miércoles, 16 de mayo de 2018

CRÓNICA DEL TIEMPO DEL EXCESO: BLOODY MIAMI, TOM WOLFE.

Siempre he encontrado similitudes entre la cinematografía de Martin Scorsese y la literatura de Tom Wolfe. A su manera, ambos creadores, llevan varias décadas mostrándonos el esplendor de la bestia, la gloria de las alcantarillas, el lado oculto, las miserias y bajezas, y, sobre todo, los excesos de su querido y detestado país. Maestros en la “radiografía documental”, a través de sus palabras e imágenes nos han mostrado y analizado los últimos años de los Estados Unidos sin alabanzas gratuitas, desde la asepsia en algunos casos, sin esconder las heridas, la bilis y el veneno, observadores privilegiados de la realidad cotidiana, más allá de las alfombras rojas, las sonrisas nacaradas y los estereotipos de cartón piedra.
Esta similitud que yo aprecio aumentó con la coincidencia en el tiempo, al menos aquí en España, con la publicación de Bloody Miami, la última novela de Tom Wolfe y el estreno de El Lobo de Wall Street, en fechas relativamente cercanas, en las salas de cine. En ambas obras nos muestran casi desde la hipérbole, visual y literaria, los excesos de un mundo que se derrumba, como consecuencia directa, y perdón por la repetición, de una época excesiva. Una época que ahora sabemos que fue mentira, o que fue la mentira que construyeron entre unos pocos para quitarnos prácticamente todo.Esa mentira que nos estamos volviendo a contar.
Lo primero que desprende Bloody Miami es pulso, tensión, ese contar situaciones que parecen anodinas pero que nos sirven para comprender y asimilar el gran fresco, la gran fotografía, que nos ofrece su autor. Es decir, Bloody Miami nos muestra al Tom Wolfe de siempre, el que nos deslumbró con su Hoguera de las vanidades, y que no dejaba de ser una actualización de Las ilusiones perdidas de su adorado e idolatrado Balzac. Porque Tom Wolfe tiene mucho de Balzac, en esa desmitificación de la literatura como ente sagrado, en encontrar en la rutina de hombres rutinarios el argumento de sus novelas, en elevar la realidad como indiscutible hecho narrativo.
El homenaje, por tanto, de Wolfe a Balzac continúa en Bloody Miami, más allá de los guiños, de los nombres que le adjudica a diferentes locales y personajes: en la intención, en los modos, en la estrategia. Empeñado en radiografiar la sociedad que le ha tocado vivir, como ya hizo en sus anteriores “paradas” en Nueva York y Atlanta, ha encontrado en Miami la concepción de esa nueva América mestiza, alocada, trasnochada, carente de valores, obsesionada en la posesión, el poder y el dinero como los auténticos méritos y signos que te reportan el deseado status social
En este Miami de Wolfe el gringo blanco, conservador y estricto es una especie en vías de extinción, y desde luego ya no es el gran protagonista. Ha sido desbancado, incluso arrinconado, por los magnates rusos, los latinos plenamente instalados que han hecho de la ciudad su propia ciudad, los nuevos hombres de negocios que manejan un lenguaje que no se parece en nada al del pasado y el lujo versallesco y canalla que se desparrama como la espuma de un champán que solo se encuentra al alcance de los elegidos.
A pesar de la avalancha de onomatopeyas, excesivas en algunos pasajes, Bloody Miami nos muestra a un Wolfe empeñado en contradecir a su propia biología, actual, certero, brillante, cruel por momentos, siempre irónico e inteligente. Fotografía de un realismo atroz, definición precisa del exceso y de sus inventores. No me cabe duda, de que Wolfe habría sido el autor perfecto para escribir esa novela que el Detroit actual, apocalíptico y fantasmagórico, se merece. DEP.

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