jueves, 14 de junio de 2018

UNA SEMANA EN EL RESERVADO DE UN RESTAURANTE


Un enviado especial, en la entrada del local, micrófono en ristre nos informa a toda velocidad: mientras en el Congreso de los Diputados y Diputadas tiene lugar una de las sesiones más determinantes que se recuerda en la historia de nuestra Democracia, como consecuencia de la Moción de Censura presentada por el Grupo Socialista, el Presidente del Gobierno se ha encerrado en el restaurante que ven a mi espalda, Alhambra, acompañado por los miembros más destacados de su partido. Los recientes acontecimientos vaticinan que la Moción de Censura, por primera vez, puede prosperar, por lo que el encierro de Rajoy provoca mayor estupor si cabe. Como siempre, su estrategia es la de no hacer nada, sentencia un tertuliano y los compañeros de mesa cabecean afirmativamente. Seguimos apostados a las puertas del restaurante Alhambra, a escasos trescientos metros de la calle Génova, a la espera de algún acontecimiento que se produzca desde el interior. Hasta el momento solo disponemos de algunas informaciones, sin contrastar, ya que no se tratan de fuentes oficiales. En una de ellas, nos trasladan la extrañeza inicial de la Vicepresidenta, Soraya, compañera de escaño en el Congreso, por la ausencia del todavía Presidente. Cuentan que nada más preguntarle que qué estaba haciendo, Rajoy le respondió: sentado esperando a que llames, a lo que ella, Soraya, no dudó en replicar: la gente está esperando a que vengas a explicar que todo ha terminado. Cuentan que Mariano Rajoy hizo ademán de levantarse, pero que Arriola lo agarró de un brazo, lo atrajo hacia él, y muy bajito y muy cerca del oído le dijo: si esto se acaba, y todo tiene que acabar, no tendrás a nadie en quien confiar. Según estas mismas informaciones, no oficiales, Rajoy se separó una cuarta de Arriola, y que tras mirarlo con un gesto que mezclaba la sorpresa y tal vez el desengaño, respondió: es imposible que hayas olvidado lo que los dos podemos hacer.  Casado, en la distancia, y en completo silencio, seguía la conversación, con un libro de Derecho Constitucional entre las manos, mientras que tarareaba: El verano que estuviste en la playa, y yo estaba solo en casa, sin saber lo que pasaba.
Aunque no sucede nada relevante, como si se tratara de la última edición de Gran Hermano, no puedo apartar la vista de la pantalla de televisión. El corresponsal, con evidente gesto de fatiga, ojeroso y con barba creciente, siete días después sigue esperando en la puerta de acceso del restaurante Alhambra la salida del que ha dejado de ser Presidente del Gobierno español y algunos de sus colaboradores más directos. Por fin, cuando los bostezos iban camino de tic, la puerta se abre y hace acto de presencia Rafael Hernando, que ante la insistencia del corresponsal responde: cada vez que intento hacerlo, apareces justo en medio. Solo una pregunta, reitera el periodista, cuál ha sido la reacción de Rajoy al conocer la composición del Gobierno de Sánchez. Dios me tendrá que proteger, si eso es cierto, apenas puede suspirar Hernando, nada más escuchar la noticia.
Moragas, como si se dispusiera a batir una plusmarca olímpica, abandona corriendo el establecimiento, a tal velocidad que al corresponsal le es imposible seguirlo. Regresa apenas unos minutos después, con todos los periódicos del jueves, 7 de junio. En esta ocasión sí consigue abordarlo el periodista, y a la pregunta sobre su nuevo puesto en la ONU, Moragas responde: yo no he conseguido nada a cambio. La conversación concluye con los gritos que escapan desde el interior del restaurante, proferidos por María Dolores de Cospedal, ¡11 ministras, 11 ministras, cómo es posible!, grita, tenemos muchas cosas que aprender, le recrimina Soraya ante la cámara. A tropel, sin orden, puro desconcierto, comienzan a abandonar los líderes del Partido Popular el restaurante. Mientras unos hacen por seguir el ritmo de Soraya, otros tratan de no perder de vista a Cospedal. Margallo grita ¡Feijóo, Feijoo, ¿qué va a pasar si no lo es?! Pasados unos minutos, acompañado por dos camareros, con los que parece haber entablado amistad en esta semana de encierro, aparece un sonriente y despeinado Mariano Rajoy. Una breve declaración, le solicita el corresponsal. Rajoy, tres fundirse en un abrazo con los camareros, responde: Prometimos que no cambiaríamos jamás. Fin de la emisión.
 

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