viernes, 1 de noviembre de 2013

THE WANDERERS. LAS PANDILLAS DEL BRONX.

Han escondido los juguetes en el baúl de la memoria, apenas ya pisan la pista de baloncesto y prefieren quedarse en la grada, fumando, escupiendo, hablando de sus cosas. Son cosas nuevas, no todas buenas, diferentes, cosas de niños que quieren ser hombres lo antes posible y dejar de ser niños —lo antes posible—. Los primeros cigarrillos, cerveza y chupitos de güisqui. Los primeros besos, esas caricias en el portal. El barrio es oscuro cuando el reloj avanza y los callejones son el escenario de reyertas, intercambios y demás negociaciones, y hay que cuidar el barrio, hay que defender el barrio y, sobre todo, hay que dominar el barrio. Hay otros como ellos, otras pandillas, que también se han marcado el mismo objetivo. Son los años sesenta y ellos son los Wanderers.
Richard Price, al que una inmensa mayoría descubrimos gracias a la majestuosa The Wire, debutó en la literatura a los veinticuatro años con The Wanderers. Las pandillas del Bronx. Una soberbia postal de la adolescencia como un tiempo en la frontera de la vida, entre la niñez y la juventud a la vuelta de la esquina. Tiempo de transformación, la mariposa vuela por sus propios medios, con sus nuevas alas, tratando de encontrar y encontrarse.
Lawren Kasdan filmó la prodigiosa Reencuentro Richard Price escribió The Wanderers, y ambas obras pueden entenderse como eslabones de una misma cadena, situadas en lugares diferentes: al principio y al final. También podríamos referirnos a American Grafitti, de Lucas, y hasta a Rebelde sin causa, del ojeroso James Dean, pero temo que empezaríamos a alejarnos demasiado. Las primeras obras de Spike Lee —antes de perderse en su propio laberinto—, incluso... seguir leyendo en La Tormenta En Un Vaso

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