domingo, 15 de junio de 2008

HUELLAS



Desde que recuerdo tengo una cierta fijación, por no decir obsesión, por las huellas. No me refiero, exactamente, a las huellas que dejamos en un vaso o a las huellas en la empuñadora de la pistola que delatan al asesino. Mis huellas particulares me trasladan a esas otras personas que han pasado, transitado o vivido por lugares, espacios o rincones que nosotros mismos hemos ocupado –u ocupamos- en algunos momentos concretos de nuestras vidas. De pequeño, sentado en la pilona de la calle Pleitineros, en su desembocadura en Santa María de Gracia, mientras esperaba la llegada de mis hermanos o de mis padres, pensaba en todas las personas que podrían haber estado sentadas, con anterioridad, en esa misma pilona que yo mismo ocupaba. A su manera, o de una manera que es difícil de entender, porque tal vez no cuente con una explicación coherente o convincente, todas esas personas habían dejado su huella en la pilona, aunque sólo hubieran estado sentadas un segundo a lo largo de sus vidas. Pero había más. Miraba el asfalto, los autobuses tambaleantes y repletos camino del Realejo, y mis huellas se multiplicaban, eran muchísimas más. Pensaba en todos aquellos y aquellas que podían haber recorrido alguna vez, bien a pie o motorizados, Santa María de Gracia de camino al centro, pasando por el Realejo. Puede que mi actriz favorita, ese jugador de fútbol cuyo cromo nunca encontré, aquella chica rubia y fascinante de las borregas, hubieran pasado en algún momento por la calle que contemplaba y, hasta incluso, hubieran tomado asiento en la pilona, dejando tras de sí una huella invisible o real, una prueba inescrutable de su presencia que el tiempo no podría borrar. Tocaba la piedra de mi redondo asiento y trataba de estrechar mi mano con unos personajes tan imaginarios como reales.
El conocimiento de la milenaria historia de nuestra ciudad, todos los pueblos y civilizaciones que han habitado lo que hoy conocemos por Córdoba, consiguió amplificar el sentido e importancia de mis huellas –que pueden entenderse como rastros, como señales-. Pensaba que sobre el lugar que ocupaba mi casa, habría habido antes cientos de otras casas, cabañas, torres, lo que fuera, y que otros hombres y mujeres habrían caminado por donde entonces lo hacíamos mi familia y vecinos. Hombres y mujeres con nombres latinos, árabes o castellanos, y cuyas huellas seguían estando entre nosotros, de una manera que me era imposible de explicar con un mínimo de lógica. De la misma manera que me fascinan esos edificios a medio derruir, en los que se pueden seguir viendo los colores de las paredes, los restos blanquecinos de los cuadros o los huecos de los armarios empotrados. Hoy en día, cuando ocupo mi asiento en un tren, en un teatro o en una plaza de toros, no pudo dejar de pensar en todas aquellas personas que ocuparon mi lugar con anterioridad. Apoyándome en la imaginación, como un juego sin dados ni casilla de salida, intento identificar a los anteriores ocupantes, basándome en suposiciones y datos imposibles de contrastar. Como es de suponer, las huellas del pasado, me llevan a pensar en las huellas que yo mismo y todos nosotros podremos dejar a los que posteriormente ocupen nuestros espacios actuales.
Nuestras huellas, queramos o no, permanecerán. Nuestros pasos, nuestras acciones, puede que nuestras voces, pasarán a formar parte del inmenso y desordenado almacén de la memoria colectiva. Con un trazo más grueso, apenas imperceptibles, difusas, confusas, mezcladas, intactas. Tal vez no contemos con la capacidad para decidir cómo sobrevivirán nuestras huellas el paso del tiempo, o sí y sólo sea cuestión de estrategia y perseverancia. A menudo, empleamos demasiado tiempo en cincelar esas huellas del futuro y nos olvidamos de las que vamos dejando en el presente, que son, realmente, las únicas que vivimos. Las huellas esculpidas en el mármol son más fáciles de reconocer, a simple vista, más llamativas, pero yo prefiero seguir descubriendo esas cálidas y familiares huellas que una vez creí sentir en la pilona de la calle Pleitineros.
El Día de Córdoba

1 comentario:

Anónimo dijo...

que arte tienes tito! leo lo que puedo y me gusta, publica algo de raul y la seleccion. pasate por mis ultimas publicaciones. un abrazo. que tal estan los niños?