martes, 15 de octubre de 2013

EL SILENCIO DE LOS SONIDOS

Sonidos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Sonidos queridos, que nos definen. Sonidos que queremos evitar, que catalagomos como ruido. Pero no, son los sonidos de nuestros días...
HAY sonidos en los que podemos confiar y en los que confiamos. En la última jornada de Cosmopoética, la poeta irlandesa Moya Cannon reflexionaba durante su recital sobre esos sonidos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, que no nos detenemos un instante a reconocerlos, a disfrutarlos, a nombrarlos, y que aún así nos son fundamentales. Nuestra vida no sería la misma sin ellos, aunque los escuchemos sin prestarles la menor atención. El sonido del llanto de un bebé en la madrugada, el sonido del agua que fluye, en una fuente, en un río, de un grifo, el sonido de los pájaros en los árboles, el crujiente sonido de las hojas bajo nuestros pies, especialmente ahora en otoño. Sonidos en los que confiamos. Podríamos establecer un mapa sonoro de todos esos sonidos que nos acompañan y a los que no prestamos atención. Están ahí, conviven con nosotros, forman parte de nuestros días, de nuestras horas, en cierto modo nos definen, formando parte del decorado en el que interpretamos nuestro paso por este mundo. Con frecuencia, ahora más que nunca, confundimos el ruido con el sonido. Es más, llegamos a considerar el sonido, el que nos molesta, el que no entendemos, como ruido, pero es sonido, el sonido de nuestros días. Vivimos en un tiempo ruidoso, mucho ruido, pero mucho de ese ruido es el sonido de este tiempo que nos ha tocado. Sí, es el sonido, aunque no queramos reconocerlo como tal.

Desde esta misma semana, gracias a las nuevas tecnologías, podemos escuchar el sonido de algunos de los supervivientes en el campo de concentración de Auschwitz. Un material excepcional, recopilado por el juez responsable de la causa, que ahora está a disposición de todo aquel que desee escucharlo. El metódico y calculado exterminio nazi, que se cebó especialmente con el pueblo judío, fue un sonido de su tiempo. El relato descarnado del horror. Un sonido ingrato, desolador, nauseabundo, que muy pocos quisieron escuchar. El sonido de los desaparecidos en Argentina, en Chile y, también aquí, en España. Un sonido molesto que para muchos era -y sigue siendo- un cansino pitido en los oídos. Y no, no era ruido, era sonido. Como tampoco fue ruido el sonido procedente de Vietnam, Guatemala, Sudáfrica, Irán o Libia. El sonido terrible y grotesco... sigue leyendo en El Día de Córdoba

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