martes, 22 de mayo de 2018

LA MUERTE DE LOS DEMÁS


El que la muerte, sus consecuencias, la obsesión que despierta o su definición, forman parte del epicentro argumental de infinidad de novelas, canciones, cuadros o películas no creo que sea necesario recordarlo, que ya está ahí Woody Allen como gran ejemplo al respecto. En realidad, es el gran argumento de nuestras vidas. Aunque sabemos que es inevitable, que nadie ha conseguido escapar de ella, que es el fin, game over, pensamos y repensamos la muerte como si intuyéramos que somos los elegidos, los primeros en no padecerla. Desgraciadamente, he visto y sentido la muerte desde muy joven, el destino o que se quiera llamar eso quiso que mi familia se partiera en dos muchísimo tiempo antes de lo previsto. Se fueron demasiado jóvenes los tres, muy pronto. Si algo saco en claro de mi contacto con la muerte es que quienes realmente la padecemos somos los que nos quedamos aquí, los que permanecemos en este mundo que compartimos con los que se fueron. Ellos se van y dejan de sentir, desaparecen, no están. También he aprendido que el dolor no se disuelve como una burbuja de jabón, que no se reduce pasado el tiempo, que el luto, y me refiero al sentimiento de pérdida, a que tu vida ya no volverá a ser igual porque faltan algunos de sus protagonistas, nunca desaparece. Simplemente, te acostumbras a vivir con el dolor, con el dolor propio y con el dolor de los demás. Recientemente he tenido la oportunidad de leer dos novelas que abordan el tema de la muerte y del dolor que genera y la forma en cómo lo expresamos o compartimos que me han llamado poderosamente la atención. Me han tocado por dentro, incluso me he sentido un elemento activo de las historias narradas, por cercanía, por similitud, por reconocerme en las palabras impresas sobre el papel.
La nueva novela de Miguel Ángel Hernández es El dolor de los demás, y bien podría haberse titulado igual que la novela con la que descubrí a este excelente narrador: Intento de escapada, igualmente publicada por Anagrama. Catalogada por algunos como autoficción, la obra parte de un trágico suceso que marcó su juventud, así como la aparentemente tranquila existencia de sus vecinos y familiares en la huerta murciana: su mejor amigo mató a su hermana y a continuación se suicidó, arrojándose a un barranco, en la Nochebuena de 1995. Abiertamente, Hernández abre una puerta de su vida que mantuvo cerrada, premeditadamente, durante mucho tiempo, con la intención de ajustar cuentas con el pasado y asumir y aceptar sus propia memoria, su vida y, sobre todo, las ausencias. Asumir la ausencias, aceptarlas, entender y convencerte de que no volverán, tal vez sea la primera lección en el manual de la muerte, la síntesis del dolor. Escrita desde las entrañas, sin tapujos, sin pensar en el qué dirán los protagonistas de la historia, es un ejercicio de espeleología sentimental tan profundo como sincero. También es El dolor de los demás el retrato de una España tan desconocida como cercana, tan presente como ignorada, en la que muchos crecimos y nos desarrollamos. Esa España sin megas y sin gastrobares, de tapas y chatos, de redes sociales instaladas en los soportales, cuando se tomaba el fresco al anocher; esa España de muchos cuchicheos y pocas palabras, de visillos y encajes, de emotividad contenida y estricta moralidad.

Estricta moralidad, aunque también podríamos hablar de la moralidad oficial, establecida, que está muy presente en Muertes pequeñas, la novela de la británica Emma Flint, que ha publicado en España la editorial Malpaso. Como en la novela de Miguel Ángel Hernández, la historia arranca con la desaparición y asesinato de los dos hijos del recién disuelto matrimonio Malone, en Queens, Nueva York, en 1965, en el transcurso de una calurosísimo verano. La representación pública que Ruth, la verdadera protagonista de Muertes pequeñas, escenifica es, en realidad, la gran trama que sustenta esta novela con apariencia de thriller. No es Ruth Malone la imagen del dolor que se espera por parte de quienes la rodean, que la contemplan desde el resquemor y la desconfianza. También como sucede en El dolor de los demás, Muertes pequeñas es una certera y brillante fotografía, y hasta radiografía, de un tiempo pasado, que se sigue colando entre las sábanas cada mañana. Novelas, ambas, que nos hablan de la muerte y, sobre todo, del dolor que sentimos los que nos quedamos. Un dolor que tal vez sea el mismo en todos, pero que cada cual disfrazamos como podemos.
 

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