miércoles, 30 de octubre de 2013

VANIDAD

Es muy sencillo, pon un poco de vanidad en el anzuelo y lánzalo... No tendrás que esperar mucho. No tardamos en picar...
YA no gastan pata de palo, tampoco un loro pasea por sus hombros, el parche lo han sustituido por lentillas de colores y tal vez prefieran un gin tonic, con sus tropezones de colores, antes que ese ron que canturreaban a todas horas. Los piratas de nuevo cuño los podemos encontrar en un lujoso despacho, al frente de una gran multinacional o de un banco con colorista logotipo, entre los recovecos de ese nuevo océano que es Internet, en un almacén o exhibiendo gritos y codazos en cualquier bolsa del mundo. También los seguimos encontrando en su espacio original e histórico, en el mar, metralleta en mano, secuestradores marinos en la mayoría de las ocasiones. Secuestros largos y crueles, parapetados tras el laberinto de los vacíos de las leyes internacionales y el silencio, cuando no en la pasividad de los gobiernos. Los más famosos, denominación de origen en toda regla, los patanegra del circuito, por trayectoria, dedicación y proyección: los piratas somalíes. De plena actualidad en los últimos años, todos recordamos el interminable padecimiento de los tripulantes del Alakrana, así como demás secuestros, hasta una película les han dedicado la industria americana, protagonizada por Tom Hanks, Capitán Phillips. Abdi Hassan, más conocido como Bocazas, fue uno de los más célebres piratas somalíes, cuentan que estuvo implicado en lo del barco español. Hassan, cansado de secuestrar marineros o con el suficiente dinero para llevar una acomodada jubilación, o puede que por ambos motivos al mismo tiempo, no hace tanto decidió retirarse del negocio. Y lo anunció a bombo y platillo, que para eso ya era un pirata célebre y temido.

Arropado por la dejadez legalista de su país, obviando la multitud de órdenes de captura, Abdi Hassan comenzó a vivir su tranquilo retiro sin tener en cuenta su pasado, como un automóvil con el cuentakilómetros a cero. Una nueva vida, a partir de la nada, como si no tuviera cuentas que saldar. Puede que se comprara una inmensa finca, donde pastaban las reses tranquilamente. Puede que tuviese la intención de convertirse en coleccionista de atardeceres, sentado cada tarde en una mecedora, en el porche, con un grueso puro en la mano. Puede que se entregara a la vida familiar, después de tantos años de pirateo y travesías, rodeado de niños juguetones y sonrientes. Sin embargo, lo que ya intuía como una plácida jubilación, de golpe y porrazo, por torpeza propia... seguir leyendo en El Día de Córdoba

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