lunes, 5 de febrero de 2018

50


Seguro que lo sabe: Felipe VI ha cumplido 50 años, lo han contado en todos los periódicos e informativos, ha sido amplia la cobertura. Y, al mismo tiempo, el propio Rey le ha impuesto a su hija mayor, la Princesa Leonor, el Toisón de Oro, que suena a película romántica, monárquica y medieval, y que representa, o viene a representar, el continuidad dinástica, el relevo. Se han dicho muchas cosas esta semana del Rey, de sus años, del tiempo vivido, el primer monarca constitucionalista, dijeron, un Rey formado en la Democracia, apuntaron, el Rey de un nuevo tiempo, repitieron. Yo también cumpliré 50 este mismo año, por lo que comparto con el monarca un sinfín de recuerdos, acontecimientos, el trasiego de este tiempo, a ratos convulso, a ratos apasionante, siempre eléctrico. Tuve la oportunidad de conocerlo hace unos años, en el transcurso de una cena generacional. Un tipo majo, de larga mirada, a simple vista. Los que este año cumplimos 50 nacimos bajo el signo del mayo francés, y nuestros primeros pasos fueron sobre unos adoquines que muchos se empeñaron en mostrarnos como fina y cálida arena de una maravillosa playa de postal, pero no, eran adoquines, muy adoquines. Y es que nuestra infancia transcurrió en una dictadura de la que apenas recordamos nada y que, sin embargo, nos marcó demasiado. Nos marcó porque nos desperezamos en un país adocenado por el miedo, infectado de fanatismo, enfermo por el inmenso y casi irreparable dolor provocado por millones de heridas abiertas. Un país sin cicatrizar, analfabeto y oscuro. Un buen día, mientras unos lloraban, otros cruzaban los dedos y unos cuantos sonreían, vimos como instalaban las urnas en nuestros colegios, y también vimos como el color se iba colando en nuestros televisores, y también en nuestras vidas, reduciéndose las interminables horas de la Carta de Ajuste. Empezamos a no ganar festivales de Eurovisión y de la OTI, 300 millones dejó de emitirse y los tres globos decidieron soltarse y recorrer el cielo hacia ninguna parte. Raro era el día en el que el Telediario no arrancaba con un nuevo atentado y todos los lunes Interviú nos destapaba, literalmente, a una celebridad más o menos célebre, y hasta muy célebres, mucho antes de que Gran Hermano existiera. Sí, hubo un tiempo sin Gran Hermano.
Los que este año cumplimos 50 años conocimos un mundo ampliado, todo era grande, a veces inmenso, las televisiones tenían más culo que las gafas que Rompetechos y por eso, tal vez, ahora nos emociona, casi desde la incomprensión, una diminuta tarjeta de memoria en la que caben un millón de discos de tres y medio, y puede que me quede corto. Conocimos a Rompetechos, a Anacleto, a Mortadelo y Filemón y al Profesor Bacterio mucho antes que a los Pokemons y Lobezno. Nos criaron con caldo de cocido y sucedáneo de café, malta la llamaban, y ahora somos unos expertos gourmets capaces de distinguir la comida china de la tailandesa y hasta nos bandeamos con seis docenas de vinos de diferentes denominaciones. Y el café de cápsula, intenso y breve. Con nuestro cubata de larioscola en la mano jamás podríamos haber imaginado estos gintonics actuales con más decoración que la pecera de un restaurante chino. Los que este año cumplimos 50 hablamos por teléfonos de ruleta, conocimos aquellas maletas que escondían los primeros móviles y ahora diseñamos Apps de nueva generación, como si nos hubiéramos criado en Palo Alto. Jamás tuvimos sillita de protección en los coches de nuestros padres, que por cierto no tenían asientos y sí sofáscamas en los que dormíamos plácidamente en aquellas interminables carreteras de doble sentido que recorrían toda España.
Los que ahora cumplimos 50, como el Rey, nos hemos adaptado como hemos podido a estas décadas de cambios y velocidad, de permanente transformación, en todos los sentidos. Y hemos sobrevivido gracias a que hemos asumido todos esos cambios como algo natural, como el signo de los tiempos, integrándolos como un elemento cotidiano de nuestras vidas. Disimulando la perplejidad en muchos casos, pero sobreviviendo siempre. Precisamente por eso, por lo mucho vivido, tal vez contemos con esa distancia que nos permite verlo todo de otra manera, más relativa, no sé si más objetiva. Espero y deseo que el Rey, nuestro Rey, a fin de cuentas, comparta estas sensaciones y que ejerza su oficio con respecto a este tiempo concreto que nos ha tocado, y que mañana será otro, y no necesariamente peor.


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