lunes, 3 de julio de 2017

RETIRADA


Se ha comentado mucho durante la pasada semana, ha causado un cierto revuelo, el anuncio de retirada del actor británico Daniel Day-Lewis. Sí, el de Mi pie izquierdo, el de Pozos de ambición, sí, ese mismo. A los 60 años, que muchos consideran como una edad más que estupenda para la interpretación, el célebre y oscarizado actor ha anunciado en una entrevista a un medio de comunicación que se va, que lo deja, y que lo hace por motivos personales. La coletilla “motivos personales”, no solo para los políticos, es un enorme desván en el que cabe todo y algo más, un Maracaná de circunstancias y justificaciones, al gusto. Por lo visto no es la primera vez que Day-Lewis se retira, que ya lo hizo otra vez, lo mismo acaba convirtiéndose en un Ortega Cano de la interpretación, quién sabe, el tiempo lo dirá. Deja un película sin estrenar, que habrá de entenderse como su epílogo cinematográfico, así como 20 títulos a lo largo de su trayectoria, que tampoco son tantos si tenemos en cuenta que debutó frente a las cámaras siendo un niño. La verdad es que nunca ha sido Daniel Day-Lewis ese reclamo en el cartel que me sedujera o que me incitara a decantarme por una u otra película. Es más, he contemplado y sigo contemplando esos tres Oscar con recelo, con mucho recelo, sobre todo si me acuerdo de Tracy, Grant, Brando, Olivier, Mastroianni, Bogart, Pacino, Fernán Gómez o Sacristán, por poner solo unos ejemplos, infinitivamente superiores, para mi gusto, y no solo me refiero al talento, también en atractivo. Y es que de una estrella del celuloide también esperamos, como poco, que nos seduzca, y Lewis nunca me ha seducido, es que ni me ha guiñado un ojo. Gustos aparte, nos llama la atención que alguien relacionado con la creatividad, con la cultura, anuncie su retirada, como si fuera algo tan solo aplicable a los deportistas, a los toreros, a los montañeros, yo qué sé, a todos aquellos que realizan una actividad relacionada con el esfuerzo, con lo físico, y que la edad, queramos o no, por mucho que Aznar se empeñe en lo contrario, va mermando.
Y tal vez, como les sucede a los futbolistas, que ya no esprintan por la banda, que son incapaces de saltar a la misma altura que los más jóvenes, los que nos dedicamos a cualquier manifestación artística también contemos con una fecha de caducidad, esquilmado el potencial que guardábamos en el interior. Imagino que son numerosos los ejemplos en cualquier ámbito, pero en el literario es muy frecuente toparte con ese escritor que repite una y otra vez la misma novela, como si fuera un oficinista de su propia creación. O con aquel otro que solo ofrece títulos trampas, sin riesgo alguno, carentes de toda emoción, por tanto, por mero trámite, con el único aliciente –que no es poco- de seguir pagando la hipoteca y el colegio de sus hijos, institucionalizado... sigue leyendo en El Día de Córdoba

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