martes, 2 de octubre de 2018

BUSCAR EN LOS CAJONES


Siempre se ha dicho eso tan bonito, referente a los poetas, los músicos o los pintores, que en realidad nunca mueren, cuando mueren físicamente, porque su obra permanece para siempre, y esa es una manera de seguir estando vivo, aunque no coleando. Y la verdad es que eso es así, en determinadas ocasiones, con los más grandes, especialmente. Leemos poemas escritos hace doscientos años, o escuchamos una canción de 1942 que nos siguen emocionando, como si fuera la primera vez. Siguen teniendo vida propia. En los últimos años, esta vida después de la muerte, física, se ha desplazado a un ámbito mucho más material, menos emocional o espiritual, como es el del negocio, la caja, el vamos que nos vamos, y a seguir vendiendo lo que sea y a cualquier precio. En infinidad de ocasiones, solo es el resultado de rebuscar en las papeleras y en los cajones todo eso que el creador en su día descartó o, sencillamente, solo entendió como una mera anotación, un borrador, un bosquejo o un ejercicio sin valor aparente. Prince, es un magnífico ejemplo, a este respecto. Sus familiares, o entorno, como suelen presentarse, que es mucho más abstracto, pocos días después de su fallecimiento, el 21 de abril de 2016, anunciaron que el genio de Mineápolis había dejado miles de horas de grabaciones. Miles. O, en resumidas cuentas, lo que su entorno vino a anunciar, sin esperar a que se nos secaran las lágrimas, preparad la cartera que vamos a vender todo lo que podamos y algo más. Esa primera entrega inédita de Prince llegó hace apenas una semana, bajo el título de Piano & a Microphone 1983. Ojo, 1983, hasta 2016 ya quedan años. 33, nada más y nada menos.
Cómo definir o describir este supuestamente nuevo disco de Prince. Pues una portada estupenda, vinilos de 180 gramos, que siempre se agradecen, y nada nuevo musicalmente. Escuchándolo, solo me puedo imaginar a Prince, vestido con sus mejores galas, frente a un piano púrpura, seduciendo a una hermosa mujer, mientras interpreta algunos de sus temas más legendarios. Punto. Estoy convencido de que Prince no dejó escondida en un cajón o en un disco duro ninguna obra de arte, que todo lo grandioso, o bueno, que compuso lo hemos disfrutado ya. Y este nuevo disco tal vez sea eso, un vaticinio de lo que vendrá, vamos a hacer caja que siempre habrá coleccionistas o frikis que lo comprarán. Con este ejemplo no quiero decir que no crea en grandes obras inéditas que hemos descubierto tras el fallecimiento de su creador. Tenemos un ejemplo muy cercano, el de nuestro querido y nunca olvidado Nacho Montoto. La muerte nos lo arrebató justo cuando acababa de terminar su último y maravilloso poemario: La orquesta revolucionaria. Pero la intención de Nacho, tal y como estaba haciendo, era la de publicar su libro, la de ofrecérnoslo a todos. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los creadores queremos compartir nuestras obras, sobre todo aquellas de las que estamos más satisfechos. El tiempo de las obras maestras escondidas en los cajones, en esta sociedad de la información y de la velocidad, pasó a la historia. Bien distinto, es lo que hicieron en su momento, por ejemplo, Robert Smith y su banda, los míticos The Cure, recopilando en una apabullante caja de 4 discos, Join the Dots, todos esos descartes o “caras b” que no encontraron acomodo en ningún trabajo de la banda. Tan distinto porque los que rebuscaron en los cajones fueron ellos mismos.
A mí, particularmente, no me gustaría que rebuscaran en mis cajones cuando ya no esté, porque todo lo que podría ser publicable yo no he considerado que mereciese ser publicable. No siempre acertamos, y los errores nos sirven para crecer, para seguir aprendiendo, pero no para ofrecerlos al público. En muchos casos, ya no es rebuscar en los cajones, es buscar directamente en la basura, con todo lo que eso conlleva. Y comprendo que haya apuntes, anotaciones, incluso cartas, que nos ayuden a entender el proceso creativo de tal o cual autor, pero lamentablemente en demasiadas ocasiones lo que nos ofrecen es una ventana abierta a la íntima privacidad de cada cual, y eso no debería estar nunca justificado, por muchos ceros que aparezcan en el contrato. Por respeto al propio autor, y por respeto a los que admiramos su obra, y pagamos. 
 

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