martes, 24 de marzo de 2020

EL PARAÍSO QUE NUNCA FUE


Si fuera especialmente desconfiado, mal pensado, retorcido incluso, podría llegar a creer que durante años nos han estado instruyendo para todo esto por lo que estamos pasando. Nos enseñaron, primero, que tener una propiedad, una casa especialmente, era lo más parecido a alcanzar nuestros sueños, y nos entregamos a ello sin freno ni control. Inflamos tanto, tanto, la burbuja que acabó reventando. Y todos, de un modo u otro, reventamos a la vez. Eso sí, con nuestras hipotecas a treinta y cinco años, condenados, en la mayoría de los casos, a vivir en la misma casa durante ese tiempo, sin tener en cuenta nuestras circunstancias. Esas casas que nunca reconocimos como el yugo y que llenamos de comodidades y avances tecnológicos para mejor disfrutarlas. Internet a banda ancha, a todo lo que da, sin límite de descarga; pantallas de televisión del tamaño de una mesa de ping pong; unas cocinas que jamás habrían soñado nuestros padres, donde jugamos a emular a los grandes cocineros; esplendorosas y frondosas zonas ajardinadas, piscinas comunitarias, pistas de pádel y de fútbol sala, parques infantiles, en el glorioso universo de las urbanizaciones en las afueras, la gran metáfora de la propiedad en este tiempo. Convertimos las cenas con amigos, sin salir de casa, para qué, en el gran acontecimiento de nuestras duras semanas -para pagar el hipotecado sueño-. Y Amazón y Aliexpress nos comprendieron y nos pusieron el mundo a nuestra disposición, solo con introducir el número de la tarjeta de crédito en el lugar correspondiente.
Si fuera especialmente desconfiado, mal pensado, retorcido incluso, podría llegar a creer que durante años nos han instruido en mantener relaciones a distancia, muy cómodamente, sin tener que salir de casa. Del adictivo Messenger a las redes sociales de la actualidad, que en muy poco tiempo nos convirtieron en consumados periodistas, en expertos fotógrafos y en tipos especiales, mil felicitaciones recibimos en nuestro cumpleaños. Y, lo más importante, en muy poco tiempo tuvimos amigos en Argentina, Marruecos, Toledo, Murcia o Badalona sin necesidad de mover los pies de nuestra casa. Amigos de verdad, con los que hemos construido una nueva y sólida sociedad, que se rige por principios muy parecidos a la real, pero de la que puedes formar parte sin esfuerzo alguno. Las deslumbrantes videoconsolas actuales, en las que protagonizamos apasionantes aventuras o le metemos un gol por la escuadra a Ter Stegen, son el resultado de un lento pero continuo aprendizaje de años, desde que mordimos el anzuelo con los viejos Spectrum o con el Comecocos. Y llegaron las plataformas digitales, con sus mil canales, de golf a pesca, y sus series alucinantes; el cine llegó a casa, nos repetimos. Pero es que hicimos lo mismo con la música o con la lectura, hasta el punto de que arrinconamos a nuestros orondos discos duros, que durante mucho tiempo fueron nuestro gran templo cultural y memorialista.
Y llegamos a este momento, en el que todas esas habilidades y conocimientos adquiridos durante décadas alcanzan todo su esplendor. Nuestros hijos ya no necesitan ir al colegio, se las apañan de maravilla con Hangout, Skype o el Classroom. Teletrabajamos desde la cama, en pijama, a veces son las doce y todavía no nos hemos cepillado los dientes, y eso que ya hemos mantenido dos reuniones. No tenemos que comprar entradas para conciertos ni soportar codazos, Coldplay o Coque Malla actúan en el salón de casa; visitas privadas al Louvre o al Prado, Velázquez como jamás lo podríamos haber imaginado ver. Me pongo en forma con la reina del fitness y gracias a un tutorial de Youtube por fin cumplo uno de mis sueños: estoy aprendiendo a tocar la guitarra. En fin, qué le digo, si yo fuera especialmente desconfiado, mal pensado, retorcido incluso, podría llegar a creer que durante años nos han estado instruyendo para este virus que castiga, y de qué manera, el contacto, las relaciones. Y la trampa en la que ahora estamos encerrados, nuestra casa, nunca la hemos considerado como tal, sino como lo más parecido al paraíso.

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