo tarde, somos así, muy cortitos.
No ya justitos, cortos cortísimos. Por eso es lógico que hablemos tan mal, que
apenas se nos entienda, es lo normal, porque nuestros niños no van al colegio
como el resto y cuando van, que es lo raro, porque aquí dormimos siestas tipo
osos canadienses en hibernación, les esperan aulas sin mesas, sin pizarras,
están tirados por los suelos, las criaturas, por eso nos pasamos el día de
fiesta, cuando no de siesta, claro, dándole a las palmas y al cante, ole que
ole, para poder sobrellevar este terrible presente nuestro. Esa es nuestra
gracia, perdón, grasia, que es como de verdad se escribe.
Así, un repasillo, pero sin esforzarme mucho, ya saben,
que soy andaluz y luego tengo agujetas mentales. Que yo recuerde, Esperanza
Aguirre comparando a los jornaleros andaluces con gallinas en sus “pitas,
pitas”, Hernando diciendo que Andalucía es Etiopía, que aún no termino de
entender, pero es que soy andaluz y esas cosas me cuestan, claro. O Feijoo
cuando dijo que la Transición no había pasado por Andalucía o Ana Mato, la del
Jaguar y el confeti, sí, la misma, cuando dijo que los niños andaluces eran
unos analfabetos que dan clases en el suelo o Montserrat Nebrera, me temo que
de la misma escuela que la otra Montserrat, que dijo que teníamos acento de
chiste. Hasta la nueva derecha se ha subido al carro del insulto a Andalucía y
a los andaluces, cuando apareció por aquí Albert Rivera, en plan Bienvenido Mr.
Marshall y nos prometió el pan y los peces, y que para eso nos iba a enseñar a
pescar. No se lo tuvo que pensar mucho, que somos andaluces y aprender nos
cuesta tela, y aprender para trabajar todavía más, mucho más. Albert, mejor
sigue pescando solo, y si es en otras aguas, eso que ganamos todos.
Es anunciar un proceso electoral en Andalucía y no tener que esperar
demasiado tiempo para escuchar el primer rebuzno de la derecha con respecto a
Andalucía y los andaluces. El nuevo hit de la derecha es obra de la
exministra García Tejerina: En
Andalucía lo que sabe un niño de diez años es lo que sabe uno de ocho en
Castilla y León. Así, tal cual. No sé cuál sería el resultado si hubiera
comparado un niño andaluz con uno de New York, a lo mejor ni había nacido
todavía, feto sabe más que un andaluz de 25 años. Tres hipótesis para
justificar este nuevo desvarío, que confirma una tendencia histórica. 1,
realmente dicen lo que piensan y que normalmente callan por insana e interesada
hipocresía. 2, es una nueva estrategia política que nadie entiende, empezando
por sus propios votantes. Y 3, como Juanma, el mudito, apoyó a Soraya y yo
soy de Pablo, esto es lo que hay. Pero que esto me llega de oídas, eh, que
soy andaluz y estas cosas me son muy difíciles de entender, ignorante que es
uno donde los haya, que hasta he necesitado de un corrector, que tenía faltas
para parar un tren. En la despedida, solo un deseo, una petición, un anhelo,
más allá de la ironía y el estupor: ya está bien.
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